Capítulo 2

Ya estábamos viviendo en este pueblo de mierda cuando decidí cortarlo. Al principio creí que él era el problema (O sea, aún sigo pensando que lo es). No tardé mucho en comprender  que todos los hombres son exactamente iguales y muchas veces me sorprendí a mí misma tratándolo mal a él y a otros, por lo que en un principio opté por renunciar oficialmente a ellos tras decidir despachar definitivamente al susodicho junto con nuestros casi cuatro años de relación que se habían acumulado. Decidí omitir a los hombres, por dos cosas; una, que no me hallaba en forma (Sentía que aún tenía los pechos caídos después del embarazo, además de que pasaba la mayor parte del tiempo hinchada) y dos,  terminé odiándolos en serio, a todos por igual. No era de esas minas que sufre tanto por un hombre, pero ese machismo tan arraigado y normalizado y encubierto me asqueaba con todas mis fuerzas. El susodicho no era tampoco capaz de estar tan consciente de eso como una lo necesita y ese era el motivo por el cual lo despaché de mi vida. Si ellos querían sexo todo el tiempo, ¿Por qué tenía que ser gratis?

Un día todo eso cambió, al menos por un tiempo. Digamos que fue mí temporada en el infierno. Fui a una junta feminista y me quedé con la Sole. Sole era parte organizativa de la coordinadora local. Un día me presentó a su hermano y a su compañero, tras finalizarse aquella actividad en la plaza del pueblo en el cuál vivíamos. El hermano se llamaba Alfredo y lo consideré tímido y educado desde un principio y por eso me cayó bien.

Esa misma tarde me invitaron a tomar té y a comer pasteles. El susodicho se había quedado con Santi esa tarde y podía permitirme ese pequeño lujo de poder pasar horas extras afuera sin tener que estar pendiente del bebé. Sole me molestaba diciéndome cuñada, así muy bajito. De Alfredo me llamó la atención como me miraba y eso no me molestaba porque además de oler exquisito era alto y bien marcado, pese a que no me gustaba mucho de cara. Cuando Sole y su compañero entraron a hablar por teléfono con unos familiares que vivían en el extranjero se me acercó, para decirme si podía recomendarle alguna zaga de animé. De puro burlesca y maldadosa le nombre Naruto y me dijo que había visto la primera zaga, no la segunda. Su sueño según él era disfrutar de la segunda parte en compañía de una novia, comiendo helado y galletitas en la cama. No lo quise seguir tomando en cuenta porque eso último lo interpreté asertivamente de que en ese momento me estaba coqueteando como cualquier otro machito, de esos bastante poco imaginativo para sus cosas que se las da de galán.

Yo no me lo tomaba para nada en serio, mucho menos después de haber expresado genuinamente sus intenciones, hasta que un día me llamó para decirme que quería verme, que había visto un regalito para Santi y que pretendía pasar a dejármelo. No sé cómo tuvo el valor de pedirle mi número a la Sole después de cómo lo traté. El regalo era un Montessori que a mi hijo le fascinó. El juguete era caro y se justificó diciendo que había pertenecido a su sobrino y que no lo había ocupado jamás. Yo nunca le creí y es más, estoy segura de que lo compró nuevo y que la Sole le pasó el dato una de esas tantas veces que intercambiamos al respecto un poco de información sobre juegos saludables para niños. Después me siguió visitando, cada vez con más y más regalos, tanto para mí como para Santi. Alfredo tenía a su favor que bebía poco y además de eso, pese a no ser muy bueno conversando, me escuchaba bastante y a diferencia del susodicho no hablaba nada mientras veíamos películas, lo cual ya era algo que agradecía enormemente.

Más allá de eso no me gustaba, pese a que también era de lo más detallista que hay; Solía votar el mismo la basura después de todo lo que pedía para comer, por ejemplo, y eso me encantaba. Además me lavaba la loza. Santi lo aceptaba cada vez más y le era algo natural vernos juntos.

Un día caí en una especie de depresión. Tengo que reconocer que fue a través de un estado en Facebook que publicó el susodicho después de no sé cuánto tiempo con la cuenta cerrada. Uno de los talentos del susodicho era que podía moverse en cualquier lugar y siempre caía bien, y en uno de esos testamentos con pretensiones literarias que escribía me fijé que dos o tres pibas que yo no conocía habían sido amables con él a través de sus comentarios. Revisé uno por uno los perfiles de esas perras y aquello fue de lo peor. Me dió mucha rabia de que él, siendo hombre, pudiese estar en el acto en condiciones de ligar, mientras que una simplemente se tenía que dedicar a amamantar y a criar y a esperar que el desastroso cuerpo físico se recuperara del embarazo si es que efectivamente lograba recuperarse. Después de una nueva junta feminista, en la cual no participé mucho debatiendo sobre la transfobia debido a mi estado de ánimo, decidí caminar a casa lo más pronto posible. Durante el camino saqué el celular y lo bloqueé de Facebook.

En ese entonces el susodicho aún vivía en la casa de al lado y nos veíamos todos los días, pero él no estaba aquella noche de viernes. Me puse un poco valiente tras emborracharme con una botella de pisco sour que encontré mientras veía El diablo se viste a la moda (La pareja de la protagonista de la película es una mierda, misógino idealizado, típico estereotipo hollywoodense). Quería que llegara luego el susodicho para preguntarle que ocurría, puesto que lo andaba notando raro últimamente; salía demasiado de noche y cada vez que estaba en casa se lo pasaba encerrado, además de que no andaba cumpliendo mucho con Santi, ni en lo económico ni como padre físicamente presente (O sea no es que no cumpliera del todo, pero según yo debía entregar más). En ese entonces pensaba que no era una cuestión de celos sino que miedo, por el famoso que dirán, si es que efectivamente tenía una mujer antes que yo un hombre. Quería saber por saber no más si es que él tenía una nueva pareja, ya que de ser así debía enfrentarme a la responsabilidad de atenerme a lo que fuese lo más pronto posible, ya que en ese entonces me daba pánico lo que podía llegar a hablar la gente.

Cuando estaba ya más que borrachamente resignada a que el susodicho no iba a llegar se me ocurrió llamar a Alfredo. No solo llegó en el acto, sino que también llevó sushi y un pote de helado artesanal de lúcuma que no tengo idea de donde habrá sacado a esas horas. Cada vez me sentía más angustiada, por lo que opté por seguir bebiendo ante la admirable paciencia de mi pretendiente, quien no solo escuchaba todas mis estupideces, sino que también parecía disfrutarlo. En una me puse de pie y voté un vaso, y me sentía tan ebria que tras pasar inmediatamente al otro lado me resbale y caí, haciéndome un pequeño corte en la mano. Alfredo, quien venía del baño en ese momento, me fue a rescatar de inmediato, lavándome el mismo aquella herida no tan grave y poniéndome parche curitas. Luego me preparó un café y yo me lo bebí y después le dije que me quería ir a acostar a ver una película y le propuse que me acompañará y me dijo que sí. Yo estaba borracha y el olía exquisito y tuve que ser horriblemente perra para que me prestará atención y al mismo tiempo me perdiera el respeto, y mientras nos besábamos, surgió en mí una especie de arrepentimiento y me fui al baño, y me sentí tan asqueada de mí misma que me metí a la ducha.

Todo era contradictorio y aún desconozco por qué actúe así en ese momento, si ya sabía el motivo por el cual decidí llamar al hermano de Sole. Por algo también había optado por un efímero aseo personal a esas alturas de la noche.

Una vez que salí de la ducha noté que Alfredo se preparaba para irse. Sin saber lo que hacía dejé caer mi toalla. Me acerqué lo suficiente como para que el decidiera que hacer conmigo y me tomó en brazos y me llevó hasta el sofá, tras haberme dado el mejor beso de la noche hasta ese momento. Luego se sacó la polera y tras palpar su contundente espalda, me resigné a que iba a valer la pena arrepentirse y, momentos antes de entregarme por completo, me preguntó si estaba segura de lo que estaba haciendo.

— ¡Cállate! — Le respondí, poniendo sus grandes manos sobre mis abultados senos.

Luego estiré el brazo y apagué la luz del living. Tuvo cosas buenas y cosas malas, puesto que tuve que lidiar la poca experiencia de un tipo que estaba desesperado por meterla. Ni siquiera fue necesario que se la chupara y eso estuvo bien, porque no tenía ganas de hacerlo. También estuvo bien que terminara rápido, porque a cambio de eso, en breves pasajes durante los cuales me dio muy duro, comprendí que en parte todo eso valió un poco la pena.

Terminó encima mío, sin cambiarme de posición en todo el tiempo, aunque de vez en cuando me levantaba las piernas para darme aún más duro a petición mía, ya que sabía que era lo único bueno que iba a conseguir de él. Eso también estuvo bien, porque me había dejado bastante adolorida. A cambio de eso no logré acabar.

Luego me puse de pie y le llevé una frazada. No quería dormir con él y tras ponerme el pijama Santi despertó llorando y lo metí a la cama conmigo.

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