Hechicera

Asthon 

La cueva se había sumergido en un profundo silencio, ese silencio pesado que se puede sentir después de una batalla. Sentía la frente perlada de sudor y la garganta seca, como si no hubiese bebido agua durante días. A duras penas podía entender lo que ocurría y de no haber sido por el desconocido que me tomó del brazo, me habría quedado allí paralizada sudando, calada hasta los huesos y reprimiendo los incesantes deseos de vomitar. 

Caleb meneó la cabeza. Levantó la mano hacia el desconocido y luego la dejó caer sobre su vientre. 

—¿Puedes hacer algo? —Le pregunté con urgencia al ver como la sangre continuaba fluyendo. Apartando la sensación de estar dentro de un sueño. 

—Eso creo. Ayúdame a girarlo. —Paso su mano por debajo de su cabeza. —Soy Ziú, a propósito, el mejor amigo
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