capitulo 2

Aquena

Jassier se encontraba en aquellas horribles mazmorras, había luchado para que accedieran a dejarle ver a la muchacha, aunque había mentido en el proceso, algo que al consejo no le había agradado para nada al igual que la reina madre; se había sentido atado de manos, y desde hace cinco años que había accedido como jefe de estado provisional había sido firme, aún así tuviera que hacer pasar aquella pequeña de ojos verdes como su prometida. Era la única forma de salvarla, de sacarla del lugar donde la tenían encerrada. A veces hacia mas cosas de las que creía que haría.

La última vez que había estado en ese pequeño país había sido el día de la boda de Anisa, aquellos elegantes pasillos adornados de colores azules y rojos, se oían los gritos de los cantos, los bailes, había accedido aquello por ella, le había prometido que podría con aquello porque entonces ese era su deber como princesa de Qatar, mantener la paz con Aquena, por mucho tiempo las princesas eran criadas para ello, para casarlas y asegurar la paz con otras naciones o con tribus con las cuales había malos tratos, aquello era sagrado.

Recordaba verla entrar con aquel traje tradicional de boda de Qatar rojo, la hacía ver radiante su piel morena, sonreía como si fuera el día más feliz de su vida, aquello lo hizo sentir más relajado, al menos ella parecía dispuesta a todo, aquello le hizo ver cuán importante era para su hermana, su país y su labor con él. Algo que Ahmad y él todavía no entendían, pero ese día él había notado la importancia de que un jefe de estado tiene hacia sus súbditos, ellos tenían que cuidar de ellos y asegurarles la mejor calidad de vida, algo que él con mucho esfuerzo estaba logrando. Qatar era un país muy tradicional, pero muy poco a poco la gente empezaba a aceptar los cambios. Sin embargo, de nuevo en Aquena, le parecía un lugar logrube y lleno de malas sensaciones, era como si se estuviera consumiendo todo poco a poco, esperaba que si aquel país entraba en una guerra civil no tocara las fronteras con su país, no quería que su gente sufriera por algo que no les incumbe. Amir, su fiel consejero desde que había asumido el cargo de jefe de estado temporal mientras esperaba que su hermano reaccionara, aquel peso no era para él; amaba hacer otras cosas, aquella nunca estuvo entre sus obligaciones; durante los últimos cinco años se había dado muchas veces contra la cabeza, donde había noches en que el insomnio era su compañero; donde a veces el licor era su mejor compañero.

Sin duda pesaba como nada en el mundo no podía decir que su hermano fuera egoísta, el también lo seria a la primera oportunidad el también se iria.

Aquel lugar desprendía un olor a humedad y otros aún más desagradables, con un pequeño pañuelo cubrió su boca y nariz, avanzando sin inmutarse ante las súplicas de algunos presos, aquello hizo su corazón estrujarse tal vez muchos de ellos no hubieran cometido una falta tan grave, muchos de los que estaban ahí los clasificaban como traidores, aquellos que alzaban la voz contra aquel regente que los mantenía en las peores necesidades, el guardadia se detuvo y con una lentitud abrió aquella reja, Jassier entre con paso vacilante en medio de aquella oscuridad diferencio una pequeña figura que se encontraba encogida con los pies contra su pecho, se agachó a su altura, Isabel atemoriza levantó la mirada encontrándose con unos ojos negros como la noche, había compasión y lastima en su mirada, lo que no entendía era que hacía allí con ella, Jassier contuvo la respiración aquellos ojos eran más hermosos que en esa fotografía que su hermano había enviado, su piel se observaba suave y delicada, a diferencia de aquella foto se había veía demacrada y delgada, intento acercar su mano para acariciar su mejilla pero la mujer cerró los ojos fuertemente esperando que aquel hombre le pegará pero cuando aquel golpe no llegó abrió lentamente los ojos.

El hombre había retrocedido, ella se quedó perpleja al ver que le quitaban las esposas de sus pies y manos, al no sentir aquel peso en sus extremidades las acarició lentamente, no entendía lo que pasaba allí.

Isabel se levantó lentamente y sus piernas temblaron, se encontraba débil. La última vez que había comido fue hace dos días, a aquellos bastardos les gustaba escuchar las súplicas de muchos de los que se encontraban allí por comida o simplemente una gota de agua. Con miedo dio un paso así: Jassier, al ver la dificultad de la mujer por caminar, le ofreció su brazo, le acunó su rostro con su otra mano y aquello pareció íntimo, hasta Amir apartó la mirada, Jassier la apretó contra su pecho. El sintió su pecho temblar ante las imágenes de todas esas personas.

—Te sacaré de aquí, y luego podrás ser libre —susurró para que solo ella lo escuchara, no correría el riesgo que el guardia escuchara aquello, entonces él también tendría problemas—. Ahora vamos a casa, cariño. Te sacare de aquí.

Isabel sintió su corazón dolor, luego de un mes de tortura y sufrimiento podría regresar a su casa. Entonces por mucho tiempo no saldría de allí, sonrió contra el pecho de aquel extraño hombre, tal vez su hermano lo había enviado. Sintió como sus ojos se llenaban de lagrimas.

Aquel hombre era su ángel guardián.

De repente la oscuridad le nubló la mirada, se separó un poco para ver una vez más aquel hermoso moreno, luego solo la cubrió la oscuridad, Jassier la tomó entre sus brazos, era pequeña y no pesaba casi nada, sin esperar a nadie camino fuera de ahí tendría que llevarla a que la viera un médico, al menos por hoy tendría que conformarse con eso, ahora vendría lo difícil de salir de Aquena.

Al menos había rescatado aquella mujer de ojos verdes. Ya era el primer paso.

Jassier la sostuvo entre sus brazos mientras salía de aquel calabozo, se veía tan frágil entre sus brazos, al menos de aquella locura saldría algo bueno, después averiguaría cómo llegó aquella joven a ese lugar.

—Amir, apresurate y manda a llamar al médico—ordenó, Amir rápidamente empezó a escribir en el móvil avisando de la llegada del jeque a la habitación que había dado en aquel palacio—. Espero que todo esté en orden.

—Por supuesto, majestad— dijo firmemente el hombre, mientras subían al automóvil.

Habían entrado en aquel país, bajo una pequeña mentira para sacar aquella rosa inglesa de ahí. Amir siempre había sido un hombre muy controlador a la hora de mostrar sus experiencias. Aquello era clave cuando trabajas como ministro, nunca mostrar debilidad, sin embargo, en aquel logrube sitio no pudo sentir afligido. Les habían dado un carro y una escolta porque no les habían permitido entrar con sus propios guardias, aquello había sido una locura, pero algo que su alteza había aceptado. No confiaba en ninguna persona proveniente de Aquena más aquellos que eran de alto rango, aquel país vecino había deseado con fervor quedarse con las riquezas que Zukhar tenía, y muchos otros que estaban descubriendo; aquel era el plan de su alteza para explotar aquellos recursos, eso claro si afectaba áreas capacitadas para el turismo. A pesar de no ser completamente el jeque de aquel país, era un gran líder y una humilde persona al igual que su padre, el antiguo califa.

Al entrar en aquella lujosa habitación Jassier se percató de la presencia de Admhe y su hijo, que había pensado evitar que ellos la vieran, aquella era una de las mejores formas y no se opusieran a liberarla; Admhe, se acercó con curiosidad a la que había tenido desde que había recibido aquel correo por parte de Qatar. Jamás se imaginaría que aquella muchacha que había arrestado seria la prometida del segundo hijo de Abdel Bari, había pensado que llegarían de algún modo al trono de Qatar por medio de su difunta nuera Aanisa. Era una lástima que la pequeña se hubiera muerto, aquello había sido trágico.

Al acercarse notó lo hermosa que era aquella muchacha con su piel tersa y suave a la vista, aunque se notaba que los dos meses en aquellos calabozos habían pasado factura. Tal vez no la dejaría ir tan rápido, presionaría tal vez de aquello que podría sacar algo bueno. Empezando por molestar aquel hombre.

—Si hubiera imaginado que fuera tan bella, la hubiera casado con mi hijo—dijo altivo tratando de usar un tono jovial—. Es una hermosa muchacha.

—Sí, y es mi prometida. Así que por favor le pido que respete—espetó y le dirigió al hombre una mirada gélida, se apartó al ver entrar al médico—¡Al fin llega!

El médico hizo una pequeña reverencia ante ambos mandatarios. Se acercó a la muchacha y pidió a todos que salieran de la habitación para examinar a la muchacha pidiéndole a la enfermera que le ayudara con ello.

Jassier abandonó la habitación dudoso, no confiaba en nadie en aquel lugar, estar ahí es recordar la muerte de su hermano, los últimos días ahí habían sido discusiones sobre donde descansarían los restos de su hermana.

—Espero que realmente sea su prometida, jeque Jassiee, y no nos esté engañando— dijo de pronto el príncipe. jassier le dirigió una mirada cansada—. Sabe que eso es un gran delito.

—Es mi prometida, una la que he estado buscando, y si no me fuera enterado por un ministro, que ella había sido detenida en la frontera con Aquena, y casualmente hasta ahora me vengo a enterar —dijo haciendo una pausa—. Ahora lo que me interesaría es que hacían sus hombres en mis tierras y con armas, entonces, yo lo tomaría como una invasión al territorio.

El líder de Aquena le dio una mirada de censura a su hijo, ahora lo que menos deseaba era que el idiota de Jassier se enterara de muchas cosas, al parecer molestar con aquella muchacha solo provocaría molestar y que mandara una comisión a la frontera.

—Ya le explicamos que fue una confusión, Jassier, si me permite llamar así —dijo el hombre mayor—, y yo le he pedido disculpas por la manera en que ese desertor entró en su país y quiso evadir la justicia.

Terminó diciendo, aunque aquello era una verdad a medias, Jassier gruñó y caminó de un lado a otro en aquel saloncito; sabía que tras de aquello había algo que tendría que ocultar.

—Espero que no vuelva a suceder, cualquier cosa similar debes informar— respondió con falsa serenidad.

La puerta fue abierta y el médico ingresó acompañado de la enfermera. Llegó hasta donde se encontraba el Jeque de Zuko e hizo una pequeña reverencia.

—Su alteza, la chica está bien, solo fue un pequeño desmayo por deshidratación, tomé unas muestras de sangre y luego haré que se le envíen los resultados— dijo—. Deberá empezar rápidamente el tratamiento con las vitaminas para tratar la anemia.

—Muchas gracias, doctor. Amir le pagará por sus servicios —dijo—, con asentimiento de cabeza se despidió de los presentes. Al llegar a la habitación se colocó al lado de la joven —observando que dormía plácidamente, acarició lentamente su mejilla—. Te cuidaré, pequeña rosa.

Isabel se movió buscando una posición más cómoda, suspiró aquel lugar que parecía el cielo. Jassier soltó una pequeña carcajada al verla gemir por la comodidad que le proporcionaba la cama, tomó la sábana y arropó todo su cuerpo. Acaricio su mejilla una vez más antes de salir.

—Amir, que alguien esté pendiente de ella— dijo cerrando las puertas de la habitación—. Y si algo le sucede, lo pagarás tu Amir— amenazó, jamás lo había hecho, pero aquello era necesario.

—Su alteza...— murmuró estupefacto por la amenaza—, jamás dejaría que le sucediera algo a la señorita, además será la futura reina.

—Amir...

—Sabe que tiene que aceptar la regencia, si no el país será un desastre— dijo el ministro, aquello era una realidad.

—Ahmad le corresponde el trono, no a mi— refutó.

— Usted sabe que a él no le interesa — Amir trago saliva fuertemente, nervioso agregó —, además de su alteza, usted sigue en la línea de sucesión.

—Lo pensaré.

—Sería lo mejor, y así la reina madre no podría buscar alguna forma de dañar a la muchacha— dijo haciendo referencia a su madre, Jassier —suspiró y había olvidado aquel detalle—. Y las tribus no podrían tener ningún problema.

—Lo pensaré, Amir.

—Hágalo rápido, su alteza. Los ministros no son tan pacientes como yo — musito, Jassier asintió con su cabeza con una sonrisa ladeada. Palmeando el hombro de Amir.

— En eso tienes razón, Amir.

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