Seres de la Oscuridad- Destinada al Alfa
Seres de la Oscuridad- Destinada al Alfa
Por: Magali Weaver
Los seres de la Oscuridad

Caleb 

Un año antes: Whitches Wood

Una suave brisa me proporciono el suficiente alivio para intentar nuevamente escapar de allí. Eso y saber que mi hermana se sentía cada más débil. En su interior crecía una vida que mi padre había llamado abominación. Pero que podía saber el ser más cruel que he conocido. 

—Lo siento mucho, Caleb. Te juro que no quería que acabáramos así. Es todo mi culpa, no debería haberte pedido ayuda. 

 Apreté los dientes mientras caía hacia atrás después de otro intento fallido de levantarme y tomar la rama de donde pendía mi cuerpo semidesnudo. Me dolían los brazos por el esfuerzo de soportar el peso de mi cuerpo  únicamente por las muñecas. Cada vez que estaba a punto de conseguir alzarme hasta la rama que tenía por encima de la cabeza, escuchaba los sonidos roncos y ahogados que provenían de diversos puntos del bosque devolviéndome a mi posición original: colgado de la rama del árbol y sin esperanzas. 

 Inspiré hondo e intenté hacer caso omiso del tremendo dolor que sentía en las muñecas.

 —No te preocupes, Anya. Me las arreglaré para que salgamos de esta y rescataremos a Haugen. —Ambos sabíamos que estaba mintiendo, no podía estar seguro de que lo lograría y con los drauger dando vueltas temía que ninguno de nosotros saldría con vida, sin embargo lo único que nos quedaba era la esperanza. 

No podía pensar en fallar, debía conseguirlo. De algún modo. O eso esperaba.

 Anya, no me presto atención y sentí  que unas cuantas lágrimas recorrían sus precioso rostro. Era algo que me ocurría con frecuencia, sentía lo que mis hermanos estaban experimentado. Como yo, sabía que sería muy difícil salir de esta. 

 Volví a forcejear con la cuerda que me apretaba las muñecas y me ataba por encima de la cabeza a la  rama de un antiguo fresno, de donde colgaba precariamente como una especie de tributo para los asquerosos demonios que merodeaban el bosque por la noche.  No sabía qué era peor, si la idea de perder las manos, la de perder la vida o de ser succionado hasta la última gota por esas crueles bestias.

 Aunque, para ser sinceros, prefería la muerte a ser devorado vivo. Una sola bala de plata bastaría. Si tan solo nuestro hermano y mi amigo supieran lo que ocurría. Claro que mi astuto padre los había enviado en una misión con el fin de que no supieran que pensaba condenarnos a la más espantosa muerte.  

A pesar de la oscuridad que reinaba podía sentirlos acercándose, abriendo sus bocas y mostrando sus dientes. Aunque lo que más me aterraba era estar vivo para ver como atacaban a mi pequeña hermana. 

 Mi hermana, Anya, estaba atada a una rama delgada al otro lado del tronco. No podía entender como mi padre podía hacerle eso a su hija predilecta. 

 Con cada movimiento que hacía, la cuerda se clavaba más en mis muñecas. Si no conseguía liberarme pronto, la puñetera cuerda acabaría por cortarme los tendones y los huesos. Por lo tanto quizás de esa forma caería. Pero sin manos dudaba que fuese de mucha utilidad. 

 Esa era el castigo, que nos habían impuesto por haber protegido Haugen y por  permitir que Anya se enamorase del primogénito de nuestro peor enemigo. Haugen, iba a ser sacrificado por su padre, este lo había entregado a los drauger a cambio de ayuda para iniciar una guerra y tomar posesión de los clanes que consideraba más fuertes y prósperos. 

Anya lo encontró oculto en medio de la maleza a punto de morir, con marcas de dientes en gran parte de su cuerpo y con un collar que le impedía cambiar de forma. Su descarada ayuda al muchacho había sido la razón de que los drauger atacaran a ambas manadas en busca de venganza y alimento. 

 Los Blatonn eran licántropos que renegaban de su forma humana y que se regían por la norma básica de la naturaleza, deseaban someter al resto de las manadas que se habían asentado entre los bosques y las áreas poco habitadas. Si alguien o algo amenazaba la seguridad de la manada, sería ejecutado sin dudarlo.

 De modo que, tras haber sido el causante del ataque de los drauger a su manada por salvar de su inevitable muerte a su único hijo con vida, me habían sentenciado a recibir una paliza y a dejarme morir devorado por los caminates nocturnos. Anya estaba conmigo  por la sencilla razón de que mi padre no podía perdonarle que hubiese sido marcada por el hijo de su enemigo, que además la había dejado en cinta. Su padre se enfureció con ambos y nos interceptó durante nuestra huida condenándonos a una muerte inevitable. 

En realidad, nuestro padre me odiaba porque lo había desafiado y ayudado a su hija predilecta a reunirse con su amante. Pero más temía a mi fuerza, la lealtad de los lycans más fuertes  y mi  capacidad de liderazgo. 

 Así que esa había sido una oportunidad de oro para librarse de mi sin que la manada y mi hermano se rebelara contra él.

 Ese sería su último error.

 Debía ser capaz de liberarme para salvar a mi pequeña hermana de un horrible final y volver cada cosa a su lugar. Mi progenitor no viviría otra semana más. 

 Ambos estábamos en forma humana, atrapados por las sofisticadas pulseras creadas por Victor que servían como catetes que se clavaban en nuestra carne expulsando iones de plata que eran liberados al recibir señales del aumento de sodio en el cuerpo. Las pulseras nos impedían cambiar de forma, ya que frenaba el desarrollo de los microorganismos que crecerían y se reproducirían durante la transformación. Cosa que era muy útil para todos aquellos que deseaban darnos por muertos.

 En el caso de Anya por desgracia era cierto y cada vez podía verla más débil. 

 Pero en mi caso y por alguna extraña razón las nano partículas se estabilizaban en mi torrente sanguíneo, por lo que no surgían el efecto deseado. Me debilitaban sin duda, pero me permitían mantener mi fuerza. Aunque no estaba seguro de cuánto tiempo le tomaría a la plata comenzar a debilitarme.

 Aun así, la pulsera si podía afectar la gran mayoría de mis poderes y eso me estaba dando una gran lucha.

 Yo solo llevaba unos vaqueros ensangrentados y una camiseta andrajosa que estaba hecha jirones por causa de la paliza que me habían dado antes de colgarme. Por supuesto, nadie esperaba vernos sobrevivir y, si por algún milagro conseguíamos bajar del árbol, siempre estaban los caminantes nocturnos que podrían seguir nuestro rastro de sangre sin problemas. 

 —Caleb —dijo Anya, sollozando—, Si logras dar con Haugen, necesito que le digas algo por mi. 

—Podrás decírselo tú. 

—Se que estas molesto. Debería haberte hecho caso. Me dijiste que me alejara de él. Que lo dejara por su cuenta, pero ¿te hice caso? No. Y mira dónde estamos ahora. Lo peor de todo esto es que quizás el también esté a punto de morir. 

Sentí que mi corazón se oprimía y agradecí no ver el rostro de mi hermana. 

 —¡Basta Anya! —masculle incapaz de soportar su dolor, mientras intentaba utilizar el escaso poder que me quedaba a pesar de las dolorosas descargas de las pulseras que enviaban al resto del cuerpo. Gota a gota la plata en la sangre provocaba una sensación de ardor y dolor —. No quiero verte aquí por toda la eternidad. Necesito que seas fuerte, más de lo que ya fuiste. 

 —Bueno, no para toda la eternidad. Creo que nos queda poco más de media hora antes de que las cuerdas nos corten las manos. Y, por cierto, me duelen un montón, me recuerda a cuando me ataste para que no fuese a acusarte de haber ido a la ciudad, ¿lo recuerdas? —Comenzó a reír amargamente. Cuando éramos niños todo era mucho más simple.

Guarde silencio un instante que aproveche para tomar aire. Justo en ese momento sentí que la cuerda se aflojaba un poco.

 También escuché el crujido de la rama y como cedía bajo el peso de mi cuerpo.  

 Con el corazón a doscientos, baje la vista al escuchar un sonido entre los arbustos y vi el rostro pálido de un drauger que me miraba sonriente.

 Habría dado cualquier cosa por contar con mis poderes al cien y no estar debilitándome, durante tres segundos para convertirme y acabar con ese odioso ser. 

 —Te juro que jamás volveré a decirte que me muerdas el culo. Cuando me digas algo, te haré caso sin rechistar, si salgo de esta voy a proteger a mi cría a costa de lo que sea.

 —En ese caso, ¿por qué no empiezas haciéndome caso cuando te digo que cierres el pico? —replique con un gruñido. No podía soportar que sus emociones me desbordaran o todos moriríamos. Escucharla era como si puñales se clavaran en mi pecho. 

 —Estoy calladita. O eso intento. 

 —¡Anya! —Le advertí y ella suspiro largamente. Estaba muy nerviosa, pero la vida de todos, incluido mi sobrino o sobrina dependía de que mantuviésemos el control. 

Anya siempre había sido muy irritante a pesar de ser mi debilidad, era la única que podía sacarme de mis casillas con tremenda certeza. 

 Puse los ojos en blanco al escuchar nuevamente el sonido de los arbustos moviéndose a corta distancia. Era inútil. Cerré los ojos, asqueado. De modo que así iba a terminar mi vida. No en una gloriosa pelea contra un enemigo ni en un enfrentamiento con mi padre. Ni tampoco mientras dormía por causa del despecho de una sensual hembra. 

 No, lo último que escucharía al morir serían los lamentos de mi hermana.

—Caleb… —Gimió Anya al escuchar que alguien se acercaba. 

 Quién lo iba a decir…  Eche la cabeza hacia atrás para poder ver a mi hermana en la oscuridad.

 —¿Sabes, Anya? Creo que eres muy valiente. No deberías hacerme caso en todo lo que digo, porque yo, no me he enamorado nunca y probablemente no lo haga. Estoy seguro que aún la muerte vale la pena si fue por intentar salvar a la persona que más amas…

 —Lo vale, Caleb y estoy segura de que pronto lo descubrirás. 

Sonreí con pesar, yo no podía estarlo. 

Uno de los drauger salió de entre las sombras cansado de esperar que el resto de sus amigos de viaje llegarán. 

—¡Vete a la puta m****a! —Grité cuando entendí que sus intenciones eran no esperar al resto y comenzar con el festín de una buena vez.

 Entrelacé los dedos y levanté las piernas con todas mis fuerzas. El dolor de los brazos se intensificó cuando la cuerda se clavó aún más en mi carne humana y una gota de sangre fue a dar al piso. El drauger la tomó con la punta de su delgado dedo con precisión, como si hubiera caído en cámara lenta y la llevó hasta sus labios para saborearla. Recé para que los huesos aguantaran un poco antes de acabar cercenados.

 La sangre volvió a correrme por los brazos cuando levanté las piernas hacia la rama que tenía por encima de la cabeza. Lo que hizo que el segundo drauger se aproximará a nosotros incapaz de contenerse al dulce aroma. 

 Si pudiera rodearla con las piernas… aferrarme a ella…  Tantee la rama con los pies. La corteza estaba áspera y me raspó el empeine. 

Conseguí rodear la rama con el pie. Solo un… poco…  Más y podría liberarme.

 Me concentré en el acelerado ritmo de mi corazón y me negué a escuchar los insultos de mi hermana. Que había notado la desagradable presencia. 

 Cabeza abajo, rodeé la rama con una pierna y solté el aire. Gruñí aliviado cuando por fin conseguí librar las doloridas y sangrientas muñecas de casi todo el peso de mi cuerpo. El esfuerzo me hizo jadear mientras mi hermana proseguía con su retahíla de insultos.

 La rama emitió un fatídico crujido. Mi corazón iba a salirse de mi pecho. 

 Volví a contener el aliento, aterrado por la posibilidad de que el menor movimiento la partiera y acabara cayendo de cabeza justo entre sus hambrientos espectadores.

 De repente, los drauger se agitaron inquietos. 

 —Mierda…

 Esa no era una buena señal.

 El resto del grupo ya estaba allí, el aire a nuestro alrededor se volvió gélido y difícil de respirar, cuando era un grupo grande incluso podían cambiar las condiciones del tiempo a su favor. Inducir la niebla o disminuir la temperatura. Eran traficantes de vida condenados a matar para prolongar su existencia, siempre sedientos de fuerza vital. 

 Además de matar humanos, se enorgullecían de asesinar a los lycans y wicas , los cuales eran particularmente deliciosos para ellos sobre todo los últimos. Aunque habían acabado con los covens hacia ya mucho tiempo. Como las vidas de estas dos especies  eran centenarias y poseían habilidades mágicas, sus almas eran capaces de otorgarles vitalidad durante un período muy superior a lo que lo hacía la sangre de cualquier humano. Nuestra pureza ancestral era codiciada por esas bestias sin alma, ni corazón. 

 Y lo más importante: una vez que se apoderaban del alma de un ser especial contenían sus habilidades mágicas y las usaban a su favor durante décadas. 

 Los drauger no tenían almas y por eso necesitaban desesperadamente alimentarse de ellas. Mientras más pura era más deseable. 

Por eso el aroma de Anya era como una puta manzana acaramelada para ellos. 

 Había un solo motivo por el que los drauger estaban allí. Una única explicación para que hubieran dado con nosotros en ese punto aislado de sus dominios, donde no se aventuraban sin una buena razón. Alguien los había ofrecido en bandeja a modo de sacrificio con el fin de que dejaran a la manada en paz.

 Y no tenía la menor duda de quién había hecho la llamadita.

 —¡Hijo de puta! —grité en la oscuridad, a sabiendas de que mi padre no me escucharía. De que estaría disfrutando de un festín porque se había desecho de un maldito grano en el culo, a pesar de que perdería a su hija. Pero de todas formas necesitaba desahogarse.

Todo había salido a pedir de boca para él. Envío a las únicas personas que hubieran desafiado su autoridad a una misión, convenciéndolos de que sólo se trataba de un castigo que duraría simplemente una noche. 

 —Nuestro padre los envió… ¿verdad? 

Las palabras se enredaron en mi garganta mientras me esforzaba por rodear la rama con la otra pierna para poder soltarme las manos.

 Algo saltó desde el suelo hasta una rama situada por encima de mí. 

 Cuando giré, vio a un drauger alto, pálido y delgado muy cerca, vestido de negro de los pies a la cabeza, con la capucha puesta y mirándome con expresión entre hambrienta y divertida. A sabiendas que tenía el maldito control de la situación. Probablemente hacía mucho tiempo que no se alimentaba, de otra forma podría pasar por un humano común y corriente. 

 Él chasqueó la lengua.

 —Deberías alegrarte de vernos, lobo. Después de todo, solo queremos liberarte de la prisión colgante a la que te condenó tu propio padre. 

 —¡Vete al carajo! —le gruñí.

 El drauger se echó a reír con la cabeza hacia atrás.

—Debes ser un verdadero problema…

 Anya aulló.

 Cuando lo miré, vi que un grupo de ellos la estaba bajando del árbol con una rapidez sorprendente. 

¡Mil veces maldita sea ! Su hermana era una luchadora sorprendente. Pero esas malditas pulseras la habían debilitado demasiado y después de colgar durante horas sus músculos estarían adormecidos. 

 Furioso, alcé las piernas con fuerza. El movimiento rompió la rama al instante y caí de espalda contra la hierva seca. 

 Contuve el aliento y cerré los ojos tratando de incorporarme con todas mis fuerzas. Intenté sin éxito quitarme la rama de encima, pero no podía levantarla sin haberme recuperado del golpe que dejó cada uno de mis músculos adoloridos. Aunque tampoco hizo falta que la levantase. Alguien me agarró del pelo y tiró de mí volteándome como un muñeco. 

 No pude reaccionar o aprovechar la oportunidad porque en cuanto se deshizo de la pesada rama un drauger clavó los colmillos en mi hombro desnudo. Con un gruñido furioso, le asesté un codazo en las costillas y me apreste a devolverle el mordisco.

 El drauger chilló y me soltó. Alejándose unos cuantos pasos para mirarme a los ojos. 

 —Tienes huevos, ya veo porque desean deshacerse de ti  —dijo mientras se acercaba —. Nos sustentará durante un largo tiempo. Comeremos a tu hermana, pero tenemos otros planes para ti. 

 Antes de que él recién llegado pudiera echarme el guante, le golpeé las piernas con un brazo de modo que perdiera el equilibro. Después, use su cuerpo para saltar hacia adelante donde veía un bulto oscuro que emitía sonidos espeluznantes. Como cualquier lobo que se preciara, mis piernas eran lo bastante fuertes como para encaramarme de un salto y mis  piernas poco a poco habían recuperado el control. 

 El pelo, oscurecido por el sudor y la sangre, se me pegó a la cara. La pelea y la paliza que me había propinado la manada me hacia sentir un dolor palpitante en todo el cuerpo. Al agacharme para apoyar una mano en el tocón que el drauger había lanzado hacía un costado cuando me liberó para poder morderme,  la luz de la luna se reflejó en mi musculoso cuerpo, haciéndolo resaltar en el oscuro marco del los árboles que lo rodeaban. Mi cuerpo se alivio ligeramente con el consuelo que me proporcionaba Hécate. 

 Como el animal que era, observe a mis enemigos con fuerza renovada mientras me  rodeaban. No estaba dispuesto a entregarme, ni a entregar a su hermana, a esos cabrones. No estaba muerto, pero sí estaba igual de jodido y dentro de él rugía la necesidad animal de venganza.

 Me llevé las manos a la boca y rompí la cuerda con los dientes. Ya con mis manos libres logré arrancar de un tirón los dientes de las pulseras que estaban clavadas a mi carne. 

 —Eso va a costarte muy caro —dijo uno de ellos mientras se acercaba con cautela. 

 Una vez libre de las ataduras, salté y me lancé justo detrás de el drauger que no logró reaccionar a tiempo, su maltrecho aspecto me indicaba que hacia un buen tiempo que no se alimentaba correctamente. Tomo una rama que estaba a unos cuantos metros de ellos y corrió hasta donde tenían a mi  hermana. Rogando que estuviese con vida. Solo podía escuchar los sonidos de los drauger que le indicaban que se estaban alimentando y eso me hizo sentirme completamente fuera de mí. 

 Cuando llegue al claro, descubrí que había al menos ocho drauger alimentándose de la sangre de Anya con total impunidad.

 Aparte a uno de una patada. Cogí al otro del cuello y le clavé la improvisada estaca en el corazón. La criatura se lanzó hacia atrás comenzando a desintegrarse en cuanto cayó al suelo. Por suerte para nosotros no habían comido lo suficiente y un drauger poco alimentado no era tan fuerte. 

 El resto dejó a Anya y se giró hacia mí con la boca cubierta de sangre y los ojos inyectados de rabia. Mi padre los había convencido con toda seguridad que sería un trabajo fácil y que un grupo pequeño podría alimentarse de nosotros a placer. 

 —Me tocaron los huevos y esta noche van a morir —les gruñí—. ¿Quién quiere de mi sangre? —Les mostré las muñecas. 

 El drauger más cercano soltó una carcajada.

 —Tus poderes fueron anulados por la plata que ahora mismo corre por tus venas, lobo. 

 —Díselo a Azazel cuando estés en su reino —repliqué al tiempo que me abalanzaba sobre él. El drauger retrocedió de un salto, pero no lo bastante lejos para escapar de mis garras sedientas de venganza. Salté y llegue hasta donde estaba él sin esfuerzo, dispuesto a arrancarle los brazos, pero en cambio lo tomé por el cuello y le clavé la rama mientras veía su ojos muy abiertos. La furia que me controlaba estaba fuera de control e iba a despedazarlos uno a uno sin la menor compasión. 

 No necesitaba mis poderes psíquicos. Mi fuerza animal bastaba para librarme de todos ellos. Tiré de la estaca que había utilizado para librarme del drauger y me giré para enfrentarse con los demás mientras ese se desintegraba antes de tocar el suelo.

 El grupo se abalanzó sobre mi, pero no les dio resultado. La mitad de mis poderes se estaban restablecimiento  poco a poco y mi energía se volvía más fuerte. 

Ellos eran grandes mercenarios acostumbrados a atacar con inteligencia y estrategia. Por otro lado su energía vital se alimentaba de la confusión y el pánico que causaba verse rodeado de esos demonios sin alma, ni remordimiento. Pero yo no les tenía miedo en absoluto. En ese momento el miedo no era una opción viable. 

 Lo único que consiguieron con su estrategia fue aumentar mi poder y afianzar mi  determinación.

 Cosa que, a fin de cuentas, me daría la victoria.

 Asesine a otros dos con la estaca mientras Anya seguía inmóvil tendida en el suelo con la piel pálida. Sentí  una oleada de pánico, pero me obligué a tranquilizarme.

 La frialdad era el único medio de ganar una pelea.

 Uno de los drauger me lanzó una descarga que me envió a por tierra a varios metros de distancia. 

Choqué contra un tronco y solté un gruñido por el intenso dolor que se extendió por mi espalda.

 La fuerza de la costumbre me llevó a devolver el ataque intentando transformarme , pero lo único que consiguió fue que la plata que corría por mis venas frenará la transformación y soltará un taco por el dolor, pero me desentendí de eso. Para ponerme en pie y abalanzarme sobre las dos bestias hambrientas que se acercaban a mi hermana que aún no  reaccionaba en el suelo.

 —Déjalo ya, no vas a poder salvarla —masculló uno de ellos. —Vete en paz y te perdonaremos la vida. 

 —Nunca.

 El drauger sonrió y se lanzó sobre mi por sorpresa logrando que me tambaleé, me golpeó las piernas desde atrás para hacerme caer sin éxito. Seguimos  forcejeando hasta que consegui  atravesarle el pecho con la estaca.

 El resto de ellos al ver que eran pocos para atreverse a enfrentarme, salieron huyendo.

 Sumido en la oscuridad, escuché el sonido de las pequeñas ramas rompiéndose bajo sus pies y el aire volvió a ser cálido y la brisa suave. Los latidos del corazón me atronaron los oídos cuando por fin deje que la rabia me inundara. Eché la cabeza hacia atrás y solté un aullido que resonó de forma espeluznante a lo largo y ancho del bosque y de alguna forma supe que mi padre lo había escuchado.

Era una advertencia, el canto por su muerte.

 El sonido, maligno y sobrenatural, lograría que incluso los lobos de primera generación escaparan a esconderse. 

 Convencido por fin de que se habían largado, me acerqué a Anya, que seguía sin moverse.

 Presa del dolor, me abrí paso a ciegas con una sola idea en la cabeza: «Que no esté muerta».

 Mi mente insistía en creer que el cuerpo inerte de Anya sólo significaba una cosa. La frialdad de su piel al tocarla me dejó sin aliento. No podía perderlos a los dos. Se suponía que había jurado protegerla a ella y a la vida que crecía en su interior. No podía. Me moriría con ella.

 Deseaba con todas mis fuerzas que dijese algo. Cualquier cosa. Deseaba escuchar el sonido de su voz. 

 Me sentí desgarrado por un dolor indescriptible. Anya tenía que estar viva. Tenía que estarlo.

 —Por favor… —le supliqué a los espíritus del bosque y Hécate  mientras acortaba la distancia que nos separaba. No podía perder a mi pequeña hermana.

 No de esa manera… Tenía los ojos abiertos y la mirada perdida en la luna llena; una luna que nos habría permitido recuperar su fuerza y alejarnos de allí de no ser por la plata que había sido inyectada a través de las pulseras de forma continua durante horas. 

 Una multitud de mordeduras aún sangrantes cubría su cuerpo.

 Un dolor inenarrable me desgarró el alma y me destrozó el corazón.

 —Vamos, no te mueras —dije con voz rota mientras intentaba contener el llanto. En lugar de ceder al dolor, lancé un gruñido—: ¡Que no se te ocurra dejarme solo!

 Cuando la cogí en brazos, me dio cuenta de que no estaba muerta. Aún estaba viva y temblaba de forma incontrolable. Por más débil y entrecortada que fuese, su respiración fue como si el alma me volviese al cuerpo.

 Rompí a llorar de alivio al tiempo que la mecía con suavidad.

 —Vamos, Anya—dije en el silencio de la noche—. Tú eres la más especial de los tres y se que puedes con esto… —acaricie su cabello con ternura. 

 Pero no dijo nada. Siguió temblando entre mis brazos, en estado de shock. Estaba con vida. Por el momento.

 La furia me hizo apretar los dientes. Tenía que sacar a mi hermana de allí. Tenía que encontrar un lugar seguro para ambos.

 Recordando que Anya aún llevaba las pulseras, las tomé con desesperación y las arranque de un solo tirón. Anya, adoptó su forma de lobo de inmediato, convirtiéndose en una hermosa loba blanca. 

 Aun así, no recobró la consciencia. No parpadeó ni se quejó. Su corazón seguía latiendo débilmente. 

 Trague saliva para deshacer el doloroso nudo que tenía en la garganta y deje caer unas cuantas lágrimas que quemaron como el ácido mi piel. 

 —Tranquila, voy a salvarte a ti y tu bebé, lo juró —susurré cuando levanté su cuerpo entre mis brazos. Comencé a caminar con ella a pesar de las protestas de mi cuerpo atravesado por el dolor de la batalla. 

 Mientras yo viviera, nadie volvería a lastimar a quien amase.

 Y pobre la alma del que se atreviera a intentarlo. 

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