Capítulo 2

El Vaticano, Estado de la Ciudad del Vaticano.

Estaba a punto de acostarse a dormir cuando escuchó llamar a la puerta de su habitación. Perezosamente fue y la abrió, encontrándose con un hombre ya entrado en los sesenta y con rostro inexpresivo. Estaba igual que él, con pijamas y pantuflas.

−Cardenal Agnello −le saludó, intrigado−. Estaba por acostarme. ¿Qué se le ofrece?

−¿Puedo pasar? Sólo me tomará unos minutos...

Se hizo a un lado y el recién llegado entró en la habitación. En medio de la misma se volteó a mirarle, aún con rostro inexpresivo. Luego de varios segundos, que le parecieron una eternidad, comenzó a hablar:

−Cardenal Nitti, acabo de recibir una información muy importante y no quise esperar hasta mañana para comunicársela. Es importante que tomemos una decisión esta misma noche.

−¿Y qué información es esa?

−A nuestro investigador le ha costado un poco, pero después de tanto tiempo por fin tenemos la ubicación del doctor Hansen y el niño.

El Cardenal Nitti soltó un leve suspiro.

−¿Y dónde están?

−En Argentina. Nuestro investigador está allá en estos momentos, y espera nuevas órdenes.

El Cardenal Nitti bajó la mirada, pensativo, y a los pocos segundos comenzó a pasearse por la habitación.

−¿Su Santidad lo sabe?

−Aun no. He querido decírselo a usted primero para decidir qué vamos a hacer. Recuerde lo que hemos conversado, no creo que su Santidad haya pensado con suficiente claridad todo el asunto del niño clon.

−Tiene razón. Su posición al respecto es, digamos, muy «suave». Conocer al niño es buena idea, pero considerarlo una divinidad es... otra cosa.

−Es cierto. El niño es un ser especial, pero de allí a considerarlo divino...

El Cardenal Nitti era parte de la Curia Romana y durante gran parte de su vida desempeñó varios roles de importancia para El Vaticano, uno de ellos como miembro del Pontificio Concejo Pastoral para la Salud de los Trabajadores, y como partícipe en el Cónclave que eligió al actual Papa, Benito I, el primer Papa negro en la historia de la iglesia católica. Hacía un año que había dejado el cargo, y ahora se desempeñaba como Secretario de Estado, convirtiéndose prácticamente en la mano derecha del Papa, aconsejándole sabiamente en varias oportunidades y ejerciendo todas las funciones políticas y diplomáticas de la Santa Sede. Su lugar en el Pontificio Concejo Pastoral lo ocupaba ahora el Cardenal Agnello, quien había sido propuesto por él mismo ante el Papa, luego de haber pasado casi toda su vida como miembro del concilio. Sus firmes convicciones religiosas los habían llevado a ambos a aconsejar al Papa que no reconociera el origen divino del niño clon cuando se enteraron de su existencia, ya que lo consideraban algo contra natura por la forma como había sido concebido, ni mucho menos algo «divino», pero la curiosidad del sumo pontífice era tal que decidió solicitar le enviaran al niño para conocerlo, y a partir de allí decidir qué hacer con respecto a él, pero la repentina desaparición del doctor Hansen y el niño clon avivó mucho más su curiosidad, a tal punto de ordenar una investigación secreta que dé con su paradero.

Luego de varios años de investigación, finalmente había noticias, pero ahora les tocaría decidir si se las comunicaban al Papa o no.

−Por ahora no le diremos a su Santidad −dijo finalmente Nitti−. Contacte de nuevo al investigador y pídale que envíe pruebas cuando logre encontrarlos en Argentina. Eso nos dará tiempo de pensar con más detalle la situación y ver si podemos hacer cambiar de parecer a su Santidad.

−De acuerdo.

Agnello abandonó la habitación y Nitti se sentó sobre su cama, pensativo.

Jerusalén, Israel.

El primer ministro israelí, Asaf Levi, observaba las calles de la ciudad mientras pensaba concienzudamente las acciones a seguir de ahora en adelante; ante su mirada apareció el monasterio de la Cruz de Jerusalén y su imponente campanario bizantino. A los pocos segundos el Mercedes negro blindado y su escolta de dos vehículos dieron la vuelta al Knesset, el Parlamento Hebreo y se situaron frente al edificio de la Presidencia del Consejo. Inmediatamente él y sus cuatro guardaespaldas bajaron de los vehículos y entraron en el edificio. Su despacho estaba ubicado en el primer piso a solicitud suya, ya que quería estar cerca de la sala del Consejo, y cuando llegó lo esperaba su ministro de defensa, quien se levantó al verle y le saludó. Lo hizo pasar a su despacho, mientras le decía a su secretaria que no le pasara llamadas ni le interrumpiera.

−Te he mandado a llamar porque tengo un encargo para el Mossad −le dijo Asaf a su ministro, de nombre Ziba Cohen, un hombre robusto de grueso bigote y mirada penetrante−, bajo el más absoluto secreto.

−Muy bien −dijo Ziba con aire solemne−. ¿Cuál es el encargo?

−¿Recuerdas los acontecimientos de hace seis años en los Estados Unidos, con respecto al niño que presuntamente es un clon de Jesús?

−Lo recuerdo perfectamente, aunque no le di mucho crédito a la noticia, y más aún por la forma como se olvidó todo después. Se corrió el rumor de que el primer ministro anterior había pedido al presidente de ese país que le entregara al niño para someterlo a evaluaciones y pruebas para corroborar su origen. ¿Es cierto eso?

−Sí, Ziba, era cierto. Personalmente considero que fue una actuación muy errada de su parte. Al contrario de nosotros los judíos ortodoxos, los mesiánicos y los cristianos creen en Jesús y lo consideran el mesías, que tendrá su segunda venida a este mundo como tal, y lo esperan con ansias, aunque según ellos eso debería suceder después del apocalipsis...

Hizo una pausa para meditar y ordenar sus pensamientos.

−Así no creamos en él −dijo finalmente−, considero que ese niño pudiera representar un elemento perturbador no solo para el judaísmo, sino para el resto de las religiones del planeta. En aquel entonces, y a pesar de que solo era una suposición su existencia, ya estaba causando un gran revuelo, sobre todo aquí en nuestro país con los cristianos, y no creo prudente que una minoría alimente una pasión basada en un ser producto de una aberración humana, así ellos crean que es su mesías.

−Estoy de acuerdo con usted, señor, pero tengo entendido que ese revuelo, como usted dice, fue motivado más que todo por curiosidad, y no por creencia, y eso fue lo que motivó al anterior ministro también a conocerlo. Mi posición es que deje correr las aguas y no intervenir en ello. Ya hace rato que todo se calmó, y no veo el motivo de porqué volver a sacar el tema a la luz. Ya los cristianos se desencantarán por sí solos...

Pero Asaf no estaba dispuesto a dejar el tema en el olvido. Hacía años que la noticia del clon le estaba quitando el sueño, y no solo por el hecho de que representaba una oportunidad de que una minoría religiosa se fortaleciera: estaba moral y éticamente en contra de las acciones humanas que pudieran atreverse a llegar tan lejos como clonar a un personaje histórico que en su momento fue una verdadera revolución viviente. Ahora que tenía cierto poder, no podía desperdiciar la oportunidad de hacer algo.

−De todas formas quiero que el Mossad designe a sus mejores agentes para investigar el paradero del niño, y una vez que lo localicen, si aún está vivo, lo traigan hasta aquí.

−¿Y qué hará después, señor?

Asaf fingió pensar unos minutos. Ya sabía lo que iba a hacer, pero no se lo podía decir a su ministro.

−Ya pensaré en algo. Cuando hayan asignado a los agentes me gustaría hablar con ellos antes de su partida.

−De acuerdo, señor.

Ziba salió del despacho del primer ministro, quien quedó tan pensativo como en los últimos días.

Tres horas después recibía a dos agentes del Mossad en su despacho, asignados a la misión. Un hombre y una mujer. El primer ministro los entrevistó a solas, y ambos salieron a cumplir su misión con órdenes muy específicas.

Buenos Aires, Argentina.

Julianne y Marianne estaban maravilladas con todo lo que veían. Era la primera vez que viajaban fuera de los Estados Unidos, y que haya sido para la denominada «pequeña Europa» de América las tenía emocionadas. Hansen estaba realmente contento de poder tener a su hermana con él, después de todos esos años sin verla. Estaban llegando a San Isidro, una comunidad muy pintoresca y para algunos, exclusiva de la provincia de Buenos Aires. Había decidido vivir allí a los pocos meses de su llegada a la capital argentina, por una parte porque era donde vivía la hija de los conocidos de su amigo John Moses, y por otra porque podía dedicarse a la docencia en las sedes de las universidades de Buenos Aires y Caece, de las cuales tuvo conocimiento en una investigación previa sobre sus oportunidades de trabajo. Tuvo que dedicarse intensivamente a aprender el idioma de aquel país en los meses siguientes a su llegada, y aunque no llegó a dominarlo plenamente en una primera oportunidad, su nivel de comprensión y habla para ese momento fueron suficientes para que se arriesgara a buscar un empleo, con la suerte de que fue aceptado en ambas universidades, dado su extenso currículo como el profesor Andrew Farnsworth en la Universidad de Londres. Para su sorpresa, y temiendo lo peor, esa otra identidad no había sido bloqueada ni puesta en la lista de los más buscados por parte de las autoridades de los Estados Unidos ni de la Interpol. Solo debía figurar en esas listas Julius Hansen, y eso bastó para que terminara de convencerse de quedarse allí. Afortunadamente tampoco habían sido bloqueadas las cuentas de Farnsworth, lo que facilitó enormemente las cosas.

Llegaron a una casa de dos pisos con un amplio jardín y plantas ornamentales frente al porche. La grama estaba cuidadosamente podada, dando una sensación de armonía junto a las plantas. Julianne comentó algo al respecto y procedieron a entrar. En el interior la casa era modesta, a pesar de ser grande, con muebles a juego con el ambiente y sin ostentar lujo alguno. Una mujer joven llegó a su encuentro.

−Ella es Karen −dijo Hansen, presentándola a su hermana−. Es la madre de Joseph.

Julianne estrechó la mano de la mujer y luego le presentó a Marianne. Karen les dijo que ya estaba listo el almuerzo y los invitó al comedor.

−¡Qué bueno! −exclamó David frotándose las manos−. ¡Muero de hambre!

El almuerzo fue relativamente sencillo: Karen preparó bife de chorizo con guarnición, un plato muy común en el país, y que le había enseñado a preparar la hija de los Moses. Una vez que hubieron terminado de almorzar, se sentaron en el sofá de la sala a conversar. David y Karen llevaron a los niños a la parte superior de la casa, donde estaban las habitaciones, para terminar de acomodarlos. Una vez que estuvieron solos, Hansen reparó en  la mirada sospechosa que le echaba su hermana. Creyó adivinar lo que pensaba.

−Sé lo que debes estar pensando −le dijo con una amplia sonrisa−, y la respuesta es no. No tengo nada con ella.

−¿Y el niño no pregunta nada al respecto?

Hansen se encogió de hombros.

−Es muy maduro para su edad. Sabe que ella es su madre y yo su padre, y que no estamos juntos. Además, ella tiene una relación con David, y eso parece que no le afecta en lo absoluto, ya que lo quiere mucho también.

Luego de una pausa, continuó:

−A veces me confunde con su forma de hablar. Me dice «papá», pero también dice que tiene a su «padre», pero no lo dice en referencia a mí, ni a David.

Julianne se extrañó y frunció un poco el ceño.

−¿Cómo es eso? ¿No creerás que...?

−Claro que sí. De alguna manera se está refiriendo a Dios como su padre. Al principio pensé que también se refería a mí, ya que decía cosas como «padre dice que debo ayudar a mi amigo Matías». Por supuesto, no conocía a ese tal Matías, lo que me generó dudas. Solo hasta hace unos días fue que caí en cuenta de que se refería a Dios porque me dijo: «papá, mi padre le quitará el sufrimiento al papá de Matías», y al día siguiente me llegó con la noticia de que el padre de ese pobre chico había muerto de cáncer. No habla mucho de ello, pero me causa suspicacia cada vez que lo hace.

Julianne suspiró y se quedó mirando el techo por unos segundos.

−Sí. Debes pensar que estoy loco al creer que tengo conmigo al mismísimo Jesús renacido. Cuando me metí en esto sabía que de alguna forma manipularía sangre santa, pero no que traería de nuevo al mesías al mundo. Te juro que estoy haciendo un esfuerzo enorme por no volverme loco con todo esto que estoy viviendo.

−¿Y has pensado detenidamente las implicaciones de todo esto? −Julianne parecía preocupada−. Tienes suerte de que el mundo no haya visto su cara hasta ahora. No tendrán paz si el mundo se entera de quién es ese niño. Hace seis años causaron un revuelo enorme, y a pesar de todo, el mundo se calmó, al menos hasta ahora.

−Lo sé, hermana, lo sé −Hansen se frotó la incipiente calva con gesto preocupado−. No pasa un día que no piense en ello, y más con las cosas que a veces hace. Por lo menos sus amigos en el colegio no sospechan nada hasta ahora.

−¿Y qué hace?

Hansen sonrió apenas, recordando.

−Hace seis años cuando huíamos de una secta satánica, un asesino profesional nos ubicó en un hotel de Pensilvania y nos pegó dos tiros a todos los que estábamos allí y se llevó a Joseph. Al rato todos despertamos como si nada hubiese pasado y con las ropas ensangrentadas. Me imagino que fue él quien nos revivió, si de verdad estuvimos muertos −hizo una pausa mientras veía a su hermana llevarse una mano a la boca para reprimir un ¡Oh! de sorpresa−. Hace poco sus amigos llegaron diciendo que había revivido un pajarito muerto. Menos mal que entre ellos hay un chico muy escéptico y muy listo que buscó una explicación razonable y convenció a los demás de que no había sido Joseph. Es el que los ha mantenido controlados de cierta manera, pero si sigue haciendo cosas así, no tardarán en darse cuenta...

Julianne parecía digerir la información lentamente. Hansen le seguía mirando, jugueteando con sus manos nerviosamente.

−¿Tendrá una misión en este mundo...?

La pregunta hizo que Julianne se levantara y se sentara a su lado, tomando sus manos entre las de ella.

−Si de verdad ha hecho cosas que un niño normal no puede hacer, entonces te puedo asegurar que algo viene a hacer a este mundo. Los caminos del Señor son extraños, y todo lo que pasa es por su voluntad. ¿No te has puesto a pensar que tu destino era este: traer de vuelta al mismísimo Jesús de Nazaret? Una hoja no cae de un árbol si no es por voluntad del Señor...

Hansen la miró por unos segundos. Su hermana tenía razón, en cierta manera. Si hay un Dios en quien creer, entonces de seguro ese mismo Dios había hecho que él trajera a su hijo unigénito de vuelta a este mundo.

−Cuéntame algo, Julius −su hermana lo sacó de sus cavilaciones−: ¿qué pasó con la madre de Marianne? Nunca me lo contaste, sólo me llegaste con la niña en brazos diciendo que necesitaba una madre. No me lo dijiste directamente en aquella oportunidad, pero luego me di cuenta de que también era un producto de tus actividades clandestinas, que era un clon. ¿O estoy equivocada?

−Ella murió durante el parto −volvió a verla a los ojos, y Julianne pudo ver un dejo de tristeza en los suyos−. Los de la Segunda Venida cometieron el error de traer a una chica virgen muy joven, creo que de unos catorce o quince años. Tuvo complicaciones al dar a luz, y como esos tipos no querían que la llevara a un hospital murió a las pocas horas de haber tenido a la niña por falta de atención médica. He tenido esa muerte en mi conciencia todos estos años, y te aseguro que es una carga muy difícil de llevar.

−Me imagino cómo te debes sentir. ¿Y cómo hiciste para que te la dejaran y me la dieras? Dado su origen también me imagino que debieron haberse resistido a dejarla ir.

−Les dije la verdad, que ella había sido concebida para completar la secuencia del ADN del clon de Jesús que ellos buscaban. No estaban interesados en la niña, por eso la dejaron ir, y más aun habiéndose quedado sin madre. Aunque no lo creas las mujeres del grupo se peleaban por ser la madre del niño Jesús, y ninguna estaba interesada en criar a la niña, a pesar de que también tiene sangre santa.

−Por suerte para mí −Julianne sonrió brevemente−. No te imaginas cómo esa niña ha cambiado mi vida, Julius. La amo inmensamente, y no imagino mi vida sin ella. Te estoy muy agradecida por haberla traído a mi vida.

Hansen sonrió también y se acercó más a su hermana.

−Siempre supe que serías una buena madre.

Hansen amaba mucho a su hermana, y sentía una felicidad enorme al tenerla a su lado.

Julius siempre había sido de carácter más dócil comparado con su hermana. Desde pequeños ella siempre comandaba las acciones cuando de travesuras se trataba por ser la mayor −apenas dos años−, y a los dos sus padres los castigaban por igual, a pesar de que sabían que ella era siempre la autora intelectual. En el colegio los maestros siempre les decían a sus padres que Julianne mostraba una brillantez que sus acciones no acompañaban, y que necesitaba de la guía necesaria para lograr canalizar esa brillantez hacia resultados positivos. Era un alma rebelde, y más de una vez se metió en problemas cuando defendía a golpes a su hermano del bullying al que era sometido por parte de sus compañeros de escuela. Es solo cuando llega a la secundaria que logra controlar un poco esa rebeldía, y todo porque su madre cae en cama debido a una penosa enfermedad, obligándola a terminar de madurar y dedicándose a ella en cuerpo y alma para cuidarla. Su padre hacía algunos años que se había separado de su madre y buscado una nueva relación, pero siempre mantenía contacto con ellos y ayudaba consecuentemente con los gastos médicos de su ex esposa. Cuando ésta muere, luego de luchar contra la enfermedad durante diez largos años, éste decide irse a vivir a otro país, cortando los lazos que hasta ese momento lo mantenían unido a ella y a sus hijos. Al poco tiempo se enterarían que había muerto de un infarto, mientras trataba de estar “a la altura” en la cama con una mujer mucho más joven que él y con la cual engañaba a su segunda esposa. Como se enteraron tarde, no pudieron asistir a su funeral, cosa que les dolió profundamente.

Cuando su padre también muere, Julius ya había logrado tener cierto renombre dentro de la comunidad científica, y Julianne se había quedado rezagada, en casa, sin hijos ni familia propia, y sin haber intentado hacer otra cosa en su vida aparte de cuidar a su madre. La muerte de su madre hizo que cayera en una profunda depresión, y Julius estuvo a punto de internarla en un centro especializado. Los años pasaban sin que ella mostrara mejoría alguna, pero la llegada de la niña y el hecho de haberse quedado sin madre en la búsqueda del clon de Jesús, le hizo pensar que tal vez pudiera darle un nuevo sentido a la vida de su hermana y se la entregó, resultando una de las decisiones más acertadas de su vida, ya que su hermana salió de su depresión y encontró en ella una razón para seguir viviendo.

−Cuéntame Julius, ¿cómo hiciste con el idioma?

Hansen se acomodó en el mueble de nuevo. Su semblante mejoró un poco.

−Al principio me costó bastante aprenderlo. Este idioma no es fácil, sobre todo con lo de los géneros. Hay que decir el género de los animales y de las personas, por ejemplo: perro y perra, gato y gata, maestro y maestra, profesor y profesora, amigo y amiga, y cosas así. Es difícil en verdad, y para escribirlo es peor: la tilde puede cambiar el significado de una palabra, o de una oración completa.

−¿Y Joseph? ¿Cómo le ha ido?

−A él le resultó mucho más fácil, incluso lo habla a la perfección. La hija de John y su familia nos enseñaron a hablarlo, pero de alguna manera él lo aprendió mejor. Me ha ayudado en muchas ocasiones cuando me atasco en algo. Es un chico muy listo. Nos ha estado ayudando a todos a hablar bien el idioma.

−¿Y cómo le va en la escuela?

−Mejor de lo que imaginaba. Se ha adaptado muy bien y es un excelente estudiante. Incluso tiene un grupo de amigos que lo admiran y lo quieren mucho. En verdad es un niño excepcional.

Unos segundos de silencio. Hansen miraba a su hermana detenidamente.

−¿Qué? ¿Por qué me miras así?

−No me has hablado de la niña. ¿También ella es... especial, como Joseph?

Julianne esbozó una pequeña sonrisa.

−No. A pesar de su origen, es una niña de lo más normal: inteligente, inquieta como todo niño, cariñosa... Aunque a veces un poco rebelde por la adolescencia, pero manejable. Definitivamente, una niña normal.

−Me alegra escuchar eso −Hansen lanzo un breve suspiro−. Podemos quedarnos tranquilos con respecto a ella. Nunca entrará en los radares de los locos y fanáticos.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo