Capítulo 1: Inalcanzable.

Si había una palabra capaz de describir a Leonardo White, la palabra sería: inalcanzable. Inaccesible. Aunque también habían un montón más de palabras con las cuales describirlo: arrogante, frío, déspota, cruel, derrochador… y la lista se extendía sin algún fin, pero, desde la experiencia de Emma, no lo consideraba como un mal hombre, al contrario: le parecía un hombre agradable.

Cada vez que la mujer le decía a alguien que había sido salvado de ser despedida por Leonardo White, la primera reacción, era la incredibilidad. “¿Leonardo White, el hombre más frío de Canadá, salvando a alguien más que no sea el mismo?”, decían, como si fuese inconcebible que él hiciera un buen acto. “Ha de ser cuestión de suerte”, le habían dicho más de una vez.

Emma se preguntaba a que se debía la reputación de Leonardo White, pero nadie parecía tener el valor de responderlo directamente, lo poco que sabía del sujeto, era que era hijo del dueño de la empresa en donde trabajaba, tenía veintisiete años, era soltera y estaría allí de visita en la empresa durante unos tres meses, o algo así, no había escuchado demasiado bien la conversación que había espiado de otras dos secretarias.

—Sigo sin creerlo. —La voz de una de sus compañeras la extrajo de sus cavilaciones—. Leonardo White te salvó el pellejo.

—Ha pasado ya una semana, Sofía —bufó Emma, declinando los ojos hacia el cúmulo de papeles que tenía por revisar, empezaba a odiar su trabajo—. Creo que es tiempo suficiente para superarlo.

—¡Claro que no lo es! ¡¿Qué no lo entiendes?! ¡Leonardo White es un estúpido desgraciado! ¡Él no ayuda aquí, él, al contrario; hace que te vaya peor! ¿No te has preguntado por qué desde que él llegó las secretarias han tenido el doble de trabajo? Lo hace intencionalmente.

—¿Hablas en serio?

—¡Claro que hablo en serio! ¡¿Crees que todo lo que dicen de él es sin fundamentos?!

—Pues a mí me trató bastante bien —murmuró Emma, encogiéndose de hombros—. Tal vez es de la clase de personas que hay que saber tratar.

—Emma, según lo que escuché, le arrojaste café caliente encima, sobre su traje tan costoso, ¿qué tiene eso de “saber tratar a la gente”? ¿Un trato bueno y ya te lavó la cabeza?

—No es que me haya lavado la cabeza con un “trato bueno” es solo que no me ha hecho absolutamente nada malo… no puedo odiarlo así como ustedes lo odian.

—No me digas que te gusta Leonardo.

—¿Pero qué diablos dices, Sofía? ¡Apenas lo conozco! Lo he visto como… ¡como dos veces!

—Es que como veo que lo defiendes tanto, supuse que…

—No se supone que deberían estar trabajando, señoritas. —El habla de Sofía se suspendió cuando escuchó aquella voz masculina sonar de repente, no era necesario girar para darse cuenta de que era Leonardo quien se encontraba allí.

Sofía no se giró, pero le indicó entre muecas a Emma que sostuviera unos papeles y que fingiera trabajar. No sabía si regañaría a Emma, pero era demasiado probable que sucediera.

—Sí, señor… en eso estamos, trabajando —le respondió, por fin girándose y dándole la cara. Era como si la belleza y la maldad fuera aliados inseparables que intentaban seducirla, porque de no ser así, ¿cómo explicar que Leonardo White fuera tan atractivo y a la vez, tan malvado? Sofía conocía historias de otras secretarias, historias que por pura precaución no le diría a Emma, a menos que fuese horrendamente necesario. «Espero que no», se dijo.

—¿Con que trabajando? —Se acercó a la regordeta mujer, con el rostro manchado de frialdad, por un instante, Emma se dijo a sí misma que lo que le decían los demás sobre él era cierto, pero aquellos pensamientos se redujeron a nada cuando él le dedicó una sonrisa cálida, junto con un movimiento de manos que ella correspondió con tanta torpeza que se sintió avergonzada de sí misma.

—Sí, señor, estamos trabajando, casi terminando.

—Sabes… —Con la mano, Leonardo hizo un además para saber el nombre de la mujer.

—Sofía —dijo ella, con muy pocas ganas.

—Sofía —probó el nombre de la mujer, dedicándole una mirada por el rabillo del ojo a Emma, quien parecía estar muy concentrada en unos papeles, aunque, él sabía que debido a la distancia nula que los separaba, se encontraba escuchando la conversación que él mantendría con su amiga—. Mira, Sofía, hay muchas cosas que me disgustan…, pero elijo mostrarme calmado ante eso, pero hay algunas cosas que sencillamente, son inaceptables, como la que tú acabas de hacer.

Sofía se removió, trémula. Emma tragó saliva desde su posición, no elevó la mirada, sentía miedo de hacerlo.

—No sé de que habla, s-señor…

—¿No? ¿No sabes? —Una sonrisa se selló en aquel rostro perfecto, demostrándole a Sofía que sus dientes eran igual de perfectos que su rostro—. “¡Leonardo White es un estúpido desgraciado! ¡Él no ayuda aquí, él, al contrario; hace que te vaya peor! ¿No te has preguntado por qué desde que él llegó las secretarias han tenido el doble de trabajo? Lo hace intencionalmente”, ¿te suenan un poco conocidas estas palabras, Sofía?

La mujer se heló, al igual que Emma desde su posición.

—Y-yo…, señor, permítame exp-pl…

—Yo no quiero una explicación tuya —le interrumpió con brusquedad, mirándola de pies a cabeza—. ¿Con que valor me llamas estúpido cuando luces aquí? —Emma apretó sus puños, quería intervenir, pero sabía que no debía de hacerlo, no si quería conservar su empleo, el hecho de que él la había ayudado una vez, no era el indicador de que ella tenía un puesto especial sobre los demás—. Lo que dijiste, es completamente inaceptable, eres una insolente, tú no me conoces, y yo jamás he querido conocer a alguien que… luce como tú luces, ¿cómo sabes que soy todas esas cosas? ¿Simplemente escuchaste un rumor y te encargaste de dispersarlo sin razón alguna? Y, estoy por completo al tanto de que si no hubiese tenido la dicha de escuchar lo que dijiste, irías con tu falso rostro a fingir que te agrado.

—S-señor… yo, de verdad no q-quise decir eso, es que…

—Quedas despedida, Sofía.

La mirada de Emma se coaguló tanto como si aquellas palabras hubiesen estado dirigidas hacia ella, apenas pudo reaccionar, cuando Leonardo se aproximó a ella.

—Y tú, Emma, ponte de pie, por favor.

La mujer le dedicó una mirada trémula a su compañera, que seguía sin procesar de manera correcta el hecho de que la habían despedido de la empresa en la que había trabajado por más de diez años. La voz la había abandonado, lo único que escuchaba en su interior era los alaridos de su propia mente, descontrolados, histéricos, no se veía a sí misma consiguiendo un trabajo nuevo.

—Emma, desde ahora en adelante, es de mi placer informarte que trabajarás en mi oficina. —Emma no lo procesó, Sofía tampoco—. ¿Me escuchaste?

Ella asintió con lentitud, tragando saliva, sus labios entreabiertos y sus ojos veloces revelaban que no salía de su sorpresa, ¿ella? ¿Una simple secretaría trabajar en la oficina del hijo del jefe?

—Pues si me escuchaste, ven.

—¿P-pero es ahora…?

Él la miró con una ceja enarcada, luego una sonrisa indescifrable se marcó en su rostro.

—Si no es ahora, ¿entonces cuando? Vamos, mañana transportaré tus cosas a mi oficina, por ahora solo quiero mostrarte el protocolo que se ejecuta a mi manera, vamos —le insistió.

Emma dejó los papeles en su puesto, sus manos temblaban como si se encontraran expuestas al frío más violento de toda la tierra, sus ojos de nuevo cayeron en Sofía, no sabía como sentirse, su compañera se encontraba igual de trémula y perpleja que ella.

Finalmente, Emma caminó hacia la puerta, detrás de Leonardo White.

Aquel era el suceso que desencadenaría un cúmulo de hechos para los que Emma no se encontraba preparada.

No tenía idea alguna de lo que implicaba acercarse cada vez más a un hombre como Leonardo.

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