Capítulo 2

―Ya estamos listos para acompañarla, mi alfa―me dice uno de los que ahora considero de mis mejores hombres dentro de la manada de Los Desterrados, Bersi, quien fue a uno de los que liberé en las mazmorras de la manada Plata, cuando rescaté a mi madre y mis hermanos.

Larga historia.

―Creo que iré sola esta vez―le digo, pero siento que de alguna manera lo he ofendido, así que añado―creo que es mejor que te quedes cuidando a la beta, mientras no esté, ¿te parece, Bersi? ―le pido y él suspira, así que prosigo―Luna Adara necesita verificar que las raciones lleguen a tiempo a todos los lobos y ya sabes las discusiones que se pueden producir por aquí―le recuerdo y él lo medita un poco.

Es verdad, según me comentó Kyle hace unos días, le resultó muy difícil controlarlos, a pesar de su voz de alfa y de la ayuda que tiene con los lobos que han prestado otras manadas. Y hoy, el día en que todos los alfas se reúnen para juzgar a Einar, no puede estar por aquí, ya que Kieran lo necesita, al igual que a Ketin, Maikan, Richard y a Kristoff, los alfas y betas de la manada Luna Escarlata, porque no es lo mismo tener a seis alfas en la casa de la manada, que a dieciséis o esa es la cantidad de líderes de otras manadas que esperamos, al menos.

Todas las Lunas Atea, que además tiene sangre alfa, Mira y Azalea están cooperando para que todo salga bien, y puedan juzgar a mi padre lo más pronto posible, porque la presencia de tantos alfas mantiene nerviosos a todos los lobos de esa manada, incluso afuera en mi manada, cuyos miembros han sido cazados por tanto tiempo, que se sienten nerviosos y no hay nada peor que eso, porque empiezan a actuar como verdaderos animales.

―Desde luego, mi alfa―me responde muy entusiasmado y por la forma en que reacciona, creo que acabo de darle un nuevo propósito a su vida y trato de reprimir las ganas que tengo de reír para que no se ofenda nuevamente―estaré a los servicios de Luna Adara―me asegura y se dirige hasta la improvisada casa de la manada.

Así que tomo camino nuevamente en mi modo humano, porque a pesar de todo lo que me ha dicho Kieran referente al orgullo de ser lobos y alfas, además, me da mucha vergüenza cuando quedo en mi piel humana y completamente en cueros, luego de mi transformación de loba, dejando a la vista mis partes privadas.

Y es que a pesar de que viví toda mi vida en una casa de acogida, donde chicos iban y venían a cada rato, siempre fui muy pudorosa con mi privacidad y dudo mucho que se me vaya a quitar esa costumbre, aunque me transforme en loba un millón de veces.

Pero decido ir a pasa rápido con mi velocidad de alfa, algo de lo que disfruto muchísimo, al igual que de todos los otros atributos que tengo.

Y entonces los huelo.

Son dos lobos me parece, por el sonido que hacen sus patas cuando hacen crujir las hojas en el suelo del bosque, pero no me detengo para detectar nada más y empiezo a correr más de prisa y es cuando soy detenida por otro más frente a mí.

Es un enorme lobo negro y por el olor debe ser un alfa.

Uno que no está en el concejo de la Luna en este instante.

“Es un placer conocerte, Alana”, me dice mentalmente, cerrándome por completo el paso. Entonces miro hacia atrás y me doy cuenta de que los otros dos lobos que me perseguían desde el bosque son también alfas, uno blanco y otro negro, igual que el que se encuentra delante de mí.

―Creo que el placer es todo tuyo, amigo―le espeto con rabia en mi voz, pero no me transformo todavía, porque estoy decidiendo si jugar con todos estos y ver de qué van.

Solo quiero saber de qué manada vienen, para ver a quiénes debo atacar solo por el hecho de intentar emboscarme.

Están equivocados, si piensan que se encontraron con una alfa debilucha.

― ¿Tendré que preguntarte quién demonios eres o quieres ser de ese tipo de personas que se hacen las interesantes? ―le digo algo exasperada, pero no lo miro a la cara y en lugar de eso, le presto toda mi atención a un pequeño error que cometieron en el esmalte de mi manicura―anda, ya di lo que quieres de mí, para poderte despachar de inmediato―añado y él esboza una sonrisa lobuna.

“Por supuesto, cariño”, me responde y los lobos detrás de mí empiezan a gruñir y a rasgar la tierra, como si pudieran intimidarme con eso, “mi nombre es Ezra, de la manada Plata”, asegura y yo quito la atención de mis uñas y lo miro directo a los ojos, “soy el heredero legítimo de la manada Plata y vengo a reclamarla por derecho de sangre”, revela y quedo anonadada.

No sé qué edad pueda tener este tipo y cómo saberlo ahora que está en su piel de lobo, pero de seguro es mayor que yo.

Entonces queda la pregunta en el aire.

―Así que eres hijo de Einar, por lo que puedo entender―le digo directo, sin crema ni azúcar―mira todas las sorpresas que me da ese viejo sinvergüenza de mi padre―me burlo de él de lo más descarada y él me gruñe, al igual que lo hacen esos lobos que están detrás de mí―supongo que vienes a retarme a un duelo o algo por el estilo, ¿no es cierto?

“En eso te equivocas”, me dice el muy ladino, quien da dos pasos más en frente de mí, “tú no mereces ser la alfa de la gran manada Plata, la más respetable de todas”, asevera y yo no puedo dejar de mofarme de él, “y en definitiva una impura como tú no merece tener el privilegio de ser su líder”.

―Pues, digna o no, lo soy, Einar se rindió ante mí en combate y me mostró su cuello―le digo, porque eso es lo que me explicó Lars, que el duelo ritual de sucesión se gana cuando tu contrincante se rinde ante ti, mostrando el cuello en señal de sumisión al nuevo alfa―así que, si te lo quieres ganar, la única manera es que lo hagas en buena lid, tal y como yo lo hice―lo reto y siento cómo Niebla quiere salir de mí.

Ni modo, tendré que romper mis pantalones de mezclilla nuevos, aunque decido esperar al último minuto, porque puede que este fanfarrón se arrepienta y no lleguemos a esos extremos.

“También hay otra forma de hacerlo, ¿sabes?”, me dice y yo sigo mirándolo a los ojos, porque estoy tratando de ver de qué va, “si mueres, claro está y hemos venido especialmente a eso, a acabar contigo”, señala y estoy partiéndome de la risa.

En definitiva, no tiene la menor idea de quién soy y cuál es mi poder.

Entonces, tanto el tal Ezra como sus esbirros detrás de mí, corren a toda prisa para embestirme, pero antes de que logren siquiera tocarme, me impulso en el aire y me transformo antes de tocar el suelo y caigo encima de todos ellos, atrapando a uno con mis patas, al cual tengo contra el suelo, mientras mis gruñidos llena todo el aire y los paraliza.

El lobo en mis patas parece que todavía es un cachorro, pero no pierdo tiempo para morderlo y dejarlo inmóvil, sin llegar a matarlo, y es cuando siento que alguien muerde mi lomo, pero la herida se cierra casi tan rápido como me la hacen.

Así que dejo al cachorro en el piso y me enfrento al lobo que me acaba de herir, quien todavía está asombrado de la manera en que me curo.

“Esto va a ser más difícil de lo que creía”, dice Ezra todavía sin salir de su estupor, pero me parece que no tiene ni idea de lo que acaba de decir y tampoco le doy oportunidad de que le meta mucha mente al asunto y me abalanzo sobre él en una pelea salvaje de mordidas y zarpazos, y la lucha estaría pareja en toda ley, si no fuera porque soy más fuerte y en poco tiempo logro dominarlo.

Pero el cachorro que estaba hasta hace unos minutos aturdido en el piso me ataca por detrás y lo observo que está todo recuperado y maldigo mi poder curativo, capaz de sanar a todo aquel que se encuentra a mi alrededor, incluyendo a mis enemigos.

La sanadora del mundo, ¡Ja!

Quisiera saber de qué me sirve ser una loba poderosa, si mis adversarios pueden curarse tan fácil como los lastimo.

Entonces el tercer lobo se une a la lucha y entre todos empiezan a morderme con toda la ferocidad que pueden. Tres alfas adultos atacándome salvajemente, eso sería totalmente injusto, pero no saben qué desigual puede ser, así que hago lo que mejor me sale.

Aullar.

Y mi aullido es tan fuerte, que los aturde y ahora están en el suelo con las orejas hacia atrás, pero solo por un instante, porque el tal Ezra lucha con todo lo que tiene y logra vencer la fuerza de mi voz de alfa, lo cual me hace entender que su linaje es parecido al de Kieran, quien es capaz de luchar contra mi mejor arma y así lo hace Ezra y poco a poco se levanta en toda su estatura que es casi igual a la mía y vuelve a embestirme, haciendo que me calle y que los otros dos lobos, me vuelvan a atacar, haciéndolo con toda la saña y la maña que pueden.

Pero los cortes desaparecen casi tan rápido como me los infringen, haciendo de esto una agonía interminable.

“Debemos huir”, me dice Niebla en mi cabeza.

“¡No somos ningunas cobardes!”, le espeto y ella respira profundo ahí adentro.

“No, no lo somos, pero hay momentos para todo, y en este instante nos toca huir y buscar ayuda”, me asegura, pero no lo hago y sigo luchando con todo lo que puedo y tomo por el lomo al lobo blanco, al que herí hace un rato y lo sacudo con toda mi fuerza, para luego lanzarlo por los aires, como si fuera una bolsa de papel y va a dar contra una roca y se queda inmóvil y lejos de mi poder de curación.

Qué mal por él, me da tanta lástima.

Claro que estoy bromeando.

Entonces los otros dos me atacan con toda su fuerza y uno de ellos pretende hacer lo mismo que hice con el lobo blanco, pero yo le muerdo una de las patas con el poder de mis mandíbulas, dejándolo cojo por un instante, lo cual lo distrae y el otro lobo aprovecha para morderme el cuello y yo le hago lo mismo, quedando nuestro pelajes manchados con nuestra sangre.

Y es cuando los siento.

Son otros tres lobos negros más y siento un enorme alivio cuando los veo.

Kieran.

Viene acompañado de Kyle y Aren, quienes lo flanquean. Todos vienen con sus lomos encrestados y gruñendo tan fuerte, que amedrentan a los lobos que me están atacando y están retrocediendo en este preciso instante, pero hay algo más que les está cerrando el paso por detrás.

Mi manada.

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