Encanto

—Pero no está bien que lo haga de esa manera.

—¿Por qué? Ambos somos adultos y no hay razón alguna para cohibirse. No me molesta que me mires, a fin de cuentas, debes hacerlo cuando baile. A menos que quieras cerrar los ojos mientras lo hago.

—¡Por supuesto que no!

—Esa es una excelente respuesta.

Comimos en silencio, pero cada vez nuestras miradas se cruzaban y sonreía. Luego de finalizar con la comida, ella se levantó con la intención de lavar los platos.

—Yo lo hago— dijo.

—No se preocupe, puedo hacerlo. No quiero que se ensucie la ropa.

—Cocinaste, lo menos que puedo hacer es ayudar a lavar los platos— cogió los dos platos, y caminó a la cocina.

La miré desde lo lejos mientras lavaba los platos. Se siente tan extraño el estar con alguien más en la casa, y más si ese alguien es una mujer. No puedo negar que es increíble tener compañía. Me acerqué a ella al ver que había terminado de lavarlos.

—Yo los guardaré— sequé los platos antes de guardarlos en su lugar.

—¿Dónde puedo ir a cambiarme? — cuestionó, y la dirigí al baño.

—¿Prefiere que sea en el cuarto o en la sala? — pregunté a través de la puerta.

—En cualquier sitio donde haya más espacio.

—Mi cuarto tiene más espacio, ya que la sala tiene una mesa en medio. La esperaré en el cuarto— caminé a mi habitación, y me senté en el borde de la cama.

Ahora sí mis nervios estaban incrementando. Incluso mis manos estaban temblando. Debo calmarme, ella solo va a bailar, no es como que no la haya visto antes, ¿no?

Estuve varios minutos esperando, hasta que la vi entrar a la habitación. Fue algo de otro mundo lo que sentí al verla. Esta vez su vestimenta era azul cielo, y eso fue un golpe severo para mí. El azul es mi color favorito, y que ella lo esté vistiendo ahora, permitiéndome ver su encanto en su máxima expresión, me emocionó más de lo que pudiera explicarlo. El paño con monedas en color oro, estaba posicionado justo en su cintura. El área del escote era en forma de V, y varios guinda lejos colgaban de el. El velo azul transparente lo llevaba colgado de sus manos. Ni siquiera sé de dónde sacó tantas prendas para ponerse en las manos y cuello, tampoco el maquillaje. Para completar el golpe, su cabello estaba suelto y le daba ese toque más sensual a ella. Era demasiado, como para quedarme sentado.

Mónica colocó una pequeña bocina encima de la cama y su teléfono. Escuché la suave música, pero estaba completamente envuelto mirando su cuerpo.

—Debes sentarte— me sujetó por ambos hombros, y me hizo sentar en el borde de la cama de nuevo—. Mírame, asegúrate de recordar cada parte de mí y de mis movimientos, porque es para ti que esta noche lo hago— me hizo un guiño, y tragué saliva.

La música estaba a punto de comenzar y ponerse más movida, y ella no tardó en tomar su lugar en medio de la habitación. Sus manos se posicionaron por arriba de su cabeza con el velo y mientras las movía, su cintura se había sincronizado a ellas. La manera en que el paño de las monedas se movía, lo hacía ver muy seductor para mis ojos, y más aún, el meneo de su abdomen.

Arqueó la espalda y alcancé a ver su pierna mostrarse por la rajadura de su falda. Agitó su pecho a la par de su pierna, y los guinda lejos chocaban con su piel, moviéndose de forma abrupta. Mi corazón estaba punto de salirse de mi pecho. Nunca me había sentido así. No sé si era la emoción del momento o porque había estado deseando tanto poder verla de nuevo bailar.

Esa sonrisa coqueta nunca faltó, mostraba claramente que estaba disfrutando hacerlo, y también de verme embobado contemplando su bello cuerpo y talento.

Se giró y sus manos sujetaron el velo a ambos lados de su cintura, dejándolo deslizar sobre su gran trasero. Inclinó la cadera derecha en diagonal hacia adelante, mientras todo su poder se iba meciendo y temblando a la misma velocidad de sus movimientos, como también su cabello. Nunca había visto tanta perfección junta.

Al retomar su postura y enderezarse, sus brazos se colocaron a ambos lados y los llevó centímetros detrás de ella. Levantó la cadera y el talón derecho, mientras se inclinaba hacia la derecha, para luego crear una onda ondulante con su vientre. Sus movimientos eran pausados y relajaba y expandía su vientre, haciendo que todo su abdomen se moviera a su antojo.

Era inevitable no haberme emocionado tanto. Todo mi cuerpo estaba ardiendo y con mucha razón. Esa sensualidad y pasión con la que se movía era imposible poder contenerme. Estaba sudoroso e incluso mis manos también. Estaba completamente hechizado ante su belleza.

Quisiera poder tocar su piel, y saber si realmente es igual de suave a como se ve. Para ser completamente honesto, nunca he estado con una mujer, tampoco he experimentado la suavidad de la que tanto hablan. ¿Está mal desear tocar a una desconocida? Si le pido eso, ella va a pensar mal de mí. Lo más probable no vuelva a hablarme y, aunque suene ridículo, la comprendería. No quiero pasarme o abusar de su amabilidad. Ella accedió a bailar para mí, solo eso, así que no puedo pedirle algo tan indecente como lo es tocarla.

—¿Estás bien? ¿Necesitas que te lleve al hospital? — su risita burlona me hizo despertar del trance en el que me encontraba.

—Eres muy talentosa y perfecta— desvié la mirada para no seguirla mirando tan descaradamente, con esos pensamientos tan impuros.

—Tus halagos terminarán por matarme de vergüenza; aunque no más que un tigrito por ahí.

—¿Tigrito? — pregunté confundido.

—He sentido como esa mirada me ha desnudado completamente— el velo lo colocó por alrededor de mi cuello, y lo sujeté. Su dulce perfume estaba impregnado en el.

—No voy a negarlo, mentir no me llevará a nada. Le pido disculpas por haberlo hecho, pero fue inevitable, se me hace perfecta en todos los sentidos.

—Me gusta tu honestidad, eres tan directo y a la vez tímido, que me derrito— se inclinó hacia mí y su pecho quedó muy cerca.

No podía ni siquiera mirarla a los ojos o entablar una conversación estando de este modo. Mi vista no podía desviarla al verlos tan de cerca.

—¿Qué es esto? — cuestioné refiriéndome a la situación, pero ella no tardó en reír.

—Los melones que tanto estabas deseando comerte. Dicen que es de mala educación tener comida y no ofrecer a quien tiene hambre, así que te estoy compartiendo un pedazo de mí; no lo desprecies y pruébalo— soltó una risita traviesa, y tragué saliva.

Son muy grandes, estoy seguro de que me perdería entre ellos. Mi corazón estaba agitado, pero muchísimo más que antes.

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