2. Pequeña familia gatuna (Parte 3)

Kiri fue la primera. Un niño gordinflón para su edad, de unos seis años, se acercó a la caja y de inmediato alzó a la gatita, la apretujó con fuerza contra su rechoncho cuerpo y la movió de un lado a otro. Luego gritó eufóricamente: “¡Amá, quiero a este gato!”. Kiri trató de encajarle las garras por miedo a salir volando, pero los brazos del niño estaban tan grasientos que se resbalaban. Ellie se percató de esto y se acercó rápidamente, le tocó la espalda con mucho cuidado y le comentó en tono amable: “Hijo, ten cuidado, le haces daño. Los animales también sienten; trátala mejor y ella te querrá, sé que eres un buen niño”. El pequeño volteó hacia ella, sonrió al recibir el cumplido y, haciéndole caso, cargó a la gatita con sumo cuidado. Sus padres solo esbozaron una sonrisa y comenzaron a llenar el formato de adopción. Minutos más tarde, el niño se marchó jubiloso junto a su familia. Ellie notó que se había estado quejando del intenso calor que se sentía y vio cómo apretujó a Kiri de nuevo con violencia; la gatita parecía asfixiarse. La chica trató de correr para detener al niño antes de que el auto de su familia avanzara, pero Steve la sujetó de la mano y exclamó: “Confía en lo que le dijiste al niño, la cuidará bien”. Ellie solo pensó para sus adentros con enojo: Huerco cabezón, espero que escuches lo que te dije. Después miró al cielo y pronunció estas palabras en su interior: Dios, escúchame, por favor haz que este chilpayate la cuide bien.

La segunda en ser adoptada fue Michi. Un anciano que vivía cerca de la casa de Steve y Ellie fue el elegido. Ella lo conocía de vista, pero él a ella no. La hizo sentir más tranquila el hecho de que los ancianos siempre saben cómo tratar mejor a las mascotas, en especial si son su única compañía. Al tomar el hombre a la gatita, esta lo mordió y le clavó las garras, pero el anciano solo la acarició. Parecía acostumbrado a los gatos porque no se inmutó ante el dolor; intentó calmarla con unas palabras que dijo tiernamente: “No temas, te cuidaré muy bien”. Ellie se sorprendió al ver cómo lograba calmarla. El hombre llenó la hoja de registro y se retiró del evento caminando.

El pequeño Fernando aún no había tenido la suerte de ser adoptado, pues en la ciudad donde vivía Ellie la gente era un tanto supersticiosa y le temía mucho a los gatos negros; creía que eran cosa de brujas. Resultaba difícil encontrar personas con gatos negros como mascotas, y a quienes los tenían los tachaban de ateos, chamanes, brujos astrales, gente sin escrúpulos o cualquier otra digna de odiar. Ellie tomó al minino al finalizar el evento. Steve no parecía muy contento con la situación, aunque sabía que no tenía derecho a protestar. Ambos le dieron las gracias al doctor Varela por la oportunidad de participar en el evento y se retiraron del lugar.

Cuando llegaron a su casa, Ellie conversó con Steve sobre la decisión de dar a los gatitos en adopción. Él respondió: “Es lo mejor para ellos y para nosotros”. Después hablaron de Fernando, y Ellie decidió que sería ella quien le buscaría un nuevo hogar. Al reencontrarse con el minino, la mamá lo recibió con una especie de abrazo, rodeándolo con la cola. Por su parte, el papá restregó su hocico contra el de su cría. Luego, ambos felinos se acurrucaron junto a Fernando. Durante los siguientes días de esa semana, la gata se paseaba por la casa buscando al resto de sus hijos. También era posible escuchar el llamado sin cesar de ambos padres gatunos todas las noches. Steve se molestaba por el ruido, pero Ellie lo convencía de que la verdad detrás de esos maullidos era que los padres notaban las ausencias.

Al iniciar la siguiente semana, la felicidad de los padres gatunos retornó. Primero volvió Kiri, al cuarto día de haber sido adoptada. Apareció misteriosamente en el porche de la casa con una patita lastimada y el hocico ensangrentado. Una de las vecinas de Ellie, a la que llamaban la Loca Dan, alegó haber visto cómo bajaba del cielo en la noche iluminada por una extraña luz. Sin embargo, para Steve y Ellie fue más lógico pensar que el niño gordo la maltrataba mucho y por eso la gatita prefirió abandonar su hogar adoptivo y regresar a su antigua casa. Ellie se enojó más y más el resto del día al ver el estado de la criatura.

Ocho días más tarde, al empezar una nueva semana, el doctor Varela llamó por teléfono a Ellie para informarle que la familia del anciano había devuelto a Michi, pues “el señor padecía asma; además, la gatita tenía arranques de ira y era un poco agresiva con él. Los hijos decidieron anular la adopción al ver a su padre lleno de cicatrices y con problemas respiratorios”. Ellie se ofreció a recogerla. El humor de Steve empeoró con el regreso de ambas. No imaginaba que los tres gatitos estarían de vuelta. Habló con su mujer y ella le comentó que, al igual que en el caso de Fernando, prefería ser ella quien diera fe de la adopción, así se sentiría más tranquila al encontrarles un buen hogar. Por otro lado, la familia gatuna estaba más feliz que nunca, ¡se había vuelto a reunir! Los padres dejaron su llanto atrás.

Tres días después, Javier, un sobrino de Ellie que estudiaba ciencias químicas en la universidad local, se enteró de lo que planeaba su tía e intentó convencerla de haber encontrado a los candidatos perfectos para las adopciones. Uno de ellos, un amigo suyo llamado Gio, y otras dos conocidas del primero, deseaban adoptar un gatito. Gio sabía que la gata de Javier había parido una camada hacía poco y se animó a preguntarle en nombre de los tres, pero él adujo que las crías aún estaban muy pequeñas para adoptarlas. No obstante, les informó que conocía a alguien que sí buscaba dar en adopción a sus gatitos. Javier le mostró a su amigo una publicación de Ellie en el “Caralibro” donde hablaba de las adopciones de los mininos. La plática entre Ellie y su sobrino se prolongó un buen rato; ella sabía que el disgusto de Steve aumentaba cada día por tener que “aguantar a tanto gato” (en sus propias palabras), así que decidió confiar ciegamente en su sobrino. Más tarde, Javier llamó a Gio con el propósito de ponerse de acuerdo y verse en la escuela para entregarle a los gatitos al día siguiente, pero le advirtió que su tía tenía una condición: debía agregarla a su red social, así como a las otras dos interesadas, para que ella pudiera revisar sus perfiles. Gio respondió: “No hay ningún problema, solo pásame su nombre para buscarla. También le comentaré a Andy y a Cheli para saber si están de acuerdo”. Poco después, Ellie aceptó las solicitudes de amistad de los futuros adoptantes. Se dedicó a stalkear a Gio, cuyas facciones lo hacían ver cansado. Era un muchacho moreno, algo flaco, de nariz muy ancha; tenía el pelo canoso y ojeras profundas. En la mayoría de sus fotos mostraba una expresión somnolienta, pero a Ellie le llamó la atención que solía aparecer con una perrita chihuahua, un extraño conejo y un pato (esas fotos eran antiguas). La tía de Javier tenía una especie de sexto sentido para detectar a las personas buenas, y a pesar de la apariencia despreocupada de las mascotas de Gio, estas lucían felices, de modo que no tuvo duda de su decisión.

Un día más tarde, Javier acudió a casa de Ellie a recoger a los mininos. Ella ya los tenía preparados en una pequeña caja con orificios a los costados. Al principio, Michi, Kiri y Fernando no hicieron ruido por estar ocupados comiendo unas croquetas. Sin embargo, al terminárselas empezaron a maullar. Javier solía tomar un autobús cerca de la pizzería para ir a la escuela, y así lo hizo en esa ocasión. Durante el trayecto, de vez en cuando abría un poco la caja para decirles cosas tiernas a los gatitos o para acariciarlos. Michi siempre le respondía con un zarpazo, pero a cada agresión el joven respondía: “No te asustes chiquita, no te haré daño”. El sobrino de Ellie era un auténtico amante de los gatos, estaba acostumbrado a recibir “cariñitos” de ese tipo. Gio le envió un mensaje para avisarle que el lugar donde se encontrarían dentro de la universidad sería uno al que apodaban “La dona”. Se trataba de un edificio redondo de tres pisos, con una arquitectura bastante peculiar. Tenía muchas mesas con bancas en el centro; este espacio estaba rodeado por jardineras y en el núcleo del recinto se hallaba una hermosa fuente de una molécula del agua (H2O). Gio estaba sentado en una mesa al lado de una jardinera, donde veía cómo los conejos que se usaban en diversos experimentos corrían con libertad y jugaban entre ellos.

Javier entró por el acceso principal que dividía en dos la primera planta del edificio; llevaba consigo la caja con los gatitos. Desde lejos le gritó a Gio: “Habemus gatitus”. Su amigo volteó a verlo y levantó la mano derecha en señal de saludo. Al llegar a la mesa, Javier colocó la caja frente a Gio; él tenía una enorme curiosidad por ver su interior. Cuando finalmente la abrió, no pudo evitar sonreír con ternura al ver a las pequeñas criaturas, dormidas, apretujadas entre sí. Javier le contó a su amigo más sobre las condiciones de Ellie y la historia de la fallida adopción de los mininos. No olvidó mencionarle que el único que no había sido adoptado en el evento era Fernando, por su color negro. Gio sintió empatía por el pequeño, volvió a mirar el interior de la caja y quedó maravillado con aquel gatito negro. Tenía gustos extravagantes y se sentía atraído por las cosas raras, los segundos lugares o los seres rechazados; de alguna forma se identificaba con ellos. Por esa razón introdujo las manos dentro de la caja y, a pesar de los ataques de Michi, alzó a Fernando, lo miró a los ojos y musitó: “Yo te elijo…”.

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