5. ¡Te vas a callar, quieras o no!

—¡Ayuda, ayuda! —gritó Rosalba, retorciendo la situación para hacer ver a Yadira como una amenaza, lo cual podría perjudicarla aún más en el juicio.

—¡Suéltenme! ¡Esa mujer quiere lastimar a mi hija!

—¡Deja de resistirte o tendremos que silenciarte! —amenazó uno de los guardias mientras la arrastraban.

A pesar de sus protestas, la llevaron hacia una celda y la empujaron bruscamente al interior, donde otras mujeres aguardaban su turno para enfrentar el juicio.

—¡Necesito salir! ¡Tengo que ver a mi hija! —repetía Yadira, desesperada, lo que irritaba a las demás prisioneras.

—¡Ya basta! No eres la única que quiere irse de aquí —le reprocharon algunas mujeres.

Pero Yadira estaba demasiado consumida por su angustia como para prestarles atención. Su única preocupación era su hija. La ansiedad la agobiaba, y sus lágrimas fluían inconteniblemente mientras rogaba por su liberación.

Sin embargo, en lugar de encontrar empatía, las otras reclusas parecían cada vez más molestas con sus lamentos. El ambiente en la celda se volvía más tenso a medida que Yadira intentaba contenerse, buscando, tal vez, un poco de consuelo entre esas extrañas con las que compartía cautiverio.

—¡Te vas a callar, quieras o no! — mencionó una de las reclusas, tomando a Yadira del cabello y tirando hacia atrás para estrellar su rostro contra las rejas.

Yadira se quejó, pero eso solo atrajo a más mujeres a unirse al ataque, desencadenando una brutal golpiza.

—¡Vamos a enseñarte a no llorar! — dijo otra reclusa, golpeándola con fuerza en el estómago y haciéndola caer de rodillas.

El llanto de Yadira solo parecía provocar que las demás la golpearan aún más fuerte.

Ella intentó defenderse, pero otra reclusa la sujetó por detrás, impidiendo que pudiera usar sus manos para protegerse.

Yadira se sintió llena de rabia hacia esas personas, pero también hacia los guardias, quienes observaban la golpiza sin intervenir, incluso parecían divertirse con la situación.

Las mujeres no pararon hasta dejar a Yadira hecha un ovillo en el suelo, vulnerable y con el corazón destrozado.

—Dejen a la perra, parece que ha aprendido a callarse — mencionó la mujer que había iniciado el ataque.

Yadira cerró los ojos, ya ni siquiera podía llorar. Solo sentía un profundo resentimiento hacia esas mujeres, pero enfrentarlas en ese momento sería suicida.

Levantarse solo provocaría que todas volvieran a golpearla y descargar su frustración contra ella.

Media hora después, escuchó los golpes de una macana en los barrotes.

—Acomódenla en uno de los catres, a menos que quieran tener problemas — ordenó uno de los guardias, poniendo fin a la paliza.

Con dificultad, Yadira fue llevada a uno de los catres, sintiendo dolor en cada parte de su cuerpo.

La soledad y la tristeza la invadían mientras se acurrucaba en aquel rincón oscuro de la celda, preguntándose cuándo podría volver a ver a su hija y si alguna vez encontraría la manera de escapar de aquel infierno.

No supo cuánto tiempo estuvo durmiendo, pero despertó al día siguiente al ser salpicada en el rostro.

Fue así que abrió los ojos con dificultad. Estaba segura de que tenía el rostro completamente maltrecho, al igual que su cuerpo, el cual le dolía solo con el simple hecho de respirar o hacer un ligero movimiento.

—Tienes suerte, ya han pagado tu fianza, puedes salir — le informó el guardia que se encontraba fuera de su celda.

Yadira se quedó completamente desconcertada con las palabras del guardia, pero no perdió el tiempo.

Necesitaba salir de ahí e ir por su hija. Por eso no se lo pensó mucho y caminó hasta la salida.

Guillermo se encontraba esperándola justo afuera de la comisaría, en medio de la frenética actividad de la ciudad. Su rostro mostraba una mezcla palpable de preocupación y alivio al verla salir por las puertas de la comisaría.

La tensión acumulada durante su espera se reflejaba en sus ojos, que se iluminaron al reconocerla, al saberla a salvo.

Ella, por otro lado, parecía sorprendida al verlo allí, aunque era él quien debería estar desconcertado, especialmente al verla en el estado en el que se encontraba.

Su apariencia revelaba el agotamiento de una noche difícil y las huellas de las experiencias que había vivido.

Cuando sus miradas se encontraron, los sentimientos que Guillermo experimentó al verla en ese estado fueron extraños y difíciles de gestionar.

Sus ojos, por un momento, destellaron con una intensidad peligrosa, revelando una mezcla de emociones que iban desde la preocupación hasta la ira contenida.

—¿Por qué estás dudando?— le preguntó el, su voz resonaba en el aire cargada de expectación al ver que ella no se acercaba.

Yadira, sorprendida por la voz del hombre que no esperaba en ese lugar, giró rápidamente la cabeza para ubicar su origen.

Cada mirada de las personas a su alrededor parecía estar dirigida hacia él y el automóvil llamativo en el que estaba apoyado, esperando.

Yadira no podía evitar sentirse desconcertada. El hombre que estaba frente a ella, aparentemente calmado y confiado, ¿era realmente el mismo con el que había compartido cama solo unas noches atrás?

Mientras todos parecían volver sus miradas hacia él, ella tenía la certeza de que no la veían a ella, sino al hombre y al automóvil llamativo donde se encontraba recargado, esperándola.

Él no respondió a su pregunta, simplemente continuó esperando a que ella se acercara. La inquietud creció en el aire mientras ella luchaba por entender lo que estaba sucediendo.

Esta situación la llevó a hacerse una serie de preguntas inquietantes.

¿Acaso él había sido quien la había vuelto a salvar en un momento de necesidad?

¿Por qué ese hombre aparecía en su vida precisamente cuando más necesitaba una mano amiga, o tal vez algo más?

Sus pensamientos eran una maraña de incertidumbre mientras contemplaba al enigmático hombre que había venido a buscarla.

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