Capítulo 3

—¿Cómo pueda ser tan despreciable? —Dice Emma levanta la mirada llorosa hacia Elliot, que la mira indiferente. —¿Por qué a mí?

—Porque nunca debiste cruzarte en el camino de los Brown.

—¿De qué está hablando?

—De lo que te sucedió hace once años—expresa el viejo con frialdad.

Esa frase le golpeó el corazón, fue como si estuviese siendo arrastrada a ese oscuro suceso, toda esa pesadilla regresaba y las lágrimas brotaron cuál manantial, intenta deshacerse del miedo olvidado, pero es inevitable. Su cuerpo tiembla y la mirada del viejo, le seguía apuñalando el corazón, los gritos aterradores de aquella noche vuelven a resonar en su cabeza, el asco, las palabras de aquel hombre, esa voz que creyó haber olvidado reaparecía haciéndola temblar.

—¿Cómo es que lo sabe? —pregunta tomando valor.

—Porque fuiste el error más grande que pudo tener mi hijo. Tú destruiste su futuro, por tu culpa tuve que enviarlo fuera del país y ahora está muerto. —golpea la mesa.

—Era su hijo —murmura sin poder asimilar lo que escuchaba—¡Ese maldito ebrio que destruyó mi vida era su hijo! —. Grita entre sollozos.

—¿Por qué crees que te acogí bajo mis brazos siendo a la hija de la cocinera de mi casa? Alguna vez te preguntaste por qué tu madre dejo de trabajar para mí o porque tu padre dejó de buscar al malnacido que ultrajó a su única hija y la dejo embarazada. —Emma seguís inmóvil, sin poder pronunciar palabra, viendo como el anciano acercarse para seguir gritando su ayer, desnudando su alma, golpeándole corazón. —William es mi nieto y si no haces lo que te pida, lo perderás, sin contar que la loca de tu madre será echada a la calle y me encargaré de que nunca puedas encontrarla.

—¡Es un maldito miserable! —Se levanta con violencia desafiando esa mirada fría—Juro que se arrepentirá por todo lo que me está haciendo, le haré tragar cada una de esas palabras y hasta el último segundo de su existían lamentará el haberse metido conmigo.

—Guarda tus amenazas para después, querida.

—¡Le prohíbo que vuelva a llamarme así! —grita fuera de sí.

—Será mejor que se tranquilice, Emma—interviene el abogado tomándola por los hombros. Él al igual que ella está descubriendo algunos secretos de Elliot, pero el objetivo principal era planear ese viaje.

—¡No me toque! —grita apartando sus manos. Ustedes son los peores seres humanos que he podido conocer. Su sola presencia me da repugnancia.

—De nada sirve que te alteres —Le dice —, los minutos siguen corriendo y las posibilidades se acortan. Lee el contrato, fírmalo y agrega la condición que quieras. Yo haré que se cumpla al pie de la letra, te doy mi palabra.

Emma lo mira con una sonrisa. Ese hombre jamás daba su palabra en vano, podría ser el rey de los miserables, pero su palabra era ley, más ¿Sería capaz de inclinar la balanza a su favor y cumplir su petición?

—voy a creerle. —Responde ella, sentándose a la silla, toma los papeles y empieza a leerlos.

Emma se sienta y lee con calma cada párrafo de las estúpidas clausulas. Luego firma y pone su huella, pero al final de la hoja escribe algo. Luego le entrega el folder al licenciado. El hombre revisa de que todo este conforme para dar su visto bueno.

—Segura de que es lo que quieres.

—¡sí!, después de todo, mi hijo lleva su sangre.

Eso pone en alerta a Elliot que se pone de pie y toma los documentos de las manos del abogado Henderson. Lee lo que ha escrito Emma y se carcajea.

—¡Esto es inaudito! ¿Cómo te atreves a poner esa condición? —reclama el viejo.

—Si le mira el lado bueno de las cosas, saldrá ganando. Su nieto adorado sobrevivirá y yo desapareceré de su vida.

—No pienso darte un solo centavo de mi fortuna, tu hijo es un bastardo.

—Y, sin embargo, quiere quitármelo porque lo reclama como su sangre. ¡Decídase de una vez, señor!

—No eres más que una perra aprovechada.

—Y usted un anciano avaro que juega a ser Dios—Responde de inmediato —El dinero no lo es todo, señor Brown, tarde o temprano sus acciones cavarán su propia tumba.

—Por lo pronto, ya cavaste la tuya, firmaste, es todo lo que necesito.

—Está muy seguro de que no regresaré de Holanda, ¿verdad?

—No dejo cabos sueltos, querida. Ve y prepárate para tu viaje, y procura despediste de tu hermanito y tu madre. —dice con burla Elliot.

—Cuando regrese…

—Si es que lo haces —interrumpe.

—Cuando regrese quiero mi dinero, los boletos de avión y los pasaportes en la puerta de mi casa —. Dice ella sin inmutarse por lo que dijera Elliot.

Se miran unos segundos, tan desafiantes, ella no le haría fácil el morir, y él no descansaría hasta verla muerta. Ya se habían dicho lo suficiente y podría decirse que ya la tenía en sus manos, pero necesitaba jugarse la última carta para asegurarse de que ese sufrimiento se hiciera más intenso.

Emma camina a la salida con la frente en alto.

— James, sabe perfectamente quien eres —Agrega el viejo, haciéndola detener sus pasos — Ahora ya puedes entender el por qué te odia.

Emma traga saliva y hace puño en sus manos.

—El odio es mutuo, señor. —Responde sin mirarlo —Jamás podría sentir la más mínima consideración por el hijo del hombre que destruyó mi vida. Pero le diré algo —Se gira para mirarlo. — Cuando James se enamore de mí, conocerá el verdadero infierno — se apresura a salir, sin ver el gesto de asombro en Elliot.

Se deja caer en la silla, aun sin poder creer lo que dijera. Segundos después golpea el escritorio con rabia. Henderson lo mira desorientado, ignoraba la verdad tras el hijo oculto de Emma, puede que sea una fiera en las negaciones y el más temido entre los abogados, pero era porque era justo y hacía valer las leyes a pesar de todo lo que se dijera de él.

—Asegura de que esa maldita no regrese —le dice Elliot mirándolo.

—¿Por qué no me dijo que ella fue ultrajada por…?

—El factor no altera el producto —lo interrumpe—, mi querido Henderson.

—En este caso, si lo hace, señor.

—No te pago para dar opiniones, sino para hacer cumplir lo que pido. Y en este momento, quiero que te encargues de que muera en Holanda.

—¿Quiere matarla después de lo que su familia le ha hecho?

—Las cosas ya están hechas, tenemos a los enemigos encima y tú quieres perder el tiempo en venerar a una perra —grita enfadado.

—Discúlpeme señor, pero esta vez debo protestar.

—¡Lárgate! Ya no te necesito.

—¿Me está despidiendo?

—Sí, tengo un centenar de abogados dispuestos a todo por servirme. Puedes irte.

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