Capítulo 3

Adaeze

Oscuridad y el frío que llega a los huesos es mi única compañía. La desnudez se ha vuelto mi día a día. Ya ni recuerdo la última vez que fui feliz, a sí, fue cuando huía de mi mamá para poder ir a ver al hombre de mis sueños. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde eso? Ya ni lo recuerdo, perdí toda noción del tiempo desde que me encerraron en esta jaula. Tal vez años. Solo noto los cambios en mi cuerpo cuanto esa puerta se abre y un hombre me lleva a una habitación para ser violada por algún viejo depravado que disfruta de golpearme y quemarme con su cigarrillo. ¿Por qué no he huido? Porque la última vez que una de nosotras trató de huir, dejaron su cadáver aquí durante días para castigarnos.

Todavía recuerdo la última vez que lo vi, era un cálido día de verano, en realidad, el último día de verano. El cielo se encontraba completamente despejado y el sol brillaba en todo su esplendor.

Corrí a la casa de Husein, después de semanas sin verlo. Mi mamá se encontraba tirada en el mugriento piso de la cocina. Varios rastros de comida se encontraban regados junto a su rostro y me pareció ver un pequeño ratón corriendo apresuradamente a esconderse en cuanto me vio entrar a la cocina.

Escuché unos pequeños sonidos provenientes de los labios de mamá y enseguida se comienza a remover inquieta. Parece adolorida, quizá y había resbalado de nuevo.

Sabía que se despertaría de mal humor, así que me apresuré en tomar un abrigo del pequeño cartón donde guardo mi ropa y zapatos. Corrí hacia la entrada de la casa y con un grito informé a mi madre de mi partida.

Mientras corría, iba colocándome el abrigo para ocultar mis brazos descubiertos y en cinco minutos me encontraba tocando a la puerta de la única persona que de verdad me amaba.

Pero todo eso quedó en el pasado. Ya no tengo un abrigo con el cual ocultar los cortes hechos por mi progenitora, tampoco tengo prenda alguna con la que pueda proteger mi desnudez. Solo me queda las cadenas en mis muñecas y tobillos. Los barrotes que impiden mi escape son lo único a lo que puedo llamar de mi propiedad.

Escucho claramente los sollozos de la mujer en la celda de junto. Lleva horas llorando y la verdad la envidio. Mis lágrimas se secaron hace meses, justo después de haber sido obligadas a convivir con un cadáver a centímetros de nosotras.

Espero que esa mujer haya encontrado la paz. Esos hombres no debieron haberla golpeado hasta matarla, ella solo quería ser libre.

A veces envidio a las mujeres embarazadas. No diría que las respetan, pero si las tratan mejor. Golpean sus rostros, pero no se atreven a tocar sus vientres. Representaría una pérdida de dinero para ellos, si es que muere uno de los bebés antes de nacer.

¿Cuántos años he vivido aquí?

No lo sé, quizá dos o tres años. He visto varios niños ser concebidos y después volver a ver a las madres en las celdas. Solo de esa manera puedo percibir el tiempo recorrido.

Tanto tiempo en este lugar mata la esperanza de cualquier persona y a pesar de eso aun sueño con volver a ver a Husein. Solo una vez más para confesar lo que alguna vez sentí por él.

El frío provoca que mi cuerpo tiemble al igual que mis dientes. La oscuridad impide que pueda ver al resto de las mujeres en la habitación, enjauladas al igual que yo.

Desconozco la cantidad de mujeres que se encuentran a mi lado, pero puedo ir claramente los llantos de una y un lejano quejido de dolor de otra.

¿Qué hicimos para merecer esto?

De acuerdo, quizá y tuve la culpa al no obedecer a mi mamá ese día. Debí quedarme callada como ella me lo ordenó, tal vez y de esa manera hoy no estaría aquí. Preferiría mil veces estar junto a mi mamá que, en este lugar, pero no puedo cambiar el pasado y esto fue lo que me tocó por no quedarme callada ese día.

El huir dejó de ser una opción hace mucho tiempo. Dedos mutilados, días sin comer y finalmente la muerte, son los castigos por tratar de escapar.

Aprendí a sobrevivir desde que aquel hombre me llevo consigo. Jamás hablar y mucho menos, escapar, fueron las reglas con las que he vivido desde los diez años y de esa manera me he mantenido viva hasta ahora.

Debo decir que a veces extraño al Señor Tylor. Golpeaba más fuerte que mi mamá, pero cuando lo obedecía y me quedaba callada, siempre me compraba ropa bonita o me traía golosinas.

Lo único malo era cuando llegaba la noche. Su aliento en mi cuello me causaba náuseas y sus manos sobre mi cuerpo desnudo provocaban una sensación de asco hacia mí misma.

Era un enfermo que disfrutaba de ver mi cuerpo completamente desnudo en su mugrienta cama llena de jeringas y, lo que siempre sospeché que era, cocaína.

Odiaba su tacto y lo odiaba a él, pero al salir el sol se comportaba como un padre para mí.

No podía ir a la escuela con otros niños, pero si tenía a alguien que cuidaba de mí y me enseñaba todo lo que hoy en día sé.

El mundo siempre fue cruel conmigo y a pesar de eso, aún sigo soñando con un día volver a ver a Husein.

Escucho un gran estruendo seguido de gritos del resto de mujeres en la casa lo que interrumpe mis pensamientos. El sonido es fácilmente reconocible.

“Disparos.”

Giro mi rostro inmediatamente a la única puerta de acceso a la habitación y comienzo a esperar lo peor. Escucho que una de las mujeres trata de levantarse del suelo para poder alejarse lo más posible de la puerta, pero es inútil, cae al piso de nuevo y no vuelvo a escuchar otro sonido de su parte.

Ninguna puede ponerse de pie, las cadenas unidas en los tobillos y muñecas evitan que podamos levantarnos. Nos mantiene en una posición de rodillas con las manos en la espalda y de esa manera se aseguran de que no nos hagamos daño.

Quieren mantenernos vivas para poder seguir explotándonos y continuar con su negocio de venta de niños.

Solo puedo girar el cuello hacia la puerta, aunque por la oscuridad de la habitación me es imposible ver tan siquiera la silueta de una persona.

Los gritos se hacen más cercanos y es cuando me percato de que la guerra se comienza a acercar. Supongo que ha llegado el momento de mi muerte. Toda mi vida he estado esperando este momento. El fin se acerca y dejaré de sufrir.

Los golpes en la puerta me indica que tratan de derribarla con algo pesado. La puerta es frágil, por lo que les toma menos de un minuto en romperla y por ella asoma una luz muy brillante que me obliga a entrecerrar los ojos por un instante.

La luz ahora llena la habitación y lo primero que veo es a dos personas vestidas como militares entrando por el agujero donde hace dos minutos se encontraba la puerta.

Llevan sus rostros cubiertos y armas en las manos. Comienzan a gritar instrucciones a alguien fuera de la habitación, lo que provoca que la mujer en la jaula junto a la mía grite de miedo.

Más personas comienzan a llegar a la vez que los disparos se detienen. La guerra acaba y parece que ganaron las personas que ahora se encuentran parados justo frente a mí.

“¿Son los buenos? ¿Acaso vinieron a rescatarnos?”

“No existen las personas buenas. De seguro solo son otras malas personas que nos quieren para trabajar para ellos.”

Bajan sus armas y uno de ellos habla por la radio para pedir herramientas. Un minuto más tarde otros dos hombres llegan con herramientas en un bolso negro. Comienzan a romper los candados en las puertas de las celdas y es cuando noto que solo nos encontrábamos tres mujeres en la habitación. Cada una encerrada en su propia celda con cadenas en los mismos sitios que las mías.

Trato de decidir si las personas frente a mí son los buenos o los malos, pero la única pista que recibo es el hecho de que se encuentran liberándonos de las celdas, pero… ¿Qué pasará después? ¿nos liberaran o nos encarcelaran en otro sitio?

Ya hubo una ocasión en la que pensé que sería libre, pero al final me trajeron a este lugar y toda mi vida empeoró.

Quisiera correr y por una vez en mi vida sentirme libre, aunque sea un instante muy corto, pero las cadenas en mis tobillos y muñecas me lo impiden.

Quiero poder tener una vida normal donde los abusos constantes no existan, donde deje de vivir sin el miedo constante a ser asesinada por sádicos que solo les importa el dinero que ganan explotando a mujeres.

Mi vida está llena de tantos deseos que sé que no se podrán cumplir jamás, pero aquí estoy, soñando con un cuento de hadas donde un príncipe me vendrá a rescatar algún día.

Sueño con una familia donde todo sea felicidad y momentos en un parque viendo a mis hijos jugar, pero después la realidad me llega de golpe y me encuentro con un hombre golpeando mi rostro mientras su asqueroso pene entra en mi vagina.

Las constantes violaciones deberían haber matado todos mis sueños, pero solo puedo pensar en el día en el que vuelva a ver a la única persona con quien me he sentido a salvo. La única persona que me ha hecho sentir amada.

Uno de los hombres abre la puerta de mi celda e ingresa con lo que parece ser una cortadora en las manos. Camina lentamente hacia mí, pero el miedo me golpea en la cara y pensamientos negativos llegan a mi mente.

¿Viene a matarme?

El miedo congela mi cuerpo y solo puedo pensar en que mi último día de vida el pase dentro de una celda escuchando llorar a una mujer que ni siquiera conozco su nombre.

No puedo simplemente pararme y defenderme. Las malditas cadenas cumplen su propósito al impedir la movilidad de mi cuerpo.

“No quiero morir, aún no.”

Siento el pánico recorrer por mis venas y el llanto acumulándose en mis ojos.

“No quiero morir, no sin antes poder verlo una última vez.”

Me he aferrado a la idea de poder volver a verlo, pero en este momento cada esperanza y cada sueño comienzan a derrumbarse frente a mis ojos, justo al mismo tiempo en el que el hombre llega a estar a dos pasos de mi posición.

Tengo que defenderme, tengo que dar pelea y no solo dejarme asesinar por un hombre tan cobarde que no deja ver su rostro.

- Estamos aquí para liberarlas. – Habla el hombre dirigiéndose a todas.

Por alguna razón no le creo. Tengo la necesidad de defenderme, de luchar.

Trato de mover mi cuerpo alejándome del hombre, pero es en vano.

Si este es mi fin, planeo defenderme y al menos morir con la poca dignidad que aún me queda.

El hombre pide ayuda a otro y ambos se acercan a mí. Espero a ser liberada y en cuento las cadenas son cortadas veo como ingresa otro hombre con una manta en sus manos.

Empiezo a dudar de mi plan de huida y el sonido de sirenas de ambulancias detienen por completo mi plan de defenderme y mi cerebro comienza a analizar toda la situación en busca de hostilidad por parte de alguno de los hombres, pero nada, todos se encuentran preocupados por nosotras y mi mirada se dirige hacia la mujer en la celda de alado siendo ayudada a ponerse de pie y cubierta por una gran manta roja.

De inmediato noto una tela cubriendo mi cuerpo desnudo. El mismo hombre que traía la manta se posiciona frente a mí, pero empiezo a detallar su cuerpo y es cuando noto dos grandes bultos en su pecho, delatando finalmente el verdadero género de la persona frente a mí.

La mujer comienza a hablar, pero no escucho realmente lo que dice. Toda mi cabeza da vueltas y lo único que quiero es saber lo que ocurre.

“¿Nos están rescatando realmente?”

Con el pasar de los minutos la idea deja de ser tan descabellada y comienzo a creer en lo que el hombre hace unos instantes dijo.

Finalmente seremos libres.

Pero la libertad llega a ser relativa cuando no sabes lo que realmente te espera ahí afuera después de haber estado tanto tiempo encerrada.

Las alarmas en mi cabeza comienzan a sonar cuando la mujer acerca su mano a mi brazo. Retrocedo intuitivamente al creer que recibiría un golpe de su parte, pero no es así.

La mujer trata de tranquilizarme y es cuando noto las lágrimas derramadas por mis mejillas y el temblor en todo mi cuerpo.

Ya no siento frío, pero el miedo ha provocado que todo mi cuerpo tiemble.

Llevo mis manos hacia la manta y cubro mi cuerpo lo más que puedo.

La misma mujer vuelve a acercar su mano a mi brazo, pero está vez estoy convencida de que no me lastimará así que acepto su ayuda y me pongo de pie.

En un principio me lastima usar mis piernas después de tanto tiempo de no haberme podido poder de pie, pero uso todas mis fuerzas para poder mantenerme erguida.

Todo parece dar vueltas, así que recurro de nuevo a la ayuda de la mujer y ella amablemente rodea su brazo alrededor de mi cintura para poder caminar hacia la salida.

En cuanto doy un paso fuera de la celda siento como si me liberara de un gran peso. Pero una vez que pongo ambos pies fuera, me doy cuenta de lo aterrada que me siento a lo que se avecina.

Cada noche nos llevaban a la fuerza a una habitación donde teníamos que complacer a hombres. Cada noche nos sacaban de nuestras celdas y aun así no éramos libres, pero ahora finalmente lo soy.

¿Cómo vivir en un mundo que no conoces?

¿Cómo sobrevivir en las calles si hace tantos años que no has pisado una?

El exterior me aterra por completo, pero ya no hay vuelta atrás.

Con ayuda de la mujer camino hacia la salida del cuarto donde nos encontrábamos, pero por un instante quiero girar mi cuello y ver por última vez lo que fue mi vida en los últimos… ¿años?

¿Cuánto tiempo he estado encerrada? Necesito que alguien me lo diga.  

Me niego a regresar a ver, así que me obligo a mantener mi vista en frente. Los recuerdos giran en mi cabeza, pero una pequeña voz en mi interior me pide que continúe caminando.

Observo como hay cuerpos regados en el suelo, pero reconozco a varios de ellos como los hombres que nos golpeaban y violaban, así que la tristeza, que por un segundo sentí por los muertos, se convierte en desprecio y asco hacia todos esos cuerpos.

Hay mujeres evidentemente embarazadas caminando hacia unas escaleras en el otro extremo de mi posición. Están siendo guiadas por personas con la misma vestimenta que usa la mujer que me ayuda a caminar.

Las tres mujeres protegen con una mano sus abultados vientres y me percato de que conozco a cada una de ellas o al menos las he visto antes, encerradas en las celdas junto a mí.

Antes vivían en celdas como yo, pero al quedar embarazadas les daban sus propias camas donde podían pasar su embarazo “más tranquilas”.

Pero al final siempre vuelven a las celdas, después del parto ya no tienen privilegios así que las llevan a rastras a las celdas donde llorarán por meses a sus bebés y después simplemente quedarán embarazadas de nuevo o morirán.

La mujer me lleva hasta las mismas escaleras por donde bajaron las tres embarazadas hace unos segundos y aunque, con cada paso sienta que cada hueso de mi cuerpo duele, igualmente sigo caminando y me mantengo firme.

Los escalones se vuelven un infierno y al pasar varios minutos necesito descansar un instante en donde la mujer me ofrece ayuda con una silla de ruedas que puede pedir por la radio.  Simplemente la ignoro y trato de seguir caminando por mi cuenta, pero al momento en el que puedo visualizar las luces de las ambulancias provenientes de unos cuantos escalones más abajo, mi cuerpo decide rendirse.

No puedo mantenerme en pie un segundo más y mi cuerpo decide simplemente dejarse llevar por la gravedad y encontrar alivio en el piso.

La mujer reacciona al instante y rodea mi cintura con ambas manos para evitar el golpe contra el piso.

Escucho como varias personas corren hacia nosotras, pero comienza un martilleo constante en mi cabeza y el dolor se apodera de cada rincón de mi cuerpo.

Ya no quiero sentir más dolor, ya no quiero sentir nada, así que simplemente me doy por vencida y dejo que el sueño que me ha estado queriendo invadir por tanto tiempo, finalmente lo haga y caigo rendida. Cierro los ojos y espero que al despertar todo lo ocurrido no haya sido simplemente un sueño y que realmente nos hayan liberado.

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