“Serie Jefes enamorados 1: Un hijo para mi jefe
“Serie Jefes enamorados 1: Un hijo para mi jefe
Por: sheyla garcia
Capítulo 1. La noticia

Capítulo uno: La noticia.

El día estaba soleado en Seattle.

Observo a mi madre y tengo un deseo muy grande de tirar mi taza de café sobre ella. Jamás he sentido tanta rabia por mis padres como ahora.

—¿Que acabas de decirme? —Pregunto, aunque sé bastante bien lo que mis oídos han escuchado.

Mi madre sacude su falda de color oscuro y se acomoda el cabello negro cortado más encima del cuello. Es una mujer de 48 años, pero que aparenta la mitad.

—Ernest, cariño, sabes muy bien que si esto no fuera necesario no te lo estaría diciendo.

—Es necesario porque dentro de una semana has hecho un compromiso para que me casé.

—No lo ha hecho solo tu madre, yo también tengo que ver. —Dice mi padre interrumpiendo. —Esto es un acuerdo de ambas familias, no es solo de tu madre.

—¿Y por qué no es solo de ella tengo que sentirme bien? ¿Tengo que sentirme mejor porque no ha sido solo idea de mi madre? —me levanto del sofá, dejo la taza sobre la mesa con topes de cristal y camino hacia el ventanal.

La ciudad de Seattle está hermosa, tan soleada como un día de verano, aunque estamos en plena primavera. Veo a los transeúntes caminando 9 pisos abajo. El penthouse de mi madre está en la mejor zona de Seattle. Mi familia es dueña de casi todos los edificios de esta ciudad.

Los Hossen se dedican al negocio de las inmobiliarias. Han desarrollado complejos de apartamentos por todo Estados Unidos y muy pronto por Europa. Mis padres están en forzado para que yo esté empapado de todas las negociaciones que la empresa multinacional Hossen & Domert realice.

—Estoy seguro de que tú le metiste en la cabeza esto a mi madre. —Le digo girándome y señalando a mi padre.

—Ernest, no digas eso. —Mi madre se levanta de la silla y camina hacia mí. —Esto ha sido un acuerdo de ambas familias desde hace bastantes años.

—¿Cuántos años? ¿Cuántos años han estado mintiéndome a la cara? —Inquiero mirando a mi madre a los ojos.

Sus ojos son del mismo color almendrado que los míos. Su cabello de el mismo tono negro azabache y sus labios igual de finos, pero con la silueta marcada. Sus canas comienzan a salir, pero mi padre la obliga a cubrirlas, aunque a ella le gustaría dejárselas.

Lo único que he sacado de mi padre ha sido el mal temperamento y altura.

—No lo entiendes, no entiendes qué es lo que sucede. —Dice ella y veo cómo sus ojos se humedecen. —No pretendo lastimarte ni tu padre ni yo…

—Habla por ti, mamá, porque lo único que él sabe hacer es lastimar. —Refuto y clavo la mirada en mi padre que sigue sentado en el sofá. —no ves lo tranquilo que está, no ves cómo estás relajado mientras tú estás a punto de derrumbarse por la m****a que seguramente él ha causado.

—Te estás pasando de la raya, jovencito. —Escucho la voz de mi padre y casi me hace reír.

—No me digas qué hacer ni qué decir. Tú perdiste el derecho de decirme qué hacer en el instante en que me pegaste hasta casi llevarme al hospital.

—Cariño, eso fue hace demasiado tiempo, las cosas han mejorado.

—Sigue siendo el mismo hombre, mamá. — le digo tomándola de los hombros y sacudiéndola suavemente. —No puedo casarme con una desconocida, mamá.

—No es desconocida, ustedes se conocieron cuando eran pequeños. Su madre, Eva, dice que ella se ha hecho famosa en Canadá y finalmente regresa a Seattle pues ha conseguido un contrato con una marca de renombre mundial.

—¡Por Dios, mamá! — exclamo. — ¿Hace diez, quince años? — pregunto alejándome de ella. —Esto es una locura. ¡No tengo ni idea de cómo es ella!

—Es por el bien de la compañía y nuestro nombre.

—¿Lo ves? — pregunto dándole una patada al sillón dónde hace un momento estaba sentado. —¡Es su jodida culpa todo eso! ¡El la ha cagado y quiere que yo resuelva su problema!

Mi madre vuelve a tomar asiento en el sofá junto a mi padre y ambos me miran sin comprender, aparentemente mi actitud agresiva. Cualquiera que nos viera a simple vista diría que yo soy el que está tomando las cosas exageradamente. Pero lo que me proponen es sencillamente, una estupidez. Me están proponiendo casarme por contrato como si estuviésemos viviendo en el maldito siglo 18, donde las familias arreglaban los matrimonios a conveniencia de uno o de todos.

La ama de llaves se acerca y retira las tazas vacías de la mesa. Se va silenciosamente y no hace caso de mi actitud agresiva.

Supongo que, para Ana Marie, la ama de llaves de la familia es normal verme terminar así, pues cada vez que vengo a mi casa, a la casa de mis padres, en donde muchas veces pasé noches llorando, deseando largarme y finalmente terminé haciéndolo cuando cumplí los dieciocho, pero siempre es lo mismo, la misma bola corriendo de una cancha a la otra. Mi padre grita, yo grito más fuerte para que mi madre me note a mi y no a él. Si, supongo que Ana Marie, debe estar acostumbrada al jaleo en mi casa y a las decisiones egoístas de mi padre, los llantos de mi madre y mi salida llena de furia, para terminar en un bar bebiendo hasta perder la conciencia.

—¿Qué es lo que quieres que diga, mamá? ¿Qué es lo que esperas que te diga? —Le preguntó, pasando las manos por mi rostro y apretándome los párpados. Dejo las manos en mi boca y espero, aguardando por una respuesta que no llega. —¿Qué quieres que te diga?

—Lo que queremos que diga es que vas a cumplir con la responsabilidad que tienes al ser hijo único. —Intervienen mi padre. —Lo que necesitamos es que digas que vas a casarte dentro de una semana con Priscila. Ella es una mujer excepcional. Estoy seguro de que se llevarán bastante bien.

—¿Qué quieres decir con eso, papá? —Le pregunto recostándome de la pared. —¿A qué te refieres con que nos llevaremos bien? ¡Es un maldito matrimonio por conveniencia! — Exclamo. — No sé qué hiciste para que tengamos que llegar a esta situación. Todavía no has tenido la delicadeza de decirme por qué diablos estás comprometiendo a tu único hijo con una mujer que él nunca en su vida ha visto.

—Tú no eres quien para juzgarme. ¿Acaso crees que no veo los periódicos? —Esta vez mi padre se levanta y camina hacia mí.

Mi madre se levanta también y se dirige hacia nosotros pues sabe que mi padre es de mano ligera y cuando pierde el control, lo cual pasa muy a menudo, terminamos todos golpeados y siendo los culpables de sus problemas.

—¿Qué quieres decir con eso? — inquiero. —¿Crees que, porque salga en revistas tomándome un trago con una mujer, soy igual de nefasto que tú? ¿Por qué unas personas sin oficio, sin nada mejor que hacer, me graban en bares mientras disfruto mi juventud, eso me hace igual que tú? —digo con tono desdeñoso.

—No te pases de la raya, Ernest. — gruñe mi padre mientras veo como su nariz se avienta por la rabia que está haciendo ebullición en su interior.

Si hay algo que mi padre siempre ha odiado es que le lleven la contraria, le molesta que otros puedan tener la razón o que piensen por si mismos. Por eso odio la actitud pasiva y miserable que ha tomado mi madre, porque la veo sintiéndose inferior que mi padre y tengo deseos de pegarle en rostro para que abra los ojos y espabile.

Tantos años con un agresivo verdugo, la ha convertido en una miserable de afecto y cariño. Una mujer que no sabe cuándo le están hundiendo el cuchillo en el pecho y abraza más a su asesino, creyendo que este le ama.

—Estás perdiendo el tiempo con cuanta mujer te pasa por el lado.

—Difiero. — le digo sonriendo con malicia, para provocarle. — Estoy disfrutando mi juventud, para cuando sea mayor y casado, no le esté pegando los cuernos a mi mujer.

—¡Desgraciado! — ruge mi padre y levanta el puño con intención de pegarme, pero soy más rápido y me alejo.— los tres sabemos muy bien porqué razón he emitido el comentario. 

Mi padre le ha puesto los cuernos a mi madre en más ocasiones de las que puedo contar. 

—No soy un niño, padre. No creas que puedes pegarme y que me quedaré así. —le digo y escupo sus zapatos.

—Eres un maldito niño mimado. ¡Vas a casarte con Priscila! — dice levantando la voz a tal punto que estoy seguro de que todos en el edificio lo han escuchado. — Vas a dejar de comportarte como un niño egoísta y vas a…

—¿A qué? ¿A resolver la m****a en la cual tu nos metiste a mamá y a mí? — inquiero y estallo en una falsa carcajada. — Lo lamento. Conmigo no cuentes.

***

—¿Estás seguro de que es lo que ellos quieren? —Escucho a Timotheo preguntarme.

—Por supuesto que estoy seguro. —Le digo exasperado mientras me sirvo una copa de vino tinto. —Una propuesta matrimonial es una propuesta matrimonial.

—Por supuesto. No puedo rebatir tu lógica. —dice él mientras sonríe sarcástico. —A pesar de que no estás diciendo nada con coherencia, puedo decir que no es de sorprender por parte de mi tío.

El único que sabía todo lo que había sucedido dentro de su familia en esas cuatro paredes era Timotheo. No, porque él fuera su primo, sino porque era el único al que consideraba hermano del único ser humano cercano a él. Lo suficiente como para saber sus más oscuros secretos, esos que se prometió llevarse a la tumba consigo.

Ambos tenemos una forma de vestir muy similar, aunque estoy seguro que mi ropa es más costosa que la de Timotheo. Para él, el dinero es una banalidad y, aunque mi familia tiene mucho más dinero que la suya, ambos nos hemos llevado como hermanos desde que nacimos. Nuestros padres son hermanos, pero cada cual más diferente, como si de agua y aceite se tratase.

Carl Hossen es amable, carismático y bueno en los negocios. Mi padre, Critof Hossen, sin embargo, es amargado, egoísta y el ser más despreciable que he conocido hasta la fecha.

Nuestras familias han crecido juntas, cerca una de la otra, nuestras madres se llevan de las mil maravillas y así mismo nos llevamos Timotheo y yo, aunque a él no le están obligando a contraer matrimonio con una desconocida.

—¿Te dijeron al menos porque tomaron esta decisión?

—No. El muy idiota no tiene los huevos para decirme que m****a ha hecho con la empresa. — admito. —Mi madre solo se ha quedado allí viéndonos. Nada ha cambiado, ella solo escucha lo que él dice y hace, mientras su corazón se rompe por dentro.

—¿Has pensado que a lo mejor ella ya no siente lo que tu padre hace?

—Estudiaste finanzas, Tim, no psicología. Limítate a tomarte el jodido vino.

—Dejaré pasar tu humor porque es una cagada lo que estás viviendo. —me dice golpeando mi hombro suavemente.

—No sé qué voy a hacer.

—No te cases, Ernest. Tienes veinticuatro años, a poco menos de un mes para tu cumpleaños número veinticinco. 

Sonrío al escuchar la inocencia de mi primo. Él no sabe de lo que mi padre es capaz, si yo no me caso con Priscila.

Es que incluso el nombre me huele a pura mujer caprichosa.

—Tengo miedo. —Reconozco en voz alta ante el hombre que me conoce de toda la vida. —Tengo miedo de que, si no acepto, esta vez los golpes sean para mi madre.

El único que sabe de la paliza que mi padre me pegó hace trece años, cinco meses y cuatro días es Timotheo, aparte de mi madre nadie más estaba allí, y si estaban, tampoco serán capaces de admitir ante la justicia que mi padre me dio una paliza a tal punto que casi pierdo la vida.

—¿Crees que tu padre va a perder el control otra vez? —Me pregunta él mientras toma un sorbo de su vino tinto y deja la copa sobre la mesa de madera.

—No sé qué esperar de él. —Confieso. —Eso es lo que más me molesta, que es como una puta bomba detonada, en cualquier momento, si choca con alguien, va a explotar y a arrastrar a la perdición a quien esté cerca.

Nos quedamos en silencio, terminamos la botella de vino y él se levanta después de dejar su tarjeta para que la camarera se cobrase por la botella de vino.

—¿Por qué pagaste? —Quiero incomodo, odio que las personas paguen por mí.

Aun siendo Timotheo.

—Porque tú eres el desgraciado que va a contraer matrimonio a los veinticinco años, cuando tiene toda una vida para disfrutar por delante. —Él sonríe y yo le golpeo en el hombro.

—Idiota. —Farfullo.

—Vamos a disfrutar esta noche y mañana, vamos a idear un plan para que no te cases.

—No puedo dejar que le haga daño a mamá esta vez.

—No se lo va a hacer, pensaremos en algo. —Me dice, el palmando mi espalda. —Ya verás que lo resolveremos. —Veo fijamente a los ojos verdes de mi primo y me tranquilizó lentamente.

Timotheo, jamás me ha mentido, ni roto su palabra. Sin embargo, esto se escapa de su control, esto ya no es algo que dependa de él ni de su influencia sobre mis padres.

Una hora después, el jet aterrizó en el aeropuerto privado de las empresas Hossen & Domert.

—No puedo creer que me convencieras de venir a Canadá por un jodido trago.

—Vas a olvidar este matrimonio al menos por una noche.

—No hay manera de olvidar una situación así, Tim.

—Lo harás. No hay nada que una rubia de ojos azules no pueda lograr. — dice él sonriéndome mientras nos quitamos los cinturones de seguridad y me termino la copa de vino que nos han servido en el jet.

Parte de lo bueno de venir de una familia acaudalada es que las comodidades no faltan. Tengo a mi disposición un jet privado, cuatro carros en mi garaje: un Mercedes, un Aston Martin, un Porsche y mi favorito: una Ford Runner.

—Eres mi asesor financiero, no deberías recomendar que me acueste con cualquier desconocida.

—No será una desconocida, vas a pedirle su nombre. ¡La educación ante todo! — gritó él mientras bajamos del jet.

—No sé qué diablos haría sin ti. — le digo pasando un brazo por sus hombros.

Ambos somos casi del mismo tamaño, aunque Tim debe llevarme al menos unos centímetros.

—Esperemos que cuando ya no esté, tu padre deje de meterte en desastres como este. — dice él soltando una carcajada.

Aunque su comentario mi causa curiosidad, lo obvio y respondo:

—Entonces esperemos que él muera pronto.

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