Camila D’Angelo

«Un verdadero amigo es quien te toma de la mano y te toca el corazón».

Gabriel García Márquez

Después de ocho horas de vuelo, por fin aterrizamos en Madrid. Dormí la mayoría del tiempo pero estaba estropeada y aún mi camino no terminaba. Otra vez emprendí la carrera para tomar mi siguiente vuelo con destino Milán, donde me esperaba Camila. Era un vuelo más corto, por lo que el avión era diminuto en comparación con el anterior.

Me emocionaba reencontrarme con Camila. La consideraba como una de mis mejores amigas, la que siempre había estado para mí en los momentos que más la necesité, a pesar de la distancia. Me apoyó durante la enfermedad de mi padre y me ayudó a superar su partida. Nos conocimos en Florida International University[1] cuando apenas yo tenía veintiún años y ella veinticinco. Camila era egresada de la carrera de diseño de modas y vino a Estados Unidos como estudiante de intercambio con el fin de perfeccionar su inglés. Siempre me dio la impresión de que estaba en el país huyendo de una situación personal, pero fue muy reservada con ese tema.

Nos conocimos cuando ella le daba patadas a una de las máquinas expendedoras de bebidas que se había tragado sus veinte dólares. Yo siempre le gastaba bromas diciéndole que mejor le valdría haberse ido a Inglaterra si quería aprender el idioma y no al peor lugar del mundo, ya que en Miami se hablaba español en todas partes; pero ella sólo repetía que entonces mataría dos pájaros de un tiro. Efectivamente así lo hizo, encontró la manera de dominar ambos idiomas. Yo a duras penas dominaba el inglés y unas pocas frases en español, a pesar de que mi madre era latina y desde hace un tiempo le ha dado con solo hablarme español para que no olvide la lengua materna. 

Camila era una empresaria del mundo de la moda con enorme éxito en ropa de adolescentes y jóvenes. Su empresa llamada Teen Today estaba ubicada en el centro de Milán y en la Fashion Week era una de las que mejores colecciones lanzaba al mercado en su área. Camila estaba separada de su esposo cuando la conocí, pero nunca me contó los detalles, mas que el hecho de que ella no quería tener hijos y él sí. Sin embargo, intuía que algo muy malo le había ocurrido por la forma en que evitaba hablar del tema.

Una de las cosas que más que agradaban de ella era su libertad y su entusiasmo. Admiraba su independencia y su ideal feminista; pero yo, por el contrario, sí planeaba encontrar el hombre de mi vida y tener unos cuantos hijos con él. Soy hija única y mi madre hacía varios años que estaba esperando esos nietos, aunque yo no estaba desesperada por ellos. Los nietos llegarán cuando tengan que llegar y punto.

Salí de mis pensamientos maravillada con la inmensidad del aeropuerto de Madrid. Tanto que, después de pasar migración, me tomó media hora llegar hasta mi puerta de embarque. Nunca había estado en Europa, pero ya la amaba y lo único que había visto era el gigantesco aeropuerto Adolfo Suárez.

Llegué justo cuando los pasajeros empezaban a abordar y en pocos minutos ya estaba en mi asiento abrochándome el cinturón. Estaba tan animada que las dos horas y quince minutos de vuelo se fueron rápido y sonreí cuando el capitán del avión anunció nuestra llegada a Milán. Eran las 2:05 p.m. y moría de hambre, pero mi corazón quería salir por mi boca y gritar de emoción. Sin embargo, estaba tan acostumbrada a tener un rostro inexpresivo que no conseguía hacer visible mi emoción, pero estaba feliz porque mis sueños se estaban haciendo realidad.

La caminata hacia la salida fue bastante corta y allí estaba esperándome Camila, con su habitual sonrisa. Nos abrazamos con fuerza. Ella había cambiado poco su aspecto físico. Seguía siendo la misma flaca enganchada en tacones y maquillada como para una pasarela, pero le había agregado unas luces cobrizas a su cabello negro, que le daban un toque juvenil. Sin embargo, la percibí como una mujer más madura que la que conocí tiempo atrás.

Benvenuto, querida amiga.

—¡Qué alegría verte! No has cambiado nada —le contesté con mucha emoción en mis palabras.

—Y ¿qué tal tu vuelo? Ven, déjame llevar tu maleta.

—Gracias. El vuelo fue largo, pero lo disfruté. Aún no veo nada y ya amo este lugar. Es precioso.

—Deja que te lo muestre todo. No querrás irte. —Me guiñó el ojo y añadió—: Ven conmigo, el auto está por aquí. —Juntas caminamos al lugar del estacionamiento donde estaba su Fiat Bravo gris.

Subimos a su auto y emprendimos el camino a su departamento en el centro de Milán.

—Te va a encantar este lugar. Tengo todo un itinerario de actividades para ti aquí en Italia, desde Milán hasta Roma. Mi plan es hacer que te olvides de todas tus tristezas.

—Muero de ganas de conocer Italia y muero de más ganas de salir mañana hacia Grecia.

—Sí, ya lo sé Eli, y en Grecia tú serás la guía turística. Mi hermano también está encantado por conocerla, espero hayas escogido buenos lugares.

—Cami, pero te envié el itinerario… —repliqué pensando en todo el tiempo que me tomó elaborarlo con todos los detalles que eso implicaba.

—Sí, pero tú sabes que Grecia no es mi paraíso turístico, así que te doy toda mi confianza. Sé que los lugares que escogiste serán maravillosos.

—Ahora que mencionas a tu hermano, ¿no me dijiste que llegaba hoy?

—Así es. Su vuelo llega a las 6:00 p.m. por el otro aeropuerto, el de Malpensa. Nos da tiempo ir a casa y que descanses un poco del viaje antes de ir por él.

—Yo solo necesito un baño y algo de comer. Pienso aprovechar todo lo que pueda. Luego habrá tiempo para descansar. Así que puedes llevarme a ver algo lindo en la ciudad, tal vez a conocer italianos atractivos.

—¡Ese es el espíritu, amiga! ¡Cero tristezas! Tú y yo nos vamos a divertir mucho en este verano —celebró.

Camila y yo reímos. Aunque me dio cierto temor de permitir que ella me buscara pareja puesto que se tomaba estas cosas muy en serio, ya que dentro llevaba el alma de cupido. Buscaría hasta debajo de las piedras para encontrarme un apuesto italiano que pudiera llevarme a Estados Unidos. Es cierto que quería conocer a alguien, pero realmente no estaba segura de que después de lo de Robert quería tener una persona en mi vida tan pronto. Apenas habían pasado ocho meses de nuestra ruptura. Tal vez lo que necesitaba por el momento era desinhibirme un poco y dar rienda suelta a la locura y el desenfreno, más que una relación seria.

Llegamos a su apartamento. Estaba en el tercer piso de un prestigioso edificio de estilo gótico. Era espacioso, lleno de luz y decorado elegantemente. No esperaba menos de una amante de la moda. Luego de darme un pequeño recorrido por el lugar, me llevó a una enorme habitación con una hermosa vista de la ciudad.

—Siéntete como en tu casa. El baño está al fondo y la clave del wifi es mi fecha de cumpleaños. Lo que necesites no dudes en pedirlo.

Iba a agradecerle cuando su celular sonó y al ver quién la llamaba puso cara de preocupación y sin decirme nada tomó la llamada y se alejó hablando en italiano. Se escuchaba enojada, hasta que se perdió detrás de una puerta y ya no pude escucharla.

Le di un vistazo a la habitación. Era hermosa. Parecía un hotel de cinco estrellas. La cama era enorme y frente a ella había un ventanal. Me acerqué a él y pude admirar la ciudad que se abría glamurosa bajo el cielo azul con sus edificios antiguos y modernos y sus calles llenas de vida. Verdaderamente Milán destilaba belleza, moda y pasarelas en todas las direcciones en que miraba.

Acto seguido, me quité la ropa que llevaba puesta y me metí a la ducha. Fue mientras el agua tibia recorría mi piel, cuando recordé al Adonis del aeropuerto. Lo imaginé en la ducha conmigo, su pelo negro mojado bajo el grifo, su cuerpo exquisito, sus manos aferradas a mi cintura, sus ojos miel mirándome con pasión.

Mis sentidos recordaron su aliento, su calor, su olor y la motivación que tenía entre las piernas al tenerme sobre él. Jamás un hombre había provocado tantos sentimientos en mí ¿Cómo se me pudo escapar un prospecto como él de entre las manos? Yo no soy atrevida con los tipos, pero por este me hubiera motivado a cualquier cosa en pleno aeropuerto. «Tranquilízate, Elizabeth King–López, que no es para tanto», me dije tratando de bajar la temperatura que empezaba a subirme, pero era inevitable. Cerré el agua caliente y dejé que la fría apagara mi emoción.

Terminé de bañarme y fantasear con aquel recuerdo de un dios sin nombre, me puse un jean de mezclilla que perfilaban perfectamente mi figura, una blusa rosa sin mangas y mis Converse rojos, mientras que mi pelo castaño claro caía por mi espalda con libertad. Saqué el celular de mi bolso y le introduje la clave del wifi. Una vez entró la señal, mi celular comenzó a vibrar por los mensajes y llamadas perdidas. Casi doscientos mensajes de W******p y cincuenta de ellos eran de mi madre, y los otros se repartían entre amigas, grupos y… ¿Qué veían mis ojos? Además, tenía muchos mensajes de Robert, mi ex. ¿Qué es lo que quiere? No tiene ni un ápice de vergüenza al atreverse a escribirme. Ni siquiera me molesté en abrirlos, pues no necesitaba amargarme el momento con sus estupideces. Abrí el chat con mi madre y sin leer sus alocuciones, la llamé.

—Hola mamá, ¿cómo estás?

—¡Elizabeth! —exclamó emocionada—. ¿Cómo estuvo tu vuelo? ¿Cómo llegaste? ¿Ya estás en la casa de Camila?

—Sí, sí, mom[2]. Todo ha salido a pedir de boca. No sabes lo feliz que soy. Esta ciudad es hermosa y mañana salimos para Grecia.

—¡Cuánto me alegro, hija! Te mereces este viaje.

—Bueno mamá, tengo que colgar, en un rato vamos al aeropuerto a buscar al hermano de Camila, el sacerdote que te conté.

—Está bien. Que las acompañe el padre me parece una gran idea, así las va a controlar. —Mi madre rio con gusto y no entendí si se burlaba de mí. Ella pensaba que el curita evitaría que yo hiciera alguna locura—. Dale mis saludos a los dos.

—Claro, mami. You know I’m a good girl[3]. El padre no tendrá ninguna queja de nosotras.

—Sí, claro. Como si no las conociera. Camila y tú juntas son dinamita—. Hizo una pausa y luego recordó: —Oh, querida. Debo decirte algo importante.

—¿Qué sucede, mamá?

—Es que Robert ha estado llamando a la casa. Me dijo que quería hablar contigo con urgencia y que te había dejado varios mensajes. Le dije que ya te habías ido. No sé cómo se atreve a llamar después de lo que te hizo.

Me puse de mal humor y la arruga de mi entrecejo se acentuó. ¿Qué podría querer Robert? La verdad es que no me importaba, no quería saber nada de él y me molestaba que usara a mi madre para llegar a mí.

—OK, mamá. Si vuelve a llamar dile que el avión se estrelló y que morí. No quiero ni siquiera escuchar su voz.

—¡Elizabeth! ¡Por Dios y todos sus santos! No digas eso ni de broma —exclamó un tanto alarmada y continuó—: No te preocupes. No quiero arruinarte la alegría que tienes, olvídate de él y disfruta tu viaje, cariño. Yo sabré qué le digo si vuelve a llamar.

—Gracias, mamá. Disfrutaré esta oportunidad tanto como pueda. Adiós, mami.

—Adiós querida, cuídate mucho.

Colgué la llamada y me quedé pensativa por un momento. Sentí la tentación de abrir sus mensajes, pero resistí. Robert no iba a abatirme en mis vacaciones soñadas con sus tontas excusas. Estaba segura que pensó que no me iría sin él, pero se equivocó. Guardé el celular y salí de la habitación tratando de dejar atrás el mal sabor del recuerdo de Robert. 

—Elizabeth King–López, ¿ya estás lista para conquistar a los apuestos italianos? —me preguntó Camila cuando la encontré en la sala revisando unos papeles sobre una mesa. Parecía inquieta.

—Claro, amiga, vine lista para la batalla —le contesté caminando como en una pasarela y dando un giro al llegar donde ella.

—¡Excelente! esa es la actitud —exclamó un tanto distraída con sus papeles—. Tal vez te contrato como modelo, aunque te cambiaría los Converse por tacones. —Y reímos. Yo no podía ni imaginarme siendo modelo de pasarela, ese trabajo no era para mí. Yo nací para estar frente a mentes ávidas de conocimiento.

Su celular sonó otra vez y ella contestó de inmediato. Hablaba en italiano y siguió tan molesta como antes. Me intrigaba saber qué pasaba, pero con su mano me señaló la cocina y la obedecí. Al llegar, vi en el desayunador que había dejado en una bandeja un plato con galletas, queso suizo y una botella de vino italiano. Me senté en una de las butacas, llené una copa y comí de lo que había. En unos minutos más Camila apareció por la puerta. Su cara estaba seria y preocupada, pero en cuanto me vio trató de sonreír para hacerme creer que todo estaba bien, pero no podía engañarme. Algo le ocurría y era evidente.

—¿Sucede algo? —le pregunté preocupada. Ella se sentó en la otra butaca junto a mí y se sirvió una copa de vino.

—No es nada, Eli. Soluciono algunos pendientes de la empresa, pero no te preocupes. Ahora sólo debemos pensar en lo que haremos. Así que como no estás cansada, tenemos algo de tiempo antes de ir por Cris al aeropuerto y cenar en un buen restaurante. Tal vez puedo mostrarte la Catedral, es un edificio emblemático de la ciudad y sé que te va a encantar el arte gótico. Así podré decirle a mi hermano que te enseñé algo de religión, y será lo único que te enseñe con relación a ese tema. —Una carcajada brotó desde algún recuerdo del seno familiar al que yo no tenía acceso.

Ella no era muy religiosa que digamos. Al parecer el único en la familia D’Angelo que heredó la religión de sus padres fue su hermano mayor y de seguro que él oraba por la salvación del alma de su hermanita, la famosa icono de la moda juvenil. Tal vez le pediré que me sume a sus oraciones para que pueda encontrar a mi dios griego en estos lares. 

Después de comer las galletas nos preparamos para salir. En pocos minutos estábamos frente a la imponente Catedral de Milán. Quedé impresionada con lo gigantesco que era este templo. La iglesia más grande que había visto era el Santuario de la Inmaculada Concepción en Washington D.C., que conocí en una excursión que realizamos con los estudiantes de la escuela a los museos del Smithsonian. Sin embargo, la de Milán no tenía comparación en tamaño y en belleza. Éramos hormigas junto a este edificio. 

Lamentablemente no pudimos entrar a la catedral porque ya habían cerrado sus puertas, pero con solo verla desde fuera bastó para dejarme boquiabierta. Nos tomamos algunas fotografías y alimentamos a las palomas que rogaban a los transeúntes en la plaza alguna migaja de pan o maíz.

Luego caminamos alrededor de la Catedral y nos metimos a la Galería de Víctor Manuel II o il salotto di Milano, una enorme plaza con una bóveda de vidrio por la que se apreciaba el cielo despejado. Dentro de la misma había tiendas de marcas famosas como Louis Vuitton, Prada, Christian Dior, Victoria Secret, Armani y, por supuesto, también estaba una de las tiendas de Teen Today de mi amiga Camila.

—Este lugar es hermoso. Podría estar aquí todo el día y la noche —le dije dando un giro sobre mis pies y abriendo un poco los brazos. Me sentía libre y no me daba pena que pensaran que estaba loca.

—Yo siempre lo digo, vivo en el paraíso de la moda y me encanta —contestó orgullosa de su ciudad.

Disfruté caminar por esta plaza y hubiera preferido dejar abandonado al padre en el aeropuerto y entrar a cada una de estas tiendas, pero me remordería la conciencia y Dios me castigaría por maltratar a su servidor. Así que a las 5:30 p.m. nos fuimos por él al aeropuerto.

A la velocidad a la que Camila conducía, llegamos en veintiocho minutos al aeropuerto, en un recorrido de cuarenta. Durante el trayecto, Camila recibió tres llamadas a su celular y habló todo el tiempo en italiano y malhumorada utilizando audífonos. Pude entender algunas palabras por su semejanza con el español e intuí que enfrentaba un problema en su empresa; debía ser de gravedad para que preocupara de esa manera a mi amiga y la hiciera repetir tantas groserías en una conversación.

***

26 de junio de 2018

Algún lugar sobre el Océano Atlántico

Volar no es placentero para mí, sobre todo cuando debo permanecer en un avión por muchas horas. Estoy cansado y quisiera recostar la cabeza y dormir un rato, pero me da temor hacerlo. Las pesadillas aún no han mermado y no quiero asustar a las personas que están a mi alrededor.

Recuerdo ese día como si hubiese sido ayer y aún me perturba, a pesar de los esfuerzos de la terapeuta. «No lo superarás de un momento a otro», me dijo la última vez que la vi. Cierro los ojos y sigo viendo a la niña entre mis brazos, mis manos manchadas de sangre, escucho los gritos y la ira rompiendo mi pecho. Tal vez con el tiempo sienta algún tipo de tranquilidad, pero lo ocurrido ese día me perseguirá por el resto de mi vida. Siempre me pregunto si me equivoqué, si debí haber actuado de manera diferente para evitar todo el daño que ocasioné.

Aún no me siento listo para dar la cara a mis seres queridos y contarles mi experiencia. Por el momento, trataré de comportarme como la persona alegre que recuerdan, aunque esté herido. Sé que no será fácil y me molesta mentirles así, aunque preferiría que jamás se enteraran. Sin embargo, soy consciente de que tarde o temprano tendré que contarles la verdad y prepararlos para las decisiones que debo tomar.

[1] Universidad Internacional de la Florida.

[2] Inglés: Mami.

[3] Inglés: Tú sabes que soy una chica buena.

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