Capítulo III

Un ruido en la distancia me alertó, pero el cansancio era tan grande que volví a sumirme en mi sueño, el calor que sentía en mi espalda era reconfortante. Me apegué más a la fuente de calor, pero el ruido se hizo más insistente y abrí los ojos sobresaltada. Me tomó varios segundos darme cuenta lo que pasaba. Recordé haberme metido en la bolsa y cerrarla, pero ahora, por alguna extraña razón, la bolsa estaba más grande y a mi espalda estaba ¡Adam! Él continuaba durmiendo. Parecía muy joven, a pesar de la barba incipiente que se asomaba en su rostro.

De repente, la puerta del cuarto se abre estrepitosamente, en el umbral está la señora Mariana con un b**e en la mano. Su expresión cambia cuando nos reconoce, eso hubiera sido gracioso en otras circunstancias, pero en ese momento me sentí como sorprendida en una travesura. Yo me incorporo rápidamente, pero Adam apenas se mueve.

—¡Vaya, pues yo nunca lo hubiera imaginado! La señorita Gea… y el señor Adam… —la señora Mariana hizo un gesto de desaprobación—. Cuando vi esos dos coches parados allá afuera, pensé que eran unos intrusos, nunca pensé… —su gesto se hizo más ceñudo y yo no sabía cómo le iba a explicar la larga y complicada historia.

Pateo a Adam con fuerza. Él nos metió en ese lío, ahora que su brillante mente de tiburón mercantil nos debe sacar de este atolladero. Lo volví a patear más fuerte y apenas abrió los ojos, murmurando una protesta.

—¡Pero que…! —se sentó de golpe mostrando su espectacular torso desnudo, demasiado trabajado para ser una persona que siempre está detrás de un escritorio.

—La señora Mariana, quiere saber qué hacemos aquí, Adam —le digo.

—Ah… —la situación parecía divertirle, aunque su expresión no mostraba nada—. Pues…

—No soy quien, para juzgarlos, señor Adam, pero sabe que debo comunicarles a sus padres lo que pase en la casa —dice con voz de decepción.

—Sí. Pues mire, señora Mariana, la señorita Gea y yo… nos vamos a casar… y como es muy sentimental, quiso que viniéramos aquí, al lugar donde nos enamoramos. Usted sabe cómo son las mujeres…

¡Pero que carajos!

¿Cómo se atrevía a hacerme eso? Sentía como la sangre me hervía de rabia. ¿Por qué no le dijo la verdad?

—Llegamos muy cansados anoche, y aunque papá me comentó el daño del techo, no me imaginé que fuera tanto, solo esta habitación estaba más o menos aceptable para pasar la noche …

—Sí, su papá ya estaba buscando quien reparara el techo, pero… —continuo la señora Mariana—, me hubieran avisado que iban a venir y les hubiera informado de la situación, ahora que ustedes piensan casarse, me imagino que no está mal que se hayan quedado aquí, así…, aunque no es lo que hubiera esperado de usted señorita Gea… Me voy para que se puedan levantar. Me imagino que querrán volver a Honolulu una vez que hayan desayunado algo.

En el instante en que la señora salió, me volví furiosa hacia Adam.

—Otra que vive en el siglo pasado —susurro mientras me levanto furiosa—, ¿será que estoy en un jodido túnel del tiempo?

Sé que Adam escuchó mi susurro, pues no puede contener la risa, cosa que a mí me molesta aún más.

—¿Qué diablos te hizo decirle que nos vamos a casar? —lo increpé furiosa—. ¿Por qué no le dijiste la verdad?

—Porque con lo conservadora que es, jamás nos creería. Además, les diría inmediatamente a mis padres lo de Valery, y me creas o no, no quiero alarmarlos aún. A pesar de todo, me parece que reaccioné muy bien, dadas las circunstancias. Muy bien en verdad… —agregó pensativo.

—¡Tú sabes lo chismosa que es! Para esta noche toda Hawái estará enterada —le reclamé indignada.

—¿Y qué con ello? —observé una expresión de ira en su rostro—, pudo haber sido peor. Pude no haber dicho nada, y que pensara que vivíamos una aventura ilícita y en vez de ello me porté respetablemente y…

—¡Le mentiste!, ¡ahora va a tener una impresión totalmente falsa de nuestra relación! —lo interrumpí furiosa.

—¿Y qué hay de malo? Si lo que te molesta es que tu novio se entere, yo me encargaré de explicárselo. —me dice sin reparo

—No es eso —le digo cortante—. No me gusta que me enreden en ningún tipo de engaño.

—Por supuesto —dice con sarcasmo—, el hecho que estemos aquí. ¿no es producto de un engaño Gea?, ¿de una mentira para cubrir a Valery?, ¿no es eso engañar? —insistió él, con malicia.

Quise golpearlo, pero él se hizo hacia atrás y me di cuenta que lo único que llevaba puesto era una franelilla que marcaba el contorno de mis senos. No sabía cómo hacer para cubrirme.

—Ahora… —le dije con amargura tratando inútilmente de cubrir mis pechos—, cuando yo me acosté anoche, estaba sola en mi saco de dormir.

—Cierto… durante la noche me despertaste y te quejaste de que tenías muchísimo frío y te me pegaste. La única forma que tuve para mantenerte callada, fue hacer una sola bolsa de las dos.

Iba a protestar cuando recordé el sueño de la nieve y me quedé muda, deseando que mi subconsciente no me haya jugado sucio.

—¡Gea, por dios, no hagas un escándalo de esto!, ¡no tienes por qué alarmarte! —me dice seriamente—. Desde ayer estas recordándome que estamos en el siglo veintiuno. Cualquiera diría que ésta es la primera vez que te acuestas con un hombre.

Se hizo un silencio incómodo…

El que lo haya dicho restándole importancia me hizo sentir mal, pero no reaccioné de forma alguna por miedo a que se diera cuenta que en efecto así era, pues eso de ser virgen a los veinticuatro años de edad, era mi secreto mejor guardado. Lo malo es que mientras más tiempo pasara en mi estado virginal, más difícil era deshacerme de él.

—Usa tú el baño primero, mientras yo bajaré a tranquilizar a la señora Mariana.

—¿La tranquilizarás con más mentiras, Adam? —le contesté furiosa.

Adam se levantó sin pudor alguno, era demasiado seguro de sí mismo, y no le importó que viera su desnudez. Me quedé contemplando su espalda ancha y su cintura estrecha, lo plano de su vientre, sus piernas largas, musculosas y el contorno de su bien delineado trasero. Era el cuerpo de todo un hombre. Mi estómago se encogió y sentí mariposas revolotear en mi interior. Lo observé mientras recogía su ropa. Era obvio que para él esa intimidad era común, mientras que a mí me ha causado una gran impresión, como la tonta chica virgen.

—¿Te gusta lo que ves Gea? —dice con marcada ironía—. No tienes de qué preocuparte —me aseguró en forma seca mientras se alejaba—. Mirar no te hace infiel.

Menos mal que se creyó que tengo una relación con Steve, pues de otra forma… «de otra forma nada», me reprendí, y sólo hasta que bajó pude moverme y decidí salir de la bolsa para vestirme.

Entre contestar las preguntas de la señora Mariana y su insistencia para que tomáramos un buen desayuno, se nos pasó más de una hora. Si se preguntaba porque estábamos en coches separados no lo dijo, si hubiera sido así me imagino a Adam con una enorme lista de engaños y mentiras preparadas para decir. Al despedirnos, Adam toma mi mano, pero yo traté de soltarme rápidamente, con lo que él me la aprieta más mientras me dice:

—Estamos locamente enamorados. ¿Recuerdas?

—No puedo hacer algo en lo que no me veo ni remotamente reflejada—respondí cortante.

—¿En serio? ¡Me sorprendes! ¿Eres tú la misma Gea que solía seguir cada uno de mis movimientos con ojos llenos de amor?

—¡Imbécil…! —le susurré furiosa, quería golpearlo, ¿cómo se atrevía a echarme en cara mi enamoramiento juvenil? Me di la vuelta rápidamente para ir hasta el carro, lo que hizo que tropezara y perdiera el equilibrio, pero el brazo de Adam me agarró rápidamente, me sostuvo, me haló para que no cayera y me apretó contra él. Nuestros cuerpos quedaron muy juntos, su mirada se posó en mi boca, mi respiración se aceleró, me llené de un pánico irrazonable y lo empujé con fuerza.

—¡No te comportes como una adolescente idiota! —me susurra mientras sus brazos me retienen contra su cuerpo—. Aun la señora Mariana nos está viendo desde la ventana.

Miré por encima de su hombro, en efecto estaba en la ventana, escondida entre las cortinas, creía que o nos íbamos a dar cuenta.

—¿Aún está en la ventana? —pregunta cerca de mi oído.

Yo solo asiento.

—Perfecto, esto la convencerá que no pasa nada.

Antes que pudiera reaccionar, me besó en los labios, con una ardiente sensualidad que me jamás en vida había experimentado. Así como empezó, terminó, lo que me dejó aún más descolocada de lo que ya estaba.

—¡Pobre Gea! —me dice en tono burlón mientras se separa de mi—. No es tu día, ¿verdad? No te preocupes. Estoy seguro que tu amorcito te espera en el apartamento para darte una calurosa bienvenida. ¿Hace mucho que lo conoces?

La pregunta me hace enojar, ¿cómo puede reaccionar así luego de ese beso? Su reacción me hizo actuar dela forma menos apropiada posible para alguien supuestamente adulta y moderna como yo quería hacer ver.

—No algo que te incumba —le contesté furiosa—. Yo no te hago preguntas acerca de tu vida privada, ¿o sí?

—¿Te gustaría hacerlo? ¿Qué quieres saber?

Lo miro con mucha rabia, mientras que prácticamente corro y pongo en marcha el Corvette, pensé en lo exasperante que era Adam y en lo furiosa que me ponía cada vez que estaba cerca de él.

¿Qué había en él que me llenaba tanto de ira? Todo él, pensé, pero más allá de eso, el beso que me acaba de dar me dejó fuera de foco, lo peor es que me gustó y respondí.

Pensando en frío, llegue a la conclusión que el enojo me protegió de decir algo más sobre mi enamoramiento juvenil. Lo inesperado fue el hecho que él sabía y esperó todos estos años para sacármelo en cara, ¡Muy típico de él!

El estar cerca de sus labios hoy, me recordó el día que cumplí dieciocho años, e intentó besarme, pero entonces mi orgullo de mujer no lo permitió y esquivé sus labios y el beso sólo rozó mi mejilla.

—¿No? —me preguntó con sarcasmo—. ¡Tú te lo pierdes! —me dijo, dándome la espalda y alejándose sin más.

Con horror pienso que, aunque de mil y una forma no es lo correcto, aunque sea la peor sensación del mundo, ese enamoramiento juvenil no ha pasado, ese beso de hoy lo reforzó.

Llegué a Honolulu sin darme cuenta, venía enfrascada en mis pensamientos y en ese descubrimiento de mis sentimientos por Adam. Fui enseguida para devolverle las llaves a Steve y darle las gracias por haberme ayudado

—¿Salió todo bien? —fue lo único que me preguntó al ver mi cara.

Simplemente asentí.

—Salgamos a cenar esta noche y así me lo agradeces como es debido —me dice con voz pícara.

Lo miro sorprendida, aunque estaba del mismo humor que siempre, había algo en él que no estaba bien, además estaba el beso que me dio delante de Adam, creo que era preciso aclarar ciertas cosas, o simplemente necesitaba una amiga, que se yo, quizás a mí también me convenía tener alguien con quien hablar.

—¿Pasa algo, Steve?

—Puede ser —me contesta—, pero prefiero hablarlo en la cena, ¿Aceptas?

—Está bien Steve —le digo—, nos vemos a las ocho en punto.

No tenía muchas ganas de salir. Primero por la experiencia traumática que fue el viaje a Waimanalu y segundo, porque estaba ansiosa por saber de Valery y esperaba que ella me llamara, y tercero quizás por cobarde y tener que escuchar algo que me hiciera sentir incómoda con Steve.

¿En dónde diablos estará Valery? ¿Su egoísmo no la dejó ver más allá de sus intenciones mezquinas y ver en el problema que me metía?

Justo a las ocho Steve pasó por mí, el restaurante donde fuimos era nuevo.

—Me han dicho que aquí la comida es excelente —me explicó Steve cuando llegamos

En efecto, era exquisita, aunque Steve ni la tocó, lo que hizo fue jugar con la comida. Lo observé detenidamente y vi que había perdido peso. Llegamos al postre y aun no me había dicho nada relevante, la conversación que tuvimos durante la cena, aunque divertida era banal. Al fin se decidió y me dijo:

—Esto no funciona —y apartó su plato—. Vámonos a casa, ¿te parece?

Cuando salíamos veo entrando a Adam, quien venía muy bien acompañado. Me tensé al verlo, y mis mejillas se tintaron de rojo de la rabia que me produjo verlo del brazo de una rubia esbelta y hermosa que lo agarraba como si temía que se le escapara.

—¿Se van tan pronto? —inquirió él con cierta ironía.

—Sí, fue una cena excelente, y el sitio es espectacular, pero ya queremos irnos, ¿verdad, mi amor? —dije, en una reacción instintiva y rápida, producto de su risa burlona y la mirada indiferente de su compañera, aproveché para agarrar la mano de Steve, mientras lo miraba a los ojos con adoración.

Nos despedimos sin agregar más palabras, pero a Steve no se le pudo pasar por alto mi actitud.

—¿A que vino eso? —me preguntó Steve una vez que nos alejamos.

—Es una historia muy larga de contar —afirmé con desgano.

—En todo el tiempo que tengo de conocerte, es la primera vez que te veo con una reacción humana —el sarcasmo en su voz era evidente—, estaba pensado que me iba a pasar como una serie de televisión viejísima que se llamaba “mi amigo el extraterrestre” —suelta una sonora carcajada—. Por cierto, ¿no era ese el hermano de Val?

—Si….

—Humm… las causalidades vienen en grupo de tres…, primero en el apartamento… ahora en el restaurante…, ¿Dónde se nos cruzará la próxima vez?

—¿Desde cuando eres supersticioso? —ataqué para ocultar mi sonrojo.

—Llámame loco, supersticioso o lo que sea, pero ese tipo tiene un no sé qué extraño, una vibra rara, y por el color de tu cara, también una historia contigo.

—Él no significa nada para mí, Steve —le dije—. Es el hermano de Val, lo conozco desde la infancia, eso es todo.

—¿Y por eso actuaste en esa forma en el restaurante? Vamos, Gea, te conozco bien…

—¡Está bien! —alzo la voz resignada—. Hace años estuve muy enamorada de él. Pero de eso hace años… —¿realmente salió esa confesión de mi boca?

—Reconocí a la mujer que iba con él, claro —continuó Steve, y me dijo el nombre de la mujer que lo acompañaba. Supe inmediatamente que era la mujer con la que Valery me comentó que andaba Adam, una súper modelo de lencería muy famosa.

—Yo no sé nada de su vida privada, Steve. Como ya te dije, él no es más que el hermano de Val.

—Hagamos un trato Gea, yo te cuento lo que me pasa sin tapujos y tú haces lo mismo, una especie de terapia, lamernos las heridas y curarnos en un solo tiempo. Vamos te invito una copa en el apartamento.

Y así lo hicimos, en el apartamento de Steve, con una gran botella de Merlot. Desahogarme con Steve me hizo comprender muchas cosas…

Era tarde cuando nos despedimos y yo caí profundamente dormida.

Adam

Nunca me había sentido impactado por un simple beso, aunque de simple no tuvo nada, sentir la pasión de Gea, aunque fuera por un breve instante, me estremeció. Ver como salía corriendo hacia su auto, me indicó que ella también se vio afectada.

Se alejó de mi sin que pudiera hacer nada, pasado unos minutos hago lo mismo, me pongo en marcha con la cabeza hecha un lio, el camino me sirve para poner en orden mis pensamientos, me siento desconcertado, aunque no entiendo porque, siempre supe de los sentimientos de Gea por mí. Pero respetaba demasiado los nexos entre las familias como para intentar algo, aunque una vez quise hacerlo y ella me rechazó, quizás en ese momento fue lo mejor, pero ahora…, luego de haber probado sus labios…

«La boca de un ángel..., contra la lengua de un demonio».

Debo olvidarme, no tengo nada que ofrecerle, solo sufrimiento…

Casi sin darme cuenta y con la cabeza embotada de tanto pensar, llego directo a mi oficina, nadie se atreverá a hacer un comentario acerca de mi atuendo informal, mi secretaria me da los mensajes e informes que había solicitado sobre la nueva adquisición de hoteles en San Francisco, un acuerdo algo complicado con un empresario demasiado conservador, justo ese hotel fue el primero con el que empezó y le tenía un cariño especial, según me haba comentado en la primera reunión,  su esposa y él lo habían atendido personalmente durante años, mientras su familia crecía, estaba en un lugar privilegiado, sin embargo, un accidente de tránsito le quitó a su único hijo y recientemente su esposa había perdido la batalla contra el cáncer.

Estaba decidido a vender, y yo a comprar, sin embargo, él tenía sus condiciones…

Y quizás, solo quizás, pudiera aprovechar la situación en la que me encontraba en estos momentos, definitivamente hay cosas ocultas a plena vista…

El sonido de mi celular interrumpe mis pensamientos, contesto sin ver.

—Cole —respondo.

—Tenemos una pista —dice sin más mi interlocutor.

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