4. No en frente de la niña.

—No me amas, ¿por qué sigues queriendo estar en una farsa?— le preguntó ella tratando de razonar con él.

Las palabras de Yadira no hicieron más que enfurecer a Enrique, quien la tomo del cuello y empezó a golpear con la palma de su mano su rostro.

—¿Hay algo ahí? Por supuesto que no hay nada ahí— se burló.

Ella cerró sus ojos tratando de soportar el dolor que él le estaba provocando.

—¿Mami qué pasa?— preguntó su hija quien vio cómo su padre tomaba a su madre y empezaba a golpearle el rostro.

—Papi solo está jugando — le respondió ella a su pequeña.

—Sí, solo estamos jugando— mencionó Enrique empujándola con fuerza hacia un lado, para luego tomarla del cabello y acercarla a él.

—Me estás lastimando, por favor. No frente a la niña.

Él se rio y la golpeó en el estómago, lo que hizo que la pequeña se asustara al ver la cara de dolor de su madre.

—Déjame que te explique e ilumine tu ignorancia. Necesito estar casado para ser ascendido en la compañía. No puedo ser un ejemplo de padre de familia perfecto si tú metes una demanda de divorcio.

—Papi, papi, deja a mi mami — empezó a protegerla la niña pegándole en las piernas.

—¡Mira lo que has hecho! ¡Haces que mi hija no me respeté!—exclamó furioso golpeando a Yadira.

El golpe que recibió por parte de Enrique hizo que su cabeza doliera y que por un momento perdiera la vista viendo todo negro.

—¡Papi malo, papi malo!— gritaba la pequeña. Eso solo hizo enfurecer a Enrique, queriendo también pegarle a la niña.

—¡No te atrevas a pegarle a mi hija!— exclamó Yadira, con la pistola que había encontrado en la gabardina en la mano.

En ese momento, Yadira solo pensaba en proteger a su hija, no había espacio para el miedo ni la duda.

Su instinto maternal la impulsó a tomar esa drástica decisión.

—¿Qué crees que haces?— le preguntó Enrique socarronamente, conocía a su esposa y sabía que ella no era una persona violenta.

Su confianza en la sumisión de Yadira lo llevó a subestimarla y reírse de su atrevimiento.

—¡Por favor, no te acerques!— le suplicó ella, caminando hacia donde se encontraba su hija y tratando de colocarse enfrente de ella para protegerla.

—Eres una estúpida, ni siquiera debes saber utilizar un arma. Ven, deja que te muestre cómo se hace.

Pero Yadira estaba decidida, y sin vacilar, apretó el gatillo.

El sonido del arma fue ensordecedor, al igual que el grito de dolor que dio Enrique al ser herido en el hombro.

La sorpresa se reflejó en su rostro mientras se llevaba la mano al lugar de la herida.

El disparo paralizó a Yadira por un momento, sobre todo al ver cómo Enrique se quejó sangrando antes de desmayarse.

Pero no solo ella y su hija fueron los asustados esa noche con el disparo y los gritos que hubo en esa casa los vecinos también lo hicieron, por lo que no dudaron en llamar a la policía.

—Hija, todo estará bien, mami está aquí— decía desesperada al ver cómo su hija temblaba.

La pequeña no paraba de llorar, y de señalar la sangre que salía de la herida de su padre herido en el suelo.

—Papi, papi está muerto — decía la niña incapaz de controlarse ante visión de su padre herido.

—No, papi no está muerto— decía Yadira, aunque en ese momento no sabía si lo decía por su hija o por ella.

Tenía que comprobar si Enrique se encontraba muerto — por favor mi amor espera a mami aquí— le pidió ella soltándola, para ir a ver a su padre.

Fue hacerlo y la pequeña salir corriendo a esconderse llena de miedo a otro lugar en la casa.

Yadira no pudo detener a su pequeña y tampoco pudo verificar el estado en el que se encontraba su esposo, al ingresar la policía en ese momento a la casa.

—Está detenida, será mejor que lleve las manos arriba de su cabeza y no se mueva.

Ella ya no pudo hacer más nada más que hacer lo que le decían.

Observando como recogían la pistola con la que momentos antes había disparado a su esposo.

—Por favor, no. Ustedes no entienden. Mi hija, debo encontrarla.

La policía no la escuchó de inmediato y Yadira se encontró tras las rejas.

Estaba tan asustada que no pudo dormir en toda la noche, se sentía sola, miserable y sobre todo preocupada por su hija.

¿Qué pasaría con su hija?

A esas alturas, dudaba que su marido estuviera al pendiente de su pequeña; deseaba que no se acercara a ella, solo pensar en la forma en que le había querido pegar, le ponía la piel de gallina.

De inmediato, fue puesta en una celda, aumentando su nerviosismo y ansiedad.

La gente a su alrededor tampoco ayudaba a que ella se calmara; al contrario, tuvo que cuidarse de no molestar a nadie, lo que hizo que no pudiera dormir y que estuviera alerta para evitar problemas.

—Por favor, necesito salir— pidió Yadira a la mañana siguiente, su aspecto era lamentable y se notaba que no había dormido en toda la noche —por favor, necesito saber de mi hija.

Sin embargo, la contestación que le dio el policía fue que había sido citada en el juzgado.

—Una delincuente como tú no tienes derecho a ver a tu hija— le habló el policía, de forma tan vulgar que ella se estremeció — pero de aquí irás a la cárcel, así que será mejor que te acostumbres. El hombre al que disparaste te ha demandado por atentado agravado a su persona. Así que estarás un par de años tras la cárcel. Pero por ahora tienes una visita así que apúrate y sal.

La visita se trataba de nada más y nada menos que de Rosalba.

—Siempre quise verte así en este estado lamentable— le dijo su ex mejor amiga, nada más la vio caminar hacia la mesa donde ella la estaba esperando.

La sonrisa de la mujer hizo que Yadira se sintiera asqueada y muy molesta por la forma arrogante en la que se dirigía a ella.

Aun así, tal vez si hablaba con ella, le ayudaría y así podía quedarse con su marido.

—Rosalba, no es mi culpa, yo estaba pensando en irme con mi hija y dejar a Enrique, pero él no me lo permitió, empezó a golpearme a mí y también quiso golpear a nuestra hija.

Rosalba, por supuesto, se rió de sus palabras.

—¿Crees que te voy a creer? Lo que pasó es que Enrique te pidió el divorcio y tú no quisiste dárselo.

—¡No, eso no es verdad!— exclamó Yadira.

—¡Sí, lo es!— refutó Rosalba— pero no te preocupes, yo me haré cargo de tu bendita hija, así que puedes estar segura de lo bien cuidada que estará.

Yadira entró en desesperación ante las palabras de Rosalba, esa mujer no podía estar cerca de su hija.

—¡Ni se te ocurra acercarte a mi pequeña!— gritó Yadira tratando de tomar a Rosalba del cabello, quien de manera deliberada la estaba incitando a atacar con sus gestos y palabras que le decía en voz baja.

—Si no me alejo, ¿qué me harás? Piénsalo, estás aquí encerrada. No eres nada, Yadira, nunca has sido nada. Yo, en cambio, podré hacer lo que quiera, sobre todo a esa inútil hija tuya que tienes.

Sus palabras la enloquecieron aún más, al imaginar cómo esa mujer trataría a su hija.

—¡Sobre mi cadáver harás algo así! — exclamó Yadira con desesperación.

—¡Auxilio, auxilio! ¡Esta loca me quiere atacar a mí también!

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