CAPITULO 2

9 meses antes de la boda de Henry y Camile…

Londres,  Salón de gala del Rosewood London Hotel

JAMES WILLIAMS

—Eres la mujer perfecta para mí, Eleanor. Gracias por decir que sí.

Suspiré complacido al recibir una sonrisa cómplice por parte de quien a partir de hoy, se convertía en mi prometida y futura esposa.

Era de esperarse que después de cinco años de relación, le hubiera propuesto matrimonio y que ella aceptara. Hacíamos un gran equipo juntos; ambos abogados, aunque la pasión por la psicología me había llevado a estudiar ambas carreras, luego de formar parte de una familia demente e inescrupulosa, que dejé en el pasado apenas cumplí la mayoría de edad.

A Eleanor no le resultaba extraño que ninguno de ellos estuviera acompañándome aquí, en un día tan importante como lo era mi fiesta de compromiso. Sin embargo, me había visto sufrir cuando recibí la noticia de la muerte de mi hermano, hace poco más de dos años.

En el fondo me sentía culpable por no haberlo buscado desde que me marché y lo dejé solo, a merced de las maquinaciones, avaricia y las miserias a las que nuestros padres siempre quisieron someternos. Sentía en lo profundo del alma, que tal vez su final habría sido distinto si en algún momento, hubiera regresado por él.

—¿Estás pensando en él? —preguntó la castaña voluptuosa que bailaba conmigo en el centro de la pista, bajo la atenta mirada de sus familiares y nuestros amigos.

—A ti no puedo mentirte, mi amor. De solo pensar que hubiera estado allí en sus peores momentos, yo…

—Tú no tienes la culpa de nada, cielo. Si su final fue de aquella manera, es solo por las consecuencias de la vida que llevaba.

—Lo sé… Cristopher siempre fue fácil de manipular y muy vulnerable. No era perfecto, cometía una estupidez tras otra, pero era mi hermano y cada vez que pienso en él, no puedo evitar reprocharme haberlo abandonado tanto tiempo.

—La investigación demostró que tenía drogas en la sangre y que si no lo mataba aquella bala, hubiera muerto por sobredosis. Sé que no quieres escucharlo, pero de todos modos, era su final —dijo con suavidad y cerré los ojos. Eleanor tenía razón y de nada valía pensar en supuestos que ya no podrían ser—. ¿Puedes disfrutar de esta noche conmigo? Al menos, hazlo por mí.

Suspiré y sonreí complaciente.

Estaba mezclando momentos que nada tenían que ver y solo la había incomodado, pero algo dentro de mí, me decía a gritos que no todo era lo que parecía y que mi hermano se llevó consigo demasiadas cosas a modo de secreto y sufrimiento.

Lo poco que sabía era que después de casarse con Camile, ella desapareció y él se hizo cargo de su compañía.

Desde que Camile Staton se convirtió en una dulce señorita, mi hermano había perdido la cabeza por ella. Cuando estaban juntos, era el único instante en que Cristopher tenía paz. Sin embargo, cuando se enteró que no podría ocuparse de Staton Company por una cláusula de testamento, mi padre comenzó a lavarle el cerebro y terminó por cometer una estupidez que le costó el amor de la única mujer que le había interesado de verdad.

La música cesó y los presentes comenzaron a aplaudir. Besé con dulzura su boca y ella me abrazó como si temiera no volver a hacerlo. Un par de lágrimas escaparon de sus ojos verdes y sonreí negando.

—¿Casarte conmigo resulta una desgracia? —bromeé, secando con la yema de mis dedos aquellos finos cristales y ella negó.

—Tengo el presentimiento de que ésta noche nos marcará para siempre, James —hundió su rostro en mi pecho y reí.

—Por supuesto que sí; hoy pasas de ser mi eterna novia a mi prometida y futura esposa. No es poca cosa.

—Abrázame fuerte, cielo —dijo a modo de súplica y lo hice—. Promete que nunca me dejarás… y que olvidarás el asunto de tu hermano, a partir de hoy. Sé que es difícil, pero algo me dice que esa situación, terminará por alejarte de mí para siempre.

—Te amo, Eleanor, y la última cosa que haría en mi vida, es dejarte. Sé que he estado un poco tenso con el tema, pero prometo que intentaré arrancar de mi cabeza el asunto, porque sé que tienes razón y ya no hay nada que hacer. Lamentarme a cada minuto, no hará que él regrese.

—Siento mucho todo, pero te necesito conmigo, aquí en nuestro presente y pensando en nuestro futuro.

—Así será, cielo. Te prometo que así será.

Después de aquella conversación, hablamos con nuestros invitados que consistían en unas cincuenta personas, conformada por familiares de Eleanor, socios del bufete donde trabajaba y compañeros de trabajo de Eleanor, de la Universidad de Londres donde era docente.

Al término de la velada, nos despedimos de sus padres y regresamos a mi departamento, donde ambos vivíamos juntos desde hace dos años. Ingresé al parking, bajando el cristal del coche para respirar el aire fresco que provenía de St. Jame´s Park.

—Amo cuando haces eso —mencionó Eleanor, tomando mi mano mientras aparcaba en mi sitio—. Refleja en ti una humanidad que gracias a Dios, solo yo conozco —bromeó, haciendo alusión al apodo que me habían puesto en los tribunales: Sir James Williams, el tiburón de tribunales; un hombre con sangre fría en las venas a quien solo le importaba ganar.

—Solo contigo podría ser de este modo, cariño.

—¿Con nadie más? ¿Nunca? —apagué el motor, me quité el cinturón y la miré.

—Con nadie más… nunca —respondí y nuevamente me abrazó de aquel modo extraño—. Estás muy sensible, de pronto.

—Tengo miedo, James… miedo a perderte o que mañana despiertes y ya no sientas lo mismo por mí.

—Ya te he dicho que eso no ocurrirá. ¿Está bien?

Suspiró y se separó despacio de mi cuerpo.

—Está bien.

Besé su boca fugazmente y bajé de la todoterreno que conducía, rodeando el vehículo para abrirle la puerta. Su rostro denotaba preocupación como nunca lo había percibido y pensé que tal vez, eran los nervios porque pronto nos casaríamos. Sin embargo, Eleanor era una mujer práctica y estaba lista para dar ese paso conmigo desde hace tiempo.

Para alivianar la tensión que comenzaba a percibirse en el ambiente, la cargué entre mis brazos y me dirigí al elevador con ella a cuestas. Cuando las puertas se cerraron, su mano desprendió los primeros botones de la camisa blanca que llevaba puesta y su palma se metió por debajo, rozando mi piel. De inmediato mi cuerpo reaccionó a ese sugerente y familiar gesto, devorando su boca con vehemencia. Cuando salimos de aquel cubículo, una prominente erección se hizo paso en mi virilidad, por lo que con prisa, abrí la puerta del apartamento para entrar y cerrarla fuerte con un pie.

La bajé de inmediato y mis manos comenzaron a subir la falda de su vestido rojo, para meterse por debajo y hurgar en su sexo que siempre se encontraba listo para recibirme. Esta ocasión, no había sido la excepción.

Sus manos agiles comenzaron a despojarme de la camisa por entero, para luego ir por el cinturón y el pantalón. Mis manos por su parte, de deslizaban bajo la sensual lencería que cubría su humedad, aumentando el ardor a medida que su tacto me desnudaba y liberaba mi miembro duro; listo para hundirme en ella.

La arrinconé contra la pared del pasillo que conducía a nuestra alcoba, apartando su braga con los dedos. Mi sexo rozó su hendidura, aumentando la temperatura y la urgencia por hacerla mía.

—¡Ah, James! Te quiero dentro de mí, ahora mismo, aquí —gimió en mi oído y la elevé de las caderas, dejándola caer sobre mi virilidad—. ¡Ahhh!

—Estás tan húmeda y caliente… —respondí sobre su cuello, besando su piel desnuda.

Sus manos, apoyadas en mis hombros, presionaron para elevar su pelvis y volver a caer con rudeza sobre mi carne.

Las mías envolvieron sus muslos, ayudando a que el movimiento comenzara a ser más rápido y ágil, entrando y saliendo de ella con violencia mientras la oía gritar improperios. Cuando logré arrancar de su garganta un alarido, supe que había calmado su ansiedad… por el momento.

Entonces caminé en aquella misma posición, hasta nuestra habitación, tumbándola sobre la cama.

Mientras ella, absolutamente extasiada intentaba recobrar la normalidad en su respiración, me deshice de todas mis prendas y tomé sus pies, quitándole los zapatos y besando sus tobillos, lamiendo hasta llegar a sus muslos.

El vestido que llevaba puesto voló a  un rincón, dejándola en la sexy tanga roja y diminuta.

—Disfrutaré arrancar este trozo de tela de tu piel —le dije, acariciando sus muslos y descendiendo despacio sobre su humedad con mi lengua, lamiendo sobre la prenda y mordisqueando su pubis por encima.

—¡Fóllame con tu boca, cielo! —exigió y me aparté de inmediato. Levantó su rostro confundida y negué—. ¿Qué sucede? —la frustración se hacía evidente en su mirada.

—Tendrás que suplicar —relamí mis labios, pasando por encima de su sexo la palma de mi mano y ella se arqueaba, sobresaltándose por lo febril que estaba.

—Dime que es una broma de mal gusto —chasqueé la lengua, negando—. Pues entonces; te suplico que me folles con tu boca —dijo en modo mecánico y sonreí, tirando de la braga hacia sus piernas, mientras ella elevaba su pelvis para  facilitarme la tarea.

—Sé que puedes ser más convincente, Eleanor. Has logrado que te proponga matrimonio, ¿y no puedes pedirme de un modo gentil que te quite las ganas? —pregunté divertido, fingiendo sentirme ofendido y ella, luego de que le quitara la tanga, rodeó con sus piernas mi cintura con agilidad.

—James Williams; te exijo que en este mismo momento, me quites las malditas ganas que cargo, fallándome con tu ardiente boca. ¿Eso estuvo mejor, cielo? —enarcó una ceja y reí, dejando caer mi rostro sobre su firme vientre.

—Estuvo mucho mejor, aunque esperaba otra cosa —susurré sobre su piel, recorriendo con mi boca un camino que descendía directamente donde ella deseaba estuvieran mis labios. Mis manos tomaron sus piernas, colocándolas sobre mis hombros para tener un mejor acceso a su intimidad.

Comencé a devorarla despacio, bebiendo de su tibio líquido al paso. Eleanor se retorcía gimiendo, con sus dedos hundidos en mi pelo rubio. Succionaba cada tanto, volviéndola loca mientras mis dedos hacían la tarea de prepararla para recibirme de nuevo. Era tan prieta, a pesar de que no pasaba una noche sin que mi carne la invadiera.

Levanté el rostro para admirar a la mujer que sería mi esposa y me enloquecía en todos los sentidos. Mientras mis dedos la hurgaban e invadían, ella se mecía, se doblaba como una serpiente pidiendo más y más. En el momento justo, tomé mi miembro con la mano y acaricié su entrada, ahogando su grito con mi boca. Había dejado caer mi cuerpo sobre el suyo con la intención de hacerle el amor como se debía.

Despacio, me deslicé en su humedad cerrando mis ojos y sintiendo una paz que siempre encontraba en ella. Eleanor era mi par en todos los sentidos; no había cosa que juntos no pudiéramos hacer o crear. La amaba y solo deseaba hacerla feliz, formar una familia a su lado y envejecer tomando su mano siempre.

Mientras nuestros dedos enlazados a los lados de su rostro, creaban esa mágica conexión que desde un principio formamos, me mecí lentamente dentro de ella. Al mismo tiempo, nuestras lenguas danzaban al ritmo de la pasión y la lujuria, enroscadas entre sí e intercambiando palabras que a ambos nos encendía.

En un momento, mis manos bajaron bajo sus nalgas, elevando y presionando más contra mi pelvis, para aumentar el ritmo y profundizar nuestra unión.

Nuestras respiraciones agitadas, nuestros cuerpos mojados en sudor y los poros de nuestra piel emanando el exquisito aroma a pecado y lujuria, acompañaron aquel encuentro que aunque se repetía a diario, parecía único cada vez que ambos nos envolvíamos mutuamente en el placer del otro.

Emití un hondo gemido, sintiendo sus uñas hundirse en mi espalda y supe que ambos llegamos al mismo tiempo, como siempre.

Caí exhausto sobre su piel, cerrando los ojos y percibiendo el galope de su corazón contra mi pecho. Lentamente me retiré de su interior y me hice a un lado, con los ojos cerrados arrastrándola hacia mí.

—Te amo —dijo ella, minutos después y besé su cabeza húmeda por la traspiración.

—Yo también, cielo —respondí, disfrutando el momento.

—James… —dijo de pronto.

—Mmm.

—Debemos hablar —se incorporó en la cama y abrí mis párpados para percibir una absurda preocupación en los suyos.

No estaba comprendiendo su actitud en ningún sentido. Acabábamos de comprometernos y apenas terminamos de hacer el amor, de una forma que a ambos nos gustaba.

—¿Qué sucede? —fruncí el ceño y llevé mi brazo sobre mi frente, mientras ella parecía debatirse entre hablar o no.

Suspiró, tragando con dificultad y salió del lecho, colocándose la bata de seda negra que tenía a un lado de la cama. En ese instante comencé a preocuparme; algo verdaderamente la estaba angustiando.

Caminó hasta el vestidor, ingresando por unos segundos y regresó despacio, con una caja negra en la mano. La misma tenía un lazo anudado en forma de moño del mismo color sobre la tapa.

Me inquieté al ver su semblante preocupado y las manos temblarle al deja la caja sobre la cama. La miré, aguardando una explicación y respiró hondo, sentándose en el borde del lecho.

—Esto llegó para ti, el día de ayer —inició—. La curiosidad me ganó y revisé el paquete, James, y… ¡mi Dios! Te juro que había decidido no dártelo después de descubrir su contenido, pero mi conciencia me gritaba que no me correspondía ocultarte algo que es importante para ti, a pesar de que mi corazón me pedía hacerlo porque tengo el presentimiento de que todo cambiará cuando veas con tus propios ojos lo que tiene.

Eleanor comenzó a llorar y presioné mis manos en puño, temiendo lo peor.

¿Qué habría dentro de esa fúnebre caja, para que se perturbara tanto?

Me mordí la boca y respiré, tomando el paquete y tirando con lentitud el lazo negro. Al terminar, elevé la tapa, dejándola a un lado. En su interior había papeles y fotografías que no podía distinguir en la penumbra. Estiré el brazo hacia la mesa de noche y encendí la lámpara, esparciendo sobre la sábana húmeda todo lo que se encontraba dentro.

Sentí mi pecho resquebrajarse al ver la fotografía de mi hermano tirado en el piso de lo que parecía un callejón. Sus ojos abiertos, blancos, denotaban que estaba muerto. Desde la garganta nacía un cúmulo de sangre que se esparcía por toda su garganta.

Sentí un enorme nudo la mía y una desesperación por correr hasta ese sitio y momento, para evitar que le sucediera algo malo.

Los demás papeles, describían el modo en que fue encontrado: la calle, el día y la fecha; claramente se trataba de un informe de peritaje. La bala había ingresado en su nuca y salido por el cuello, reventando toda la garganta. Si no hubiera leído el reporte policial y forense sobre las sustancias que llevaba en su sangre, pensaría que había sido una ejecución a sangre fría.

Sequé mis ojos porque sin darme cuenta, había comenzado a llorar. Era como si sintiera ese momento de desesperación y agonía en carne propia, como si me estuviera faltando la respiración y en cualquier momento me terminaría ahogando.

Sentí el dolor de Cristopher en lo profundo del alma y me tapé la boca, ahogando el grito de impotencia que deseaba lanzar.

Negué con la cabeza y junté todo para lanzarlo de nuevo a la caja. Quien había enviado aquello, había sido demasiado cruel reviviendo el dolor de mi pérdida.

—Quién… quién envió esto —dije con rudeza y la mano de Eleanor reposó sobre la mía. La miré a los ojos y despacio,  su otra mano extendió una tarjeta hacia mí.

—No quería entregarte nada de eso, principalmente esta nota, porque algo me dice que abandonarás todo para descubrir la verdad… incluyéndome a mí —susurró dolida y tomé la tarjeta, que estaba doblada en dos.

La abrí despacio y leí lo que decía, sintiendo un extraño y aterrador frío recorrerme la espina dorsal. De pronto, del inmenso calor que me había embargado el cuerpo al hacerle el amor a mi mujer, pasé a sentir un repentino frío hondo que me calaba hasta los huesos.

Y como no hacerlo, con aquella extraña nota que decía:

«No fue un accidente; fue una ejecución.

Investiga a Henry Ross… el amante de tu cuñada viuda»

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