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    No obstante Charley, que no tenía ni la más mínima idea de lo anterior expuesto, no podía evitar el comenzar a trabajar junto a su padre y a su hermano cuando cumpliera los trece años. Él pertenecía al grupo con menos suerte de todos, los que trabajaban en las minas por pura tradición familiar, sin poder escoger ni protestar, no porque no tuviesen una opinión propia al respecto, sino porque no conocían otra cosa. Para ellos ese era flujo natural de la vida. Si naces en un lugar donde hay guerra, asumes que dado el momento, tú también tendrás que tomar un arma y luchar contra un enemigo que ni conoces, en una pelea que no entiendes. Si naces en un pueblo pesquero, terminas pescando antes de aprender a correr. Si naces en la realeza, rodeado de lujo y buena comida, creces pensando que lo más natural del mundo es vivir sin hacer otra cosa que gastar dinero en todo lo que te gusta sin pensar de dónde salió.

    Por el momento, la vida de Charley se limitaba a pasar hambre durante el día, a disimularla con un poco de pan viejo y a esperar a su padre con la cena. Su principal y casi única distracción era ver a Andy recolectar cuerpos destrozados y prenderles fuego antes de enterrarlos, o mirarlo cazar palomitas y gorriones con su magnífica trampa, que consistía en una caja de madera, una cuerda, un palito y unas migajas de pan. Un buen día Charley se decidió a imitarlo. Para eso tuvo que alejarse un poco de la casa, pues el viejo no permitía competencia en su negocio. El pedazo de pan diario fue sacrificado en pos del nuevo experimento. Falló un par de veces, pero él era paciente por naturaleza y calculador. Cuando aprendió los pequeños trucos del difícil arte de la caza, pudo doblar la cuota del viejo fácilmente, así que el hambre se sació bastante bien desde entonces, alcanzando incluso para darle de vez en cuando un poco a su familia, lo cual agradecieron sin darle demasiada importancia. La inclusión de un poco de proteína en la dieta lo ayudó en el proceso de crecimiento que acompaña a la adolescencia y en el hombre que se formaría luego.

    Por esos días, Charley se fabricó una especie de horno en las afueras del cementerio, al otro extremo de donde estaba el incinerador de Andy. Escarbado en la tierra y recubierto en su interior con ladrillos, tenía capacidad para tres o cuatro palomitas a la vez. Introducía lo que cazaba con algunas hierbas y sal, le cerraba la entrada con otros ladrillos y esperaba unos minutos. La carne hecha de ésta manera era mucho más sabrosa y hasta podía devorar parte de los huesos. Descubrió que si podía controlar bien la temperatura y mantenerla baja, era mejor el resultado aunque se demoraba más, de todas formas a él le sobraba el tiempo. Quizás por esta misma razón nació en él un hábito un poco raro que nadie llegó a notar. Primero mataba los pequeños animales de manera rápida, como le veía hacer al viejo Andy, pero comenzó a sentir una curiosidad que nunca supo de dónde le nació y que se convirtió prácticamente en un rito. Un día abrió a la mitad a una paloma que agonizaba luego que la caja de la trampa le cayó encima y le maravilló ver que su pequeño corazón todavía palpitaba, aunque duró muy poco para satisfacer su curiosidad. Buscó una tabla ancha y a su próxima víctima la clavó en ella, cerciorándose de que estuviese bien viva. Le desplumó suavemente el pecho y la abrió poco a poco. Esta vez sí pudo contemplar por varios minutos el funcionamiento de su interior antes de que muriera desangrada, lo cual disfrutó sin tomar plenamente conciencia del por qué. A partir de entonces tuvo más cuidado, evitando las arterias que aprendió a detectar y a memorizar. Del corazón pasó a los otros órganos hasta que, sin quererlo, aprendió la anatomía de todas sus presas. Debido a eso podía jugar con ellas mucho más tiempo sin que muriesen. Por ejemplo, las despellejaba y hasta le imputaba los miembros para su satisfacción.

    Después de un tiempo ocupado en sus asuntos, encontró un perro que vagaba por el campo con muy mal aspecto. Enseguida le vino a la mente el recuerdo de las palomas y procedió a diseccionarlo. Le sorprendió la diferencia y las similitudes entre uno y otro ser. Las aves apenas se quejaban del dolor infringido, pero un perro era completamente diferente. Se retorció y chilló tanto que tuvo que soltarlo después de abrirlo. Al salir corriendo se le salieron los intestinos y se regaron por la tierra, provocándole un dolor intenso que le hacía revolcarse y caer mientras corría. A lo lejos se detuvo, muriendo en medio de una agonía espantosa. No fue el último animal en sufrir las operaciones de Charley y, cuando la curiosidad anatómica por el interior desapareció, le quedó como herencia el gusto por la tortura de sus presas. La lista se incrementó con ranas, lagartos, culebras y sobre todo con perros y gatos, siendo éstos últimos los preferidos del chico por ser los que menos se resistían al dolor.

    Si el viejo Andy no estuviese tanto tiempo borracho habría descubierto la torcida adicción del chico. Con solo prestar un poco de atención al día a día, se hubiese dado cuenta, pero a nadie le importaba la vida de un niño raro y callado que se perdía por horas persiguiendo animales.

    Un día en el que Andy había tomado más de la cuenta y en el que, precisamente por eso no atrapó ningún ave perdiendo el pan por nada, vio venir al chico con dos palomas y siete gorriones atados por las patas y colgando boca abajo en un manojo de plumas. Se le acercó y con un alarido se los arrebató de la mano. Cuando Charley intentó protestar lo empujó por la frente, haciéndole caer de espaldas y golpeándose la cabeza en una piedra que le propinó una cortada, de la cual brotó un poco de sangre. Luego el viejo se dirigió a su cabaña riendo, muy conforme con su hazaña y dando peligrosos tumbos de un lado a otro, aguantándose de las paredes de las casuchas aledañas a la suya. Al chico se le mojaron los ojos; primero pensó en darle las quejas a su padre o a su hermano para que le enseñaran a Andy a respetarlo, pero después de un momento e impulsado por un sentimiento desconocido para él, prefirió buscar venganza por sus propias manos. Fue tranquilamente a su casa sin tener una idea clara de lo que haría, sabiendo que allí encontraría algo útil. Sin pensarlo siquiera, tomó automáticamente la lámpara de queroseno que reposaba sobre la estufa y se dirigió a la casa de Andy. Se acercó furtivamente y pudo escucharle claramente a través de la pared de madera, cantando algo que no se entendía bien por el estado de embriaguez que tenía. Le sacó la mecha a la lámpara de queroseno y  roció el líquido a todo el alrededor de la casucha con mucho cuidado de no ser visto por alguien. Los que vivían alrededor de Andy trabajaban, por lo que no se encontraban en ese momento. Le prendió fuego al combustible con unas cerillas y, antes de que las llamas cogieran fuerza, fue a la parte del frente y trancó la única puerta que tenía la casa, pasando una barra de hierro por los agujeros que dejaba la madera mal puesta y rota. Cuando Andy se dio cuenta de que estaba rodeado de fuego fue muy tarde para reaccionar. Los sentidos embotados por el alcohol y los segundos que demoró tratando de abrir la puerta, sirvieron para que las llamas lamieran la ropa del viejo, que ardió como una antorcha al estar impregnada de polvo de carbón y grasa.

    En poquísimo tiempo la casucha se quemó completamente, dentro se escuchaban los gritos desesperados y confundidos de Andy que trataba de salir sin encontrar la manera. Pronto las mujeres y los niños que se habían quedado en las cabañas acudieron al lugar con baldes de agua para mojar las casas colindantes y evitar la propagación de las llamas que, de otra manera, consumirían a todas las demás. Charley contemplaba la operación con una mirada insulsa y perdida. Su atención se concentraba más bien en los gritos y en los golpes cada vez menos fuertes del viejo contra las endebles paredes que amenazaban con desplomarse, pero que soportaron hasta que se cayó el techo de zinc sobre su  cabeza.

    Nunca había sentido tal nerviosismo ante la idea de que Andy pudiese salir del fuego y señalarlo como el autor del incendio. Sin embargo, después que el techo le sepultó, un alivio ocupó el lugar de la incertidumbre. Un alivio que se convirtió en delirio cuando tomó plena conciencia de lo que había hecho. Por primera vez en su vida sintió el poder que da quitar una vida y le gustó. Una especie de placer desconocido se apoderó de su ser, haciéndole tenderse en la tierra porque sus pies no le sostenían. Su cuerpo tembló con ligeros espasmos que le recorrieron de arriba abajo como ráfagas de viento, dejándolo en un estado de completo éxtasis. Eran oleadas de adrenalina descargándose en su torrente sanguíneo que hasta ese momento se contrarrestaban por el miedo a ser descubierto. Se relajó tanto después de esa marea de placer que se durmió profundamente allí mismo. Cuando despertó pudo incorporarse a medias, sentándose con los codos apoyados en el suelo y el cuerpo echado hacia atrás. Ya el fuego se había extinguido y solo una densa columna de humo salía de los restos de madera calcinadas que quedaban esparcidos en el lugar que una vez fuera el hogar del viejo Andy. Algunas personas se acercaron para mirar los destrozos, incluso dos mujeres se aventuraron a dar unos pasos en el interior de la derrumbada casa y una de ellas señaló un bulto tirado en el suelo que apenas se divisaba desde donde estaba Charley. Cuando fueron a ver de qué se trataba la figura que era el centro de su atención, el bulto sin forma combustionó espontáneamente y comenzó a arder de nuevo como una antorcha. La superstición de las ignorantes mujeres casi les hace caer de nalgas en medio de las cenizas. Se alejaron de allí haciendo la señal de la cruz y chillando como no lo habían hecho durante el incendio. No le echaron ni una gota de agua al cuerpo que se terminaba de consumir, despidiendo un horrible olor que espantó a los niños, quienes mantuvieron la vigilancia sobre las llamas a una distancia prudencial para no respirar el humo proveniente de aquel cadáver endemoniado que seguramente descendía al infierno, reclamado por el príncipe de la oscuridad debido a su pecadora vida. Algún mal muy grande tuvo que causar para que ardiera de esa manera ante los ojos de cristianas personas, quienes se encargaron de difundir la versión de los hechos a los demás habitantes del lugar. Todos aceptaron la veracidad de los testimonios con el asombro en los ojos de que el incendio fue provocado por la combustión del viejo mientras realizaba un ritual satánico que irritó sobremanera al mismísimo Dios por lo aberrante de sus actos.

    Charley escuchaba los relatos adulterados por la fértil imaginación de las mujeres y por la fantasía de los niños. Quedando conformada al final una historia fantástica donde el viejo había sido víctima de la furia de Dios y que, después de su muerte, se lo disputaron los demonios, dejando solo unos pocos huesos calcinados y negros en el lugar de donde no se borraría la silueta de Andy por mucho que se limpiara en los próximos años. Ni siquiera se tomaron la molestia de desarmar lo poco que quedaba de la casa y mucho menos de construir otra. Con los restos esparcidos taparon la diabólica escena y todo el material restante fue echado sobre los huesos de Andy. Desde ese día, las personas que pasaban por allí, sobre todo las mujeres, se persignaban y apresuraban el paso.

    Tanto se habló del suceso en torno a Charley, que terminó convenciéndose de que parte de la historia era real. Por otro lado no podía auto negarse su implicación en el hecho porque sabía que había sido él el que provocó el incendio, llegando a la conclusión de que una fuerza extraña, fuerte y superior lo utilizó para realizar su voluntad, convirtiéndolo en su herramienta de castigo. Un Dios que él no conocía en lo más mínimo, pero que le infundía un respeto que nunca sintió ni por su padre. Ahora que recordaba con más calma los sucesos le pareció que en medio de la ira contra Andy y el miedo de ser sorprendido en un asesinato, alguien le dictaba lo que tenía que hacer para que no tuviese problemas. De otra forma, recordaría por qué cogió la lámpara y las cerillas, así como la idea de cerrar la puerta con el hierro, que no supo de dónde salió. Pudo recordar una voz desconocida dándole instrucciones a través de una cortina de humo denso, que no le permitía pensar en otra cosa que no fuera acabar con la vida del viejo. Así que tras varios días de incertidumbre se decidió ir a conocer al dueño de esa voz, que día tras día aumentaba su presencia en su mente y ya comenzaba a asustarlo y confundirlo. Primero eran palabras sueltas y sin sentido, como si quisiera comunicarse pero algo se lo impedía, llegando a él solo mensajes incompletos. Su presencia se hizo tan real que le costaba mucho trabajo conciliar el sueño en las noches. Entonces le pidió al padre y al hermano que lo llevaran al pueblo el domingo para ir a la iglesia, prometiendo que no causaría ningún problema.

    No le tomó nada convencerlos y llegado el domingo se vistió con su mejor ropa y los acompaño. Ninguno de los dos se opusieron, no porque fueran muy liberales o de mente abierta, ni siquiera tenían conciencia de la libertad de pensamiento; no se negaron sencillamente porque no les importaba en lo más mínimo lo que pensara o creyera el muchacho. El padre le quería y se preocupaba por él, pero solo en los apartados materiales de la vida como la comida, la ropa y la salud, no preocupándose en su aprendizaje ni en su desarrollo espiritual. Para él su deber y obligación de padre llegaba hasta donde llegaban las cosas que se podían tocar con las manos y ni siquiera se podía decir que era su culpa por completo. Siempre fue así por generaciones, dejando en manos de las mujeres de la casa los detalles menos físicos como leer y creer en Dios y al no haber mujeres alrededor en la vida de Charley, se creó un vacío espiritual que ahora pretendía llenar llevado por un interés torcido desde el principio, tratando de encontrar una justificación a lo que había hecho, no porque tuviese sentimientos de culpa al asesinar al viejo Andy, sino porque sabía en su interior que se había desatado un monstruo dentro de sí y buscaba curiosamente la forma de justificar el comportamiento de ese monstruo y separarlo de alguna manera de su propio ser. Si encontraba lo que buscaba, podría su parte humana convivir con la nueva recién descubierta sin entrar en contradicciones.

    Llegó el domingo y fueron los tres al pueblo. El padre y el hermano entraron en el bar que recién abría y él se encaminó a la iglesia, fácil de localizar por ser la estructura más alta de todas. Era pequeña y limpia, sin ninguna casa o construcción alrededor sobre una pequeña colina en medio del pueblo. A la hora señalada, un muchacho apenas de la misma edad de Charley, con ojos hundidos y tristes, vestido con una sotana blanca salió a la puerta de la iglesia y agitó una campana arriba y abajo, invitando a todos a entrar en el interior con su sonido. El recinto era alto, lo más alto que Charley había visto en su vida. La madera con la que estaba confeccionada la construcción fue pintada de blanco, produciendo una sensación de grandeza más allá de sus dimensiones reales que no eran mucho en verdad si se comparaba con las iglesias y catedrales de las ciudades, cosas que el chico ni se imaginaba que podrían existir. En el interior, dos hileras de  bancos algo rústicos se dividían por un pasillo central y dos laterales más estrechos, que dejaban espacio entre los bancos y las paredes. El chico avanzó dejándose llevar por la corriente de personas que le rodeaban, compuesta en su mayoría por gruesos y grasientos hombres que caminaban con la cabeza gacha y por mujeres que no paraban de hablar entre ellas. Al pasar un poco más de la mitad de la longitud del pasillo central, un hombre alto y delgado como una vara le detuvo por el hombro y le indicó que se sentara en los puestos de atrás. No se lo dijo, pero los de adelante estaban reservados para las familias que más donaban a la iglesia, los del centro a las de donativos medios y en los últimos se sentaban los que no daban nada o muy poco.

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