Una sola razón para perdonar

Las palabras eran repetidas una y otra vez justo en ese orden. Arabís no entendía mucho que estaba pasando, ni ningunos de sus compañeros, pero algo era seguro, parecía que los malignos trataban de decirles algo, porque solo se quedaban ahí. Pronunciando una y otra vez lo mismo.

                —¿Qué hacemos?  —murmuró Renzo.

                —No tengo idea… pero miren —señaló hacia la inmensa criatura. En la “mano” izquierda llevaba un gran tridente de color plateado. Apenas podía distinguirse, pero a lo que se refería Rania era a la joya que se apreciaba brillando justo en el nudo del mismo —Ahí está la piedra.

         

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