3. Pesadilla

Había transcurrido ya un mes desde que había comenzado a impartir clases en la universidad y no le iba nada mal salvo que tenía que enfrentarse a sus estudiantes que estaban locas por él, lo ponían mal, pero se estaban dando cuenta que era un caso perdido, él no las hacía caso, hacia únicamente su trabado y conseguía evitar estar estresado—aunque a veces—. Durante todo ese tiempo, estaba amueblando su nuevo hogar con la ayuda de su adorado hermano, el único que podía entenderlo y que le hacía hallar un sentido a su vida, se querían más que a nada y se apoyaban el uno al otro, pero luego viene el, pero…

 Su vida no era nada fácil y era demasiado rara, le sucedían cosas que no creía que le sucedieran a los demás; se sentía raro y tremendamente extraño, se sentía alguien sacado de otro planeta como si se hubieran equivocado de planeta. ¿Por qué era diferente a los demás? ¿Por qué no podía ser como otra gente? ¿Era eso acaso mucho pedir? Se sentía impotente, no podía cambiar lo que era, no podía ser otra persona y lamentablemente tampoco podía fingir ser quien no era, a veces deseaba simplemente… no existir.

  Era fin de semana después del larguísimo día que había tenido y después de haber pasado la tarde con Nicolás acudiendo a un partido de hockey y mirando unas películas elegidas claro por Nicolás ¨“ciudad sin ley¨” y ¨“Marcados para morir”¨; bonita forma de comenzar el fin de semana, aprendiendo cómo matar sin control.

—¿Por qué has elegido esas pelis?

—Suponía que esas iban contigo.

—¿En serio? —preguntó arqueando una ceja.

—Eres experto en crimen, qué más se puede decir.

—Vaya, y ¿se supone que he de hacer algo al respecto?

—Vale, la próxima vez veremos una telenovela.

—Ja, qué más quisieras—dijo poniéndose en pie.

—No hace falta ser romántico para eso.

—Me voy a la cama y deberías hacer lo mismo, es muy tarde.

Y era cierto, eran las dos de la madrugada, mañana no había que trabajar por lo que se lo habían pasado divirtiéndose un buen rato. Cada uno se fue a su cuarto después de darse las buenas noches.

 Daniel se encontraba ya en su cuarto, después de cepillarse los dientes y de quitarse la camisa, se echó a la cama, estaba dispuesto a descansar. Estuvo dormido durante unas cuantas horas cuando de repente se despertó sobresaltado ¡estaba sudando! Había tenido un sueño o quizás una pesadilla por ser él; había soñado con ¡una chica!  En sus sueños le había cogido de la mano y le sonreía, era hermosa, de ojos marrones y pelo largo y castaño, pero ¿Qué hacía una desconocida en sus sueños? O pensándolo mejor, seguro que la había visto en algún lugar, pero ¿Dónde? No se acordaba haberse cruzado con ella y aunque así fuera no había motivos de que apareciera en sus sueños que eran sagrados. Iba a pasar el resto de la noche pensando en ello, pero no lo hizo, estaba alterado. Se puso en pie y entró en el baño, se miró al espejo y más tarde se lavó la cara. Eso sí era una pesadilla, una chica en sus sueños…

 Regresó a su cuarto y luchó por conciliar de nuevo el sueño.

 

Al día siguiente despertó preocupado, obviamente por el sueño, estaba sentado en su cama frotándose la cara, quería entender a qué se debía el sueño que había tenido, pero no hallaba ninguna explicación ¿Por qué ahora? Y ¿Por qué de esa manera? ¿Era una señal de que iba a volverse loco por ser misógino o era un castigo por serlo?

 Se cambió y bajó a la cocina donde estaba Eduardo su padre tomando el desayuno.

—Mmh, es el príncipe. No tienes buena pinta.

—Estoy bien. —se sirvió un vaso de café.

—¿Tu cara dice lo contrario o eso me parece a mí?

—Un mal sueño, solo eso—dio un sorbido de su té. —¿no se ha despertado Nico todavía?

—Supongo que dormisteis tarde.

—Ya sabes, fin de semana. De hecho, iba a confirmarte que hoy me mudo a mi nuevo departamento.

—Me alegra la noticia. Así que no le falta nada.

—Nada, excepto mi presencia.

—Pues en ese caso iremos juntos a ver cómo te instalas.

—Por supuesto, no podría hacerlo sin vosotros.

—Oye hijo… lo del psicólogo sigue en pie.

—¡Papá! —había conseguido ponerlo mal otra vez —voy a por Nico.

Se puso en pie con su taza y se dirigió al cuarto de Nicolás. Su padre estaba preocupado por su situación en cuanto a las mujeres y sostenía que si él se veía con un psicólogo tal vez le ayude a cambiar su actitud con respecto a las mujeres. Quería que se comportara como un hombre, que fuera como los demás y que fuera capaz de formar una familia, quería que se relacionara con el mundo como es debido, pero él no se dejaba ayudar porque no era como los demás, era él mismo y eso le hacía preocuparse mucho más aún a su padre.

 Ya arriba abrió la puerta del cuarto de Nicolás quien seguía dormido, colocó su taza sobre la mesita después de darle un último sorbido. Se acercó a la cama de su hermano y se sentó sobre ella.

—Nico despierta—no hubo respuesta alguna hasta que volvió a insistir.

—Sigo durmiendo—respondió tapándose el rostro con una de las almohadas.

—Estamos a las nueve de la mañana.

—Dame un poquito más de tiempo.

Daniel suspiró, vio un librito sobre la cabecera o eso parecía hasta que lo cogió y lo abrió con los pies cruzados apoyado de codos contra la cama. Tenía la fachada de un libro de filosofía cuando en realidad era un diario.

—No me habías dicho que tenías un diario y que mi nombre aparecía en casi todas las paginas…

No tuvo la oportunidad de acabar la frase dado que velozmente Nicolás le había quitado el libro de las manos poniéndose de pie.

—Ya estoy listo ¿nos vamos?

—Vaya, que rápido despiertas—Nicolás guardó el librito bajo llave.

—No lo habrás leído ¿verdad?

—A penas me has dejado ojearlo ¿desde cuándo me ocultas las cosas? Creía que conectábamos—ironizó.

—Y créeme, conectamos. Pero resulta que te oculto cosas como lo dices tú, desde que todo el mundo sabe que el diario de uno es algo sumamente personal. —Daniel lo miraba estupefacto con una ceja alzada; un rato después se puso de pie.

—De acuerdo sabelotodo. Ahora arréglate si vas a acompañarme—recogió su taza y se disponía a marcharse—no tardes, te espero abajo.

—Termino en seguida.

Cuando Daniel se hubo marchado, Nicolás dio un largo suspiro, por lo visto tenía algo en su diario que no quería que él viera porque en realidad solo tenía que ver con su hermano. Rápidamente entró en el baño, se dio una ducha rápida y se cambió. Bajó las escaleras y se encontró con su padre y su hermano por vez primera como personas civilizadas charlando sobre el trabajo; ¿al fin había decidido unirse a la empresa?

—¿Nos vamos ya? —los interrumpió.

—Por supuesto.

Daniel cogió lo último que le quedaba en la casa, dio un último vistazo a la casa y los tres juntos salieron de la casa, subieron al auto y se dirigieron al nuevo departamento de Daniel.

 Era de esperar que el día fuera lluvioso dado que así lo mostraba la atmosfera, pero había tiempo de celebrar por su nuevo hogar.

                                       *********

 Para Sídney las cosas tampoco le resultaban fáciles, su vida era un total desastre sobre todo con la familia que le tocaba, adoraba a sus padres, pero no podía seguir viendo cómo se autodestruían, le dolía que no pudiera hacer nada por ellos, ojalá todo fuera fácil, pero no lo era.

 Precisamente esa noche cuando creía que todo no podía ir a peor, ocurrió todo lo contrario. A pesar de ser una noche lluviosa y llena de tormentas, su padre no había llegado todavía, no iba a esperarle dado que se conocía el resultado final en el que llega borracho y descarga su ira contra ella y su madre.

Después de cenar entró a descansar en su cuarto después de darle las buenas noches a su madre quien estaba totalmente preocupada porque no llegaba su esposo; se quedó a esperarlo en el salón mientras se quedaba dormida un rato.

  A las once y media de la noche, se oyó un fuerte golpe contra la puerta lo que le hizo despertar a Sídney, aunque no salió de su cuarto, suponía que sería su padre. Carla se despertó asustada por el golpe, pregunto por quién era y en cuanto confirmó que se trataba de su esposo, corrió a abrirle. Lo que vio no le resulto nada extraño, su esposo estaba tambaleando por la borrachera y estaba plenamente empapado por la lluvia. Carla lo miró furiosa, ya no podía aguantarlo más, hacia todo lo posible por entenderlo y soportarlo, pero estaba colmando su paciencia.

—¿En serio piensas seguir así Roberto? Porque así no nos resuelves los problemas y lo sabes. No puedes pasarte toda la vida en ese estado.

—A mí no me gritas ni mucho menos me indicas como he de vivir, soy el jefe y solo yo puedo dar órdenes.

—Así que el jefe eh, porque no sabía que fuera un cargo dado que no nos ayuda en nada. ¿es ese acaso el ejemplo que le das a nuestra hija?

—Eh, ¿has dicho, nuestra hija? Querrás decir tu hija.

—¿Pero de que hablas?

—No te hagas la inocente, amor, tu bien sabes que Sídney no es mi hija sino solo tuya y a saber con quién.

—¿A qué viene eso ahora? —estaba furiosa, pero se esforzó en reducir la voz para que Sofía no les escuchara—prometiste que no hablarías nunca de eso.

—Pues ya ves…

Carla no pudo lograr mucho de lo que esperaba porque desafortunadamente Sídney salía de su cuarto y se enfrentaba a ellos.

—Mamá dime que no es cierto lo que acabo de escuchar.

Carla miró a su esposo con la esperanza de que rectificara o mejor dicho, mintiera sobre lo que acababa de decir pero desafortunadamente, estaba tan embriagado que por el susto de la presencia inesperada de Sídney, se echó en el sofá donde se quedó dormido al poco rato; ahora tenía que enfrentarse sola a lo que había provocado Roberto.

—Como puedes ver Sid… está delirando, no le hagas demasiado caso. A demás, creía que ya te habías acostado.

—No me cambies de tema y dime la verdad por una vez en tu vida mamá. —se podía percibir la furia en su rostro, su madre evitaba verla así.

—La verdad es que no soy tu padre. — pronunció Roberto aun con los ojos cerrados; las dos lo miraron.

—Ahora quiero oírlo de la boca de mi madre—rompió el hielo mientras le resbalaban las lágrimas inevitablemente con los brazos cruzados.

—Es cierto—confesó después de dar un largo suspiro de derrota, ya no podía ocultarlo—él no es tu padre biológico, pero si es tu padre, eso es lo que importa.

—¿Por qué nunca me lo contaste? Tenía derecho de saber la verdad ¿no crees?

—Lo sé hija, pero es que…

—Ya no me digas nada, ya no estoy segura de si será cierto o no—estaba llorando.

 Sin pensárselo más tiempo salió de la casa cerrando de un portazo la puerta sin importar las suplicas de su madre.

Seguía lloviendo a cantaros, pero no quería regresar a ver el rostro de su madre y su falso padre; no solo se enfadaba porque su madre le hubiera engañado con lo de su verdadero padre, sino porque le había hecho pasar por todos los malos tratos de su padre cuando en realidad su verdadero padre estaría por allí pudiendo hacer algo para evitarlo. Seguía caminando mientras se empapaba por la lluvia, no podía parar de llorar, detestaba que su vida no pudiera ser perfecta ni por un segundo. Había caminado durante media hora y empezaba ya a resfriarse, era oscuro y no había nadie en la calle, era demasiado tarde y solo circulaban unos cuantos vehículos. Ya no pudo seguir caminando por el resfriado, por lo que se acercó a la gasolinera que encontró, obviamente estaba cerrada por los relámpagos, se sentó en uno de los bancos que se situaban fuera mientras tiritaba de frio, en poco tiempo se echó en él y se quedó dormida, ya no le importaba lo que pasara al final, de todas formas, nada bueno le sucedía…

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