CAPÍTULO III

Esa noche me sentí vigilada por mis compañeras de habitación. Pero lejos de darle mayor importancia, las ignoré colocándome mi mascarilla facial para la noche. Ellas me miraron con intriga y a la vez burla, rodee mis ojos y estaba por acostarme cuando María se acercó a mi cama.

—¿Qué te pusiste en el rostro? —preguntó curiosa.

—Un facial, ¿No usas? — pregunté indignada.

—¡No! Eso es vanidad, lo dice la biblia—repuso y rodeé mis ojos, si seguía haciéndolo quedaría bizca.

—¡Es tu cara! —exclamo—, Puedes ponerle lo que se te venga en gana—respondí.

—¿Me das un poco? Por fii —se animó y sonreí de lado, las pervertiría un poco.

—Claro que si—respondí y le pedí que se inclinara hacia atrás y tomara su cabello, le esparcí la crema por su rostro, dejándola totalmente blanca, justo como yo me encontraba.

—¡Déjala! No le pongas esas cosas—defendió Dana, creo era su nombre.

—Pienso que María es lo suficientemente grandecita como para tomar sus propias decisiones—refute. Y ella me miró mal.

Esa noche me costó mucho trabajo conciliar el sueño, no podía parar de pensar en mi padre y su tan equivocada decisión de traerme a esta pocilga. ¿No podía simplemente pagarme el psicólogo? ¡Siempre se negó! “Aria, ¿Sabes lo que creería la sociedad si te llevó al loquero?” ¡Le importaba una m****a su hija! ¡Solo le importaba su apariencia! Limpie unas cuantas lágrimas traicioneras y me quede dormida ignorando las preguntas de “¿Estás bien?” de maría.

La puta alarma sonó como un martillo golpeando la pared en mis oídos, revise el reloj de la pared. ¡Eran las cinco de la mañana! ¿Qué demonios les sucedía? Ignorando el incesante sonido del despertador, seguí durmiendo.

—Arriba novata, tenemos misa en cinco minutos—advirtió Rebecca, ¿Acaso se había fumado un porro vencido? Estaba loca si pensaba que iría a esa celebración extraña, no pensaba moverme de la cama hasta las siete de la mañana.

—¡Ni loca! No pienso moverme de aquí—respondí.

Me di la vuelta ignorándola y cubrí mi cabeza con una almohada, María me arrastro de los pies hasta el borde de la cama.

—Soy jefa de escuadra, no puedo permitir que no vayas a misa. Ponte el uniforme—ordenó y la miré mal.

Daba igual, si no era ella, vendría una jodida monja y me llamaría la atención. A regañadientes me puse de pie y me duche rápidamente para luego colocarme el uniforme, claro que no usaría esa falta de mojigata. Tome una tijera del escritorio de una de ellas y rasgue mi falda quitándole tela.

—Pero, ¿Qué haces? —preguntó, María indignada—, Es un internado católico, no es un instituto de rameras.

Sonreí con sarcasmo y me coloqué mis botas, si querían echarme por no utilizar los zapatos acordes y la falda muy corta. Me harían un gran favor, salí de la habitación escuchando las quejas de esas niñas santurronas. ¿Por qué seguían las reglas? ¿Qué estaba mal con ellas? Pase por el centro de donde estaban reuniéndose para la misa, pero claro que no asistiría. Así que comencé a caminar explorando mi nuevo colegio, llegué al ala sur. Estaba un poco abandonada, polvorienta y desolada, perfecta para mí. Saqué mi cajetilla de cigarros de mi sujetador y encendí uno.

¿En qué momento me jodí tanto la vida? ¿Como para estar en este convento? ¿Quién soy? ¿Aria? Nah, deje de ser la misma desde que un accidente me arrebató el sentido de vivir, si mi hermana estuviera viva sé que todo sería diferente, ni hablar si lo estuviera mi madre. Una lágrima traicionera baja por mi mejilla, le di otra calada a mi cigarrillo mientras la limpiaba.

—¿Qué hace aquí? Debería estar en misa, jovencita—dictaminó una voz viril, me hizo estremecer.

—Lo mismo podría preguntarle, ¿No debería estar reemplazando al padre? —inquirí mirándolo a los ojos. Joder si ser guapo fuese ilegal, mi profesor de religión sería condenado a cadena perpetua.

—¡Déjese de bromas! Usted debe ser la americana problemática…—respondió más para él, que para mí—, Además no soy padre, soy profesor.

—¿Y qué va a hacerme por desobedecer, profesor? ¿Me va a castigar? —pregunté divertida, mientras me sentaba sobre una mesa anticuada y cruzaba mis piernas.

—No me provoque, señorita Johnson—respondió severo, lucia nervioso. ¿Por qué? ¿Había producido eso en él? ¿Cómo es que sabía mi nombre? Me excitaba sin tocarme, el solo escuchar mencionar mi apellido me calentaba.

—¿Le tiene miedo al pecado, señor Daniells? —pregunté, mientras lo miraba seductoramente y desabrochaba dos botones de mi blusa—, Porque yo no…

—¿Qué pretende? ¡Abotonase la camisa, señorita Johnson! —respondió, desviando su mirada para su lado izquierdo.

—Nos vemos luego, profe—respondí en un susurró cerca a su oreja, dejando rápidamente un beso en su mejilla, sintiendo una extraña electricidad, cuando camine hacia la salida y pase por su lado.

Eso había sido divertido, sonreí con picardía mientras tomé mi camino a la enorme capilla. Al llegar me asomé un poco por la puerta y vi que ya había comenzado. ¿Quién era yo para interrumpir? Así que tome mi mochila ajustándola bien en mi hombro y camine hasta divisar la enfermería. Tenía una idea buenísima para darme mi propia bienvenida al convento. Toque la puerta y al escuchar un “pase”, fingí mi mejor cara de enferma y desordene un poco mi cabello.

—Buenos días, enfermera. Necesito ayuda—saludé entrando con pesadez, ella me vio y en seguida me ayudo a caminar hasta la camilla.

—Buenos días, jovencita—respondió—, ¿Qué le sucede?

—Llevó días sin poder hacer del dos, ¿Sabe a lo que me refiero verdad? —pregunté y ella asintió con recelo.

—Tengo un laxante efectivo, ¿Quieres un poco? —preguntó y asentí animosa.

Ella sonrió y se fue a buscarlo en un estante, después de unos minutos volvió con un bote blanco en sus manos.

—Es este, solo debes diluir media cucharada, en un vaso de agua—aviso—, Si pones más de la cuenta, te causará diarrea.

—Entiendo, ¿Cree que pueda darme el bote entero? Es que soy muy estreñida, siempre desde niña me ha costado hacer del dos—respondí con voz angelical, la misma que usaba para pedirle perdón a mi papá cada vez que me echaban de los colegios y convencerlo de que no era mi culpa.

—Vale, de igual manera nunca piden de esto—respondió divertida—, Suerte con tu estómago…—alargó incómoda, le di una cálida sonrisa agradeciéndole y salí de la enfermería guardando el bote en mi bolso.

Vi como todas estaban saliendo de la misa y me uní al grupo, así no notaban mi ausencia. Vi como sor Patri me buscaba entre las demás cabezas, así que entrelacé mi brazo con el de maría.

—¿Dónde te has metido? Sé que no entraste a la misa—regañó por lo bajo.

—Me perdí, soy nueva, ¿sabes? —respondí con ironía y ella bufó—, ¿Cómo es el nombre de la cocinera?

—Miranda, ¿Por qué? —preguntó confundida.

—Debo darle un recado de Sor Patri, las alcanzó en el comedor—respondí yéndome.

Camine a paso rápido por los pasillos buscando la entrada a la cocina, al encontrarla. Respire profundo y coloque mi mejor sonrisa angelical, debía funcionar. Encontré a una mujer robusta y de cabello corto escondido en una red, tenía un delantal y movía algo en una olla. Me acerqué hasta ella.

—Buenos días, Miranda —saludé—, Sor Patri me ha enviado para ayudarle a preparar el desayuno.

—Buenos días, jovencita—respondió de mala gana—, ¿Cómo? No me ha informado nada.

—Son sus órdenes, me he portado mal ayer en clase de filosofía—respondí—, ¿Quiere que le diga que usted no necesita ayuda? —pregunte con fingida indignación y ella pareció pensarlo por un momento.

—No, no, no es necesario. Revuelve esto niña, iré a ver el pan—cedió finalmente y sonreí victoriosa.

Me tendió la enorme cuchara de madera y revolví la sopa hasta que perdí de vista a Miranda, saqué el bote de mi bolso y lo vertí rápidamente en la olla. Lo mezclé muy bien, hasta que volvió la robusta cocinera.

—Apágalo y ayúdame a servirlo en las tazas hondas—pidió.

Asentí gustosa y la ayudé a servir algunos platos, pero cuando vi a sor Patri dirigiéndose a la cocina. Entendí que debía salir del lugar urgentemente.

—Miranda, ya debo irme—dije apurada.

—Pero si aún no sirves todo—regañó.

—Sí, pero debo ir por mis libros antes de desayunar—respondí torpemente y salí corriendo de la cocina.

Vi a las demás estudiantes formándose para entrar al comedor y busqué con la mirada a María. Caminé hasta ella y volví a enganchar mi brazo con el suyo.

—Hagas lo que hagas, no comas la sopa—le susurré en el oído—, Me caes bien, no has sido idiota conmigo. Así que no lo seré contigo, me agradeces luego.

Ella me miró sin comprender y cuando estaba por preguntarme, abrieron la puerta y pasamos recogiendo nuestras bandejas y los platos. Por suerte no solo había sopa, sino también cereal y pan. Claramente, tomé la segunda opción y maría también. Al cabo de unos minutos nos sentamos y comenzamos a comer, pasaron treinta minutos exactos y tal como decía la etiqueta del bote del laxante, hizo efecto y todas comenzaron a correr. Probablemente buscando un baño, incluidas mis otras dos compañeras de habitación.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo