Capítulo Uno

Adoraba la soledad, sólo cuando era necesaria.

El silencio que me rodeaba, me ayudaba a analizar la situación por la que me había arrojado a sus fríos brazos, haciendo que me prometiera a mí misma que no dejaría que volvieran a romperme el corazón, nunca más.

Sin embargo, algo dentro de mí me decía que aquella decisión era de las pocas que el ser humano era capaz de cumplir. <<Hay ciertos aspectos en la vida que escapan de nuestra enfermiza manía de controlarlo todo>>, me dije, mientras arrastraba una de las enormes cajas que los de la mudanza habían dejando en la sala de estar. <<De no ser así, creo que la vida realmente sería una auténtica porquería>>.

No es que me gustara el hecho de tener que sufrir por culpa de alguien que parecía no tener corazón o, simplemente, por una mala decisión que yo misma había tomado, pero la idea de vivir una vida perfecta en la que no existieran aquél tipo de conflictos, tampoco me acababa de convencer demasiado: ¿contradictorio? Era posible.

Sin embargo, ¿quién no se contradecía de vez en cuando?

—No es que pueda decir que la vida en sí me va mal. —Admití en un murmullo, tras soltar un bufido al empujar la pesada caja—. Lo único que cambiaría, sería que mi corazón tuviera una especie de interruptor mental para poder encenderlo y apagarlo cuando me diera la gana, sobretodo en cuanto al amor se refiere. —Di un último empujón para acabar de meterla en el cuarto, y me dirigí de nuevo al salón, justo cuando mi teléfono móvil empezó a sonar.

Aún y así, no me di prisa para ir a responder, pues no esperaba ninguna llamada importante, aunque lo justo era decir que desde que había decidido mudarme a aquél lugar, para mí ya nada parecía serlo. <<A esto es a lo que me refeiro cuando digo que me gustaría poder controlar los sentimientos>>, me dije, bajando la mirada hacia el suelo de linóleo mientras notaba cómo un nudo se me formaba en el estómago. <<O poder hacer un lavado de cerebro de vez en cuando; tampoco estaría nada mal>>.

Pero aunque fuera posible una de aquellas dos opciones, una parte de mí sabía que la huella que Andrés había dejado en mí, jamás se borraría. <<Le amé de veras>>, me dije entonces, sintiendo cómo los ojos se me anegaban de lágrimas, cediendo a aquella presión que había albergado mi pecho en cuanto su sonriente rostro acudió a mi mente, haciendo que aquella serenidad que tanto me había costado mantener en pie se desmoronara por completo. <<No era algo que tuviera planeado, pero sucedió; y sin embargo, él me lo agradeció a base de mentiras y engaños>>.

No era algo en lo que quisiera pensar en aquél momento, mucho menos después de haber tomado la decisión de empezar de cero en cuanto terminara la estúpida biografía de aquél idiota, y para ello, quería mentalizarme en intentar olvidarle mientras trabajaba en ella, sacarle de una vez por todas de mi corazón.

Y sabía que iba a ser difícil, pero no imposible: tal vez no lograra olvidarle del todo, pero con el tiempo no me dolería recordarle, pues aunque había roto mi corazón en mil pedazos, también era cierto que me había regalado momentos únicos, los cuáles no quería perder.

<<De algún modo u otro, acabarás perdonándole el hecho de que haya sido un embustero>>.

La voz de mi conciencia se abrió paso entre mis atormentados pensamientos, decidiendo dejarme claras las cosas que, inconscientemente, intentaba mantener reprimidas en algún rincón de mi mente.

<<Con el tiempo dejará de importarte todo cuanto has vivido con él, dejarás de preguntarte una y otra vez si en algún momento él sintió realmente algo por ti, o estaba fingiendo todo el tiempo que duró vuestra relación>>.

—No quiero pensar ahora en eso. —Repliqué, frunciendo el ceño, mientras me llevaba las manos hacia el pelo para deshacerme la coleta y volvérmela a hacer, nerviosa—. Me mudé aquí por una buena razón, y creo que estoy dedicándole demasiado tiempo -más de lo que se merece- a todo aquello que debo olvidar. —<<Tienes razón>>, admitió entonces mi conciencia, pronunciando cada palabra al ritmo de mis pasos. <<Pero tal vez deberías de dejar de hablar contigo misma, almenos, en voz alta: da la sensación de que estás loca.>>—. Cierra la maldita boca. —Le espeté en un murmullo, sacudiendo la cabeza, con pesar. <<Está bien, te dejaré tranquila>>, replicó, tajante. <<Pero deberías de darle una vuelta de vez en cuando a todo lo que te digo: es por tu propio bien>>.

No sabía si realmente estaba más molesta porque una voz fantasma que rondaba en mi cabeza tuviera razón, o simplemente conmigo misma por no ser capaz de llevar a cabo todo cuánto me había propuesto desde el momento en que había salido de la casa de Andrés con las maletas a rastras, pero lo que estaba claro, era que tenía que empezar a cambiar muchas cosas cuanto antes, por mi bien.

Ni siquiera me había dado cuenta de que el teléfono móvil había enmudecido, hasta que empezó a sonar de nuevo, haciendo que soltara un pequeño resoplido, agobiada: ¿por qué el mundo entero parecía haberse puesto de acuerdo para intentar sacarme de mis casillas?

Acabé de acercarme con rapidez hacia la mesita del café dónde había dejado el dichoso aparato, y sin comprobar antes de quién se trataba, lo cogí con fastidio, y descolgué la llamada.

—Por lo que veo, pareces demasiado ocupada incluso para atender las llamadas de tu buena amiga. —La voz de Becca no tardó en dejarse oír a través del auricular, con deje enfadado.

—Lo cierto es que tengo mucho trabajo por hacer. —Le espeté, frunciendo ligeramente el ceño, molesta por su insinuación de haberla ignorado adrede—. Es lo que tienen las mudanzas, Becca, que te mantienen ocupada. —Mi tono de voz había sonado frío, severo, más de lo que quizás me hubiera gustado; sin embargo, no estaba de humor para aguantar reprimendas de novia celosa después de todo por lo que había pasado hacía relativamente poco.

—Tranquilízate, amiga. —Dijo, tras un breve titubeo—. Te recuerdo que me ofrecí para ayudarte con eso, y que tú rechazaste mi ayuda, así que, no me culpes por ello. —Cerré los ojos unos segundos, intentando mantener la calma, diciéndome a mí misma que Becca tenía razón y que no debía de pagar mi malhumor con ella.

Sin embargo, no me lo estaba poniendo nada fácil.

—De verdad que estoy muy ocupada. —Me limité a decirle, cambiándome el teléfono de oído, mientras echaba un vistazo a las cajas que todavía tenía que trasladar a la habitación antes de que me trajeran los electrodomésticos y muebles que había comprado para amueblar mi nuevo hogar.

—Tan sólo te llamaba para saber qué tal estabas. —Repuso, sin hacer nada por disimular su enfado ante mi actitud—. Sé por experiencia propia que las rupturas pueden llegar a ser muy dolorosas... —Solté un bufido, poniendo los ojos en blanco: había pasado de soltarme reprimendas a intentar ser la buena amiga que creía ser, de un modo psicológico que no me gustó para nada.

—Estoy bien. —Contesté, buscando una manera para acabar con aquella absurda conversación de una vez—. Acabando de adaptarme a mi nueva casa para empezar cuando antes a trabajar. —Al otro lado de la línea se hizo el silencio, supuse que porque mi supuesta amiga estaba sopesando la probabilidad de si le estaba diciendo la verdad o no.

—¿Te ha llamado desde que te marchaste? —Aquella pregunta me cogió por sorpresa, y por un momento, no supe qué contestar: ¿de veras yo quería hablar de ello?

La respuesta era muy clara: no.

Pero sabía que no iba a poder librarme tan fácilmente de hablar sobre ello, por lo que decidí tomar cartas en el asunto y ser yo la que fuera directamente al grano.

—Cuando rompí con él, le dejé las cosas muy claras. —Le dije, con un deje de impaciencia en mi tono de voz—. Y aunque no hubiera sido así, te aseguro que Andrés no es de ése tipo de chico que se arrastra por una mujer: es demasiado orgulloso cómo para hacer una cosa así...

—No si está realmente enamorado. —Comentó entonces mi amiga, soltando todas y cada una de las palabras cómo si las hubiera estado reteniendo hasta poder soltarlas en el momento oportuno—. Y de ti lo está: te ama, Hannah. —Aquella era una de las cosas que no quería escuchar, no porque me doliera, si no porque no podía llegar a creérmelo de verdad.

Ya no.

—Apenas le conoces. —Le espeté, con frialdad, volviendo a fruncir el ceño—. ¿En qué te basas para asegurarme algo así? —Al otro lado de la línea, mi amgio guardó silencio de nuevo, y por un instante, llegué a pensar que la comunicación se había cortado, y lo cierto es que me hubiera alegrado por ello.

—Andrés me suele llamar de vez en cuando. —Confesó finalmente, con dificultad—. Me pregunta por ti, me cuenta cómo se siente, y entonces, se echa a llorar. Está completamente destrozado. —La culpabilidad empezó a abrirse paso en mi interior, haciendo que un nudo se me formara en el estómago: jamás había pretendido hacerle daño.

Jamás.

Sin embargo, él había hecho lo mismo conmigo, de la manera más ruin que podía haber.

—Entonces, te sugiero que la próxima vez que te llame, quedes con él y corras a sus brazos para consolarle. —Le espeté, furiosa—. Tengo demasiada faena por hacer, cómo para estar perdiendo el tiempo en éstas estupideces. —Y antes de que Becca pudiera contestarme, colgué la llamada, y pulsé durante un par de segundos la tecla que apagaba el maldito chisme, maldiciendo una vez más el día que había aceptado aquél estúpido trabajo. <<De haberlo rechazado, no le hubiera conocido, y nada de todo esto hubiera pasado>>, me dije, dejando con brusquedad el teléfono sobre la mesa de nuevo.

<<Pero de no haberle conocido, nunca hubieras sabido qué era la felicidad>>, me recordó la voz de mi conciencia, con ligera severidad.

—Cierto. —Admití, en un murmullo—. Pero almenos tampoco hubiera sabido qué es el sufrimiento; no de éste modo. —Entonces, las ardientes lágrimas afloraron en mis ojos, irritándolos, y no me quedó otro remedio que llevarme las manos a la cara en cuanto me eché a llorar.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo