Los recuerdos duelen

Marcus

Espero a Mía dentro del coche. Tiene un plan para que pasemos la tarde,  no ha querido contarme nada así que me resigno a lo que haya preparado.

- Hola cariño - saluda abriendo la puerta y sentándose a mi lado.

Lleva un vestido de gasa blanco. Su pelo rojo resalta todavía más y sus enormes ojos verdes me miran divertidos.

- ¿Cómo está la chica más guapa? - pregunto sin dejar que responda. Dejo un dulce beso sobre sus labios.

- Pues no se, tendrás que preguntarle a ella.

Se me escapa una sonrisa con su contestación. Mía es una de las pocas personas que tienen un ingenio que me hace reír y eso es difícil, porque por regla general soy serio y frío y si alguien se atreviera a hablarme como ella lo hace lo mataría sin pestañear, pero ella no sabe que soy oscuro y letal.

- ¿Vas a decirme dónde me llevas? - pregunto con un tono falso de enfado.

Una risilla resuena en el coche. Le hace gracia mi insistencia, así que a mí también.

- No, claro que no. Tienes que tener paciencia.

Conduce lanzándome miradas divertidas de vez en cuando. Mi teléfono suena. El nombre de Dante resalta en la pantalla. ¡Joder! Sabe que cuando estoy con Mía no deben molestarme a no ser que sea algo de vida o muerte. Si por cualquier motivo Mía descubriera mis intenciones reales o que la estoy engañando, todo el plan se iría a la m****a.

- Dime -contesto cortante.

En ese instante Mía me mira con el ceño fruncido. Supongo que mi cambio de personalidad le ha chocado, pero no puedo hablar como un adolescente enamorado; primero porque hace mucho que dejé la adolescencia y segundo porque el amor es para los gilipollas dependientes.

- Señor, los hermanos Martínez han venido a verlo.

Dos traficantes de m****a vienen a verme sin avisar y sin concertar una puta cita y para colmo esperan que este disponible para ellos. Sin duda no saben con quien están hablando ni hasta que punto se están jugando el cuello.

- Diles que concierten una jodida cita si quieren verme y que no vuelvan a aparecer por las buenas si saben lo que les conviene.

Cuelgo el teléfono. No tengo más que decir.

Aparto mi móvil del oído malhumorado. Toda la droga pasa por mi manos. Yo decido quien, cuando y como y soy el puto Dios de esta ciudad. Los drogatas de tres al cuarto me cabrean.

Unos suaves dedos acarician mi mano.

- ¿Estás bien? - pregunta con su voz angelical.

- Estaré bien cuando me cuentes lo que tienes preparado.

Por arte de magia mi furia desaparece y me vuelvo a concentrar en ella y en lo que sea que tiene preparado.

- Buen intento, pero no ha funcionado.

Aparca el coche delante del centro comercial. Giro el rostro hacia ella con la duda dibujada en mi cara.

- Venga Marcus, te va a gustar -Me anima.

Odio los centros comerciales ¿cómo es posible que me guste la sorpresa si es dentro de uno de ellos? Da igual, tengo que hacer el papel de que me encanta todo lo que hace, así que termino con una sonrisa pícara antes de darle la mano y entrar por las grandes puertas que se abren para nosotros.

Bajamos un par de plantas dejando tras nosotros las tiendas y los restaurantes. Ahora si que estoy intrigado de  verdad.

¿ y si lo ha averiguado y me esperan sus matones escondidos por algún sitio? Giro levemente el cuello hacia atrás, al momento me tranquilizo. Mis hombres nos siguen de cerca.

Mía jamás reconocería los guardianes que me siguen a todas partes porque visten como personas normales, uno de ellos lleva incluso una bolsa de una de las tiendas para disimular. Si ella ha preparado algo puede darse por muerta antes de que logre su objetivo.

Se para frente a un foto matón con una gran sonrisa y los ojos brillando, expectantes a mi relación.

- ¿Que te parece? - mueve la cortina hacia un lado para enseñarme el pequeño espacio en el que sólo hay un asiento pequeño y duro -no tenemos ninguna foto juntos, por favor... - pide haciendo pucheros.

Podría ser peor que hacernos unas ridículas fotos.

Entro negando ligeramente. Mis hombres deben de pensar que estoy loco. Ni en mis mejores tiempo he hecho esto.

Si  dudarlo, Mía se sienta sobre mis piernas, pasa un brazo por detrás de mis hombros y justo antes de que la Cámara pite, saca la lengua y me hace burla.

La foto aparece en la pantalla. Ella está guapísima y yo tan serio como siempre.

- Marcus, se supone que tienen  que ser fotos divertidas. Mirate - señala la pantalla.

- Venga, dale otra vez - la ánimo. Si que haga tonterías le hace feliz, tonterías haré.

El pitido vuelve a sonar. La despeino sin  contemplación, ella abre la boca sorprendida y yo rompo a reír a carcajadas. La foto vuelve a aparecer en la pantalla.

- ¿Ves? Puedo ser muy divertido.

-  ¡Me encanta! Gracias Marcus. Te quiero - susurra dándome un beso y quedando grabado en otra fotografía.

Salto de la cama como si quemara. Tengo la cara empapada en sudor y el corazón galopa sin contemplación dentro de mi pecho. Instintivamente, coloco la mano sobre él. Ha sido una maldita pesadilla. No, no, ha sido un recuerdo que creía olvidado.

Mía ya no está, ella murió por mi culpa. Salgo de la cama y dando grandes zancada camino hasta el pequeño mueble de la entrada donde esta mi cartera y las llaves del coche. La abro y saco la fotografía donde está despeinada y yo riéndome. Inesperadamente, fui feliz a su lado.

El entierro fue ayer. Después de tres semanas de búsqueda el cuerpo no apareció. El pequeño y menudo cuerpo de Mía seguro que se ha perdido para siempre en las profundidades del mar.

Se suponía que su familia prepararía un entierro por todo lo alto y sería enterrada en el panteón familiar, pero no fue así.  Su padre puso una pequeña lápida en el cementerio con su nombre, sin apellido, y la fecha de nacimiento y de defunción. Ayer al enterarme lo preparé todo. Aunque su cuerpo no está, será recordada como merece.

En cuanto amanezca mis hombres irán a destruir la lápida de m****a que compró su padre y una nueva grande y brillante será colocada en mi panteón familiar. Mis hombres piensan que me he vuelto loco, y eso me da igual siempre y cuando no crean que eso implica que me haya vuelto débil, porque soy más letal que nunca. Mi corazón ya no está. Nada ni nadie me importa, hacen bien en suponer que todos son prescindibles.

Mi corazón reaccionó tarde. Cuando Mía descansaba tranquilamente en otro mundo, me di cuenta de que en medio de toda mi treta fue ella la que me engañó a mi, y convirtió mi mentira en sentimientos reales. Ahora se que la amo y que jamás volveré a verla. Miro mi reflejo en el espejo grande y metálico que hay en la entrada. Nunca me importó ser mala persona, hasta ahora. Estrello el puño contra él y lo rompo en miles de pequeños trozos. No quiero ver mi reflejo.

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Muy lejos de ese hombre destrozado, a mil trescientos kilómetros, una chica con peluca negra y unos tristes ojos verdes, se bebe un escocés en un bar cualquiera de Siracusa. Levanta el vaso y dice bajito.

- Padre, hermano, Marcus, que os follen.

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