Capítulo 8

Todo se había convertido en un infierno glacial, pero incluso así, ella prefirió quemarse con él. Tenía miedo, desde que la fogata fue apagada por los escombros que caían del techo de la cueva, ella temió. El hombre frío la había levantado en sus brazos y la llevaba, ella no sabía a donde porque todo estaba oscuro, pero confiaba en su extraño protector.

Se sujetaba a él con fuerza, estaba helado, sus brazos se sentían ya entumecidos por el frío, pero no lo soltó. En teoría, él era lo único vivo a parte de ella en esa montaña. Y era en "teoría" porque Katerine se estaba debatiendo si la montaña lo estaba también.

Temblaba con violencia en los brazos de su salvador y le escuchó susurrarle "Casi" una y otra vez. Pero ella no tenía idea a que se refería con eso. Pensaba que volvería a desmayarse y en lugar de luchar contra ello solo esperó, concentrándose en la sensación de la piel de él. Se sentía como piel, contrario a lo que imaginaba antes de poder tocarlo, pero era áspera y dura como el mármol. Por lo menos no era un trozo de hielo literalmente. Katerine dejó pasear su mano por todo el hombro del Demonio blanco, eventualmente sintió que su constante camino de caricia se humedecía, ¿podía ser su fiebre? ¿Su sudor? ¿O era él? No lo sabía, pero se asustó lo suficiente como para detener el movimiento.

Un sonido bajo proveniente de un lugar muy profundo en su pecho salió de él, ella se puso rígida. Había sido un gruñido, quizás no le gustaba ser tocado y además... ¿por qué lo estaba haciendo? ¿Estaba loca? Él seguía siendo un salvaje, alguien a quien ella no conocía en lo absoluto. Se recriminó el haberse tomado esa libertad sin pensar en el afectado. Quiso excusarse consigo misma diciéndose que él era un mito, un cuento de terror hecho un hombre de verdad. Se dijo que necesitaba tocarlo para saber que seguía siendo real y no una invención de su mente agonizante.

Poco a poco una luz fue descociendo la interminable oscuridad. Katerine se dio cuenta que iban hacia ese lugar imposible, donde había una especie de piscina natural de agua caliente y donde...él la vio haciendo sus necesidades.

Se avergonzó al recordarlo, pero intentó tranquilizarse recordándose que él era un hombre que no conocía de cosas correctas o incorrectas, sobre todo habiéndose criado solo.

El vapor acarició sus mejillas haciéndola sentir un alivio intenso. Sintió la mirada de él sobre ella mientras le buscaba un lugar donde dejarla. Katerine debía admitir que el agua le pareció apetecible, en su mente quiso sacar la cuenta de cuantos días llevaba sin tomar un baño, pero no pudo, ella no sabía cuánto tiempo había pasado.

—In —escucharlo llamarla de esa forma era tan raro, su voz lo era—. No —le dijo y ella lo miró, él estaba mirado el agua—. Sola no...Peligroso.

Quiso preguntarle por qué, pero no lo hizo, solo se apoyó en la pared sintiendo sus piernas tambalearse, aún tenía algo de frío y aunque el vapor del lugar ayudaba, el que él siguiera cerca de ella no.

Tomó distancia con discreción para no ofenderlo.

—¿Por qué me traes aquí? —le preguntó susurrante.

Sus ojos grises la buscaron.

—Allá —señaló el túnel por donde la había llevado—. Escucharte. Aquí no.

Escucharlo hablar era impresionante, sobre todo cuando decía más de dos palabras. Katerine se sorprendió al darse cuenta que se estaban comunicando de verdad.

—¿Escucharme? —él asintió—, ¿Quién?

Los ojos de él escaparon de los de ella, se mostró nervioso y poco dispuesto a contestar. Después de varios segundos de silencio Katerine se rindió y buscó sentarse sobre una roca. El hombre salvaje se dispuso a ayudarla, cuando estuvo cerca un susurro salió de él.

Fría.

Antes de que pudiera preguntarle él se alejó de ella.

—Quedarse —le dijo a Katerine con problemas al pronunciar.

Lo vio caminar hacia el oscuro túnel.

—¿A dónde vas? —le preguntó haciéndolo detenerse.

Ella no tenía ganas de quedarse sola, no después de lo que había sucedido.

Cuando él se giró, Katerine se había puesto de pie, no dijo nada cuando caminó de vuelta hacia ella. Pero la inquietaba. Era enorme y el frío la vapuleó como una ola. Tuvo que mirar hacia arriba para ver sus ojos.

—Quedarse —ordenó con autoridad, colocando sus manos sobre los hombros de ella.

La hizo sentarse.

Katerine quedó perpleja y no pudo evitar reírse de la situación.

Diablos, se estaba comportando como una niña. Tomó una respiración para controlarse y ver al hombre de hielo observándola.

—Bien —se rindió ella—. Me quedaré aquí.

Nuevamente lo observó irse, sin detenerlo. Sabiéndose sola suspiró.

Pensó en lo que le había dicho el hombre sobre Fría y recordó las palabras de la gran Pretit.

«La naturaleza es celosa».

¿Lo era? ¿Realmente todo aquello estaba pasando?

Katerine seguía sintiéndose en una especie de sueño, en cualquier momento despertaría o quizás no. Era tan extraño para ella imaginar que si las leyendas y cantos eran ciertos, entonces una montaña era mágica y había acogido a un niño, y ese niño había sobrevivido lo suficiente para hacerse hombre. Las cicatrices en su cuerpo eran prueba de que su vida había sido dura y ella quería saber más, más de él, más de todo.

Pensaba preguntarle, quería hacerlo pero...si eso molestaba a la naturaleza, ¿Qué sería de ella?

Volvió a suspirar.

Sintiendo sus pies sudorosos se quitó las botas. El calor tibio penetró la piel de sus pies desnudos haciéndola gemir de gusto, le dolían. Katerine miró hacia la piscina natural que le ofrecía agua tibia para su disfrute y como hipnotizada caminó hacia ella.

Tenía unas inmensas ganas de sentir el agua con sus pies y cuando tuvo la oportunidad no pudo resistirse.

Cuando el agua la tocó se sintió en la gloria, había pasado tanto tiempo ansiando ese tipo de calor mientras estaba entumecida y adormecida por el frío. Pronto quiso quitarse el resto de su ropa y meterse entera, pero sabía que volvería el hombre de las leyendas y no quería que la encontrara desnuda, decidió solo inclinarse con esfuerzo y arremangarse el pantalón.

Entonces dio un paso y luego otro.

Había una especie de arenilla en el suelo del agua, le hacía cosquillas en los pies pero también se sentía estupendo. No entendió porque el hombre le había advertido que no entrara, no había ningún peligro, ni siquiera era onda.

Levantó su pie para dar otro paso cuando escuchó su voz jadeante: —In —ella giró en su dirección bajando su pie—. ¡No!

Fue demasiado tarde, ya había dado el paso. Y el suelo la absorbió. No tuvo tiempo de gritar ni de aferrar sus manos a lo que sea que pudiera. Lo que sea que la jalaba lo hacía con fuerza.

Las manos de ella se resbalaron y tomó una precipitada respiración sabiendo que se hundiría. Lo último que vio fue al hombre yendo hacia ella.

En el agua no pudo evitar pensar que era la muerte quien la reclamaba por haber escapado de ella. Era acogedora y exigente, pero también lo fue el agarre de algo en sus manos. La vida y la muerte se peleaban por ella, jalándola dolorosamente, de sus tobillos y muñecas. Pero la vida no se conformaría con dejarla ir, sus manos bajaron y sujetaron con fuerza la cintura de Katerine, sintió que escapada nuevamente de la despiadada muerte.

El Demonio blanco la sacó y haló hacia las rocas, Katerine tocía y cuando pudo abrir los ojos se asustó. El hombre que la había salvado había colapsado cerca de ella, tenía sus manos en su garganta y jadeaba por aire. Katerine se horrorizó al notar su piel de un enfermizo tono gris. Ella se acercó tan rápido como pudo y llevó sus manos a las de él para alejarlas de su garganta, cuando lo tocó lo sintió caliente y él se quejó, como si le doliera.

—¿Qué sucede? ¿Qué hago? —exclamó comenzando a llorar.

El hombre dejó de moverse dos segundos después, se había desmayado.

Sigue respirando, se dijo Katerine al ver su pecho subir y bajar rápidamente. Pero algo se lo está dificultando.

La morena le abrió la boca he intentó ver dentro de ella pero nada, de lo único que fue capaz de percatarse era de que estaba muy caliente y él no era así.

Él no es así.

No es así.

No es caliente.

—Despierta, por favor —lo sacudió—. Despierta.

¿Qué pudo haber sucedido? Él estaba bien...o lo estuvo hasta que se metió al agua.

Caliente. El agua es caliente. Pensó. Y él es frío.

Le rezó a la montaña por qué la ayudara a salvar a su niño, porque algo en ella le decía que si no se apuraba no habría más leyenda y todo sería su culpa.

—¿Qué puedo hacer? —lloró con su mano apoyada sobre su corazón. Le latía muy rápido.

En su cabeza se reprodujo el cantó de su historia.

«Erase una vez un niño...Y su corazón se cubrió de hielo».

Una idea absurda la invadió y la puso en marcha. No sabía si funcionaría pero tenía que intentarlo. Buscó un balde olvidado donde ella había hecho sus necesidades y armada de nada más que valor corrió por el túnel.

Necesitaba nieve. Hielo.

«...Y su corazón se cubrió de hielo».

Si era lo que hacía falta. Ella iba a cubrirlo de hielo.

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