Capítulo 2. Un testamento

Molly

He llegado a tiempo como siempre, con el corazón triste comienzo mi rutina, reviso correos, la agenda y cuando estoy a punto de levantarme, veo a Sebastian pasar a su oficina, parece furioso. Azota la puerta al cerrar.

     — ¡Molly! —grita mi nombre. Doy un respingo en mi lugar y me dirijo a la oficina que está a lado de presidencia. Toco la puerta y escucho cuando me confirma que puedo pasar. Está furioso, su vena del cuello resalta y está como un tomate, todo rojo, rojo, súper rojo.

     — ¿Qué pasa, señor Goldberg? —Sebastian levanta la mirada hacia a mí. Su mirada se suaviza y hace una mueca.

     —Perdona, no fue mi intención...—la puerta detrás de mí se abre de golpe, me hago automáticamente a un lado, quien entra es el hermano mayor de Sebastian. Le señala con un dedo índice también furioso.

     — ¡No voy a aceptar el puesto! ¡Tengo una vida en Inglaterra y no voy a dejarla solo para sentarme en presidencia! —Henry gira su rostro hacia mi cuando Sebastian me mira de reojo. — ¿Qué haces ahí parada escuchando la conversación ajena? ¡Retírate! —Sebastian rodea el escritorio, furioso.

     — ¡No le grites a Molly! —me hace señas de que no me mueva.

     — ¡Esto es privado! —espeta furioso.

     —Pero hay maneras, ¿Acaso no tienes educación? Yo la he llamado. —lanza una mirada hacia a mí. —Necesito la agenda de mi abuelo, la de los proyectos. —asiento a toda prisa, casi choco con el cuerpo de Henry y no se hace a un lado cuando quiero salir, dice algo entre dientes cuando por fin se mueve. Salgo de vicepresidencia y encuentro la agenda de los proyectos del sr. Henry. Cuando estoy a unos segundos de abrir la puerta, escucho un fuerte grito.

     — ¡Ella no tiene nada que hacer en la lectura del testamento! ¡Es solo una empleada!

     —Molly Marshall está citada, es la voluntad de nuestro abuelo, así que, si no te gusta, me vale dos kilos de...—abro la puerta, Sebastian detiene sus futuras palabras groseras. Henry está frente al escritorio y Sebastian del otro lado, se deja caer en su silla y me extiende la mano para entregarle la agenda. Mi corazón late frenéticamente cuando esas palabras retumban en mi cabeza. ¿Yo que debo de hacer en una lectura del testamento? No soy ningún familiar...

     —Molly, hoy a la tarde se hace lectura del testamento de mi abuelo, necesito que estés puntual. —pide Sebastian revisando la agenda.

     —Señor Goldberg—Sebastian levanta su mirada hacia mí, detiene lo que está haciendo.

     —Nada de que no puedes, tienes que ir, ¿Ahora que mi abuelo está de parranda en el cielo vas a negarte a ir cuando lo ha pedido explícitamente en una carta? —trago saliva, miro a Henry que arquea una ceja.

     —Yo...—comienzo a negar sin que las palabras salgan de mi boca. Sebastian pone su rostro serio.

     —Nadie te va a molestar, así que no te preocupes por eso, yo te voy a proteger. —tengo que salir de ahí inmediatamente antes de que el hermano mayor me desintegre con esa mirada de ira contenida. 

     —Cinco de la tarde. —ordena Henry sin dejar de mirarme de esa manera, es como si me odiara, ¿Cómo puedes odiar a alguien a quién no conoces? Salgo de la oficina, me paso una mano por mi frente, creo que hasta he sudado.

     Tomo lugar en mi silla, mis manos tiemblan, ¿Por qué tengo que ir a esa lectura? ¿Yo? Como bien lo dijo Henry, solo soy una empleada. El golpe de una puerta me saca de mis pensamientos, levanto la mirada y es Henry quien se dirige hacia a mí de forma intimidante. Bueno, que no pienso bajar la cabeza solo porque sea el nieto mayor del sr. Henry, —Qué en paz descanse— retiro la mirada y levanto mi barbilla, me concentro en la pantalla de mi computadora. 

     —Pasa a presidencia. —ordena, levanto mi mirada hacia él y puedo notar como aprieta su mandíbula. Asiento y llevo un cuaderno donde siempre anoto cualquier apunte. Henry abre la puerta y me cede educadamente a que pase. Lo hago segura de mi misma, me detengo enfrente del escritorio, no me siento, prefiero a que me diga el mismo que…entonces detengo cualquier pensamiento. No había estado desde que falleció el sr. Henry en este lugar. El olor a puro aún está impregnado. Mis piernas tiemblan, intento hacer malabares con mis labios para evitar soltar un sollozo. Mis ojos se cristalizan, el corazón se encoge, quiero salir de ahí.

     — ¿Necesita algo, señor Goldberg?  —mis palabras intentan salir firmes. Él rodea el escritorio, empuja la silla y olfatea, sé qué debe de oler al puro de su abuelo, por un momento su frente fruncida, se esfuma, veo como traga saliva, se repone al recordar que estoy frente a él. Levanta su mirada y me mira detenidamente.

     —Toma lugar. —lo hago lentamente, él hace lo mismo en la silla que era de mi jefe.

     —No tengo por qué decir esto, eres una simple empleada. —mis ojos los abro un poco más, ¿Y qué tiene que sea solo una simple empleada? A mí no me molesta la etiqueta. —Pero lo diré. No tengo planes de asumir la presidencia, lo hará mi hermano. Así que pasarás a ser su asistente personal. Mi viaje de regreso sale mañana por la noche, por la tarde es la lectura del testamento de mi abuelo, necesito que elabores una carpeta en esta USB…—me la extiende. —Y quiero todo lo que mi abuelo tenía en mente trabajar, me refiero a los futuros proyectos de exportación. Todo lo que tenga en su computadora, quiero saber si desde Inglaterra puedo seguir cumpliendo sus sueños. —Eso me conmueve, pero el sr.  Henry lo que realmente quería y anhelaba era que él, Henry Goldberg, quedara de presidente. Tenía sueños donde su nieto mayor estuviera al mando de la empresa. — ¿Entendido? —asiento rápido.

     Bajo la mirada a la USB.

     —Me pondré en ello en este momento. —asiente y me entrega la laptop de su abuelo.

     —Gracias. —y me hace señas de que me retire.

     Salgo de presidencia y encuentro a Sebastian desajustándose su corbata negra, me mira y sonríe.

     —Debe de ser duro. —dice en un tono bajo, llego a mi escritorio, suelto un suspiro y lo miro.

     —Sí, ver que no está en su lugar habitual, el olor a puro está impregnado. —ese último lo digo como… “Hay que limpiar”, Sebastian sonríe.

     —Claro, no podemos conservar ese olor. ¿Te trató bien Henry? —voy a contestar cuando se abre la puerta y aparece él.

     — ¿Qué ahora debemos tener consideración con ciertos empleados? —Sebastian pone sus ojos en blanco y niega mientras me mira por un momento.

     —No es consideración, hermano, me refería que si tuviste educación para tratar a la asistente de presidencia. —Henry aprieta su mandíbula al sarcasmo de su hermano menor.

     Ellos se dicen algo con la mirada y entran a presidencia.

     Suelto un suspiro cuando abro la laptop del sr. Henry. La pantalla principal aparece donde se encuentra arriba de su caballo en los viñedos de su casa en California. Me limpio la orilla de mi ojo e intento sonreír al verlo feliz.

     —Ya llegó el abogado. Te esperamos en la sala de juntas. —dice Sebastian al pasar por enfrente de mi escritorio al salir de presidencia. Asiento y miro sorprendida el reloj, el día se había ido deprisa. Suelto el aire bruscamente y me limpio mis manos que han comenzado a sudar.

     Estoy nerviosa.

     La puerta de presidencia se abre y es Henry, me mira entrecerrando sus ojos, como si fuese culpable de algo. Lo ignoro. 

     —El abogado ha llegado, vamos a la sala de juntas. —me pongo más nerviosa.

     —Adelante, yo…—me interrumpe.

     — ¿Qué es más importante que ir a la sala de juntas? —dice en un tono frío.

     Me levanto de mi lugar y me aliso la falda de tubo y me levanto los lentes de pasta negra que se han deslizado por el puente de mi nariz.

     —Necesito ir al servicio. —él tuerce sus labios y pone un gesto duro.

     —La espero. —abro mis ojos un poco más.

     — ¿Qué no puede ir adelante? Lo están esperando, es más importante su presencia que la mía, recuerde, solo soy una simple empleada. —él arquea una ceja, sin decir nada se va. ¡Uy! Que se ha molestado el nieto.

     Está empezando a cansarme en la forma que me habla. Voy al servicio a toda prisa y me enjuago mi rostro. No estaba maquillada, no tenía humor, me recojo mi cabello rubio en una coleta, me arreglo la ropa y salgo hacia la sala de juntas. Los empleados solamente me saludan con la mano, a muchos nos duele no ver a nuestro jefe paseando por estos pasillos, había visto a muchos empleados llorando su partida. Acelero el paso, cuando doy vuelta para llegar a la sala de juntas, Henry me espera en la entrada, se ajusta la manga de su americana de marca.

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