Caperucita

Asthon 

—Estás muy sola, caperucita —murmuró suavemente un hombre más cerca de lo necesario. 

Me sobresaltó su tono grave y la frialdad de su voz. 

Cuando me di la vuelta lo vi sentado en una roca a escasa distancia de donde me encontraba con una sonrisa ladeada y una mirada azul eléctrica. Llevaba una chaqueta de cuero negra que se ajustaba en sus brazos, era alto y evidentemente fuerte. ¿Podía decir que aceleraba mi corazón? Definitivamente sí, aunque no estaba segura que de la manera que deseaba. 

 —Yo… no estoy sola —Dije tratando de no mostrar el terror que comenzaba a recorrer mi espina dorsal. —Mi grupo esta muy cerca de aquí. 

—¿De verdad? —Se burló —. Que extraño, yo no veo a nadie. Solamente a ti… —Se levantó y caminó lentamente hacia mí. 

Yo también me levante con cautela, rogándole a mis músculos agarrotados que respondieran cuanto antes. El extraño me miró con curiosidad, recorriéndome una y otra vez con la mirada. 

—Me resultas muy familiar —dijo por fin cuanto estuvo casi a mi lado —¿Cuál es tu nombre? 

 Las palabras se enredaron en mi garganta. Deseaba que me sucediera algo emocionante, sin embargo no era esto lo que esperaba sin lugar a dudas. 

Claro, naturalmente, la única vez que había intentado hacer que ocurriera algo, había terminado a merced de un extraño que me helaba la sangre. Tendría que ir haciéndome a la idea de que estaba condenada a vivir una vida árida, solitaria y falta de acontecimientos. Claro, si lograba salir ilesa de ese encuentro. 

—No soy de por aquí —Dije intentando ganar un poco de tiempo. 

Pero al ver que daba otro paso hacia mi. Me di la vuelta para comenzar a correr colina abajo lo más rápido que mis piernas me permitiesen. Intenté saltar sobre unas rocas, aunque calculé mal la distancia y mi mochila comenzó a caer, rebotando sobre las rocas. La escuche rebotar durante unos momentos entre el estrépito de piedras sueltas, y luego hubo un prolongado silencio al que siguió un golpe sordo. Sin detenerme a pensar demasiado continúe bajando sin siquiera mirar para ver si realmente me seguía o si simplemente había sido una mala jugada de mi cerebro desquiciado. Cuando llegué al naciente de la colina note que no era el camino correcto y con terror descubrí que me había precipitado para caer por la ladera y terminar en el fondo de un estrecho precipicio, de aspecto bastante imponente.

—¡Caperucita! —escuche que me llamaba y con espanto entendí que no se trataba de una alucinación. 

Me moví lentamente tratando de no hacer ningún tipo de ruido hasta llegar a la abertura y la contemple con mirada recelosa. Podía ser una gran idea, ya que me ocultaría o podía ser una pésima idea y convertirse en un callejón sin salida que me dejaría a merced de quien quiera que fuera ese extraño. Rogaba que fuese la primera. 

 Después de haber determinado que la profundidad de la hendidura rocosa no superaría los tres metros. Creí que podría introducirme y pasar desapercibida en el cobijo de la roca. 

No tenía alternativa; tendría que bajar o pasar justo frente al hombre que me seguía. 

Me senté en el borde y tantee el vacío con los pies en busca de algún punto de apoyo. Las botas de montañismo que me había calzado aquella mañana tenían unas gruesas suelas con surcos que me facilitaron un poco el descenso; no obstante, y a medida que la áspera piedra me arañaba las piernas a través de mis pantalones vaqueros, desee haberme puesto algo más grueso que me impidiera salir lastimada. Mi top negro con encajes y sin mangas resultó  ser muy cómodo para realizar montañismo , pero la chaqueta no me permitía mover los brazos con total libertad, así que me detuve un momento para quitármela y la dejé caer sobre la roca. Una vez que hubiera llegado al fondo, la ataría a mi cintura antes de iniciar el ascenso.

La bajada era lenta y penosa . El sol caía sobre mis hombros mientras descendía, y enseguida empecé a sudar. Era de esperar que el sol tuviera que brillar directamente dentro de esa grieta en ese momento, pensé con irritación. Media hora antes o después, y sus rayos no habrían penetrado allí. Pero justo en ese instante se sentía mucho más expuesta de lo que necesitaba. 

Estaba tan concentrada en no caer por tierra con un montón de huesos rotos que no note la persona que me miraba desde la entrada de la grieta mientras me apuntaba con un arma hasta que fue demasiado tarde para hacer o decir algo.

 Era un hombre mayor que me apuntaba con firmeza y con total frialdad como si yo fuese una bestia. 

¡BOMM! 

¡Qué carajos! 

Eso no era un disparo de advertencia. La bala pasó tan cerca de mi cintura que casi logró que me orinara encima y fue a dar a una roca a escasa distancia de mi cuerpo. Me di la vuelta para ver con pánico lo cerca que había ido a dar el disparo y cuando me volví para ver a mi atacante, este había desaparecido tan rápido como apareció. Se escuchó el gruñido profundo de lo que quizás era un perro grande y la carrera de alguien seguido de un tropel. 

¡Que demonios! Jadee moviendo mi peso para acelerar el descenso. ¿Dónde estaba el hombre que me había disparado? ¿Quién era? ¿Alguien que protegía el lugar? ¿O era cómplice de quien me perseguía? Pero fuese lo que fuese no podía entender por qué me había disparado. Podía ser curvilínea, sin embargo era bastante baja y no era amenazante para nadie en su sano juicio. Mire repetidas veces tratando de ver que sucedía allí arriba sin éxito. Otra vez los gruñidos. 

¡BOMM! 

Se escuchó otro disparo a una considerable distancia. Cuando ya me encontraba muy cerca del fondo, resbale al estremecerme por causa del eco de un tercer disparo seguido de un profundo grito y caí justo al borde de una estrecha grieta. Entorne los ojos tratando de ver algo cuando escuché algo bajando a toda velocidad y que unas piedrecitas rodaban e iban a parar al fondo de la angosta abertura a una corta distancia. Me quedé muy quieta temblando de miedo. El hombre que me disparo era bastante mayor, no podía haber bajado con tanta agilidad, ¿o si? ¿Y si era un animal salvaje? Luche por guardar la calma y no gritar como una loca hasta saber que era lo que me acompañaba. Rezaba porque fuese un pequeño animalito de esos tiernos y sin dientes afilados o mejor aún, simplemente mi imaginación. 

Descendí cautelosamente el último metro y puse un pie en el suelo respirando profundamente con un gran alivio. Bueno, ya estaba. Lo había conseguido. En aquel espacio tan reducido apenas quedaba lugar suficiente para darse la vuelta, pero había conseguido llegar hasta allí. Estaba a salvo por el momento. Me tranquilizo saber que nadie me podría ver en esa madriguera en la que me encontraba. 

Comencé a pensar en todo lo que había sucedido, en ese extraño y atractivo sujeto, el anciano que me disparo. 

Cuando alguien me tomó por detrás de forma sorpresiva, lo hizo de una manera tan súbita e inesperada que apenas tuve tiempo de soltar una exclamación ahogada antes de trastabillar y precipitarme a través del fondo rocoso del barranco. Durante unos segundos aterradores caí en el vacío, intentando tomar algunas de las rocas con las que mi cuerpo impactaba de forma violenta, hasta que alguien me tomó con fuerza. Ambos caímos con tal rudeza que el impacto me dejó sin respiración y completamente aturdida. 

—No hagas ningún ruido, Caperucita —dijo duramente a mi oído el extraño del que había intentado escapar en primer lugar —No nos delates o moriremos los dos a manos del vigilante… 

Fragmentos de rocas trituradas y un poco de tierra llovieron sobre nosotros y  finalmente conseguí hacer una temblorosa inspiración, escupí pelos mezclados con tierra y evalúe mentalmente mi estado antes de tratar de moverme. Cada hueso y músculos me dolía. Por primera vez desde que había llegado añoraba la comodidad del autocar. 

Fuera del barranco se escuchó como alguien corría y el grito ronco de un hombre a lo lejos. No podía estar segura, pero creía que al menos había tres hombres en la superficie además de mi captor. 

La caída había sido bastante violenta y sentía el cuerpo lleno de magulladuras. Me sangraban las manos debido a los frenéticos intentos de encontrar algún asidero mientras me precipitaba. 

Mi espalda estaba apoyada contra el duro pecho del hombre  y podía sentir su corazón golpeando de forma desenfrenada. Giré la cabeza y alcé la mirada hacia el agujero a través del que había caído. Un terco rayo de sol se filtraba hacia nosotros, aunque estaba segura de que nadie nos podría ver desde fuera. 

 En un acto reflejo, cerré los ojos y tomé con fuerza los brazos del desconocido al que hasta hacía un momento temía, pero ahora me aferraba a él como si fuese mi única tabla de salvación. Fuera se escucharon más gritos, disparos, gruñidos y quizás era que toda esa situación era surrealista o que estaba volviéndome loca. Sin embargo podía jurar que había escuchado un aullido. 

«No me dejaré dominar por el pánico.» Pensé  reprimiendo un estremecimiento de puros nervios, trate de ver algo entre la penumbra. La negrura llena de sombras de una pared se alzaba a unos cuantos metros de allí, y pude oír el tenue gorgoteo del agua fluyendo en la lejanía. Obviamente, había caído dentro de alguna clase de caverna subterránea. Podía ver de soslayo el rostro de quien me tenía entre sus brazos y extrañamente no quería que me soltara, de alguna forma extraña me hacía sentir segura. Era bastante factible que fuese estrés post traumático. 

Escrute su rostro unos cuantos segundos. Tenía ese atractivo arrollador y salvaje con el que sólo me permitía fantasear a solas. Pestañas negras y tupidas, sus labios eran rosados y sensualmente carnosos, su mandíbula firme y apretada le daba un aspecto varonil. Tanta testosterona me hacía temblar de pies a cabeza. Luego estaba su aroma a pino y madera que me resultaba extremadamente embriagador. No podía apartar la mirada de sus rostro y poco a poco me anime a ir un poco más allá. Sus brazos eran gruesos y musculosos. No podía ver su abdomen, sin embargo estaba segura de que tenía abdominales bien definidos. 

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