CAPÍTULO 4. EL TIBURÓN DE CALIFORNIA

Al verlo salir, proferí una maldición — ¡No vas a poder conmigo infeliz! Ganaré ese caso. Así tenga que coquetearles al juez y al abogado de la otra parte para que fallen a mi favor —exclamé en voz alta, aunque esto último no lo dije en serio, porque a decir verdad no estaba de acuerdo con esas prácticas que eran bastante comunes entre algunas de mis colegas, quienes se ganaban la condescendencia de los involucrados a cambio de favores sexuales.

Tomé la carpeta con los documentos los puse en el escritorio y busqué el número de la señora Jones y le marqué.

—Señora Jones, le habla la abogada Kadece Keen. Soy quien lleva su caso, quería preguntarle… —pero la mujer no me dejó concluir y con una voz chillona bastante chocante me cuestionó.

—No la estoy entendiendo ¿Cómo que es la abogada que lleva mi caso? Hasta donde yo sé, mi expediente lo lleva el doctor Silverman, que es uno de los mejores abogados de esa firma. ¿Por qué la designaron a usted? Además nunca había oído nombrarla—discutió la mujer.

—Señora Jones, yo estaba en otro departamento, pero me asignaron a su proceso… —comencé a hablar, pero otra vez fui interrumpida por la mujer.

— ¿Y en qué departamento estaba? —siguió interrogando la mujer.

Ya esta cliente me tenía los cojones afuera y sin ningún tacto le respondí —Señora Jones, discúlpeme, pero no es su problema donde estaba trabajando antes, a usted lo que debe importarle es que atienda bien su caso y es lo que estoy haciendo. No la he llamado para socializar, solo quiero que tenga la bondad de facilitarme uno de los documentos contentivos en el expediente que llevamos de su caso el cual no está legible. ¿Es mucho pedir? —espeté casi sin respirar y bastante irritada.

—Es usted una grosera, tendré que informarle a Adams—pronunció en voz posesiva y amenazante—la forma en la cual me has tratado…—la interrumpí y la corté en seco.

— Ya veo que tiene más interés en acusarme con mi jefe que ponerle la mano a la mitad de la fortuna de su marido. Yo siendo usted hubiese preferido esto último, pero que le vamos a hacer... —hice una pequeña pausa y continué—… Bueno a mí me despedirán, por lo que solo perderé un trabajo, no hay problema puedo conseguirme otro, pero usted quedará pobre y volverse a conseguir un marido tan rico como el que tiene, no creo que le resulte tarea fácil—pronuncié mientras por dentro me reía a carcajadas, conocía a las mujeres de su calaña, bastante interesadas por cierto y ella jamás perdería una oportunidad.

Conté los segundos para esperar su reacción, estuve segura de que antes de contar cinco, ella cedería y definitivamente no me equivoqué, antes de llegar a tres, la mujer se dirigía a mí en un tono distinto.

— Abogada Keen, puede venir a buscar lo que necesite a mi casa en un par de horas, apunte la dirección—pronunció pacíficamente. Así lo hice, despidiéndome de la señora Jones sin dejar de esbozar una sonrisa triunfal en mis labios, había ganado mi primer round en esta batalla.

                                                                        ***

Soy Mark Gary Howard Koch, uno de los abogados más famosos del país, me llaman “El tiburón de California” ¿Por qué? Porque siempre despedazo a mis contrincantes, nunca tengo misericordia con ellos. Me observo en los cristales, luciendo un traje hecho a mi medida azul rey, que me proporciona elegancia y distinción, mientras todos fijan su mirada en mí, algo que me agrada sobremanera… Si soy extremadamente egocéntrico, ¿Quién en mi lugar no lo sería? Tengo todo lo que desean y necesitan las mujeres para caer a mis pies, dinero y poder, eso me hace verlos diferentes, tal vez por debajo de mí.

Entro a las instalaciones de mi imponente edificio de más de cinco mil metros cuadrados, construido totalmente en pequeños bloques de cristales de color negro, con una estructura versátil y funcional compuesta por arcos y cubiertas traslúcidas, con una espectacular terraza y un patio central cubierto, invadido por la luz, brindando un contacto directo del interior hacia el exterior.

El séquito de guardaespaldas me seguía muy de cerca, casi nunca me movilizo sin ellos… Bueno solo en contadas ocasiones, cuando me doy algunas escapadas y no quiero testigos. Llegué a la oficina pasado el mediodía, pues cuando no tenía previstas audiencias en el horario matutino, era mi hora habitual de iniciar el día. En caso de tenerlas a primera hora, dormía luego de salir de ellas.

Soy un ser completamente noctámbulo. Me acuesto entre las cuatro a cinco de la mañana, me levanto luego de aproximadamente seis a siete horas de descanso. Al levantarme hago dos horas de ejercicio físico, una nadando y otra en el gimnasio. Después de desayunar, empiezo mi día de trabajo siempre después de la una de la tarde. Con mis asistentes todos los días tengo una video conferencia después de ducharme y acicalarme, allí me ponen al día de todos los casos que lleva mi bufete, fuese o no el abogado que llevara la causa. Están obligados a darme un resumen diario. Soy un obseso de la información y del control, creo en la firme idea de que quien maneja esos dos elementos ostenta el poder.

Odio la ineficiencia, soy rudo y exigente con mis empleados cuando se equivocan, no perdono errores, en mi bufete “ganas o ganas” no hay alternativas, eran pocos los casos que se habían perdido y para no desechar a los abogados que incurrían en tal situación, estos debían justificar las razones por las cuales se equivocaban, si me convencían continuaban dentro de mi firma, si no los echaba por ineficientes.

Camino con paso firme mientras todas las miradas se dirigen a mí, las mujeres con deseo y los hombres con admiración. Eso me encanta, me gusta ser el rey de donde llego y hacerme notar, que tengan claro quién manda. En ese momento me llevé una mano a mi sien, intentando sosegar el leve dolor de cabeza que iba abriéndose paso en mi humanidad. Me fui desde las siete de la noche del día anterior a una fiesta privada, soy parte de un grupo selecto de hombres y mujeres, formado por personas de un alto nivel económico, que rendimos culto a nuestro cuerpo y vivimos nuestra sexualidad basada en las prácticas que engloban el BDSM, utilizamos varas, fustas látigos, cuerdas, pinzas, flagelos, entre otras herramientas para provocar los más altos niveles de excitación.

Estaba sumergido tratando de recordar algunos momentos de la noche que había olvidado, cuando una mujer se interpuso en mi camino, impidiendo mi avance —Mark, por favor. Debemos hablar, no puedes terminar conmigo de manera intempestiva—rogó suplicante frente a mí.

No pude evitar observarla despectivamente de pies a cabeza, de todos los defectos del mundo, el que más detestaba era la adulación y la falta de amor propio de las personas, que tuvieran que rebajarse a suplicar atención a otro, era realmente repugnante y en mi bien organizada mente no lo concebía. La aparto a un lado tratando de alejarla de mí, pero ella me toma del brazo.

— ¡Tienes que escucharme! —vi su mano tomando mi antebrazo y la miré con asco.

— ¡Quítame tus manos de encima! — Le ordené con voz fría. La mujer se quedó viéndome y retrocedió con un poco de temor en sus ojos—. No entiendes que ya no me interesa estar contigo, di por terminada esa relación, te cuesta entender que solo fue algo de dos semanas, sin mucha importancia, pero hasta allí, no me interesas más. Ya tuve de ti lo que quise y definitivamente quedé hastiado—pronuncié haciendo una mueca de fastidio—. ¡Ahora aléjate! Si quieres dinero para que lo hagas, entonces ve con Xavier mi mano derecha, pídele que te dé lo que necesites, para que desaparezcas, no quiero volver a ver tu…—la miro con desdén, tomo una pequeña pausa y continuo hablando—desagradable humanidad—hago un gesto con la mano para que se aparte de mi camino y continuo mientras la mujer, que ya ni de su nombre me acuerdo, se queda tras de mí llorando como una magdalena.

Al llegar a mi despacho me esperaba uno de mis asistentes, un hombre, pues no me gustaba ver a las mujeres en mi trabajo revoloteando alrededor de mí, terminaban enamoradas y exigiendo más de lo que yo quería darles. Sin saludar a nadie, porque debo reconocer que soy un ser insoportable, le interrogué.

— ¿Qué tienes de las instrucciones que te di temprano? —pregunté sin verlo, pero atento a su respuesta.

— Todas están cumplidas. Pero le tengo una noticia, que le hará saber cómo ven sus oponentes el caso de mañana. Silverman renunció al proceso, la noticia que me ha llegado es que se da por vencido no quiere enfrentarse a usted—dijo Joel sonriente, sintiéndose complacido de lo que me estaba diciendo.

—Imagino que ahora el caso lo tomó Hailey o cualquier otro de las lumbreras de Brooke & Millers Associates. Incluso Adams—indiqué con voz neutral y sin ninguna expresión, como si el hecho careciera de importancia para mí.

—Pues no, se lo dieron a una chica que nunca ha llevado un juicio, su experiencia se limita a materia de inquilinatos y compra y venta de bienes inmuebles, siempre ha estado en la parte administrativa, nunca en la vía judicial. No sé que le dio a Adams Brooke para cometer semejante error. En su escritorio le dejé un informe sobre los logros profesionales de la chica. No tiene ninguno, es una abogaducha mediocre—pronunció Joel bastante contento. Fruncí el ceño y respondí a su inquietud.

—No pasó nada Joel, simplemente saben que no tienen forma de ganarlo y le dan el caso a una insignificante chica para que la responsabilidad de su pérdida recaiga en ella y no en el bufete, para luego sacrificarla cuál chivo espiratorio y así mantener el prestigio de su firma.

« Es solo estrategia de Adams, porque sabe que va a perder uno de los casos más emblemáticos de California, al estar involucrado uno de los hombres más ricos y poderosos de los Estados Unidos. Si sintiera simpatía por los demás, esa chica me daría lástima, van a hacerla blanco de toda mala propaganda, no podrá volver a trabajar en ninguna firma prestigiosa. Pero como te dije, poco me importa, la volveré trizas en el tribunal como a todos, te juro que hasta la haré salir llorando del juzgado—hablé con burla y me senté en mi escritorio.

Tomé la carpeta que me había dejado, contentiva de la información sobre la abogada y la lancé a la papelera sin mirarla, pero en el proceso se cayó la primera hoja del informe que se desprendió de las demás y pude observar los ojos más impresionantes que había visto en mi vida, con solo esa castaña mirada me sentí impactado. ¡Yo, que no era fácil de cautivar!

Y con una voz ronca y con un profundo deseo de apropiarme de ella pronuncié — ¡La quiero para mí! Pásame el resto del informe, quiero saber todo de ella, su talla de brasier y de tanga, en caso de que los use, medida de vestido y número de calzado. ¿Dónde vive? ¿Tiene familia? ¿Quiénes son? ¿Tiene esposo, novio, pareja, amante? Joel, en no más de una hora quiero saber todo de ella, sus redes sociales, los nombres de sus amigos, quienes han sido sus clientes, sus amantes, sus gustos, todo—me sentía emocionado con cada orden que daba, revisé nuevamente la hoja y vi su nombre, el cual pronuncié en voz alta y con posesión— Kadece Keshia Keen ¡Ya eres mía!

                                           “La posesión no es nada si no se une a ella el goce”. Esopo.

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