V. La prisionera

Corrió de vuelta a la cabaña sin importarle los llamados de Liz. Apretaba con fuerza la hoja entre sus manos mientras lágrimas caían por sus mejillas.

Su hermana.

Había encontrado una pista de su hermana y por extraño que pareciera tenía un mal presentimiento.

—Ella debe estar viva —tomo asiento en su cama repitiéndose aquella palabra una y otra vez

De pronto a su mente llego la imagen del rey y su corazón palpito con fuerza.

Un extraño sentimiento la invadía.

—Lucia ¿qué te pasa? —se puso de pie observando a Liz ingresar a la cabaña luciendo su cabellera empolvada

—Nada —negó suavemente

—¿Segura?, —Lucia agacho la cabeza— ¿podrías contarme? —y en ese instante la pequeña humana empezó a sollozar. Liz la abrazo tratando de calmar los sollozos de su compañera— Tranquila —susurro suavemente

A Lucia le dolía el corazón, no quería pensar que su hermana yacía muerta. Se negaba a creer eso. Ella tenía que estar viva. Tanto tiempo esperando para llegar al reino de los lobos y una pista destruye parte de sus esperanzas.  Necesitaba encontrarla.

La tarde llego con un tono sombrío, el joven rey observaba desde su balcón el cielo y no podía evitar pensar en su compañera.

Las ganas que tenia de abrazarla, besarla y ver nuevamente su rostro.

Ese aroma envolvía sus fosas nasales. Era imposible no dejar de pensar en ella, pero no podía atreverse a lastimarla y luego morir dejándola entre el caos. Aunque su corazón pidiera a gritos que no la alejara Kant debía hacerlo.

—Por su bien —susurro observando el sol ocultarse a la lejanía, como el cielo se teñía de un suave color rojo y daba paso a la noche iluminada por la luna

Su niñez golpeo su mente con fuerza, las palabras de su padre y los cálidos abrazos de su madre. Como extrañaba esos momentos donde todos tomaban asiento en la sala y su padre narraba sus batallas, un joven Kant observaba aquello con admiración imaginándose el día que defienda su reino con aquella valentía, pero luego de tres años sus padres murieron en una batalla y como Kant era el primer hijo a los 14 años tuvo que ser coronado como rey. Fue difícil, pero se mantuvo fuerte.

Ahora poseía veintitrés años y su vida estaba acabando. Aquel veneno ingreso a su cuerpo tras recibir un ataque en manos de cazadores y su atacante yacía encerrado en las mazmorras esperando su condena.

No hablaba.

No decía cuál era el nombre de aquel veneno.

Ni la cura.

Porque el atacante posiblemente tenía conocimiento sobre la cura o simplemente escogió un veneno sin cura. Kant prefería visitar a su atacante esperando a que pronunciara alguna palabra, pero solo se mantenía con la cabeza agachada en completo silencio, hace ya menos de un año que sus gritos de auxilio disminuyeron rindiéndose por completo. En completo silencio se adentró a las mazmorras sintiendo un aroma putrefacto invadir sus fosas nasales, cubrió su nariz con su mano y observo entre la oscuridad los cabellos negros de su prisionera.

Porque era una mujer la que deseaba asesinarlo y estaba por lograrlo.

—Sería fácil si nunca me hubieras atacado —susurro fríamente el joven rey

Ella alzo su rostro, sus mejillas lucían rojas mientras que algunas manchas de barro yacían impregnadas ahí. La palidez en su rostro también se ponía notar, sus labios lucían resecos porque ella se negaba a beber agua de crueles bestias, muchas veces tenían que obligarla.

Mientras que ella siempre respondía “Aunque me mantengan con vida nunca diré la cura.”

Ante el silencio y la fulminante mirada de su prisionera el joven rey solo pudo soltar un suspiro.

—¿Nunca dirás nada? —ella sonrió de lado

—Me gusta verte sufrir. —susurro con alegría— ¿A qué viniste? —volvió agachar la cabeza, sus manos y sus pies yacían sostenidas por grandes cadenas de plata. Formo una mueca de dolor en sus labios al ver como su muñeca lucia roja por la opresión de la cadena

—Ya no insistiré, sé que debo morir y lo hare. Pero antes dime ¿tienes familia? —y ella con dolor apretó sus labios, un nudo se formó en su garganta y con dificultad trato de contenerlo

—¿Para qué? —pregunto bruscamente

—Tengo un trato para ti —ella al escuchar aquellas palabras alzo su rostro con curiosidad

—¿Trato?, ¿la gran bestia tiene un trato para mí? —pregunto con burla

—Sé que tienes familia, se nota en tu mirada. —ella guardo silencio fulminando al joven rey con la mirada— Mi hermana obtendrá el trono después de mi muerte y no deseo verla sufrir. Así que sales libre si entrenas a mi hermana ¿trato? —ella no contesto— Di algo

—¿Por qué debería ayudar a una asquerosa bestia? —este sonrió— No tengo ganas de ayudarte

—Entonces no veras a tu hermana —el joven rey giro su cuerpo saliendo de la celda, la prisionera lo observo asustada y enojada

—¿Qué dijiste? —pregunto con nerviosismo, el joven rey se mantenía de espaldas

—Sé que tienes una hermana, si deseas volver a verla entrena a mi hermana y enséñale a pelear. Entonces luego volverás con tu amada hermana, tú decides. —cerro la celda y espero unos segundos, pero la prisionera siguió en silencio con todo el miedo instalándose en su ser— Tienes hasta mañana al medio día, no lo olvides, Magnolia

Magnolia lo escucho alejarse y sintió como todo su mundo se derrumbaba.

Su hermana.

Esa bestia no podía tocar a su hermana.

—No pueden lastimarte, —una lágrima traicionera bajo por su mejilla— pero te extraño

Mientras muchos dormían ella sollozaba.

¿Qué decisión tomaría?

Ni ella misma lo sabía.

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