Capítulo 1. Un Seguro

—Entonces, ¿a qué ha venido, Su Excelencia?

El hombre sentado frente a Norah con su taza de té humeante y sus ojos grises puestos sobre ella, la miró sin ningún ápice de ternura ni gentileza. Sin embargo, una llama de resentimiento era fácil de notar dentro de esa fiera mirada, que en otra ocasión sería tan fría e inflexible como un cubo de hielo.

Norah ya estaba acostumbrada a semejante trato. Nadie tenía que decirle que ese hombre que hace dos meses había llegado a su destartalada y abandonada mansión y le había propuesto matrimonio, realmente no la quería. Su extraña proposición era más una burla y un golpe a su ya atormentada vida, que una muestra de sinceridad.  

―¿No está siendo un tanto descortés, Señorita Kobach? ―la voz del hombre era gruesa, y calmada. Siempre denotando la elegancia de su noble familia.

―Su Excelencia, como verá, no tengo el lujo de ofrecerle ni tiempo, ni cortesías. Es mejor no andar con rodeos.

Albert sonrió con una mueca sardónica. ―No pensé que la Señorita Norah Kobach fuera tan desatenta con sus invitados.

―Su Excelencia, lamentablemente a estas alturas no puedo permitirme el lujo de tener invitados, y menos aquellos tan importantes como usted. Si mi comportamiento le parece molesto, por favor, será mejor que se retire.  

La mirada feroz de Norah dejó en claro que no tenía intención de continuar una conversación inútil con el hombre. Después de todo, ellos se odiaban, sus familias se odiaban desde generaciones atrás. Cada segundo que se veían a las caras, miles de dagas y espadas invisibles se batían en batalla.

Sin embargo, ahora que la familia Kobach había caído en desgracia, Norah no tenía opción más que bajar las armas, y agachar la cabeza en rendición, con la esperanza de que ese hombre la dejará ir. Aun así, no sucumbiría a su voluntad. Pero el hombre, tan descarado y cínico, le hizo esa proposición de matrimonio, dejándola con la boca abierta, pero con furia en los ojos.

Lo rechazó, como es debido, envió una carta muy respetuosa mandándolo al demonio. Pero el hombre persistió, no parecía entender la indirecta, y se volvió a aparecer frente a la puerta con su aspecto altanero e indiferente. Con esos ojos grises que parecían traspasar los pensamientos, y esa figura alta y varonil que parecía querer dominarla con su presencia. Ese hombre solo quería burlarse, su mirada lo decía. Después de todo, Norah ya no tenía nada; lo había perdido todo y estaba a merced de él.

―Señorita Kobach, ―Albert la miró con una ceja alzada y las manos cruzadas―, su padre no volverá y usted no tiene mejores ofertas, ¿o sí?

―Cualquier oferta es mucho mejor que la de un Bailler.

Albert rio, pero sus ojos contenían una furia sin disfraz. ―Señorita, usted es una obstinada.

―No lo soy, Duque, pero entiendo muy bien mis opciones.

―Entonces, eso la hace especial, señorita. Al menos alguien de la familia Kobach entiende sus opciones.

Norah no pudo más que apretar los puños. Si no fuera por el infortunio que su padre le había traído, ahora ella no estaría tratando con ese hombre de ojos grises y duros como una roca.

Luego de que el Duque Fernando Kobach huyera descaradamente con la fortuna de la familia, y dejara atrás a su esposa enferma, y a su hermosa hija, los cobradores llegaron uno tras otro a las puertas de la mansión para exigir el pago de las deudas. Muchos de ellos ya venían con gente lista para llevarse hasta la última pieza valiosa de la mansión, los muebles, los tapices, los adornos y pinturas, para después dejarla vacía. Incluso se llevaron los vestidos y joyas de la Duquesa, sin considerar a la hermosa pero enferma mujer. 

Norah pidió ayuda, a los amigos, a sus familiares más cercanos, a todos sus conocidos a los que podía acudir; sin embargo, esas personas decidieron abandonarlas también. No hubo compasión en sus palabras ni afecto por su cercanía. Cada vez que Norah trataba de pedirles, casi suplicarles, por un poco de ayuda, se le negaba la entrada; o en el peor de los casos, se le insistía que se casara con un noble rico sin escrúpulos, alguien conocido de ellos y que les beneficiaría en el futuro.

En el peor de los momentos, nadie le extendió la mano, no hubo ni un solo gesto de ayuda, ni caridad.

Norah vio cómo los deudores devoraban todas las posesiones y terrenos de la familia Kobach sin que ella pudiera hacer o decir nada. Por días, solo más y peores noticias llegaban. Al final, la desesperación la dejó al alcance de sus enemigos de toda una vida, los Bailler.

Un día, sin previo aviso, el Duque Albert Bailler llegó tocando a las puertas. La casa vacía resonó con el eco de los golpes y Norah fue quien le abrió, ya no había servidumbre, todos habían desaparecido con lo poco de valor que todavía quedaba en la mansión.

—¿Crees que puedes negarte, Norah?— dijo Albert con una voz serena, pero a la vez con cinismo. Su alta y respetable figura veía a Norah como siempre la había notado en el pasado, una mujer hermosa y llena de orgullo. Con su mirada altanera y su espalda erguida que denotaba la alta educación y los modales de una dama.

—Sí, aún puedo, ¿qué es lo que busca aquí, Su Excelencia? ¿Por qué se aparece sin invitación cuando mi familia y yo ya no poseemos nada? Ya le he dicho que no aceptaré su propuesta.

 Norah lo miró con un gesto aún lleno de dignidad que la hija de un Duque debía tener. Sus hermosos ojos azules y cabello plateado, que, a pesar de los días difíciles y las noches frías, aún poseían la nobleza de su estatus. Aunque ya era inútil en ese momento. Para ese hombre, esa fiera personalidad no era más que un último esfuerzo de un animal herido para mantenerse con vida.

—En eso tienes razón, ya no hay valor en esta casa, ni siquiera tú eres suficiente para tentarme.

Albert la miró con burla en sus ojos. Entendía el orgullo de la hija de un noble, pero el de ella siempre le causaba tanto desprecio. Si no fuera porque hizo un trato con su padre para proponerle matrimonio, nunca hubiera pensado en pisar esa mansión.

Norah lo miró, pero no respondió con rudeza, después de todo, el hombre era un Duque y cualquier insulto a su persona solo le causaría más problemas. Bajó los ojos a sus manos que ya estaban arrugando la falda de su vestido.

—Por favor, le suplico que, si ya no hay más de que hablar, nos deje con lo único que nos queda.

Él la volvió a mirar con desdén y le tiró una nota de papel en el regazo, no sin antes dejar salir una pequeña risa.

—¿Qué es…?

Los ojos de Norah se abrieron con horror al leer el pedazo de papel. La nota era una cesión de propiedad, tanto de la Mansión como del territorio. Su padre la había firmado a cambio de una suma inmensa de dinero, el cual, sin duda, se había llevado sin pagar las deudas.

―No puede ser, esto tiene que ser un error. Él nunca…

―Ya no tiene opción, Señorita Kobach. Cásese conmigo o puede irse sin nada.

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