Mis invitados.

Después de quedarse observando a Ana con cierto interés, le extendió el vestido.  

— Puedes usar esto. Después iremos más tarde a comprar algo de ropa.  

— La mujer de antes está lavando nuestra ropa, podemos seguir usando esa. — Ana observó el vestido, solo de mirarlo sabía que no le gustaría ni le quedaría bien, aunque cualquier ropa le quedaría mejor que la que ella había llevado puesta.   

— Ya esa está para tirar. ¿Te molesta si les compro algo de ropa ?  

— Ropa, ropa. Yo quiero unos pantalones y unos calzoncillos. ¡Que sean rojos ! Me gusta el rojo. ¿También puedes comprarme unos zapatos?

 — ¡Tom! Ya deja de pedir cosas, no está bien, todo tiene un precio y nosotros nos tenemos dinero.  

— Ya te lo dije antes, no tienes que pagar por nada ni me deberás nada. Lo hago porque quiero, no porque luego tengas que pagarme nada.  

— No confío en ti. No quiero aceptar tus cosas, solo estamos aquí para que Tom sea curado. Cuando él esté sano, nos iremos.  

— No tienes que hacerlo, eso es algo que se gana, no se puede comprar ni forzar la confianza.        

— Tu me inquietas. Te robo la cartera, no me sigues, vuelves al otro día y me persigues, me llevas al hospital y vuelves a seguirme. Ahora me estoy quedando en tu casa. ¿Que sigue ? ¿Casarme contigo?  

— Eso se verá con el tiempo. — Contestó Jake en tono serio, aunque al cabo de unos segundos dejó escapar una risita por la cara que ella tenía después de escuchar sus palabras. — Tampoco podemos decir que no pasará. Volveré en unos minutos cuando te hayas vestido.  

Ana se quedó algo asombrada con su respuesta, a tal punto que no pudo contestar nada.  

Entró al baño lujoso, también le asombraba ver lo limpia que estaba ella, pensar que toda la suciedad se quitaría con un solo baño, no reconocía mucho su cara al espejo y lo lindo que era su pelo, estaba largo y sin nada de nudos o cosas pegadas a el, olía muy bien y le hacía tener un mejor aspecto.  

Se sentía linda.  

Cuando se puso el vestido, casi toda la piel le quedaba expuesta. Sus pechos se sentían muy apretados debajo de aquella tela, ajustaba mucho su casi esquelética cintura dejaba fuera sus delgadas piernas. No le gustaba para nada. Ella prefería que su cuerpo no llamara la más mínima atención, se movía en un ambiente donde valía más pasar desapercibido que despertar el interés de algún depravado. Las calles no eran ningún lugar seguro, menos para una mujer y un niño.  Salió del baño refunfuñando un poco por la ropa que llevaba.  

Jake tocó la puerta.  

— No me gusta. Es... No lo sé, se siente raro. — dijo, cuando Jake entró a la habitación.   

— Podemos ir ahora a comprar ropa, no tengo otra cosa que hacer y no hay nada más que puedas usar. ¿Qué opinas? Así te sentirás más cómoda, pasamos el día de compras.  

— No lo se, decide tú.  

— Mientras más rápido lo hagamos, más rápido se sentirán cómodos. No perdamos tiempo. Ya he hecho unas llamadas y a primera hora tenemos una cita para Tom, un amigo se encargará de atenderlo. Es mejor comprarle ropa ahora y mañana que esté listo para su cita. 

— Entonces bien, salgamos de aquí.  

— No tienes nada que ponerte en tus pies, no puedes ir descalza. — Jake miró los pies descalzos de Ana, ella aunque no andaba descalza por decisión propia, no podía decir que le incomodara el estarlo.  

— Vine descalza, no pasa nada.  

— Esta bien.  

Ana tomó la mano de Tom y bajaron las escaleras siguiendo a Jake.  

— ¡Hijo, ven un momento! — Gritó su madre desde el comedor cuando escuchó a su hijo cruzar por el salón.  

— Te presentaré a mis padres. — Le dijo a Ana, al tiempo que se dirigían al gran comedor. El olor que provenía de allí era muy delicioso, muy apetitoso. — Quiero presentarles a mis dos invitados. — Ellos estaban parados en la entrada del comedor al lado de Jake. Ana sujetó la mano de Tom y lo acercó a ella, aquellas personas no la intimidaban ni un poco pero era extraño estar en su casa. — Ella es mi madre, ese es mi padre y ella es Sam. Mamá, papá ella es Ana y el pequeñín es Tom. Ellos dos serán mis invitados por un tiempo indefinido.  

Sam se quedó algo anonadada mirando la mujer de pie con su vestido puesto, cabello húmedo y pies descalzo y al niño que permanecía junto a ella de aspecto algo raro.  

— Es un placer. — Dijo su madre, sin encontrar algo más que añadir.  

Su padre solo sonrió.  

— Bien, nosotros nos vamos a comprar algunas cosas, volveremos antes de la cena.  

— Espera, Jake. — Sam se puso de pie sin haber terminado de comer. — Voy contigo.  

No le hacía gracia la presencia de aquella mujer y tenía que averiguar qué relación tenía con Jake como para que él la invitara a casa para quedarse cuando todos sabían que Jake era de muy pocos amigos y cuando decían pocos, realmente era nada.  

— No hace falta, solo iremos nosotros.  

Sam se quedó inmóvil de pie al ser rechazada. El viaje en el coche estuvo algo silencioso, Tom era el único que de vez en cuando hacía algunas preguntas.  

Cuando llegaron al centro comercial, lo primero que hizo Jake fue detenerse en una tienda de calzados que quedaba justo entre las primeras del centro comercial.  

— Jake, no veo zapatos que me sirvan a mi.  

— Es que este es solo para mamá, después iremos a un tienda que habrán muchos zapatos para ti. — Jake sentó al niño en un pequeño sillón y comenzó a mirar zapatos para Ana. — Ven, mirémoslos juntos. ¿Cual te gusta?  

— Algo cómodo, que pueda correr con ellos, que no me molesten si los tengo puestos todo el día pero también que me sirvan para invierno. Que si se mojan no sean tan molestos. ¿Hay algo como eso?  

— Has descrito muchos zapatos.  

— Pero quiero todo eso en uno, no puedo tener tantos zapatos.  

— ¿Cual es el que más te hace falta?  

— Cómodos y que pueda correr. ¿Puede ser uno de los que traías en la mañana ? Me alcanzaste al momento.  

— Pero eso no era por los zapatos.  

— Entonces... ¿por qué?  

— Porque me ejercito y mi cuerpo está en forma. 

— Presumido. — dijo ella, dándole la espalda.

— Pero si quieres correr pueden gustarte unas zapatillas deportivas. Vamos a ver estas. — Jake comenzó a mostrarle diferentes zapatillas de correr, pero ningunas eran de su agrado, pues tenían muchos colores y formas demasiados complejas. — Aún no te decides, ¿por qué no eliges una y al menos te las pruebas? Cuando te las veas en los pies, sabras si te gustan o no.   

— Esta bien. — Ana se dirigió a la más sencilla, menos colorida y normal de todas las que habían. Esas le gustaban, tomó más o menos el número de talla que era ella y se sentó junto a Tom, cuando miró la etiqueta con el precio que tenía dentro del zapato, lo soltó, tomó a Tom entre brazos y salió de allí. — Nos vamos.  

— ¡Espera! Ana. — Jake salió disparado detrás de ella, no entendía que pasaba ni porqué ella salía de esa manera. — ¿Que ha pasado? — Le preguntó cuando la alcanzó. Estaban llamando la atención de muchas personas allí.  

— ¿Estas loco? ¿Como me vas a comprar unos zapatos de doscientos euros?  

— Ana, detente. — Se colocó delante de ella impidiéndole seguir. — Podemos comprar los zapatos del precio que quieras, pero déjame comprarte unos zapatos.  

— ¿Como voy aceptar unos zapatos que valen toda mi comida de un mes? Tal vez más.  

— Esta bien, entiendo lo que dices. Son muy caros, pero entonces compremos otros zapatos, no tienen que ser esos, no tienen que ser de ese precio. ¡Pero déjame comprarte unos zapatos! 

— Esta bien, yo también te  entiendo. Quieres ayudarnos, quieres que Tom esté bien pero mírate, te da vergüenza que te vean con alguien como yo, descalza, toda mal vestida y algo esquelética. Estoy aquí porque no quiero ser egoísta con Tom, no quiero que mañana me arrepienta de no haber hecho todo y hasta lo imposible por ayudarlo, si hago esto es por el. No quiero tus regalos caros, tus ropas caras o zapatos raros. No me interesa tu vida ostentosa y tu lujosa mansión, para vivir de limosnas prefiero robar. Tom y yo nos vamos. Recógeme mañana en el puesto del periódico para ir a la consulta o simplemente dame la dirección, podremos llegar. Ya no tendrás que ver mis pies descalzos.  

— Ana, espera. — Tomó su brazo con firmeza, ahora haciéndola girar en su dirección. — Si quieres quédate descalza, viste la ropa que trajiste o incluso si es desnuda como te siente cómoda, pero no regreses allí, no solo hago esto por Tom, también lo hago por ti. No quiero que ese tal Robert te siga utilizando, sé que no me conoces de nada, tampoco te conozco de nada, pero siento hacer esto y quiero hacerlo. No le busques lógica que no se la vas a encontrar, te he presionado mucho el día de hoy, todo ha sido muy repentino, lo lamento. Vayamos a casa. Por favor, sigue siendo mi invitada en casa, no regreses allí. No me molesta en lo más mínimo ver tus pies descalzos, pero pienso en la manera en la que corría ayer y también está mañana y me hace preguntarme cuántas veces tienes que correr al día o escapar de alguien con los pies desnudos, solo quiero que calces algo cómodo para cuando necesites volver a escapar de alguien. Solo eso.      

Aunque Ana se sentía muy irritada, más por las miradas que tenía encima que por Jake, la idea de volver con Robert y recibir las visitas en las noches de los hombres que él enviaba, le asqueaba mucho y sabía que más de una persona la había visto irse con Jake. Era seguro que allí no podría regresar, de hacerlo tenía asegurada una paliza y una que otras barbaridades.  

—  Esperaremos aquí. Elige unos zapatos, los que sean, número ocho y de colores discretos.  

Jake sonrió sintiéndose más conforme con la respuesta. Entró de prisa nuevamente a la tienda de zapatos y eligió los que ella había tenía en manos unos segundos antes. 

— Muy bien, estos son perfectos. — Ana hizo una mueca al recordar el precio de los zapatos. Jake se agachó frente a ella para colocárselos. Desató los cordones y los abrió un poco para facilitar el deslice del pie de ella. — Levanta el pie derecho. — Y así ella lo hizo, él tomó su pie derecho en su mano, la piel se sentía muy gruesa y pudo notar en ella incontables marcas de heridas. Cuando ella levantó el pie izquierdo, este estaba igual. Muy maltratados. — ¿Son cómodos?  

— Gracias, son muy cómodos. — Comenzó a caminar de un lado a otro acostumbrándose otra vez a tener sus pies encerrados.  

Después de un poco de insistencia, Ana accedió a comprarle algo de ropa y zapatos a Tom. Se podía notar la felicidad en el rostro del niño y como su mirada se perdía entre tantos colores y diseños de las ropas de niños. Eligió unos hermosos zapatos rojos y ropa de igual color.

Realmente le encantaba  el color rojo. 

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