La princesita Mariana y el principito Marcelo llegó al mundo con el pelo de su madre y los pulmones de su padre. Al menos, eso fue lo que dijo Ali.–Es preciosa, igual que su mamá –murmuró él, inclinándose para besar a lasdos mujeres de su vida. Acunado a su hijo en brazos – y este pequeño causara estragos cuando sea grandeSólo llevaba un par de horas siendo padre, pero habían sido las horas más fabulosas de su vida. Su amor por Ali había aumentado durante los últimos meses y verla ahora sujetando a su hija mientras lo miraba sujetar a su pequeño hijo, hacía que se sintiera a punto de explotar de felicidad.–Tiene hambre –murmuró Ali, apartando la bata del hospital paraayudar a su hija a agarrarse al pecho, mientras una pequeña sonrisa se dibujaba en sus labios.– Pronto sera el turno tambien de el..Max no había visto nunca nada tan maravilloso.–Quiero que tengamos muchos hijos –anunció, fascinado por el milagro queestaba presenciando.Ella lo fulminó con la mirada.–Espera hasta
Ay por favor, no te rebeles ahora, noes un buen momento para que sus nauseas hicieran gala de presencia –Ali se llevó una mano al estómago, intentando contener las náuseas que amenazaban con hacerla vomitar si no comía una galleta salada rápidamente. Las náuseas matinales eran un asco y aún peor cuando duraban todo el día. Y peor todavía cuando una estaba a punto de decirle a un hombre que iba a convertirse en padre.Ali pisó el freno y respiró profundamente, casi aliviada al descubrir que algo interrumpía su camino. La verja de hierro que separaba la mansión del resto del mundo tenía un aspecto impenetrable. Ella no sabía mucho sobre aquel hombre, el padre de su hijo. En realidad sólo sabía su nombre, pero era evidente que, al menos económicamente, no estaba a su altura.Contuvo el aliento al ver a un sujeto con gafas de sol y aspecto de guardia de seguridad frente a la verja. ¿Maximiliano Rockefort era de la mafia o algo así? ¿Quién tenía guardias de seguridad en medio de ninguna pa
Nada más decir la frase, Ali deseó poder retirarla.–¿Y yo debo felicitarla? –le preguntó él.–Es usted el padre.Los ojos de Maximiliano se oscurecieron.–Eso es totalmente imposible. Puede que usted no lleve la lista de susamantes, señorita, pero yo no soy promiscuo y nunca olvido a las mías.Ali notó que le ardían las mejillas.–Hay otras maneras de concebir un hijo, como usted sabe muy bien. También yo soy cliente de la clínica en la que trabaja Melody.La expresión del hombre cambió por completo.–Vamos a mi despacho.Ali lo siguió por un pasillo que terminaba en una pesada puerta de roble. El despacho era un sitio enorme, con techos muy altos y vigas vistas. Desde una de las paredes, enteramente de cristal, podía ver el jardín y el valle más abajo. Era precioso, pero la vista no resultaba demasiado consoladora en aquel momento.–Hubo un error en la clínica –empezó a decir, mirando las montañas a lo lejos–. No pensaban contármelo, pero una de mis amigas trabaja en el laboratorio
Tenía razón, pensó Max. Pero, sin saber por qué, se veía empujado a atacar a aquella mujer que, en unos segundos, había puesto su mundo patas arriba.Allí estaba, ofreciéndole algo que él había tenido que descartar mucho tiempo atrás. Pero lo que le ofrecía era una versión retorcida y extraña del sueño que su mujer y él habían compartido.–¿Es usted lesbiana?Ali se puso colorada.–No, no lo soy.–¿Entonces por qué no ha esperado hasta casarse para tener un hijo?–Porque no quiero casarme.Max se fijó por primera vez en su atuendo. La belleza de su rostro había hecho que no se fijara en el traje de chaqueta oscuro. Evidentemente, era una mujer profesional que seguramente tendría una niñera para cuidar de su hijo mientras ella trabajaba. ¿Por qué quería tener un hijo entonces? Como accesorio, sin duda, un símbolo de todo lo que podía conseguir sin la ayuda de un hombre.–No crea ni por un momento que va a criar al niño sin mí. Haremos una prueba de paternidad y, si es mi hijo, podría e
–Y no todos los días un hombre recibe la noticia de que va a ser padre.–Entonces, quiere el niño.–Pues claro que lo quiero. ¿Cómo no iba a querer a mi propio hijo?–Si lo que quiere es un heredero, ¿no podría encontrar a otra mujer que...?–¿Eso es lo que cree? –la interrumpió él–. ¿Cree que sería tan sencillo para mí olvidar que he traído un hijo al mundo? ¿Que podría abandonar a mi propia sangre porque haya sido un embarazo no planeado? ¿Usted podría hacerlo?–No, claro que no.–¿Entonces por qué espera que lo haga yo? Si es tan sencillo, tenga a ese niño y démelo a mí. Y luego tenga otro hijo con la contribución de otro hombre.–No tengo la menor intención de hacer eso.–Entonces no espere que lo haga yo.–Eso...–Ali se dejó caer sobre la silla de nuevo, enterrando la cara entre las manos–. Esto es imposible.–Las cosas cambian, la gente muere. Lo único que se puede hacer es seguir adelante y aprovechar lo que te ofrezca la vida.Ella lo miró, con lágrimas de frustración en los
Uno de sus guardaespaldas se acercó entonces y Maximiliano le hizo un gesto para que lo siguiera. Ali, con la cabeza inclinada, salió a la pista y se dirigió alavión privado, cuyo interior parecía más un lujoso apartamento que un modo de transporte. Pero había estado en la casa de Max y había visto el estilo de vida al que estaba acostumbrado. Al fin y al cabo, era el príncipe de un país que se había convertido en un destino de vacaciones que rivalizaba con Mónaco. El guardaespaldas salió sin decir nada y, diez minutos después, Max se reunió con ella.–Había un fotógrafo en la pista, pero como no hemos subido juntos esperoque te haya tomado por un miembro de mi equipo.–Eso espero yo también. ¿Vamos a viajar solos?–Con el piloto y la tripulación.–Pero es un avión muy grande para dos personas solas. Me parece unaexageración.–Scusi?–Podríamos haber ido en un avión comercial, esto es malgastar combustible.Max sonrió, mostrando unos dientes perfectos. La sonrisa transformabasu ro
Cuando vio el paisaje que mostraba Turin desde el cielo, Ali se quedó sin aliento. La isla, con sus playas de arena blanca, era una joya en medio del Mar Mediterráneo. Y, situado sobre una colina rodeada de grandes arboles con un acantilado al fondo , había un enorme edificio de piedra que parecía dorado a la luz de la tarde.–Es precioso.Precioso y salvaje, pensó. Como su dueño. A pesar de la sofisticación de Maximiliano, en él había algo crudo y casi primitivo que la atraía a un nivel primario. Algo que no había sentido nunca hasta que lo vio bajando la escalera de su casa.El vuelo había sido tenso, al menos para ella. No porque no le gustasen los hombres o no hubiera sentido deseo sexual alguna vez, claro que sí. Sencillamente, no lo había llevado a la práctica. La idea la hacía sentir como si estuviera al borde de un ataque de ansiedad. La intimidad sexual, abrirse a alguien de esa manera, exponerse y posiblemente perder el control, la aterraba. Y, sin embargo, algo enMax de
Ali no apartó las manos de su cara para disimular que se había puesto colorada. Como si ella fuera a dejar que un hombre la atase para hacerle lo que quisiera...Curiosamente, imaginar a Maximiliano como ese hombre la hizo sentir un cosquilleo extraño en el estómago. Totalmente sorprendida por la dirección de sus pensamientos, abrió la puerta del coche sin esperar a que lo hiciera alguno de los guardias.Max llegó a su lado en dos zancadas.–¿Qué te pasa?Ali siguió adelante, intentando no dejarse afectar por su presencia y suscomentarios. Pero cuando tiró de su mano, su corazón empezó a latir con tal fuerza que estaba segura de que podría oírlo. Estando tan cerca podía notar el calor de su cuerpo, respirar el aroma de su colonia masculina que era cien por cien hombre. Cien por cien Max.¿Desde cuándo notaba ella cómo olía un hombre? A menos que fuera en el gimnasio, y con connotaciones negativas, nunca le había pasado. Entonces, ¿por qué el olor de Max hacía que su pulso se aceleras