La última virgen

Asthon 

No era una especie de metáfora;  necesitaba un hombre. Desesperadamente y cuanto antes. Alguien que me sacara de mi aburrida y monótona vida. Muchos dirían que no podía encontrar en alguien más lo que estaba en mi interior. Pero a ellos, yo les diría: ¡Qué se jodan! Todas esas personas no sabían lo que era pasar toda tu vida sola. Pero sobre todo, no entendían lo que era estar en un viaje de parejas sola como un hongo. 

A falta de eso, me conformaría con un chocolate que probablemente me llenaría de granos. «Dios, cómo detestaba mi vida en cada una de sus facetas  —eché la cabeza hacia atrás agotada —. Ya ni siquiera podía tomar decisiones decentes que no me llevarán al completo ridículo.»

 Mi mirada se paseó  por el concurrido interior del autocar del viaje organizado al que me había convencido de ir mi amiga, Santana. Claro que ella había olvidado mencionar que era para parejas, por lo que me encontré sola en medio de un festival de arrumacos y manoseos de personas con la edad de ser mis padres. Inspiré profundamente. Después de aquel fiasco, me tenía merecido todos los chocolates del mundo, ¿verdad? Incluso aunque consiguiera escapar del horrendo autobús y realizar las actividades que desease, no tenía a donde ir.

 Nunca había sido del tipo aventurera, siempre envidiaba en secreto a esas chicas que salían solas a un bar y la pasaban pipa; con amantes diferentes cada noche, sin miedo a nada, salvajes y divertidas. Pero en mi caso la idea de correr algún riesgo hacía que me sintiera temblorosa y un poco enferma.

 Quizás viajar miles de kilómetros a un continente completamente extraño para encontrar a un  hombre que se encargara de recoger mi flor antes de atreverme a ir a un bar sola era completamente ridículo. Sin embargo me había parecido una excelente idea y claro que dado mi estado de ánimo actual, tampoco se podía decir que estuviese atrayendo a los hombres como la miel a las moscas en mi ciudad. 

Aunque podía decir a favor de esos hombres que no era nada atractivo, que mi reacción habitual ante cualquier representante del sexo opuesto al que conocía consistiera en soltar suspiros de fastidió y poner los ojos en blanco. Tenía que suponer que esas actitudes no contribuían en nada a hacer interesante mi odiada virginidad. No conocía a nadie de mi edad que aún fuera virgen y me avergonzaba sobremanera. Sin embargo, todos los hombres que conocía me parecían tan aburridos y comunes como yo. 

Me recosté en el asiento agrietado y torcí el gesto cuando el autocar pasó sobre un bache que hizo que los muelles del respaldo se me clavaran en el omóplato. Ni siquiera despertaba mi interés la misteriosa superficie de un verde azulado de las costas del Mar del Norte ,que rodeamos a lo largo de la carretera A 165 y que se divisaban más allá de la ventanilla de mi asiento; ventanilla que no cesaba de tintinear y se negaba a permanecer cerrada cuando llovía, cosa que ocurría muy a menudo y que de otro modo era incapaz de mantenerse abierta.

—Ashton ¿te encuentras bien? —Me preguntó cariñosamente Santana desde el otro lado del pasillo rodeada por los perfectos brazos de su muy perfecto novio. 

Miré a la que podría llamar mi mejor amiga mientras Kellan le mordisqueaba el lóbulo de la oreja. No era que me molestara que ella fuese feliz o que hubiese conseguido el chico de sus sueños que podría ser perfectamente algún hermano perdido de Ryan Gosling. Pero justo en ese momento sentía una especie de rencor salvaje que me afloraba por los poros. No estaría allí siendo el mal tercio de todo el maldito autobús, si no hubiese sido por su habilidad para convencerme de que la más terrible idea era en realidad un brillante plan. 

Hasta aquel momento, la soledad que me había acompañado durante veintitrés años de mi vida no me resultaba tan incomoda, ni patente como lo había sido durante esos cinco horrorosos días. 

Cuando dimos inicio al viaje organizado, hacía una semana, Santana me había informado justo antes de abordar al avión que se trataba de un recorrido para parejas y que por supuesto el hostal estaba tomado por parejas. (mientras hablaba, le daba besos en el cuello a, Kellan, su flamante, musculoso, guapísimo y sexy novio). Yo había sonreído educadamente y asentí con el alma en los pies, cuando comenzó a repetir sin cesar que era imposible que no hubiera un chico soltero con quien emparejarme el resto del viaje.

Resultó que no había nadie y que solo para parejas, significaba finalmente solo para parejas. Lo peor fue que luego de una descarada  exhibición de interés por su parte, pasé a convertirme en «la chica americana favorita y solitaria.» De los guías turísticos, que por alguna razón entendían que me interesaría ser de asistente gratuita durante los recorridos por el mero echo de no tener pareja.

—Estoy perfectamente  —le aseguré, preguntándome por qué Santana llevaba ese atuendo tan pequeño y Kellan una camiseta sin mangas y  pegada al cuerpo como si estuviésemos en una playa tropical. 

El conjunto, visiblemente inspirado en un verano de cualquier costa del mundo, estaba muy lejos de ser funcional y se me antojo que se debía al hecho de que parecían tener la temperatura disparada durante gran parte del día y absolutamente toda la noche. Lo sabía, vaya que lo sabía. Ya que dormía en la litera que estaba sobre la cama de Santana. 

—Pues la verdad es que no tienes muy buen aspecto y estas un tanto pálida —observó Santana con voz preocupada mientras se bajaba del regazo de Kellan —. Pareces enferma.

—Son todos estos baches y este espantoso frío húmedo al que no estoy acostumbrada —dije intentando disimular mi malestar para que no se atraviese a tocarme con esas manos, ya que no tenía ni idea de dónde habían estado minutos antes. 

—Bueno, ya casi hemos llegado al pueblo, y podemos ir a comer algo rápido para que recuperes fuerzas —dijo Kellan mirándome con amabilidad —. Luego podemos ir a ver Burton Agness Hall , ya sabes, donde vivió Anne Griffiths. Dicen que está encantada —dijo con un movimiento de sus cejas súper pobladas. 

No tuve otra opción que asentir apáticamente. Sabía que protestar no serviría de nada, porque aunque sospechaba que Kellan sentía lastima por mi, Santana estaba resuelta a asegurarse de que me «divirtiera». Además tenía la idea de que pasando tiempo los tres juntos, yo no me sentiría excluida o algo por el estilo. Cosa que aunque no admitía me parecía imposible porque solo me habían bastado unos días entre la feliz pareja para entender que fue una idiotez con mayúsculas embarcarse en tan ridícula empresa.

Pero allá en casa, mientras miraba por la ventana de mi estrechó cubículo de la Compañía Bancaria en Albuquerque, Nuevo México, y discutía con otro cliente más que se negaba a aceptar que la única alternativa a su problema era solicitar un crédito basado en activos si deseaba salvar su negocio de una bancarrota inminente. El hombre frustrado me gritaba sin parar y sacudía los brazos como esos muñecos infalibles que usan en las agencias. Entonces recordé lo que Santana me había dicho, y la idea de estar en Inglaterra —o en cualquier otro sitio del mundo, pero lejos de ese lugar  que me asfixiaba entre la casa de mi padre y su insoportable esposa o el minúsculo cubículo — me había parecido irresistible.

Así que había permitido que mi amiga me convenciera de que un recorrido de catorce días a través lugares maravillosos como: Stradfor Upon Avon, Bourton on the Water o el misterioso triángulo de Newton Wold, todo ello al módico precio de 1.279 dólares, era justo lo que necesitaba en aquel momento para cambiar de aire.

Por una parte, el precio era aceptable, podía pagarlo sin dificultad si le ponía ojitos de cachorrito a mi flamante madrastra para que me prestase una parte del dinero. 

Además, el mero hecho de pensar en llegar a hacer algo tan impulsivo ya resultaba excitante, y eso era precisamente lo que necesitaba para reorganizar mi  vida. Cambiar de rumbo y con suerte conocer un británico cachondo que estuviese dispuesto a sacudirme durante una semana completa sin reparos. 

Debería haber sabido que una estancia de catorce días en Inglaterra por unos cuantos miles  de dólares tenía que consistir en un recorrido para parejas a bordo de un autocar. ¿Quién si no optaría por ese tipos de recorridos? Debían ser parejas o ancianos, de otra forma incluirían salidas nocturnas a pubs y discotecas. Pero estaba tan desesperada por escapar de la monotonía y el vacío de mi vida que me había limitado a echar un rápido vistazo al itinerario del folleto, y no se me ocurrió pensar ni por un solo instante en mis  posibles compañeros de viaje.

Por lo que terminé viajando con diecinueve parejas , cuyas edades oscilaban entre los cuarenta y dos y los ochenta y nueve años, además de Santana y Kellan que parecían disfrutar las atenciones de las demás parejas que celebraban su amor joven, por lo que charlaban, reían y se abrazaban en cada nuevo pueblo, restaurante o parada para ir al baño con un entusiasmo y compromiso aterrador. Estaban como peces en el agua, todos lo estaban, menos yo.  

Creí que al volver a casa  tendría un sinfín de anécdotas que contarles a las envidiosas de mis compañeras de trabajo, que podría reír durante meses por las locuras que había realizado y que probablemente tendría un amor a distancia con el que rompería unos meses después, porque el amor a distancia es muy difícil de sostener. 

No que seguiría siendo una resentida que comía chocolates a escondidas para no compartir durante las primeras auténticas vacaciones de su vida y, simultáneamente, intentaba librarse de una buena vez de su aburrida virginidad. 

Suspiré. En realidad todas esas personas eran de lo más amables y siempre estaban intentando ser dulces e integrarme en cada actividad.

Sin embargo, yo no estaba buscando amabilidad, ni dulzura. Buscaba la clase de sexo lleno de pasión que hace que tu corazón bombee como un loco, quería las mariposas en el estómago y el nudo en la garganta. 

Y ya sabía que las "mariposas en el estómago" eran la manifestación de neuronas intestinales estimuladas por neurotransmisores que se liberan en el abdomen por un estímulo. O que el nudo en la garganta probablemente sea causa de ansiedad o reflujo. Pero, ¿Acaso era un pecado quererlo? 

Últimamente había empezado a anhelar algo a lo que ni siquiera era capaz de descifrar, algo que me hacía sentirse nerviosa y llena de inquietud cuando veía algún episodio de mi serie favorita desde el móvil a hurtadillas en el trabajo o cuando por enésima vez no tenía otra opción que quedarme sola un sábado viendo películas románticas. 

Si al menos hubiese conocido a mi mamá verdadera quizás las cosas serían diferentes. Mi padre siempre decía que se había enamorado de la más increíble, sexy y aventurera investigadora y Bióloga; Accalia Vlad, por lo que mi padre insistiría en que sólo se trataba de un impulso biológico programado por mis genes.

Luego de años de historias fantásticas sobre mi madre me había decidido a licenciarme en biología y después trabajar en BiBiotecnologí como asistente en el departamento de genética  mientras completaba mi doctorado, aunque la realidad era que ni siquiera lo había completado.  A veces, cuando la cabeza me hervía, me  preguntaba si mi madre no estaría en lo cierto después de todo. Porque mi papá siempre decía que a pesar de ser científica ella afirmaba con vehemencia; que cuanto había en la vida no podía llegar a ser explicado mediante la ciencia y la programación genética. Ella había partido buscando más, para nunca volver y eso no cabía dentro de ninguna ecuación. 

Me metí un chicle en la boca y miré por la ventanilla tratando de aplacar la ansiedad que me consumía desde que la noche anterior. Había tenido un extraño sueño húmedo que me convirtió en alguien aún más ansiosa de lo normal: el hombre más sensual y salvaje que había visto en mi vida me tomaba en lo profundo del bosque. 

Ciertamente no iba a encontrar a quien recogiera mi virginidad dentro de aquel autocar. En los pueblos anteriores tampoco había tenido ni una pizca de éxito. Debía hacer algo y además tenía que hacerlo pronto, porque si no terminaría regresando a casa en siete días  sin ser distinta de como era cuando llegué y , francamente, ese pensamiento era bastante más aterrador que la idea de seducir a un hombre que apenas conocía. Mis niveles de expectativas habían bajado de cien a veinte y continuaban en descenso. Por ello a esas alturas ni siquiera debía ser apuesto. 

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