Final Feliz

                                                               "La invito a bailar señora soledad sobre el planeta,

                                                       y perdón si la piso, pero es que este corazón me aprieta"

El bar está lleno, o eso parece. Las tenues luces no alcanzan a iluminar todo el lugar. Detesto ese olor a cigarro y licor que impregna el aire, pero en un momento como este tal vez sea lo que necesito: Alcohol, humo de cigarrillos, hombres reunidos, borrachos desmayados, mujeres de compañía vestidas como empresarias y en busca de clientes. El cielo en la tierra dirían algunos ¿o tal vez sea el infierno? Un hecho es seguro, para que un cielo sea perfecto, debe poseer un diablo. Este bar desperfecto es mi cielo diabólico. Con mis treinta y tres años debería estar acostumbrado, ¿no? pues no es así

Con una extraña suerte (de la cual suelo carecer) encuentro un asiento vacío en la barra apenas iluminada por un débil farol. A mi lado un grupo de hombres de unos cuarenta años parecen beber y divertirse contándose chistes entre ellos, o tal vez relatando viejas anécdotas y experiencias. Son tres hombres en total, vestidos sencillamente y mal afeitados. Por un momento siento algo de asco por ellos, pero ese asco es generado por la envidia. ¿Por qué? porque ellos tienen razón para reír.

La bartender, una mujer, joven, alta y de hermosas facciones se fija en mí; tiene un extraño aire de grandeza. A pesar de su aparente corta edad, sus ojos delatan experiencias posiblemente ajenas. Una mujer cuyo trabajo consiste en servir tragos y escuchar problemas de poco interés.

Como una buena trabajadora se acerca con una sonrisa, con educación me dice "Hola ¿Como estás?" y sin esperar respuesta añade: "¿Se te ofrece algo?"

"Un poco de agua por favor" le respondo sin dejar de ver sus hermosos ojos oscuros que ahora denotan sorpresa. "¿Agua?" Pregunta uno de los tres hombres que me escucharon. "Hermano en este bar se toma de todo menos agua" Me dice con una burlona sonrisa. "Pues es agua lo que quiero" le enfatizo. ¿Es tan difícil conseguir un poco de agua?

Bartender y hombre me observan con aprensión. Los dos señores restantes también me observan con cierta confusión. "No tengo ánimos para tomar nada más" explico. No sé porque digo eso, tal vez por la sensación de incomodidad o por sus gestos preocupados.

Agua, eso quiero. Agua.

Lo que menos esperaba era conmiseración de aquel grupo, pero los tres hombres me rodearon con sincero interés y diciendo frases como:

"Cuéntanos amigos. No hay mejor lugar para el desahogo que un bar" "Hombre, no eres el primero, el único ni el ultimo con un problema" "¿Alcohol? ¿Mujeres?, ¿Dinero?" 

Olvidando a la clientela, la camarera toma asiento al otro lado de la barra y me dirige una sonrisa: "No somos precisamente un grupo de ayuda, pero con gusto escucharemos lo que tenga que decir. No hay mejor forma de superar una mala historia que contándola, en serio, ayuda. Los humanos necesitamos expresarnos continuamente, sobre todo en momentos difíciles, pero irónicamente son en esos momentos en los que más solos deseamos estar. No puedo prometer ayudarte, pero te aseguro que al salir te sentirás mejor"

Tengo el impulso de decirles que se larguen y me dejen de molestar. ¿Por qué no lo hago? Estoy realmente considerando la idea de hablarles. Tal vez estoy realmente famélico de atención. Me confunde su repentino interés, y los veo con desconfianza... Pero a la m****a todo, si ellos quieren escuchar, entonces no tengo porque callar. Aquí va la historia:

Mi nombre es Jesús Martínez.

¿Saben lo duro que es ser rechazado por nuestra naturaleza? Es el racismo que más duele. Un golpe severo a la autoestima que nos hace odiarnos. Ser rechazado por ser negro, pobre, bajo, serio, divertido, inmaduro, gordo, delgado, o cualquier otra razón absurda, pero de horrible validez. ¿Como podría hacer un asiático para dejar de serlo? ¿Como podría alguien serio volverse inmaduro para complacer a alguien más? ¿Y por qué tendría que hacerlo? Lo cortés no quita lo valiente. Cada persona está en su derecho de buscar la compañía que le resulte más placentera, pero aun así el rechazo... Duele... Duele más que la mismísima muerte. Ser rechazado por algo fuera de nuestro poder, algo que no es un fallo y que no podemos cambiar; pues es lo que somos.

No quiero entrar en detalles, pues mis lágrimas serian derramadas sobre ustedes, pero como ya deben imaginar, fui rechazado tantas veces que son incontables. Ninguna tuvo la decencia de por lo menos fingir diciendo "No eres tú, soy yo", No, siempre era "tú eres esto" "tú eres aquello". ¿Cuántas veces me maldije viéndome en el espejo? No lo sé. Superficialidad... Sí, eso decía yo "El problema no soy yo. Son ellas las superficiales, las inmaduras, no yo" pero sólo lo decía para hacerme sentir mejor. Debo decir que no funcionaba.

Oh, disculpen, me estoy desviando. Era un desahogo creo. Sí aún están interesados, les contaré mi historia.

A los quince años, en las vacaciones de verano, fui invitado por unos tíos lejanos a un hotel cercano a la playa. Sinceramente nunca me vi interesado en el tiempo compartido con mis familiares, mucho menos en un hotel, pero la monotonía de los días era tal que decidí aceptar aun sospechando que podía arrepentirme. Que equivocado estaba.

El hotel estaba compuesto por una serie de altas y tradicionales cabañas que rodeaban el área de la piscina. Dos piscinas diferentes: Una grande y acompañada de un tobogán y una pequeña para los infantes. Las piscinas estaban separadas por un restaurante abierto donde se servían bebidas y almuerzos, si estabas dispuesto a ignorar las moscas claro.

Un lugar agradable sin duda, bañado por el sol y acariciado por la suave brisa de la playa que bañaba la zona con su seductivo aire salado.

En este lugar dediqué a mi actividad "preferida" ("preferida" porque no hago nada más): observar.

Observar a los grupos de amigos disfrutando de la piscina. Contemplar a las parejas abrazadas que demuestran su afecto públicamente, y finalmente enamorarme de cada joven que veía. No enamorarme de verdad claro, pero solía imaginar una tarde con alguna de ellas, nadando abrazados, tomados de las manos, escondiéndonos de la multitud para un apasionado intercambio de besos, y la adorada voz de la mujer susurrándome al oído "Te quiero...". Sí, lo admito, disfruto de fantasear.

Al tercer día mis tíos y yo decidimos tener un tranquilo almuerzo en el restaurante de la piscina. Eran pocas sillas las que poseía, todas de madera y con mesas de plástico. Se podía ver a la cocina donde un grupo de mujeres de mayor edad caminaban de un lado a otro con prisa, sirviendo platos, lavándolos o cocinando, todo usual. Mi estupefacción llegó en compañía de la mesera.

Estaba observando a dos gatos confrontándose entre ellos por un pedazo de pescado cuando una angelical voz llegó a mis oídos. Una mesera de mi edad, de cabellos dorados, lisos y largos hasta la cintura; una mirada alegre y jovial con labios finos y sensuales; y unos profundos ojos azules.

Ese momento… es en ese preciso momento en que el mundo dio vueltas y se convirtió en un océano infinito del color de sus ojos. Ojos en los que me perdí deseando jamás regresar. Su voz era el canto dulce capaz de callar los demonios de lucifer y purificar toda alma que se creyese perdida.

Ese cabello brillando bajo los rayos del sol. Esa sonrisa humilde pero coqueta. Esa esencia pura aireada por su cuerpo. La perfección hecha persona. La flor sin espina. 

Sobra decir que me quedé sin aliento. Mi mente, burlándose de mí, borró todo recuerdo de lo que me disponía a comer. Mi voz también cooperó en el juego y se volvió ronca y patética. "¡Di algo, di algo!" me exigía sin resultados.

Tan pasmada fue mi reacción que fueron mis tíos quienes tuvieron que hablar y ordenar la comida. Luego me limité a ver como ella nos sonreía y se alejaba con un majestuoso caminar a la cocina.

La comida perdió su sabor, el hambre desapareció y el mundo intensificó sus colores al borde de la locura. Mi mente iba y venía con fugaces imágenes que la atravesaban. En algunas estábamos ella y yo agarrados de la mano caminando por una playa infinita, pero en otras la sombra del rechazo aparecía acechando en cada momento, luego ella se alejaba dándome la espalda mientras yo, miserablemente, me encogía en el sucio suelo.

Ella nos trajo la comida, con la misma sonrisa de siempre y se marchó a seguir con su labor. Mientras comía, distraídamente veía a la cocina, donde sabía que se encontraba. Fantaseaba, me veía a mí mismo a su lado, y un deseo guerrero impropio de mí resurgió en mi interior. Quería conocerla, hablarle, saber su nombre, no importaba el cómo ni por qué ni el cuándo, pero debía hacerlo. Este simple y decidido pensamiento me llevó a un nuevo nivel de determinación.

Debía conocerla.

Pasaron algunos días, todo había vuelto a la normalidad; las parejas se bañaban juntas, los amigos jugaban, las familias disfrutaban. Pero mi concentración estaba en la cocina al igual que mi mirada. No soy alguien tonto, así que planeé una estrategia; con mis observaciones me di cuenta de que siempre después del medio día, la desconocida salía de la cocina en dirección a la entrada del hotel sosteniendo una pesada bolsa de b****a. En la entrada del hotel se hallaba el depósito en donde la dejaría para luego regresar al trabajo. Esta y solo esta, era mi oportunidad.

Otro par de días transcurrió, días en los que cobardemente no fui capaz de acercarme y cumplir mi plan. Fueron días largos en lo que durante la mañana esperaba ansiosamente la llegada del medio día, desperdiciaba mi oportunidad y me arrepentía de mi cobardía hasta el siguiente amanecer, esperando con impaciencia el transcurso de las horas y de mi siguiente intento.

Al tercer día desperté muy tarde, alrededor de las once. Alelado me vestí con rapidez preocupado por perder otro día debido a un error tan tonto. Al correr en dirección a la cocina deseaba que no fuera demasiado tarde, pero antes de llegar la vi: Caminaba en mi dirección, pero sin verme, sujetaba la pesada bolsa de b****a y veía a los lados como disfrutando del paisaje. Bajé el ritmo de mis pasos y caminé hacia ella, sin embargo, mis pies eran poseídos por mente propia y al llegar hasta a donde estaba pasé por su lado sin siquiera saludarla.

"¡NO!" Gritó algo dentro de mí que detuvo mis pasos "¡NO, HOY NO!" gruñó aquel ser guerrero deseoso de entrar acción. Antes de darme cuenta caminaba hacia ella, la alcancé, respiré profundo y... "Hola, ¿necesitas ayuda?" le pregunté con la mayor tranquilidad que pude, pero con un nerviosismo mal disimulado. La chica se negó con amabilidad y su encantadora sonrisa. "Anda, por favor, yo te ayudo" le insistí sonriendo y maldiciendo mi ansiedad. Después de unos largos, muy largos segundos, ella aceptó la ayuda.

En ese momento fui testigo de un torbellino de emociones: Felicidad, preocupación, orgullo y pánico, mucho pánico ¿Por qué? Pues había estado tan preocupado en encontrar el valor de hablarle que olvidé pensar en un tema de conversación que pudiese interesarle. Ahora caminaba a su lado, sosteniendo la bolsa y echando humos tratando de pensar en que decir.

Me sorprende que ella no se diera cuenta de la guerra que se libraba en mi interior. Mi cerebro luchaba entre sí por el control de la situación. El lado analítico me exigía decirle algo inteligente, algo interesante que la impresionara; el lado emocional aconsejaba algo romántico, tierno y sentimental para romper el hielo. En medio de esta disputa, mis labios heroicamente pronunciaron las palabras "¿Como te llamas?". "Melody" respondió ella sonriente. Después de la presentación amigable inició la tan ansiada conversación. Debo decir que era ella quien tenía el mando, pues la conversación se mantuvo gracias ella. Me hacía preguntas sobre mí que luego yo le regresaba, contaba chistes en los que ambos reíamos y hablaba de su vida.

Así fue aquel primer y hermoso contacto. Todo el trayecto de ida y venida fue un hermoso momento en el que mi corazón latía emocionado y el guerrero en mi interior rugía triunfante.

Se despidió de mí con un beso en la mejilla y un "nos vemos mañana" acompañado de una sonrisa. Ese "nos vemos mañana" era para mí una promesa de que el inolvidable momento se repetiría.

Y así fue.

Los siguientes días la seguí ayudando alegremente con aquella bolsa de b****a. La conversación fluía con mayor naturalidad cada vez. Me contó que vivía en la misma ciudad que yo, en una zona algo alejada, y se encontraba en el hotel trabajando con su madre durante las vacaciones. La noticia me hizo volar el resto del día: "la podré seguir viendo" me decía a mí mismo.

El sol continuó su camino y los días pasaron llevándonos a conversaciones cada vez más intimas. Hablamos de nuestro pasado, tema que me aterraba, ¿Que le podía decir? "Como veras soy delgado, pelo negro y liso, mirada sin vida y piel pastosa. He sido rechazado más veces de las que puedo contar, me aburro con facilidad... Ah y me divierte observar a las personas". Patético. Es por ello que siempre desvíe el tema en su dirección enterándome más y más sobre ella y maravillándome con cada nuevo dato.

Una tarde, sentados en un banco a un lado de la piscina disfrutando del agradable sol, me confió lo que yo consideré como mi primera prueba y oportunidad de demostrarle mis sentimientos. Aunque en ese momento no supe que pensar.

Hace poco más de un mes había terminado con su novio. El muy bastardo la engañó con la que ella consideraba una de sus mejores amigas. Durante largos minutos dudé seriamente de la salud mental de aquel idiota ¿Como se atrevió a engañar a tan única chica? ¿Que lo llevó a hacerlo? Es como morder la mano que te alimenta, nadie lo hace; nadie odia el dinero, nadie quiere morir enfermo, y nadie debería engañar a aquella persona que te ofrece su sincero amor.

Durante esa conversación pude notar el cambio en su mirada, se había vuelto gélida y apagada. El fin de la relación le afectó más de lo que hubiese deseado. Sentí un balde de agua fría al escuchar sus siguientes palabras:

"Los finales felices no existen, o por lo menos eso creo. Nos venden el típico "y vivieron felices para siempre" en cada cuento y película que vemos desde pequeños, pero eso nos aleja de la realidad. ¿Cuántas parejas se divorcian? ¿Y cuantas lo hacen por adulterio? Es increíble que sea yo quien diga esto, pero es la verdad. No me mal intérpretes, Jesús, sigo creyendo en el amor... Pero no creo que sea para siempre... No existen los finales felices"

De cierta forma estaba de acuerdo con ella. La realidad del día a día nos demuestra con dureza que no existen esos preciosos finales libres de problemas. Todo tiene su final, y usualmente este es negativo... Pero... ¿No estaba pronosticando un final infeliz para nuestra historia? Sí, eso hacía. En mi desesperación la vi a los ojos, le sonreí y le respondí:

"Tengo dos cosas que decirte:

La primera es sobre tu novio, fue un idiota, eso ya lo sabes. Pero no lo fue por haberte engañado, sino por lo que eso conlleva. Ciento lastima por él porque no te supo apreciar. No apreció tu amor, tu cariño, tus besos. Él perdió más que tú. Tuviste suerte, te libraste de un imbécil no digno de ti, pero él perdió a alguien que jamás podrá reemplazar, un corazón cuyo cada latido es único y especial. No sientas lastima de ti, sino de él, y sonríe cuando lo hagas. Estoy seguro que en algún momento se dará cuenta de su equivocación y vendrá de nuevo por ti. Dependerá de ti que hacer con él... Aunque yo te aconsejaría que le digas que no... Digo, por si acaso."

Ella me miro sonriente recuperando su antiguo brillo. "Me parece un buen consejo " Me dijo entre risas. "Cuál es la segunda cosa que me querías decir?"

"Es sobre lo que dices de los finales felices, puedes tener razón, pero... Si existen las vidas felices, ¿no? Y eso es lo importante. Incluso las malas relaciones tienen buenos momentos. En las cenizas de una relación siempre están escondidos tesoros en formas de recuerdos. Recuerdos divertidos, alegres, románticos; recuerdos que merecen ser conservados. De eso se trata la vida, de superar y aprender de esos recuerdos malos, y los recuerdos buenos atesorarlos y apreciarlos, solo de esa forma, seremos felices. ¿No?"

Todo lo dije sin pensar, dejándome llevar por un sentimiento que no comprendía. Temí que riera y me preguntara de qué cuento había sacado tan infantil frase rodeada de clichés. Para mi sorpresa me abrazó; sus brazos para mi fueron lazos celestiales que brindaban paz a mi persona. La cálida sensación de su cuerpo unido al mío solo pudo ser mejorada por su suave voz "Gracias por tus palabras Jesús" me dijo. "Te quiero" añadió.

"Te quiero, te quiero, te quiero" Esas dos últimas palabras rondarán por mi mente hasta el final de mis días. "Te quiero"... y el cariño con que las dijo... "Te quiero".

El abrazo pudo durar segundos, minutos y horas y yo no me hubiese dado cuenta. Fui transportado a un mundo donde solo existíamos ella y yo, dos almas unidas en un solo ser. Aun cuando terminó la muestra de afecto y ella tomó mi mano para dirigirnos a la piscina, yo seguía en aquel lejano lugar de mi corazón donde solo existían Jesús, Melody, y las palabras "Te quiero".

Sobra decir que mi último día en el hotel llegó, el día de la tan odiada separación. Intenté por todos los medios convencer a mis tíos de quedarnos una temporada más, pero fue inútil. Consideré la posibilidad de quedarme trabajando con Melody y su madre, pero sabía muy bien que mis padres jamás me lo permitirían. Maldita impotencia infantil, nada duele más que no ser dueño de nuestro destino, el dolor de no poder elegir nuestras acciones. Este sufrimiento es obligatorio para todo joven hasta sus 18 años, e incluso en algunos casos durante más tiempo, pues siempre existirá la frase "mi casa, mis reglas" que los padres usaran con gusto para controlar a su hijo, aunque este tenga 10, 20 o 30 años. "Mientras te mantenga, te jodes" así de simple.

Aquella tarde Melody lucia más hermosa de lo normal, no puedo descifrar porque, tal vez por su franelilla azul en conjunto con sus ojos, o por el bronceado adquirido. El hecho es que nunca había deseado tanto quedarme en un lugar.

Mis tíos ya me esperaban en el auto mientras me despedía de ella. Intercambiamos correo, número de teléfono, redes sociales y prometimos volver a vernos en cuanto ella regresara a la ciudad. A pesar de que ambos sonreímos, se mostraba lo obvio: Ninguno de los dos quería decir "Hasta luego" sin embargo los llamados de mis tíos no se hicieron esperar y las palabras finalmente salieron forzadamente. Mi ánimo ya estaba por los suelos cuando sin previo aviso, sin control de mi cuerpo, sin saber el porqué, me acerqué a ella y la besé.

Un beso rápido, sencillo. ¡Pero Dios! fue el mejor beso que había tenido. Tuve miedo sí, mucho miedo. Pensé que ella se apartaría de mí, o me vería con discriminación, ¡Pero no! en cambio ella… ¡Me devolvió el beso! ¡Me correspondió! Sé que un adolescente normal no se emociona por un simple beso, pero no cualquiera siente lo que yo sentí, no cualquiera se enamora como yo me enamoré. Pobre de ellos que no saben apreciar todo el calor, el sentimiento y el cariño que puede expresar un simple beso.

Nos miramos sonriendo. Creo que me tambalee un poco mientras caminaba al auto y me despedía de ella con la mano sin dejar de sonreír. "¡Hasta luego!" le grité y ella respondió igual.

Era un largo camino regreso a casa, pero no le presté atención pues no dejaba de recordar y fantasear con el hermoso beso. El único momento de regresarme al planeta llegó una hora después cuando el teléfono sonó y mostró un nuevo mensaje. ”Hola" decía, acompañado de un corazón. Era ella. Sonreí y me dispuse a responderle. Nuestra historia aún no había terminado, aun podíamos tener nuestro final feliz.

Fueron semanas felices. Mensajes y mensajes enviados y recibidos cada minuto. La cuenta del teléfono debió haber alcanzado proporciones épicas, pero en ese tiempo poco me importaba. Los mensajes se volvían más íntimos si es que era posible. Al principio no sabía muy bien que decir, pero la conversación fluía con una maravillosa facilidad. Poco a poco mencionamos aquel beso de despedida, al principio con timidez, luego con picardía. Mi cara debió iluminarse cuando de forma coqueta y directa Melody me dijo que quería repetir el beso, esta vez con uno mas largo.

Entiéndanme, era un niño infantil carente de experiencia, una simple insinuación como esa me elevaba al cielo con un pasaje de ida y vuelta. Estaba enamorado.

Finalizó el verano e iniciaron las clases. Durante los primeros días del curso no fue mucha la atención que presté, mi mente se hallaba a muchas cuadras más al norte de la ciudad donde Melody por fin había regresado y donde prometimos vernos el primer fin de semana.

Nos encontramos en una pequeña plaza de Skateboarding donde skaters iban y veían luciendo sus impresionantes trucos. Me sentí algo intimidado por ellos, mi mente le jugaba bromas con imágenes donde ella aparecía agarrada de la mano con alguno de esos chicos y lo presentaba como su novio, pero mis temores no fueron infundados. Al poco rato la vi, recién llegaba y me buscaba con la mirada, estas se encontraron y con una sonrisa radiante nos acercamos. Un nuevo beso, un nuevo abrazo, pero el mismo sentimiento. Desde aquel preciado momento tuve el orgullo de poder decirle "novia".

Curiosa palabra ¿no? Sinónimo de posesión. Ella es "Mí" novia, es una forma agradable de decirle al mundo que esa persona es tuya, la quieres y ella te quiere, a ti y a nadie más. "Mí" novia, "Mí" pareja. Es como marcar territorio de manera elegante, pues indudablemente a nadie le gustaría hacerlo como los perros.

Nuestra relación fue tan como común como el amanecer de cada día. A pesar de nuestra diferencia de gustos (estos eran realmente diferentes) nuestra convivencia siempre fue armoniosa, ambos cedíamos para favorecer la relación. Yo veía películas que odiaba para complacerla y ella... Ella... Nunca quise obligarla a hacer algo en contra de su voluntad, el hecho de que me aceptara tal como soy valía más que cualquier otra banalidad. Sin embargo, mi peor cara no tardó en dejarse ver.

Como era de imaginarse, su círculo social era muy extenso, demasiado diría yo, las probabilidades de que entre alguno de sus amigos (todos eran condenados deportistas, músicos, actores, pintores, escritores, poetas, etc) existiera uno con el suficiente descaro de querer arrebatármela eran muy altas. Pude disimular mis celos al principio, pero no evitaba las típicas preguntas: "¿Quién es él?, ¿Por qué te abraza tanto?, ¿De dónde lo conoces?" y más tarde que temprano Melody se dio cuenta.

Comenzaron las peleas, las discusiones, las desconfianzas: ¿¡Por qué te escribe tanto!?# Todo generado por mi falta de valor. Ella me confrontó argumentando que no le tenía respeto ni confianza, y mi respuesta fue siempre la misma "Creo en ti, pero no en ellos", en parte lo decía en verdad.

Terminamos, no una sino varias veces, siempre por la misma razón; estos eran periodos de absoluta depresión. "Patético" era la palabra que mejor me definía. Perdía horas en las redes sociales contemplando sus fotos y añorando sus palabras. Eran curiosos momentos de masoquismo, pues al conectarme llegué a odiar a ese tenebroso punto verde que indicaba que, en alguna computadora, a muchos kilómetros, ella se encontraba conectada, tal vez acompañada en la habitación.

Paranoico, lo sé, pero al verla conectada no podría desviar mi atención del maldito punto, deseaba hablarle, pero me mostraba inseguro de hacerlo, quería que me hablara, pero tenía miedo de que lo hiciera, y luego al desconectarse sentía una momentánea paz. Para luego revisar la lista de contactos cada 5 minutos esperando volverla a ver.

Se los dije: Patético 

Pero siempre hubo una fuerza superior que nos unía, tal vez obra de aquel celestial Dios que lloraba al vernos discutir, luego ponía manos a la obra y nos hacia sentir esa necesidad de volver a unir nuestros labios. No podíamos estar separados, nuestros cuerpos distanciados se encontraban conectados por un sentimiento que no podíamos comprender, un poder mas allá de nuestra imaginación. Yo la necesitaba, y ella a mí. No hay mejor relación que aquella que ha atravesado y superado una infinidad de problemas... Y eso hicimos.

Superamos problemas dejando a un lado al traicionero orgullo.

Los años pasaron y el noviazgo se convirtió en matrimonio. No podía pensar en nadie más con quien empezar a crear mi vida, juntos construiríamos un hogar, un matrimonio sostenido por un sentimiento que jamás disminuyó. Aun recuerdo con cariño el día que a su lado me convertí en hombre a oscuras en su cuarto, en silencio, pues sus padres no sabían que yo estaba ahí, pero con un deseo abrazador. Su cuerpo junto al mío, la suavidad de su piel, el roce de sus labios, el suave movimiento de sus caderas. No fue sexo, no, fue amor consumado en un acto de deseo, aun bajo los acusadores ojos de Dios que condenan a quien realiza el acto fuera del matrimonio.

Es cierto que los "te quiero" se convirtieron en "te amo", pero yo aún recordaba y apreciaba aquel "te quiero" bajo el despejado cielo y con la brisa del mar en el hotel.

Una vez terminada la universidad decidimos casarnos sin perder tiempo, una ceremonia sencilla con la bendición de nuestras familias. Nos mudamos a un modesto apartamento en el centro de la ciudad. Ella trabaja de Urbanista, yo de profesor, y aún con salarios humildes en nuestros inicios profesionales, teníamos el lujo de la tranquila vida que deseamos. O por lo menos, así fue un tiempo.

Los años siguieron su curso y la vida comenzó a golpear. Un hijo, eso queríamos, un hijo. Pero la sombra de la incapacidad recayó en mis genes. Tratamos incansablemente de concebir al pequeño, pero nuestra única recompensa eran las decepciones. Los meses se volvían desesperantes y la esperanza escasa. Preocupados, decidimos asistir a la ayuda médica, pero el profesional no pudo hacer más que bajar la mirada y confirmar nuestros temores: Yo era incapaz de tener un hijo.

Problemas de fertilidad...

Maldito seas tú, maldito sea yo, malditos sean todos.

Lo intentamos todo, ¡todo!: Tratamientos estúpidos y costosos, toda clase de medicamentos, toda maldita teoría medica... Pero nada, ni un solo resultado.

¿Adoptar? Imposible, no podíamos costearlo, y el proceso era muy complicado. Tantas opciones, tantas formas de resolver y todas eran inútiles.

Fuimos embargados por la desgracia y la desesperación, la ansiedad era insoportable. Podía sentir sus ojos acusadores sobre mí, viéndome con una frialdad que desconocía y no creía posible en su mirada. Tratamos de seguir la relación, pero ya nada era igual, no podía dejar de ser el hombre que nunca le daría un hijo. Una vez más estaba siendo rechazado por mi naturaleza, por quien soy, por algo que no podía controlar.

A estos problemas se sumaron problemas económicos. La escuela donde trabajaba fue cerrada por falta de presupuesto y quedé desempleado. La urbanización en la que ella trabaja también quedó en paro al no poder conseguir materiales de construcción. De un día para otro nuestro mundo se desmoronaba. Una pareja de desempleados buscando desesperadamente oficio... Y sin un hijo.

¿Raro, verdad? Como todo puede ir también y decaer de esa forma. En un día, un minuto, un segundo. Todo puede desaparecer. Se cumplen los mayores temores de nuestra mente y las nubes opacan nuestro cielo, y no importan las lágrimas derramadas o las oraciones recitadas, nada resuelve ese mar de desilusiones que puede golpearnos en cualquier momento y ahogarnos en la depresión, con olas tan poderosas como huracanes. No te confíes amigo, si ayer las cosas estuvieron mal, el mañana puede mejorar; pero si ayer todo estuvo bien, el mañana sólo puede empeorar.

Vendimos bienes personales en busca de dinero. Discutimos cuando me negué a vender mi Winchester del 73, un revólver antiguo que aun alojaba 3 balas en su interior. Pertenecía a mi familia y fue mi regalo de bodas. Tenia un alto valor si, pero no podía venderlo, sería humillante acabar con una tradición familiar por dinero

Que miedo tenía yo. Miedo de quedarme solo de nuevo. Pánico de perderla, no podía aceptar tal idea, aún cuando una noche, entre lágrimas, ella se acercó a mí con miedo y la vergüenza en su andar. Después de tranquilizarla, viendo al suelo me lo confesó: Estaba embarazada

Está confesión escondía otra que no puedo decir por el dolor que me produce. Ella temía mi reacción, pues la verdad era obvia, pero yo no podía actuar de esa forma y aceptar lo que aquella confesión quería decir. Así que no lo hice.

Sonriendo la abracé. ¡Era un milagro! Habíamos sido bendecidos con un bebe, nuestras súplicas fueron escuchadas. ¡Gracias señor todopoderoso! 

Celebramos en un restaurante y bailamos. Yo loco de alegría, ella con desconfianza y celo. "Jesús, yo..." trataba de decirme, pero yo la hacia callar: "Shhh, no arruines la noticia"

Esa misma noche no dormí pensando en los preparativos, ¡había tanto que comprar! ¡Tanto por hacer! Pero no importaba, porque iba a tener un hijo. "No es tu hijo" me decía una voz racional que rápidamente ignoré.

Al demonio la racionalidad. Aceptar la verdad sería introducirme en un mundo solitario y desdichado, sin esposa y sin hijos, donde la soledad jugaría con mis sentimientos y mi cordura. Un mundo sin color y sin salida. Es por ello que decidí ignorar las miradas extrañadas de los vecinos al enterarse de la noticia (pues conocían mi condición), las preguntas de mi familia y la actitud de Melody que cada día se alejaba más de mí.

No estaría solo, no me dejaría, tendríamos un hijo.

Fueron días felices, y pudieron continuar así de no ser por esta noche.

No sé muy bien la hora, pero con la luna en todo su esplendor y las estrellas adornando el cielo fui a atender al llamado de la puerta, donde un hombre tras ella desvanecería mi nublada felicidad

"¿Quién es usted?" le pregunté al desconocido, un hombre alto vestido de traje. Él se presentó como un abogado cuyo nombre no recuerdo, porque en ese momento Melody apareció detrás de mí y profirió un grito.

El hombre me pidió entrar con amabilidad, argumentando que teníamos que hablar. Me hallaba desconcertado y lo dejé pasar. Grave error. Melody rompió en llanto y suplicante decía: "Moisés, no lo digas" al hombre, mientras este respondía "Tengo que hacerlo, Mell".

"¿Qué sucede aquí?"

Melody suplicó, el hombre me miró y dijo: "No es mi intención venir a casa a ofenderlo o molestarlo, pero es algo que tengo que hacer, ya que, como habrá imaginado, el hijo que su esposa espera es mío"

Adiós, adiós a todo. Adiós a la oportunidad, a lo sueños, a la vida. Incluso el oxígeno me abandonó en ese momento y me dejó sin aire.

Melody hablaba como desquiciada "Puedo explicártelo" "Perdóname" pero no la escuchaba. El desconocido también hablaba, pero poca atención le presté. "Soy abogado, y aunque sé los problemas que esto conlleva, no puedo negar que ese es mi hijo y quiero su custodia. Con una prueba de paternidad yo..." alcancé a escuchar

“¡No, No, No!" grité, "¡Es mi hijo!" repetí. Ellos respondieron, pero no me sentía capaz de escucharlos, me tapé los oídos y caminé por la sala. La cabeza me daba vueltas y la ira quemaba mi piel. "¡Me traicionaste! ¡Quise darte todo! ¡Hice todo lo posible por ti!" comenzaron los gritos, las peleas, la discusión. Mi mirada nublada por ira y el llanto. ¡Infelices queriendo arrebatarme a mi hijo! ¿¡Como podían atreverse!?

Por mi mente cruzaban imágenes de un pequeño niño creciendo lejos de mí, riendo y jugando con otro padre, con Melody como madre. Una familia feliz como cualquiera en este mundo mientras yo me pudro en mi soledad, condenado a vagar sin compañía.

Las imágenes fueron reemplazadas por una cama donde Melody y aquel hombre hacían el amor uniéndose en cuerpo y alma. Él la hacia suya; ella gemía y repetía su nombre. En ese momento la odié, pero a la vez la amaba; no soportaba la idea de que estuviese con otro hombre. No, no podía ser. "Hasta que la muerte nos separé" ¿Recuerdan? Solo la muerte puede separarnos.

Entonces recordé algo: El antiguo revólver en mi escritorio.

Tal vez Melody se dio cuenta, pues gritó y trató de detenerme, pero era muy tarde, yo ya había sacado el revolver cargado y había tomado una decisión...

Permítanme suspirar. Yo solo quería un final feliz ¿Saben? Amar y ser amado. Compartir mi vida con la mujer que amo, envejecer juntos, tener hijos y luego nietos, así como en los cuentos de hadas ¿Es realmente mucho pedir? Fui un buen hombre, no fui infiel a diferencia de mi esposa; no fui alcohólico ni adicto, pero ni así la pude hacer feliz. ¿En qué fallé? Lo entiendo, no le pude dar un hijo, pero... Pero maldita sea, esa no es mi culpa, yo no lo escogí así y no lo puedo cambiar. Juro por Dios que quiero hacerlo, pero no puedo... No puedo.

Ahora estoy aquí con ustedes en el bar que escuchan mi historia perplejos y disculpen si omito lo detalles, pero no me siento con fuerza de describirlos. Ahora si me disculpan, regresaré al auto a cuidar la carga que tengo en el maletero.

Al girarme, con el rabillo del ojo puedo ver a la camarera sacando un teléfono. Sé muy bien a quien está llamando; las sirenas no tardarán en escucharse, pero tengo un momento de paz antes de su llegada. Aun me queda una bala en el frío revólver y debo aprovecharla antes de que vengan por mí.

¡Ja! Es curioso... Nunca creí que este sería mi final feliz.

Fin.

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