5

Así Charley retomó su vida donde la había dejado. Con cada revelación y mientras más crecía la comunicación con su interior, mejor se sentía consigo mismo. Con el tiempo llegó a comprender que tendría que tener paciencia. Dios le decía que un día saldría de esas sucias minas y sería una persona grande e influyente como las que veía en los periódicos que leía. Trazaron un plan para después de hacerse rico que acabaría con los demás Dioses falsos para siempre, formando un ejército de valientes guerreros que irían por el mundo aniquilando a todos los que no lo tuvieses a él por líder. La voz le confesó lo que hace tiempo sabía y era que no se encontraba solo en la lucha, pero le dijo que pronto sería el líder de todos y cada uno de sus seguidores, un rey que tomaría las riendas de su armada para luchar contra los demonios que pululaban en la tierra. Por lo pronto, tendría que fingir ser normal para no levantar las sospechas de los trabajadores del mal y hacer su trabajo lentamente y en la oscuridad. Ya tendría tiempo, cuando fuese un hombre, de tomar venganza contra todos y mostrarse tan grande e importante como era. Desde entonces se encerró todavía más dentro de sí mismo, alejando a todos. La gente comenzó a sorprenderlo mientras hablaba consigo mismo, pero a nadie le importaba realmente lo que pasaba con la vida de otros, así que solo fue un chico extraño y solitario. Debido a la falta de compañía se pudo centrar mejor en sus lecturas y llegó a poder leer mejor que todos a su alrededor. Su vida hubiese seguido sin muchos altibajos si no hubiera decidido ir un día al bar del pueblo por pura curiosidad, pues le dijeron que tendría que conocer a sus enemigos antes de enfrentarse a ellos, para luego no caer en sus trampas y perder la guerra que realmente importaba.

    Un domingo, después de dos años de su nueva revelación y siendo consciente de su brillante futuro en la lucha contra el mal que aquejaba al mundo, Charley acompañó a su padre y hermano por primera vez al bar del pueblo. No le permitían beber, pero fueron a la cantina del lugar donde estaban los mineros de juerga. Cuando los enormes hombres vieron llegar al muchacho protegido por ellos, vieron la oportunidad de cambiar la rutina y le pidieron al padre permiso para llevarlo con ellos un rato, pues tenían la idea de hacerlo debutar en los misteriosos asuntos del amor con una muchacha recién llegada de quién sabe dónde, morena y delgaducha que no cobraba mucho para tratar de hacerse con una clientela.

    El padre aceptó de mala gana con la condición de que no le dieran alcohol y de que no le pegaran sífilis, sino ellos tendrían que pagar el tratamiento. Al fin y al cabo, ya Charley era un hombre y si podía ganarse su propio dinero, también tenía el derecho de disfrutar de los pequeños placeres que éste podía proporcionar.  Los hombres hablaron con la matrona y ella le comunicó a la chica sobre el acuerdo y la condición del chico para que fuera dulce con él. Lo condujeron sin su conocimiento a través de un laberinto de cubículos de madera, cuyas puertas eran simples cortinas de telas de cualquier tipo, levantaron una de ellas y lo empujaron dentro. Los hombres permanecieron en la entrada del cuartucho, apostando cuánto duraría el chico en su primera ocasión.

    Charley entró tropezando por el empujón. En un colchón de hierba tapizado con una lona, una chica completamente desnuda lo miraba con cierta picardía y descaro. Le alargó la mano invitándolo a acostarse a su lado. El chico obedeció como un corderito asustado, olvidando por completo todas las instrucciones que adquirió escuchando a sus amigos en las barracas. La voz, que no se callaba desde que entraron en el bar, se apagó por completo, lo que Charley interpretó como un consentimiento sin entender por completo el objetivo que perseguía. Se acostó boca arriba, la chica se volteó sobre él y mientras recorría su cuello con besos suaves y cortos le desataba con una sola mano los pantalones. Luego se sentó a su lado y se los bajó hasta la rodilla, se subió encima y se introdujo el miembro con gran destreza. Charley sintió su calidez y en pocos segundos una fuerza interna rompió desde la parte baja de su vientre y se desbordó en una fuente incontrolable, que le hizo sentir unas ganas terribles de llorar y de reír a la misma vez. Era la misma sensación que experimentó cuando estranguló a su vecinita, solo que esta ocasión fue más placentero, infinitamente más placentero. La muchacha se bajó de la cama, orgullosa de cumplir su cometido tan prontamente y se sentó sobre una bacinilla de metal con agua turbia. Se introdujo los dedos y expulsó el semen del chico lo más que pudo. Se paró, se secó y le hizo una seña al muchacho para que se fuera. Charley se sentó en el borde del colchón y le susurró algo a la chica con la vergüenza reflejada en el rostro, tan bajo que ella se agachó a su lado y le pidió que le repitiera lo dicho. Él se lo dijo de nuevo y una sonrisa se dibujó en su cara. Se acostó y comenzó a saltar sobre el colchón, haciendo el mayor ruido posible mientras gemía y se contorsionaba, dando golpes en las paredes de madera y riendo por lo bajo con una expresión de complicidad mientras miraba a Charley. El espectáculo duró unos diez minutos, después de los cuales Charley le dio las gracias, unas monedas y salió del cuarto.

    Ya estando afuera, los hombres le acogieron con aplausos y vítores. Le cargaron en hombros y lo llevaron de vuelta a la cantina. Allí le hicieron la historia al padre, felicitándolo y brindándole cerveza gratis. Lo convencieron de que le dejara al muchacho tomarse una pinta en el día de su bautizo por hacerlo tan bien. Así fue como Charley perdió su virginidad y tomó su primera cerveza el mismo día. A partir de entonces no pasaba un domingo sin que visitara el burdel para ver a Estrellita, el nombre artístico de la joven. Trabajaba todos los días un poco más para poder pagar la comida y pasar el rato con ella, tiempo que fue incrementándose de domingo en domingo a medida que el muchacho ganaba práctica en los ardides del amor. Ella solo conseguía tener orgasmos con ese niño, cuyo pene no llegaba ni a un tercio del tamaño de la mayoría de los treinta o cuarenta hombres que pasaban por su cuarto los fines de semana y solo con él prolongaba el tiempo después de terminar, porque solo él le acariciaba la espalda y le besaba sin pasión y sí con ternura, mirándole a los ojos como si viera en ellos las estrellas. Lo esperaba con ansiedad, ocultando su disgusto cada vez que alguien abría la cortina y no era él.

    —Quiero que seas solo mía —le dijo un día después de terminar.

    —No seas tonto, apenas eres un niño y no ganas suficiente ni para mantenerte. ¿Cómo me mantendrás a mí?

    —Lo sé. No te digo ahora. Cuando me pueda casar, vendré a buscarte.

    Estrellita no dijo nada más. Cuando Charley se fue lloró silenciosamente y maldijo la inocencia estúpida del joven. Ella sabía que cuando creciera solo un poco más, comprendería mejor lo que era ella, tendría conciencia de que casarse con una ramera sería un desastre para la relación. Posiblemente ya no quedaba un hombre en el pueblo y sus alrededores que no hubiese pasado por su colchón de paja. Tenía en la  piel tanto carbón incrustado como uno más de los obreros a fuerza de rozarse con ellos.

Para Charley era diferente. Cuando estaba con ella el tiempo volaba y se sentía tan bien como cuando le quitaba la vida a algún escogido. Descubrió que no solo tenía el objetivo de castigar, sino que le dieron la tarea de salvar a esta criatura de aspecto humilde de buen corazón, ella era una de las buenas que habían caído en las garras del mal por alguna voluntad ajena a su persona, conservando el corazón intacto a pesar de estar rodeada de maldad, por lo que tenía el doble de mérito. Charley le contó sobre sus planes y los dos comenzaron a ahorrar para salir de ese mundo y comenzar una vida nueva. Después de lograrlo, Charley planeaba contarle sobre su misión y seguramente ella le seguiría, siendo una valiosa ayudante en su cruzada contra los enemigos de su Dios.

   Pasó otro año y la relación se mantuvo e incluso creció. El único día libre que Estrella tenía a la semana lo esperaba ansiosamente a que saliera de las minas y él, en lugar de subirse al tren y volver a su casa, se quedaba en el pueblo y con la aprobación de la matrona, dormía en el bar junto a la chica sin que le costara un centavo, pues Maurice le Blanc, que era el nombre de la dueña, se había enternecido con la historia de los jóvenes y hasta los apoyó en su sueño de irse a vivir juntos. A ninguno de los trabajadores le extrañaba el que Charley buscara cada fin de semana a la misma chica en el burdel. Muchos hacían lo mismo teniendo sus preferidas sobre las demás, mientras que la mayoría trataba de cambiar de mujer cada día, aunque necesariamente tenían que repetir cada cierto tiempo, pues la cantidad de prostitutas y de trabajadores era muy desproporcionada. Un domingo Charley entró a la cantina y, como era habitual, se dirigió a la matrona de las chicas. Estaba riendo hasta que vio al muchacho viniendo hacia ella, de pronto se puso seria y le tomó las manos cuando llegó a su lado.

   — Lo siento amor mío —le dijo con tristeza—.Estrellita falleció hace solo unas horas.

    Charley sintió que las piernas no le sostenían. Se agarró con fuerza de las manos de la señora para no caerse, pero su rostro no expresaba absolutamente nada, salvo su palidez extrema. Ella se percató y sin soltarlo, le alcanzó un vaso metálico con un poco de Whisky. Lo tomó de un trago y le pidió verla. Lo condujo hasta donde estaba el cuerpo, acostado en una litera y cubierto por una tela blanca. Se soltó de las manos de la matrona y se acercó al cadáver. Suavemente le destapó el rostro y se quedó mirándola tiernamente, le dio un beso en la frente y la cubrió. Dio dos pasos caminando de espaldas y se volteó, quedando de frente a la señora que, conmovida por tan inusual gesto de amor, tenía lágrimas corriendo por sus mejillas.

    —Vi las marcas en su cuello. ¿Quién fue?

    —No, amor. No hagas eso, eres solo un niño. Mira, escoge a la chica que quieras, yo te la regalo todo el tiempo que te haga falta para olvidarla.

    —Dígame quién fue o lo averiguo yo mismo y entonces será peor.

    La matrona comprendió en su mirada que el chico ya había tomado una decisión. No era la primera ni la última vez que veía esa expresión en los ojos de un hombre, así que no perdió tiempo en tratar de convencerlo. Charley salió de la cantina tan tranquilo como había entrado y se dirigió a pie hasta su casa. Allí, aprovechando la ausencia de su padre y de su hermano, pudo llorar cuanto quiso. Después de calmarse fue al pequeño e improvisado cementerio que estaba detrás de las tres hileras de casuchas. Pasó por el cuadrado oscuro que marcaba el lugar donde había vivido Andy y que nadie había ocupado porque aún se podía ver claramente la silueta del viejo dibujada en el piso, en el mismo lugar donde se calcinó hasta volverse polvo y ningún hombre se atrevía a rasparlo. Llegó al cementerio y buscó un enorme cuchillo que tenía escondido bajo una roca desde tiempo atrás, después de robarlo de entre los restos humeantes de la casa de Andy el día que le asesinó. Lo encontró y regresó a su hogar. Se sentó con una piedra de molar entre los pies y afiló el metal hasta que vio en el horizonte el primer grupo de hombres que regresaban del pueblo. Envolvió el cuchillo en una tela y lo escondió.

    Su familia lo estuvo mirando el resto del domingo, tratando de adivinar alguna reacción en los gestos de Charley, alguna emoción que reflejara lo que sentía tras la pérdida de su compañera, pero nada encontraron. Llegaron a la conclusión de que el niño había madurado demasiado en las minas y que ya era un hombre, al fin y al cabo tenía dieciséis años. Él se la pasó todo el tiempo debatiendo con su voz interior lo que había sucedido. Resultado de un descuido, los demonios se dieron cuenta que Estrellita era su punto vulnerable y allí le atacaron, usando para ello a uno de sus mejores soldados. Lo conocía de vista, pero le conocía bien. En muchas ocasiones le vio disputar fuertes peleas contra hombres igual de fuertes e incluso más musculosos que él mismo, pero eso no lo intimidó. Tenía el poder del bien en sus manos y el apoyo de su Dios, quien le aseguró que saldría victorioso en el enfrentamiento. Recordó cómo peleaba su contrincante y se acordó que siempre atacaba con la mano zurda y en el último instante cambiaba el arma a la derecha y asestaba un golpe al cuello o al pecho del contrincante, casi siempre dando en el blanco. La diferencia de estatura era de un pie, así que lo más probable era que le apuntara a la cabeza o el cuello. Sabiendo esto y que no se equilibraba bien después de golpear, Charley se durmió tranquilamente.

  Llegó la mañana del lunes y como todas las mañanas, los hombres fueron a pie hasta las minas, pues al no trabajarse el domingo, no había ningún tren que viniera de regreso de la planta de procesado. Durante el trayecto Charley se distanció del padre y del hermano, cosa que no llamó la atención de ninguno. Una vez en las minas cada cual tomó su rumbo. El padre fue a la brigada de excavadores con el hermano que ya llevaba unos meses junto a él, pero Charley se introdujo sin que nadie lo notara en la brigada de los pilares, mezclándose con ellos. Cuando ya estaban bastante profundo y la claridad era poca, entre la multitud se comenzó a elevar un murmullo. Según avanzaban las personas se iban separando, dejando un claro en medio del camino, como cuando el agua rodea la roca en un río, acumulándose los trabajadores en ambos lados y formando una barrera humana circular que, a diferencia del agua en un río, se estancaba poco a poco. La pared de la mina formaba un costado del espacio creado y un precipicio de varios metros de alto, completaba el escenario de combate al igual que un circo romano en miniatura. No obstante el flujo de personas proveniente del exterior continuaba fluyendo, engrosando las paredes humanas que esperaban la llegada del asesino de Estrellita, la prostituta del pueblo y que no fuera denunciado por la matrona, por miedo a ser la próxima en morir en sus violentas estar preocupándose por los demás.  manos. En el medio de ese espacio se encontraba Charley de frente a la multitud que avanzaba hacia él, empuñando el cuchillo de Andy que brillaba, reflejando la tenue luz de las lámparas. Los hombres que venían de frente a él aminoraban el paso, impresionados por la expresión calmada y siniestra del muchacho, que producía un extraño y creciente temor a pesar de su tamaño y físico. Era la determinación que se podía ver en su mirada, la determinación de morir o matar por una causa pura y sincera, quizás lo único puro y sincero que sintiera en su vida. A pesar de la relativa oscuridad, era el fulgor de sus ojos la que detenía a los hombres y les hacía apartarse hacia uno de los lados, dejando el espacio libre para una confrontación inminente. Nadie decía nada porque todos sabían de qué se trataba. No era un secreto la afinidad de Charley por la chica, como no era un secreto que su asesino era un imbécil que le gustaba golpear a las putas para excitarse. El noventa y nueve por ciento de esos hombres habría mirado hacia otro lado en su lugar y evitarían una confrontación tan peligrosa por una prostituta. Nadie intentaba pensar en las razones que el joven tendría para semejante locura, porque las personas de las minas son un poco más que animales, solo sentían curiosidad de ver cómo terminaría el desenlace y luego seguirían con sus vidas como si nada, ya bastantes problemas tenían ellos para arrastras los ajenos.

    Le llegó el turno al asesino de Estrellita. Venía caminando de frente al chico y conversaba con otros dos que iban a su lado. Fue el último de los tres en darse cuenta de la situación y quedó hablando solo, pensando que sus amigos aún estaban escuchándole. Al percatarse de que algo no estaba bien buscó a su alrededor sin ver a la primera al chico frente a él, pero siguió las miradas de quienes le rodeaban y sus ojos al fin cayeron en Charley. No se apartó hacia un costado como el resto. Sabía la relación del muchacho con la prostituta como todos lo sabían en la mina y al verlo enseguida entendió el mensaje. Caminó unos pasos hacia él mirando hacia todos lados, buscando una respuesta a esa situación ridícula. Nadie le ofreció otra salida aunque no la necesitara ni la pidiera. Absolutamente todos estaban seguros que nada haría entrar en razón al joven y la ausencia del padre y del hermano eran el catalizador de la tragedia que estaba a punto de vivirse.

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