Capítulo 1

“Recuerdo cuando me mirabas con ansias y yo era dueña de tus pensamientos. Recuerdo que estar a mi lado y besar mis labios, era tu deleite. Recuerdo... que buscabas cualquier excusa para verme”. 

Jimena se acostó desesperanzada de ver a Pablo antes de dormir, al parecer, tuvo otra reunión social con sus socios. El bebé ya se había dormido y por fin podría descansar un poco. Estaba aliviada de que sus pechos dejaron de doler, puesto que hacía poco se habían secado. El bebé dejó de mamar un mes atrás y ella sentía que las mamas le explotarían. Cerró los ojos lentamente y llena de decepción, pues realmente necesitaba la compañía de su esposo. Últimamente, se sentía deprimida por la distancia que se había creado entre ellos.

Se despertó con ardor en los ojos al sentir a Pablo meterse debajo de las sábanas. Habría dormido solo unas horas. Se sentó en la cama apreciando el torso desnudo de su esposo que se escondía en la oscuridad de la noche, alumbrada aquella habitación solo con la luz de la luna.

 —¿Por qué llegaste tan tarde? —Cruzó los brazos.

 —Jimena, estoy cansado. No empieces. —Tapó su rostro con la sábana.

 —Por lo menos debiste llamar. —Se recostó sobre la almohada.

 —Como si llamar cambia el hecho de que haya llegado tarde...

 —Pero por lo menos sabría dónde estabas.

 —Eso tampoco cambiaría el hecho de que haya llegado tarde. —Bufó

 —¿Te estás burlando de mí, Pablo Mars?

 —¡Que manía de las mujeres Gutiérrez llamarnos por nuestro apellido! —se quejó apretando la tela.

 —No me cambies el tema, Pablo —espetó molesta. Pablo se sentó de golpe hastiado y muerto del sueño.

 —Jimena, si lo que quieres saber es si te estaba pegando los cuernos; no cariñito, no te la estaba pegando. —Suspiró profundo—. Ahora si no es mucho pedir, quiero dormir. Tuve un día de perros y no estoy de humor para tus reclamos. Hasta pareces mi esposa.

 —¡Soy tu esposa, imbécil! —exclamó perdiendo la paciencia. Era injusto que él siempre se saliera con la suya.

 —Cierto, lo eres. Bueno, se del tipo de esposa que se duerme temprano y no cuestiona a su esposo, quien se mata todo el día trabajando para darle todo lo que necesita.

 —¡Claro! Tú haces lo que te venga en gana y yo tengo que soportarlo callada. 

 —Exacto, mi amor. Ahora sí me perdonas, debo levantarme temprano mañana.

 —Pero, mañana no trabajas.

 —No obstante, tengo una salida importante.

 —¿Una salida importante? 

 —¡Uy! —se quejó ahogando su rostro en la almohada—. ¿Es en serio?

 —Tú nunca me dices nada. Ya ni hablamos. —Pablo respiró tratando de no perder la compostura 

 —Son las doce de la media noche, Jimena. ¡Bonita hora para conversar!

 —No me refiero a eso. —Frunció el ceño—. Además, antes no te importaba la hora para estar conmigo —se quejó.

 —Antes, quería comerte la manzana.

 —¿Y ahora no? —Ella arqueó una ceja.

 —Ya me la comí. Y hasta se reprodujo —contestó burlón.

 —¿Cómo debo interpretar eso, Pablo?

 —Eres la madre de mi hijo... ya no es lo mismo. No eres la misma chica de antes. Sería raro verte como mujer. —Él hizo una mueca al percatarse de lo que había dicho. Por su parte Jimena se quedó en silencio, tratando de asimilar lo que acababa de escuchar. Su corazón estaba desgarrado y no pudo evitar las lágrimas que escaparon de sus ojos. Por lo menos, la oscuridad de la noche las ocultaba bien—. No quise decir eso, Jimena. ¿Ves lo que provocas? Hablo estupideces cuando tengo sueño —dijo con culpabilidad, pero ella no respondió. Simplemente, se volteó dándole la espalda y dejando que sus lágrimas mojen la almohada.

***

 —¿Ya te vas? —Jimena le preguntó a Pablo mientras agitaba el biberón con una mano, con el otro brazo cargaba al bebé. Pablo se estaba peinando frente al espejo. Se había dejado crecer el cabello que ya le llegaba hasta el cuello. Ella lo admiraba en silencio. Él era muy apuesto y varonil.

Pablo se acercó al bebé y lo llenó de besos, inundando los sentidos de Jimena con su fresco perfume. Ella cerró los ojos al sentir su cercanía y abrió los labios receptiva. Él la miró como si ella fuera un bicho raro y besó su frente, provocándole gran decepción.

 —Cierto, ya no me ves cómo mujer —espetó con tristeza en la mirada. La culpabilidad lo invadió y se acercó a su boca.

 —Deja de decir estupideces —susurró sobre sus labios. Varios escalofríos recorrieron su cuerpo ante aquel sensual gesto. Ella lo besó con deseo y anhelo, pues ya no era común ese tipo de roce entre ellos. El beso duró pocos segundos con la excusa de que se le hacía tarde. Ni siquiera le dijo a dónde iba. Un vacío inundó su pecho y las lágrimas recorrieron sus mejillas, otra vez.

***

 —¡Hola familia! —Pablo saludó haciéndose notar. Todos se sorprendieron al verlo llegar sólo.

 —¿Dónde está Jimena? —Genaro preguntó buscando alrededor.

 —No se sentía bien —mintió.

 —¡Qué lástima! —expresó su madre—. ¿Por qué no trajiste a Adrián? 

 —Porque él llora mucho cuando está lejos de Jimena —se excusó— y quiero estar tranquilo, hoy. Necesito paz por un día. —Su madre lo miró con desaprobación, mas no contestó—. Por cierto, ¿no han llegado los tórtolos?

 —Kevin y Laura están de camino. —Cristian se acercó palmando su hombro como forma de saludo.

 —¡Cuánto tiempo, Pablo! —Claudia le saludó con sarcasmo.

 —Oh... Por lo visto ya saliste del loquero —espetó burlón.

 —¡Qué desagradable eres! —Ella se cruzó de brazos—. No entiendo como Jimena se pudo fijar en un tipo como tú.

 —Y yo no entiendo como dejan suelta a una loca persigue hombres como tú. Cásate conmigo o te mato... —se burlaba cambiando el tono de su voz.

 —¡Imbécil! —escupió ofendida—. Eso fue una calumnia. Yo no necesito perseguir a ningún hombre, al contrario, ellos me persiguen a mí —dijo moviendo su cabello de un lado a otro.

 —Me imagino. —La miró entrecerrando los ojos—. Kevin se moría por ti y el profesor de dibujo te acosaba de tal manera, que pusiste una orden de restricción —ironizó—. ¡Los artistas te persiguen! —dijo con sorna y Claudia por poco lo cachetea.

 —¡Ya basta! —intervino Paulo—. Deja de sacar los pecados tu cuñada a la luz, tal vez sus afinidades cambien y se obsesione contigo. Ese tipo de gente loca tienden a ser masoquista.

 —¡Paulo! —Clara lo llamó en forma de reclamo—. No hables así de mi sobrina, por favor. —Fijó la mirada sobre él y Pablo—. Sean considerados con ella, ha tenido muchos problemas y ha sufrido bastante. —Ambos bufaron.

 —¿Podrían cambiar el tema? —Cristian los miró fulminante—. Vinimos a compartir en familia, no a matarnos como perros y gatos.

 —Es cierto —secundó la madre de Pablo—. Dejemos los temas incómodos y vamos a tener un momento agradable. 

 —Mamá, esta familia está llena de temas incómodos. ¿De qué hablaremos, entonces? —Pablo razonó con sarcasmo.

 —¡Cállate ya, imbécil! —reclamó su hermana.

 —¡Hablando de locos! —dijo burlón.

 —¡Hablando de imbéciles! —ella contraatacó haciendo una mueca—. Por cierto, ¿a qué hora va a llegar Kevin? 

 —Hablando de amores obsesivos... —Pablo susurró

 —Te oí, tarado. —Su hermana le golpeó el hombro—. Kevin es mi primo favorito, deja de decir tonterías.

 —Eso me queda clarísimo, hermanita. —La miró con picardía—. Él es tu “favorito” y único primo.

 —No sé ni por qué hablo contigo. —Entornó los ojos. En ese momento, Kevin y Laura entraron a la mansión de los padres de Pablo. Saludaron a todos y Jessica se lanzó a los brazos de él. 

 —¡Te extrañé tanto, Kevin! —Lo miró a los ojos con intensidad—. Creí que nunca llegarías de París.

 —Solo fue un mes... —Acarició sus mejillas.

 —Todo un mes de luna de miel, picarón. —Pablo se le acercó con una sonrisa traviesa—. No era para menos —lo miró con picardía—, fueron veintiséis años de abstinencia. Hasta llegué a creer que eras gay.

 —Tan carismático como siempre, primo. —Kevin negó divertido.

 —Por más delicioso que haya sido tu mes en París, sé que me extrañaste tanto como yo a ti, simplemente tu vida sin mí es aburrida —dijo abrazándolo con fuerza.

 —¡Déjame ya! —Kevin trataba de zafarse de su agarre—. Hablando de gay... —se burló.

 —¡Vaya que se te dio, primita! —Claudia la abordó maliciosa.

 —Hola, Claudia —Laura la saludó con recelo. La aludida hizo una mueca.

 —¡Cuánto tiempo, Kevin! —Claudia se le acercó y dejó un beso coqueto sobre su mejilla. Laura respiró profundo y trató de ignorarla. Kevin se le acercó y entrelazó su mano con la de ella.

 —¿Todo bien? —le susurró en el oído al ver la cara que puso. Ella asintió en silencio y él besó su mejilla.

 —¿Dónde están Jimena y el bebé? —Laura preguntó al notar su ausencia.

 —No se sentía bien —Pablo respondió con un poco de culpabilidad.

 —¡Vamos a la terraza! —la madre de Pablo anunció y todos la siguieron.

La familia hablaba de diferentes temas, en especial, de la luna de miel larga de Laura y Kevin. Pablo se alejó del resto. Simplemente, se sentía como un cretino malvado. Miró su celular y dudaba si llamarla o no, solo quería un día fuera de su rutina. Un día sin pañales, vómitos ni gritos. Un día de plena tranquilidad. Se sentía demasiado egoísta, de todas formas, estaba con su familia, aquello no sería tranquilidad total. Tecleó el número, pero ella no respondía. Entornó los ojos porque eso era común. Después de tres llamadas, ella respondió.

 —¡Por Dios, Jimena! ¿Es tan difícil contestar el teléfono?

 —Lo siento. —Se escuchaba apagada—. Estaba dando de comer a Adrián y el celular estaba en la habitación. 

 —¡Como sea! Parte de tu familia y la mía estamos en casa de papá. Todos están preguntando por ti. —Hubo un momento de silencio.

 —Pero... ¿Hasta ahora me dices? —Sonaba triste y su voz era débil.

 —Lo siento, lo olvidé. 

 —Me imagino... —dijo incrédula.

 —¿Vas a venir?

 —Discúlpame con todos —respondió decaída—. No me siento bien. 

 —Bueno... —De verdad se sentía como una mala persona—. Te veías bien esta mañana. 

 —Pero no estoy de humor, Pablo. Yo... —Hubo un silencio.

 —Perdóname, ¿sí? En estos días el estrés me tiene más idiota de la cuenta. 

 —Está bien. Pero no estoy segura de ir. Sé que Claudia está en el país...  ¿Ella está allá?

 —Sí. No me digas que no quieres venir porque ella está aquí. Si siempre han sido muy unidas.

 —Sabes que nuestra relación se volvió tensa después de que tú y yo nos casamos, además... —Hubo otro silencio—. No quiero que me vea así... No estoy lista para sus burlas.

 —¿Así cómo, Jimena? —preguntó hastiado.

 —Ya sabes... Cambié mucho después del embarazo... 

 —Deja de decir tonterías... —dijo casi susurrando.

 —Lo dice quién ya no me ve como mujer. —Se escuchó un sollozo.

 —Jimena...

 —Está bien, no te culpo. —Su voz se escuchaba quebrada—. Voy a estar bien. Tú disfruta tu día en familia.

 —Como digas. —Rascó su cabeza—. De todas formas, me iré temprano. Hablamos cuando llegue.

 —Ok.

Frotó su sien y suspiró.

 —¡Soy un cretino desgraciado! —se lamentó después de cerrar a llamada.

 —¿Todo bien? —Kevin se sentó a su lado. Pablo estaba lejos de los demás con su mirada perdida.

 —Sí. —Posó su mirada al suelo—. ¿Por qué la pregunta?

 —Pues, estás aquí solo y callado. Eso no es típico de ti.

 —Es el estrés y cansancio. Por cierto, ¿cómo va tu vida de recién casado? —cambió el tema. Kevin sonrió con un brillo especial en su mirada—. Aunque es obvio que bien, al parecer, Laura te está tratando de maravilla. —Lo miró con picardía.

 —Estar con ella me hace sentir completo. Amo a esa chica como nunca creí podría amar a alguien. 

 —Eres un suertudo... —dijo casi en un lamento. Kevin lo miró extrañado.

 —Tú también —palmó su hombro—, tienes una hermosa familia.

 —Sí... —dijo dudoso—. Tengo un hermoso hijo...

 —Y una hermosa esposa —Kevin terminó por él con una sonrisa. 

 —Sí, solo que las cosas con ella no están bien. ¿Cómo es que tú y Laura lo hacen? Llevan prácticamente él mismo tiempo que nosotros de relación y cada día se ven más enamorados. ¿Será que es porque no se habían casado?

 —¡Deja de decir estupideces! Me siento más unido a Laura después de que nos casamos. Tal vez, no es lo mismo porque solo tenemos un mes conviviendo y no tenemos un hijo. Pero... no es el matrimonio que acaba con la relación, son las personas. Pablo, tú y Jimena nunca tuvieron tiempo de saber si realmente querían dar ese paso de unir sus vidas para siempre. Se dejaron llevar por la emoción del momento y luego se casaron por la presión de sus familias por el embarazo. Sin embargo, yo creo que ustedes tienen algo especial que los une, y no hablo de Adrián, aunque eso también los une. Yo creo que a ustedes les faltó tiempo de desarrollar su relación antes de enfrentarse al reto de tener una familia juntos. Está en ti recuperar ese tiempo. Yo sé que ustedes se aman y que pueden superarlo.

 —Hay un problema, Kevin. —Bajó el rostro—. Me siento atraído por otra mujer —confesó con tristeza. Kevin lo miró sorprendido.

 —¿Hablas en serio? —inquirió con incertidumbre.

 —No es que estoy enamorado ni nada por el estilo —aclaró aterrado—, es algo físico. La condenada está buenísima y es muy sensual... yo hace mucho no sé lo que es estar con una mujer... Esto me está volviendo loco.

 —¿Cómo que hace mucho no estás con una mujer? —Kevin estaba asombrado—. ¿Y Jimena?

 —No me atrevo a tocarla —confesó—. No tenemos nada desde que nos casamos. Su barriga ya estaba crecidita y yo temía hacerle daño.

 —¡Qué tonto! Las embarazadas pueden tener relaciones sexuales. Al contrario, eso les hace bien.

 —Pues, no lo sabía. Trataba de no saber mucho sobre el asunto. Sé que he sido un patán, pero estaba aterrado. Un hijo y un matrimonio no estaban en mis planes.

 —Pero... ¿Y después del embarazo? 

 —Ella no podía. Cuando se recuperó, el bebé ocupaba todo su tiempo y ni siquiera se arreglaba. Además, sus pechos estaban llenos de leche y hasta le chorreaba la ropa a veces. No sé, simplemente nunca lo intentamos. Creo que ambos sabíamos que nuestro matrimonio era un fiasco, por lo tanto, ella se concentró en el niño y yo en el trabajo.

 —¡Vaya! Pero ella se ve que te ama mucho.

 —Y yo a ella. Pero la pasión se esfumó —se lamentó.

 —Si se aman, entonces la pasión está ahí, puesto que es un fruto del amor. Van de la mano si así lo quieres. Solo tienes que dejarte llevar sin complicar las cosas ni poner etiquetas. Como me dices a mí: ¡deja de ser pendejo, Pablo! —Ambos rieron.

***

 —¡Llegaste! —Jimena abordó a Pablo con emoción. 

 —¿Te pasaste todo el día encerrada en la habitación? —cuestionó mirando hacia la cama donde yacía su esposa.

 —No me siento bien —se excusó con tristeza en la mirada.

 —¿Depresiva otra vez? —Él se sentó a su lado.

 —No lo sé. —Dos lágrimas recorrieron sus mejillas. Ella se las secó con rapidez—. Estoy bien, no te preocupes. —Fingió una sonrisa. Él asintió inseguro y se dirigió al baño. 

Pablo durmió al bebé después de darle de comer. Lo llevó a la habitación y lo acostó en su cunita. Se quedó un rato contemplándolo. Una sonrisa se dibujó en su rostro y él acarició su mejilla con ternura mientras lo admiraba con orgullo.

 —No fuiste planeado, pero eres lo más hermoso que me ha pasado. Eres la mejor versión de mí. ¿Sabías que sacaste la belleza de tu padre, pedacito de mí? ¡Mi mini mí! Eres afortunado de ser un Mars, los Mars tenemos un encanto especial con las mujeres. ¿Qué haremos contigo, bribón? Escoge a la más linda e inteligente de todas. —Sonrió—. Descansa, pequeño. —Besó su tierna mejilla. 

Entró a su habitación y vislumbró a Jimena que se estaba poniendo una batita de seda blanca. Se quedó observando el escultural cuerpo de su esposa. Ya había recuperado su peso, no obstante, ella seguía sintiéndose mal con su físico. Ni que se haya inflado como un globo. Solo eran unas libritas de más, mas para ella era obesidad.

En realidad, el embarazo le sentó bien. Ya que sus músculos se ensancharon haciéndola ver más curvilínea y atractiva. Su cabello largo y rubio estaba desarreglado y le daba un toque salvaje y sensual. Ella lo miró. Él se quedó perdido en esos ojos azules que tenían un brillo que lo enloquecían. Se sentía el idiota más grande del mundo por fijarse en otra mujer cuando tenía una esposa tan hermosa en casa, esposa que él estaba descuidando. Ella se acostó con mucha prisa y se cubrió con la gruesa sábana, como evitando que él la viera. Él se quitó la camiseta y se miró al espejo.

 —¿Te gustan mis músculos? —le preguntó mientras contraía sus brazos y pecho. Jimena rio entretenida.

 —¡Eres tan infantil! —dijo con una sonrisa.

 —Por lo menos estás riendo. —Él sonrió y continuó haciendo sus extraños ademanes, provocando que ella explotara de la risa. Él se sentó frente a Jimena y bajó la sábana de su torso. Ella lo miró sorprendida. Él la tomó de la mano y la atrajo hacia él, sentándola sobre su regazo.

 —¿Qué haces? —la rubia cuestionó con recelo. No recordaba la última vez que él se acercaba tanto a ella.

 —Eres hermosa, Jimena. —Acarició su mejilla con dulzura mientras la miraba fijamente a los ojos. Ella lo examinó incrédula y él pudo notar tristeza en sus orbes azules. 

 —Ya no lo soy, Pablo. —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Perdóname... —Las lágrimas bañaron su rostro—. No debí presionarte para que te cases conmigo, yo... estaba asustada, no quería estar sola en esto. Ahora tienes que lidiar con una esposa a la que no amas. Entiendo si me eres infiel, sé que tienes tus necesidades de hombre... Necesidades que no puedo satisfacer porque te doy asco. —Dejó salir un sollozo.

 —¿Pero qué mierda dices, Jimena? —La miró con reclamo—. Yo no te soy infiel ni tú me das asco.

 —Si no me eres infiel, ¿cómo has hecho todo este tiempo? No tenemos relaciones hace más de un año. No somos esposos, somos compañeros de cuarto que comparten la responsabilidad de ser padres.

 —He soportado de la misma forma que tú. —Subió su mentón—. Tú también tienes necesidades. 

 —Creo... qué debo liberarte, Pablo. —Las lágrimas corrían como torrentes—. No tiene sentido que sigamos juntos. 

 —¿Quieres dejarme? 

 —No, pero tú a mí sí. No me quieres, Pablo. Lo sé. Tú...ya no me ves cómo mujer.

 —Olvida eso, por favor, hablé sin pensar. Soy un tonto que solo sabe decir estupideces.

 —Pero... te doy asco...

 —Claro que no...

 —Cuando te besé... tú...

 —Jimena, estaba rápido.

 —Son solo excusas. Ya no me tocas, dejamos de hacer el amor, Pablo. Eso no es sano. Ya no me deseas y me siento culpable de tenerte preso en este infierno.

 —No digas eso, Jimena. —Él tomó su mentón y besó sus labios con fervor. Ella se enganchó de él y acarició su cabello, quien mordió su labio inferior con pasión y empezó a acariciar su cuerpo hasta deshacerse de la batita que lo había prendido. Sentir su piel suave y cálida sobre su pecho lo enloquecía, sus lenguas danzaban a la par y sus respiraciones eran un caos. Él la puso sobre la cama para besar toda su piel. Fue así como después de tanto tiempo, ambos se estremecían con sus cuerpos desnudos entrelazados y llenos de sudor.

 —¡Vaya! —Él se separó de ella, acostándose boca arriba, tratando de recuperar el ritmo de su respiración—. Eso fue... —La miró coqueto—. ¿Por qué dejamos de hacerlo? 

 —¡Porque somos unos pendejos! —ella respondió con picardía y ambos estallaron de la risa.

 —Pablo... —Jimena se sentó de golpe, permitiéndole ver su torso desnudo, deleitándole la vista con aquella imagen sensual.

 —¿Sí? —respondió sin dejar de mirarla embobado.

 —No nos protegimos —dijo aterrada. Éste se sentó de golpe con cara de horror.

 —¿No te estás planificando?

 —No... Nosotros nunca tuvimos relaciones cuando nos casamos. 

 —¡Rayos! —Rascó su cabeza nervioso—. Otra vez no.

 —¿Qué hacemos? 

 —No lo sé, Jimena, pero no puedo tolerar otro mocoso más. ¡Si quedas embarazada me tiro del puente! —espetó con horror en los ojos y un gran nudo en el pecho.

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