III. UN SUAVE CLIC

09/04/2018.

Scott.

Es lunes, se supone que hoy vendría la sobina de John, no sé por qué me causa ansiedad. Quizás las palabras de tía Mary influyera “esa chica ha sufrido mucho y no merece que tu diablo la asuste”. No puedo asegurar que no la asustaré, eso dependerá enteramente de cómo me trate a mí. No creo que esta situación tenga lados buenos, mas, he tenido tiempo de sobra para pensar.

Estar dentro de tu propia cabeza, analizando tu vida, es duro. Tengo  veinticinco años, con una vida solvente económicamente hablando, una carrera casi comenzando en la máxima categoría del automovilismo. Mi carrera como piloto ha sido mi prioridad desde siempre y a diferencia de Roberto Sanz, el español que choco con mi auto, estoy vivo, pero... ¿qué es estar vivo si no puedo vivir como antes? Unos golpes en mi puerta interrumpen mis pensamientos.

—Le traigo el desayuno joven —Eva, puedo reconocerla por su voz. La señora del servicio, pasa y escucho el interruptor de la luz, sigue con su andar arrastrando los pies, puedo sentir cuando se acerca a mi cama, coloca la bandeja con patas para la comida sobre mis piernas. Huele a huevos y tocino, café y jugo de naranja. Le agradezco y sale dejándome solo.

¡Es tan malditamente frustrante no poder ver!

Intento comer y la mitad de la comida cae a las sabanas, como todos los días, lo único que no derramo es el café y el jugo. Básicamente me alimento de los líquidos que me traen. El resto lo aparto, presiono el interruptor que tía Mary, mando colocar en la mesita de noche para poder llamar al servicio.

Me quito la escayola que inmoviliza mi pie derecho, todavía duele, pero ya puedo aguantar estar sin esa maldita cosa. Toco los bordes de mi cama para encontrar las muletas y me dirijo al baño. Necesito sumergirme en la tina de agua caliente y relajar mis músculos mientras vienen a llevarse el desastre del desayuno. Gracias a los cielos el proceso de vestirme y desvestirme lo puedo hacer sin ayuda. En estos días he estado usando un sin fin de pantalones de chándal y nada más, por la practicidad. Recostado en la tina y con la oscuridad rodeándome me hago consiente del entorno, el grifo goteando, las sales del baño inundando mi olfato, mi vida pasando sin pedir permiso, ni frenar. Mientras estoy a oscuras divago en lo que podría estar haciendo en un día como hoy, el agua comienza a ponerse fría y un golpe en la puerta interrumpe mi descarrilado tren de pensamientos, escucho a tía Mary llamando.

—Scott, necesito que te apresures. La sobrina de John, está aquí y quiero presentarte. —se escucha su voz amortiguada desde el otro lado de la puerta,  si entrase, igual no lograría ver nada, hace días que no enciendo las luces, ¿para qué?

—¡Dame diez minutos tía! —le grito en respuesta y salgo del baño chorreando agua por todas partes.

En el lavamanos toco con cuidado hasta dar con mi afeitadora eléctrica y el bote de espuma para afeitar que le pedí a John, que colocara a mano ayer tarde. Termino de manera limpia y rápida con mi barba, imagino, el baño quedo hecho un asco y me froto con la toalla para limpiar los restos de agua, para luego aplicar mi loción.

Mande a poner una pila de pantalones en la encimera del lavamanos y así no tener que andar toqueteando todos los estantes buscando ropa y que nadie me busque lo que me voy a poner cada vez.

Ahora frente al espejo me encantaría poder ver mi rostro, mis ojos verdes claros, nariz perfilada y fina, mi sonrisa perfecta que derrite a más de una, quisiera poder ver mi cuerpo parcialmente tatuado, mis brazos hasta los codos, gran parte de mi pecho y mi espalda lucen un sin fin de tinta, cada una representa una victoria en mi vida. Cada carrera ganada con la fecha exacta. La fecha más importante de mi vida, la tengo grabada en un lugar de honor, cerca de mi corazón. Toco la zona al recordar la fecha de la muerte de mamá y un dolor sordo olvidado por años aparece haciéndome recordar. Despejo mi mente moviendo la cabeza de un lado a otro.

No tengo tiempo para eso ahora.

Abro la puerta del baño, escucho una inhalación brusca de aire que expresa sorpresa, sé que no es mi tía, continúo con mi pelo chorreando agua y con las muletas debajo de los brazos, llego hasta mi cama.

—Hijo mío, haberme dicho que te alcanzara algo de ropa, no me hubiese costado nada pasártela. —escucho su voz escandalizada por mi medio desnudes.

—No la necesito tía, además, me gusta causar buenas primeras impresiones —sonrió irónicamente en la dirección que escucho su voz. La chica suelta un “engreído” casi inaudible, pero en mi condición, por supuesto que lo escuche.

—Eh, bueno hijo, creo que mejor seguimos. Discúlpalo querida, te aseguro que no es así, bueno... la mayoría de las veces no es así.

—Tranquila señorita Mary, puedo manejarlo.

¡Demonios!

Que maldita voz tan sexy tiene, es ese tipo de voz rasposa y sensual que ponen las mujeres mientras las hago gemir y gritar mi nombre en la cama.

—Ya la oíste tía, puede manejarme. — tomo una almohada y la pongo en mi regazo, esta chica ha logrado que mis cómodos pantalones se encojan en un área un tanto vergonzosa, con mi tía presente. Y eso de que “puede manejarme” disparó mi imaginación a través de la línea de meta, aún si conocerla.

—¡No seas grosero Scott! —me regaña y la imagino poniendo sus manos en su cadera como cuando era un niño—, Summer, éste encanto de hombre es mi sobrino. No le tengas en cuenta su actitud por favor, es todo culpa de su accidente.

Toco los alrededores de la cama ya limpia buscando la maldita escayola para inmovilizar de nuevo mi tobillo y un olor sutil a coco y almendras invaden mis fosas nasales, ¡m****a que bien huele! Esto no ayuda a que mi amigo de la planta baja se calme. Siento que levantan mi pierna y ajustan esa m****a de plástico y elástico alrededor de mi dolorido pie. Inhalo fuerte antes de que el olor desaparezca y respondo al comentario de mi tía.

—No soy un producto de las telecompras tía, si Summer —digo su nombre con un deje de indiferencia y así intentar desviar lo que esta chica incógnita provoca en mí—, puede manejarme lo suficiente para una carrera, ella sola se dará cuenta cuando entrar a Pits o retirarse, ¿no crees?

—Ya puedes dejarnos señorita Mary, desde aquí me encargo yo.

Siseo entre mis dientes ante su respuesta.

¡Diablos ella se hará cargo!

Escucho los pasos de mi tía y siento un manotazo en mi pecho.

—¡Compórtate, esa no es la crianza que te dimos tu madre y yo!

—Lo sé, soy autodidacta. —y antes de que se atreva a darme otro manotazo la abrazo.

Una risita sensual llega hasta mis oídos por el intercambio cariñoso con mi tía. ¡Esta mujer será mi ruina!

—Suelta sinvergüenza y pórtate bien. Los dejo para que se conozcan. Ya le di los horarios de tus medicamentos y de las citas con el doctor. Ahora, no la espantes, ¿de acuerdo? —dándome un beso en la mejilla, se disculpa y sale sin esperar una respuesta de mi parte.

—Se nota que la quieres mucho y de verdad me gustaría poder ayudarte, pero solo si tú me quieres aquí —resoplo ante su discurso.

Técnicamente la quiero debajo de mí o encima, cabalgándome, no soy quisquilloso.

—No tengo otra opción y si por mí fuera... mejor no preguntes donde quiero tenerte, que para el caso, ni si quiera sé cómo eres.

—¿Entonces, eres ese tipo de hombres para los que la apariencia lo es todo? —suena algo irritada su pregunta y ese maldito olor a coco que me tiene al borde, y se hace un poco más intenso al escuchar el repiqueteo de sus tacones acercándose a la cama.

—Y si así fuera, ¿qué? No puedes culparme por querer reconoces las cosas bonitas o feas del mundo, ahora que no puedo ver una m****a. —la irritación sale como veneno de mis labios.

—Tienes razón, no se te puede culpar por tu accidente, pero la actitud que tomas ante esté es lo que te hace ser como eres. Mientras más rápido aceptes tu condición, podrás ver las cosas mucho mejor.

Resoplo de nuevo por su psicología barata.

—Por si no lo has notado cariño, no puedo ver nada, y por cierto, no necesito un psicólogo, ya he tenido suficiente de charla médica de m****a. ¿Qué sabrás tú de quedarte ciego de un momento a otro? ¡¿Por qué no vas a revisar la cocina y me dejas en paz?! —odio que intente ser una niña de las flores y que pretenda golpearme con su arcoíris de buenos pensamientos.

—Sí, soy psicóloga, y para que sepas, tu bravuconería no me asusta. ¿Quieres saber lo que se yo de quedarse ciego? Distrofia cornéales[1], nací siendo ciega ¡idiota! Para los adultos que por un motivo u otro se quedan ciegos es mucho más fácil, ya conocen su entorno, saben cómo son los colores, la forma exacta de los objetos o la apariencia de una persona; en cambio, para un niño ciego, todo es matemática, cálculos, tacto y una muy buena memoria, para mi fortuna, hace cinco años y tras unas cuantas cirugías pude ver por primera vez — para este punto su voz suena alterada y de seguro está gesticulando con sus manos, ¡cómo me gustaría poder verla! Escucho sus tacones repiquetear de un lado a otro— y, ¿sabes qué? Lo peor y más triste de todo, no es ser ciego, porque si es lo único que conoces, no notas la diferencia, lo peor es tener que adaptarte a un mundo con luz y oscuridad, en donde las personas por muy bonitas que sean, su fealdad interior las mancha y deforma como monstruos de pesadillas.

Con un último repiqueteo de tacones sale de la habitación, cerrando la puerta con un suave clic. Hubiese preferido que tirara la puerta con todas sus fuerzas y mostrara su enojo, en cambio, esa suave retirada me hace estremecer con un miedo irracional ante la posibilidad de que no vuelva.

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[1]) Distrofias cornéales: son patologías poco frecuentes, de causas congénitas y bilaterales debidas a alteraciones genéticas. Derivan en una falta de transparencia cornéal por mal funcionamiento de alguna de las diferentes capas de la córnea. En ocasiones los padres padecen esta misma condición. Otras veces los padres son sanos.

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