El padre Cristiano

«No sé cuántas vidas me faltan, pero en cada una, espero encontrarme contigo».

Edgar Oceransky

Estacionamos el auto y nos sentamos en el área de llegada a esperar hasta que saliera el padre Cristiano. Camila se acercó a una de las pantallas y vio que el vuelo acababa de aterrizar, así que no tardaría en encontrarse con nosotras.

Mientras tanto, Camila y yo charlamos sobre las cosas que haríamos en Grecia, y quedamos de acuerdo que ir a la isla de Mikonos ya no era una opción por respeto a nuestro clérigo acompañante. Aquella pequeña isla era la madre de las fiestas, algo así como Sodoma y Gomorra,  y no queríamos incomodarlo, aunque nosotras nos moríamos por visitarla e irnos de rumba hasta el siguiente día.

El celular de Camila volvió a sonar estrepitosamente. Ella se levantó de su asiento y caminó de un lado para el otro mientras conversaba en italiano. Yo, por mi parte, me dediqué a observar a las personas que salían y se encontraban con sus familiares. Unos salían y los esperaban sus parejas, o familias completas, mientras que otros llegaban solos y se marchaban solos. Trataba de imaginarme al hermano de Camila, flacucho y lleno de acné. Esperaba ver salir por aquella puerta a un hombre mojigato, vestido con sotana y cuello clerical.

De pronto, me quedé congelada al ver la imagen que se apareció por la puerta entre un grupo de personas que venían saliendo. Tal vez mis ojos me estaban engañando o el vino que tomé estaba haciendo efecto en mí y me provocaba alucinaciones, o mi deseo de verlo era tan fuerte, o Dios escuchó mis oraciones de encontrarlo de nuevo, o simplemente, solo fue el azar o el destino. La verdad es que no lo sé, pero estaba agradecida.

Froté mis ojos y sacudí mi cabeza de un lado a otro para asegurarme de que no estaba soñando. Mi dios griego venía caminando, hermoso y elegante, con su pelo negro brillante y sus ojos miel llenos de bondad.

Me levanté de mi asiento con premura. Quería correr hacia él, abrazarlo y decirle que me llevara al Olimpo en sus brazos por toda la eternidad. Mi corazón se aceleró y me flaqueaban las piernas. ¿Por qué este hombre me ponía de esta manera? Respiré profundo y me armé de valor para acercarme y recordarle que era la chica que lo había atropellado en Miami y que necesitaba su número de teléfono y su dirección. Esta vez no lo dejaría escapar y, aunque fuera un completo extraño, me juré que perdería la cabeza por él por lo menos una noche. ¡Un momento! Mi Adonis se dirigió hacia mí y sonrió, mostrando esos hermosos hoyuelos en sus mejillas. Mis fantasías con este hombre se estaban haciendo realidad.

—¡Hermano!

¿Hermano? Camila colgó su llamada y corrió a abrazar a mi dios griego y le dio copiosos besos en las mejillas. ¿Qué estaba sucediendo? ¡Esto no podía estarme pasándome a mí! Mi dios griego no era más que el hermano de Camila. ¡Mi dios griego era un sacerdote! ¿Qué mal tan grande le había hecho yo a Dios para merecer este castigo? Intentaba por una vez salir de los límites y hacer cosas atrevidas y me ocurre esta ironía.

—¡Qué gusto verte, hermanita! —dijo mientras se abrazaban.

—Estás bastante bronceado, se ve que África no ha tenido compasión de ti —contestó ella mientras le acariciaba las mejillas, y continuó volteando hacia mí—: Ella es Elizabeth King-López, mi amiga. Elizabeth, él es Cristiano D’Angelo, mi hermano mayor.

—Es un placer conocerte, Elizabeth—. Y me dio un beso en cada mejilla como era costumbre y, como aquella vez, mis sentidos se avivaron al oler el dulce y afrodisíaco perfume que expedía su cuerpo—. Camila me ha hablado mucho de ti.

—Espero sean cosas buenas, padre —dije ofreciéndole mi mejor sonrisa para ocultar la decepción y el ridículo. «¿Acaso recordará que fui la chica que lo derribó?», me pregunté, «espero que no lo mencione, ya no quiero seguir pareciendo una tonta».

—Por favor, llámame Christian. No hay que tener formalidades y en Kenia me acostumbré a escuchar mi nombre en inglés. 

—Está bien, Christian, como gustes. Es un placer conocerte al fin.

—Camila me ha contado cosas muy buenas sobre ti. Tienes que ser excelente ser humano para soportar a mi hermanita—. Y rio a expensas de ella, mientras ella hacía una mueca y rodaba los ojos.

—Bueno, bueno. Ya bastante tiempo tendrán para atacarme y burlarse de mí. Vámonos por algo de cenar, para que ambos puedan descansar. Mañana nos espera un gran día —dijo Camila tomándonos a cada uno por un brazo.

Pusimos su maleta en la cajuela del auto y partimos de nuevo hacia el centro de Milán. Yo me senté en el asiento de atrás, mientras mi dios… más bien, el padre Christian acompañó a su hermana en el asiento delantero.

Los escuchaba hablar y reír. Yo no podía decir nada, aún estaba en shock por esta gran coincidencia y extasiada contemplando desde mi asiento la perfección de sus rasgos. ¿A dónde se había ido su acné? Y ¿De dónde vino esa masa muscular? Definitivamente, el tipo que recordaba en la fotografía había dado un cambio radical. Se había convertido en un hombre muy bien hecho, pero lamentablemente era una fruta prohibida para toda mujer.

—¡Eli! ¡Eli! ¿Sigues con nosotros o te has dormido? —me gritó Camila mirándome por el retrovisor.

—Sigo aquí, estaba distraída. ¿Qué me decías? —respondí algo avergonzada.

—Decía que… —continuó el padre Christian sentándose de lado para no darme la espalda mientras me hablaba—. Estuve unos días visitando unos amigos en Miami. Annie y Lee viven en Coconut Grove, fueron voluntarios del Peace Corps y me ayudaron bastante en la misión en Kenia. 

—¡Qué bien! —Fingí entusiasmo—. ¿Fue tu primera vez en Miami?

—Así es.

—Y ¿te gustó la ciudad?

—Es bastante concurrida, muy diferente al lugar de donde vengo en África, pero me encantaron sus playas en especial ver el atardecer en Key Biscayne. Son los momentos en los que dices que tanta belleza solo puede venir de Dios.

—Sí, es un lugar muy hermoso. Si hubiese tenido algún contacto contigo durante tu estadía te hubiese dado un tour.

—Eso mismo digo yo. Si hubiera sabido con tiempo que estaban en el mismo lugar, te hubiese comprado un boleto en el mismo vuelo de Eli, así me hubieras ahorrado este viaje a Malpensa. ¿Puedes creer que este cura me dijo hace poco que estaba en Miami? Creo que olvidé mencionártelo, Eli.

Otra vez el celular de Camila sonó y una grosería en italiano se escuchó salir de su boca antes de contestar. Habló durante diez minutos, mientras el padre y yo guardábamos silencio.

—¿Sucede algo, Camila? —preguntó el padre cuando ella terminó de hablar.

—Tengo unas dificultades en la empresa, pero nada que les deba preocupar —contestó con la mirada fija en el camino. Sacudió su cabeza tratando de alejar lo que la agobiaba y sonriendo, continuó—: Hablemos de lo que haremos en nuestros veinte días en Grecia. ¡Vamos, Eli! Explícanos el itinerario, seguro que Chris entenderá mejor que yo los lugares de los que hablas.

—Bueno, mañana nuestro vuelo a Atenas sale a las 10:00 de la mañana. Allí permaneceremos una semana, que será suficiente para visitar la Acrópolis, subir el Monte Licabeto y todo lo que puede ofrecer Atenas.

—Magnifico —interrumpió el padre—. Grecia es uno de los lugares que he querido conocer desde hace mucho, pero no había tenido la oportunidad.

—Eso es estupendo—. Sus palabras me parecieron interesantes. Teníamos algo en común entre nosotros. Continué—: Luego iremos a Delfos en autobús…

—A lo que yo me opuse —se quejó Camila—. Yo prefiero que rentemos un auto para movernos con mayor facilidad.

—Sí, pero eso le quitaría la aventura. Vamos en plan de mochileros, aunque nos alojemos en los hoteles y lugares de lujo que tú escogiste —señalé y Christian asintió dándome la razón.

—¿Dónde está tu espíritu aventurero, Camilita? Extraña, ¿qué has hecho con mi hermana? —se burló de ella. Camila hizo una mueca sintiéndose derrotada por nosotros dos. Eso me gusta, hacemos buen equipo. Me pregunto en qué más podemos trabajar juntos—. Continúa, Elizabeth, que el itinerario me parece maravilloso.

—Después de Delfos, visitaremos algunos pueblos pintorescos del centro de Grecia hasta llegar a Tesalónica. Desde allí regresamos a Italia y empezamos nuestro recorrido desde Roma hasta Milán, que está a cargo de Camila.

—Les prometo que mi tour será apropiado para ustedes: A ti Chris te llevaré a ver iglesias y santos, y a Eli a ver edificios viejos, museos y bibliotecas. Yo, por mi parte, iré a las discotecas y a las plazas a comprarme ropa y maquillaje. —Y rió a carcajadas burlándose de ambos, saboreando la venganza.

—Creo que aprovecharé todo lo que pueda el tour guiado por Elizabeth, ya que suena más sensato que tus locuras, Camila —dijo riendo y su risa era el sonido más hermoso que había escuchado. Noté que el padre destilaba alegría y sentido del humor, el ingrediente perfecto para quitarme la tristeza.

El tiempo había pasado rápido y llegamos a un restaurante. Eran las 7:30 de la noche y aún parecían las cuatro de la tarde. En Europa el sol se rehusaba a ocultarse hasta pasadas las 9:00 p.m., mientras que en Miami a las 7:00 p.m. quedaban pocos vestigios del día.

Nos acomodamos en una de las mesas al aire libre. En seguida, un mesero fue a tomar nuestra orden. Habían tantos deliciosos platos italianos que estaba indecisa, pero al final me decidí por una lasaña a la boloñesa. Por un rato hablamos, comimos y nos reímos y cada vez me daba cuenta que el padre Christian no era un mojigato como me lo había imaginado. Él parecía ser un hombre de mente abierta y eso me gustaba mucho. Conversaba abiertamente, bromeaba y no se avergonzaba con cualquier chiste rojo de su hermana, pero guardaba el decoro de su condición ante todo.

Otra vez el celular de Camila timbró descontroladamente. Con cara de hastío, ella nos pidió disculpas, se levantó de la mesa y contestó la llamada alejándose un poco. Al fin estábamos solos. Era el momento de asegurarme de si me recordaba o aquel incidente había pasado sin pena y sin gloria. Por un lado añoraba un hueco en la memoria del padre, pero por el otro me haría sentir indecente que me recordara como una mujer que le coquetea a un extraño.

—Christian —comencé a decir viéndolo a sus bellos ojos miel.

—¿Sí? —dijo centrando su mirada en mí.

—¿Te he visto en algún otro lado? —le pregunté tratando de quitarle importancia a nuestro pequeño incidente en el aeropuerto. Él sonrió y pude notar cierto color en sus mejillas.

—Te recuerdo, Elizabeth. Nos tropezamos en el aeropuerto de Miami. En cuanto te vi lo supe. Te aseguro que ocho horas no son suficiente para borrarte de mi memoria. No dije nada frente a mi hermana porque a ella le gusta saber todos los detalles—. Sonreí. Mi pecho rebozaba de una extraña alegría al saber que no pasé desapercibida a los ojos del padre Christian y por el hecho de que no tuviera temor de decirlo.

—Sí, me alegro que no lo mencionaras. Ya ves qué pequeño es el mundo, Christian. ¿Quién lo diría? Ayer por poco te dejo lisiado en Miami y hoy cenamos juntos en Milán.

—Y mañana almorzaremos en Atenas —completó, levantando su copa de vino—. Brindo por eso—. Chocamos nuestras copas y dimos un sorbo del delicioso líquido sin dejar de mirarnos.

¿Qué era lo que tenía este hombre que despertaba en mí una bestia salvaje e incontrolable? Sacudí mi cabeza para apartar de mi mente aquellos pensamientos pecaminosos y me dije a mí misma que este hombre estaba prohibido para mí por su condición especial.

Camila regresó a la mesa con una terrible cara de preocupación. Se sentó y guardó el celular en su bolso. No dijo nada, pero su cara expresaba la ansiedad que sentía. Me preocupé y temí que algo grave le estuviera ocurriendo a mi amiga.

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