4. Mi vida acabo

Judith López

Si pudiera definir mi vida… resoplo con frustración, para que me engaño. Mi vida desde que nací nunca ha sido fácil, mi madre siempre recordándome que fui producto de una relación de momento, ni si quiera quiso tenerme de no haber sido por mi abuela que la obligo a que se hiciera cargo de mi por que ella tenía la intención de darme en adopción. Nunca conocí a mi padre, ni si quiera se algo de él, su nombre, como es, nada. Mamá nunca me habló sobre él. Joel, mi padrastro era un hombre detestable, él típico macho que llegaba del trabajo quitándose las botas, aventándolas a donde cayeran por el suelo y sentándose en la mesa esperando que le sirvieran la comida, si no era como él la esperaba se enojaba tanto que a veces me daba mucho miedo. Desde muy chica tuve que aprender muchas cosas sobre el hogar, mantenerlo limpio, hacer de comer, cuidar a mis hermanos, todo hacía por mi madre, por mantenerla contenta y agradarle un poco, aunque muy pocas veces ella me dirigiera una sonrisa o mirada de agradecimiento. No conocía otro modo de vida, tampoco conocía como era el amor de una familia.

Cuando tuve a mi bebé sentí mucho miedo, no sabía ser madre. Doña Cande, que así es como se llamaba mi “abuelita” que era como la llamaba. Durante mi embarazo me enseño y explico muchas cosas. Recuerdo que al principio ella y yo no hablábamos mucho, se la pasaba diciéndome todo el día cosas que tenía que hacer. Luego cuando comencé a ofrecerme para lavar y planchar ropa a las señoras de la cuadra a precio muy bajo, tal vez se le ablando un poco el corazón ya que fue ahí cuando nuestra amistad comenzó. Llegué a quererla mucho como una abuelita de verdad. Nunca tuvimos mucho dinero, pero el tiempo que viví con ella tortillas y frijoles nunca nos faltaron, tenía su pensión y con eso vivíamos. El dinero que traía a casa me hacía que lo guardara en la cajita de aluminio que conservo hasta ahorita. “Lo necesitarás para cuando tu bebé nazca muchacha” me decía. Parí a mi bebé aquí mismo en la casa, no teniendo dinero para pagar un parto en un hospital. Una de las vecinas de la colonia que era enfermera fue quien me auxilio, fue el momento más doloroso que he tenido en toda mi vida. Pensé que moriría, pero aquí estoy. La vida me dio un nuevo motivo para seguir adelante.

Me acomodo el pantalón de vestir algo casual y una blusa que me conseguí en un tianguis hace varias semanas. Esperaba que mi bebé estuviera bien, durante toda la mañana no he dejado de pensar en él, pero aprovecharé ahorita que esta con sus abuelos para ir a pedir trabajo. Me movería rápido para ir a la zona centro de la ciudad que es donde hay más negocios y posibilidad de que me contraten. Antes iría a entregar la ropa que ya tenía lista en mi canasta, limpiecita y planchada.

Toda la mañana y parte del día me la pase de negocio en negocio, pero en cuánto mencionaba que no tenía experiencia en computadoras, no sabía nada de contabilidad, no tenía un certificado de educación básica y que tenía un hijo, me despachaban de regreso. Lo único que sabía era limpiar, tal vez en algo de limpieza si me pudieran ocupar, pero mi decepción fue que también me pedían un certificado de educación básica que de nuevo no tenía. Fui al mercado a probar suerte, para mi fortuna al pasar por una frutería vi un anuncio donde se solicitaba dependiente. Decidí postularme. Aquella señora de nombre Matilde, me hizo varias preguntas sobre si sabía contar, y si, siempre me gusto la clase de matemáticas, me consideraba buena en eso, me hizo algunas pruebas pesando la fruta, y dando los cambios. Hasta que se decidió por contratarme. No podía expresar la alegría que sentí en ese momento, la paga no era mucha, pero si lo suficiente para poder mantenernos mi bebé y yo. Me mordí el labio, no le había dicho a la señora que tenía un hijo y cuando lo hice ella me miro frunciendo el ceño. “Necesitas buscar alguien que lo cuide, por que un bebé en mi frutería será una distracción”

Casi me arrodillo frente a ella.

—Por favor, el es muy calladito, no es travieso, permita que lo traiga conmigo, por favor, por favor… se lo ruego, trabajare horas extra, pero necesito mucho el trabajo.

—Mm… creo que podemos hacer la prueba ya que si necesito alguien que me ayude y tú pareces honesta.

—Si, claro que soy honesta.

—Esta bien, vente mañana temprano…

—Mil gracias —exclame llena de alegría.

No podía evitar que una enorme sonrisa se dibujara en mi rostro. No podía creer que me hubieran dado trabajo en la frutería del mercado. “Por algo se empieza Jud” me anime. Tenía muchos planes, si lavaba y planchaba por las tardes, podría tener algo extra, así podría ahorrar para comprar algunas cositas para la casa y para mi bebé que nos hacían falta. Sentía que al fin mi suerte comenzaba a cambiar. También me sentía feliz por que los abuelos de mi hijo lo habían aceptado y se veía que se preocupaban por él. Al menos tendría a sus abuelos paternos, no sería como mi madre que me negó a conocer la familia de papá. Si ellos querían verlo lo podrían hacer.

Subí al bus que me llevaba hasta la colonia donde se encontraba la casa de la familia Ramírez. Camine unas dos cuadras. Sentía como mi corazón comenzaba a latir muy fuerte, tenía muchas ganas de abrazar y besar a mi hijito y saber que estaba mejor. Una vez que llegué a la puerta de acceso a la vivienda toqué el timbre. Espere unos minutos, pero nadie me respondió, se me hizo algo extraño. Volví a tocar y esta vez sí salió una de las muchachas que trabajaban para la familia.

—Buen día, vengo a ver a los señores Ramírez —salude.

—Los señores no están —¿Qué?

—Soy la madre del bebé que trajeron, ¿a que hora regresan?

Ella me miro extraño.

—No creo que regresen pronto —mi rostro se descompuso al instante sintiendo como si mi corazón dejara de latir, todo mi mundo dio vueltas.

—¡Como que no regresaran pronto! —grito de la impresión —¿Dónde están?

—Los señores Ramírez se han ido a vivir a Estados Unidos, desde hace semanas ya tenían la fecha de partida, es raro que usted no lo supiera, llevaron a su nieto con ellos —llevo mi mano al pecho, estoy incrédula ante lo que escucho.

—¡No puede ser! —¿Dónde estaba mi bebé?

—¿Está bien? —pregunto ella cuando caí de rodillas al suelo, sentía como si una opresión en el pecho me impidiera respirar. La tomé de la ropa.

—¿A dónde fueron? —le cuestione con los ojos humedecidos.

Ella me miro compasiva entendiendo lo que pasaba.

—No estoy muy segura, pero creo que, a Austin en Texas, ahí estudia el joven Adrián, los señores ya llevaban tiempo preparándose para irse a vivir ahí.

Abro los ojos.

—Necesito hacer una llamada, por favor, permítame llamarla esto tiene que ser un error, o tal vez fueron a llevar a mi bebé y yo no estaba eso debe ser…

Comienzo a hiperventilar. La empleada me permite pasar al recibidor. Saco la tarjeta con el número de la señora Graciela. La espera por que me responda se me hace eterna. Lo más seguro es que si se iban a mudar hoy, fueron temprano a casa y yo no estaba, tal vez aún están ahí esperando a que regrese, no debo pensar mal.

—Señora Graciela, he venido a su casa a buscar a mi bebé, pero me dicen que ha salido, ¿ha llevado a mi bebé a mi casa? Si está ahí enseguida iré para allá.

Escucho un silencio en la otra línea.

—No hemos ido a tu casa, estamos cruzando el puente con la frontera de México —otra vez aparece esa opresión, pero ahora siento también dolor —una niña como tú sin un quehacer ni nadie a su alrededor no puede cuidar a un niño, eres incapaz de darle lo que necesita, nosotros si podemos así que decidimos traerlo con nosotros, tendrá una buena vida y estará junto a su padre.

—No puede hacerme eso… —comienzo a llorar —traiga a mi hijo ahora… eso es robo, ¡no me lo pueden robar!

—No es robo si estará con su padre y sus abuelos, tendrá la vida que tu no le puedes dar, comienza de nuevo, tendrás otros hijos, eres joven pero no pienso dejar a mi nieto viviendo en la pocilga donde lo tenías, todo harapiento y mugroso.

Cuelga la llamada.

En ese momento siento como mi vida se acaba.

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