Capítulo 4. Incuestionable Locura.

Descansaba sobre el sofá de casa, hacía poco que había llegado, tras dormir en casa de mi mejor amiga

Descansaba sobre el sofá de casa, hacía poco que había llegado, tras dormir en casa de mi mejor amiga. No tenía que entrar hasta la tarde, y mamá, que llegó la noche anterior, preparaba la comida. Miraba el F******k, despreocupada, cuando me percaté de que tenía un mensaje privado, y por supuesto era de él. Una extraña sensación me embargó tan pronto cuando vi su foto de perfil y leí su saludo.

Carlos:

"Hola"

Yo:

"Hola"

Carlos:

"Esta tarde voy a ir a la playa con unos amigos, ¿te apuntas?"

Yo:

"¿Con unos amigos?"

Carlos:

"Viene tu hermano y eso"

Yo:

"No me parece apropiado, no pinto nada allí. Pero, de todas formas, tampoco podría ir, tengo que trabajar"

Carlos:

"Tienes razón, si vinieses sería raro. ¿Te apetece que nos veamos después? Te recojo y cenamos o tomamos algo"

Yo:

"¿Por qué estás tan insistente?"

Carlos:

"Me gustó verte ayer"

Yo:

"Salgo de trabajar a las once, a esa hora ya todos los bares habrán cerrado"

Carlos:

"Vamos al burguer King, eso seguro que está abierto"

Yo:

"¿Hasta cuándo estarás por aquí?"

Carlos:

"Hasta mediados de Julio"

Yo:

"Entonces podemos vernos otro día, no hace falta que sea esta noche"

No respondí nada más, y él tampoco. Me marché a ducharme, almorcé y me fui a trabajar. Desde las 3 de la tarde, hasta las once de la noche.

Me despedí de Pablo, un compañero de recepción y me marché a casa. Aquel día me habían traído en coche, así que debía volver caminando, era todo un fastidio, pero, puesto que mi hermano necesitaba mi coche y mi madre iba a la ciudad a ver a unas amigas, pues no pude quejarme.

El claxon de un coche, me hizo salir de mis pensamientos, y mirar hacia ese punto, descubriendo a Carlos, apoyado sobre él, con la ventanilla abierta, mirando hacia mí, con una sonrisa de oreja a oreja.

Caminé hacia él, sin entender que hacía allí, se suponía que no habíamos quedado, entonces ¿qué hacía allí?

- ¿Qué haces aquí? – pregunté, sin comprender, haciéndole perder la sonrisa – pensé que lo habíamos dejado para otro día.

- Estuve hablando con tu hermano, y me dijo que te había acercado con el coche, pues él lo necesitaba para ir al Portil a ver a un tío – explicaba – el caso, es que supuse que tendrías que irte sola a casa, andando y ...

- Vas a llevarme a casa – adiviné.

- Exacto – me dijo – pero si quieres ir a cenar primero también puedo acompañarte.

- Eres demasiado insistente – le dije.

- Simplemente, no me gusta que me den un no por respuesta – bromeó, haciéndome sonreír, divertida, mientras él se subía en el coche y me invitaba a hacer lo mismo.

Su coche era cómodo y bonito, tenía puesta música de reguetón, pero bajita, por lo que no hablamos mucho durante los primeros cinco minutos.

- ¿Te apetece ir a Huelva? – Preguntó él, haciendo que mirase hacia él, aunque él tenía la vista fija en la carretera – A cenar.

- Podríamos ir a una cafetería, me tomaré un sándwich de esos que vienen preparados, y un zumo – le dije, porque me parecía una mala idea ir a la ciudad, era demasiado tarde.

- Eres demasiado cabezota – espetó, haciéndome reír – pero vale, aparco en la avenida de Andalucía.

Nos sentamos en una cafetería y cené justo lo que había dicho. Lo cierto es que él estaba guapísimo, con una camisa azul y unos vaqueros, yo, por el contrario, llevaba una camisa blanca y los pantalones de pinzas, pues venía de trabajar, con el uniforme.

Me habló sobre cómo iban las cosas en su vida, sobre su madre, su hermana, su casa en Granada alejado de sus seres queridos, la cantidad de gente que había conocido, algunas novias, y, sobre todo, sobre su trabajo, el cual le encantaba.

Yo le hablé sobre mi trabajo, sobre mi familia, sobre la muerte de mi padre, sobre los animales, y por último sobre lo mal que me iba en el plano sentimental.

- ... empiezo a creer que el amor sólo es una ilusión – bromeaba, cuando ya había terminado de comer y en aquel momento sólo hablábamos.

- Eso es el karma – me dijo, haciendo que le mirase fijamente, para ver que más tenía que decir al respecto – es la forma que tiene la vida de vengarse de ti, después de haberle dado calabazas a un niño de diez años – concluyó, con cierto tono bromista, haciéndome reír, a carcajadas – debiste haberte quedado conmigo.

- No era el momento – le dije, haciendo que él perdiese la sonrisa y mirase hacia mí, con más intensidad – mis calabazas te ayudaron a superarte a ti mismo y convertirte en lo que eres ahora.

- Tienes razón, no era el momento – aseguró, hablándome con sinceridad – tus calabazas y la muerte de mi padre marcaron un punto y final en aquella vida, y me ayudaron a mejorar, a ser el que soy ahora.

- De eso trata la vida, de madurar y ser mejores – acepté, y entonces se hizo el silencio, tan sólo nos miramos, por un momento, antes de decir nada más.

- ¿Tienes algo que hacer el próximo jueves? – preguntó, cambiando de tercio completamente. Negué con la cabeza – tu hermano me dijo que libras los jueves – declaró – así que he pensado que ...

- ¿no vas demasiado rápido? – espeté - ¿por qué supones que yo ...?

- Voy rápido porque me quedo poco tiempo aquí – me explicó – si tuviese más tiempo no insistiría tanto, y dejaría que las cosas fuesen yendo solas, pero no dispongo de tiempo, Lucía.

- ¿Y qué es lo que quieres de mí? – pregunté, haciéndole reír, algo tímido con todo aquello.

- ¿No podemos quedar y hacer cosas juntos, como suelen hacer los amigos?

- Pero es que tú y yo no somos amigos.

- Pero podemos serlo.

- ¿A dónde quieres ir, el jueves?

- Había pensado ir a una fiesta ibicenca, iba a ir con un amigo, pero ... acabo de enterarme de que libras ese día.

- ¿No crees que sería raro?

- ¿El qué?

- Que vaya a una fiesta ibicenca con el amigo de mi hermano.

- ¿Por qué sigues viéndome como sólo eso? Que sea amigo de tu hermano no significa que tú y yo no podamos serlo. Deja de cerrarte, deja de lado los prejuicios y atrévete a hacer algo diferente, por una vez.

- Vale.

¡Por Dios! Estaba loca, ¿cómo se me ocurría decirle que sí?

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