Cap 6

Cuando la reina indicó discretamente que deseaba retirarse y que ese encuentro debía terminarse en los próximos minutos con un gesto sutil, Robert invento una excusa sobre un motivo urgente que debía atender en su oficina y lo excuso ambos para poder irse.

La reina acepto amablemente la excusa y les dio el permiso para retirarse, ambos salieron del palacio tan rápido como se podría considerar adecuado, y una vez que regresaron al auto, a solas con el chofer, el silencio se tornó nuevamente como el protagonista ente ambos, pero la sonrisa de suficiencia en el rostro de Robert a ella le resultó bastante inquietante, haciéndola cuestionarse que sería lo que se estaría tramando en aquella retorcida cabecita que tenía su aparentemente perfecto marido, pero aun así negándose a sucumbir ante la angustia que le causaba se dedicó a mirar por la ventana notando que se introducían en la ciudad siendo recibida por los escaparates de lujosas marcas, restaurantes y cafeterías tan exclusivos que a pesar de estar rodeados de edificios empresariales, rascacielos, hoteles de cinco estrellas, museos y galerías, nadie además de los directivos de estos y las personas de alta sociedad que habían amasado una fortuna podrían permitirse ingresar en ellos, una más  de las muestras de poder de aquella elitista sociedad que reinaban en aquella insufrible ciudad, casi distrayéndola lo suficiente como para que se diera cuenta repentinamente que ya estaban adentrándose a la zona de la ciudad donde solo la élite de la elite tenía acceso, un espacio tan exclusivo en el cual no importaba la obscena cantidad de dinero que tuvieras si no contabas con el estatus que le correspondiera se te negaría la entrada inmediatamente, y por supuesto donde su esposo quien gozaba de gran influencia gracias a la monarquía se había hecho con el terreno más grande, construyendo una mansión tan amplia con tanto espacio de áreas verdes a su alrededor que no importaba que tan alto gritar a una persona que se encontrara dentro de ella, absolutamente nadie en las residencias contiguas lograrías escucharlo, ni siquiera en el caso de que alguien decidiera matar y torturar a una persona dentro de su extenso terreno alguien que viviera o se encontrara en las residencias alrededor de la propiedad se daría cuenta, y con ello Layla se encontraría de nuevo encerrada en una jaula de oro donde nadie podría ayudarla. Cuando cruzaron las rejas de la entrada pasaron algunos segundos en ese coche antes de que lograrán llegar tan solo a la escalinata que conducía a las puertas principales de la mansión, y en el momento que el auto se detuvo frente a esta un mozo muy apuesto le abrió la puerta al tiempo que otro en el lado opuesto hacia lo mismo por su esposo.

—Bienvenidos — corearon dos filas de sirvientes apostados a ambos lados de la entrada reverenciándolos, y como siempre Robert se adelantó para entrar primero en la espléndida mansión blanca con columnas de cantera y techo de tejas, por dentro casi tan vacía como el corazón del dueño con un estilo predominantemente minimalista.

Ella sin desear disgustarlo lo siguió de cerca solo unos pasos detrás de él por toda la casa ignorando a los sirvientes que se atravesaban en su camino, lo sirvientes restantes que aún se encontraban trabajando dentro del lugar permanecieron completamente quietos cuando se los topaban casi fundiéndose con las escasa decoración, claro a menos de que Robert le prestara atención en cuyo caso harían una pronunciada reverencia antes de obedecer sus órdenes, todos eran casi meros adornos al igual que ella, todos bellos rostros hasta el del puesto más insignificante, con excepción de una.

Al pie de la escalera que se dirigía a la segunda planta se encontraba estática con una expresión estoica el ama de llaves, antigua nodriza de Robert y la mujer que lo había criado, la mujer que cuestionaba cada respiración y movimiento de Layla, y la que la había perseguido constantemente durante su matrimonio ordenándole como debía o no debía ser, las cosas que se esperaba que hiciera,  lo que le estaba prohibido hacer, ella era la única empleada a la que Robert trataba con algo de humanidad, y la única persona además de la reina a la que Robert escuchaba. Un terrible problema dado que despreciaba Layla desde el momento en que había puesto un pie en esa casa. Sin hacer movimiento alguno ni con intención de mover un musculo el ama de llaves siguió a Layla con la mirada mientras subía las escaleras avanzando a una distancia prudente de Robert a la segunda planta.

Qué el cielo la salvará si algún día aquella horrible mujer llegaba a descubrir en algún momento lo que ella se traía entre manos.

La mujer tenía el cabello cano después de tantos años de servicio, sujeto en un chongo tan tenso que no sorprendía en absoluto que no tuviera arruga alguna sacándole en esa cara, su rostro de ojos chicos y oscuros de aspecto severo, sus cejas escasas, sus labios finos, su nariz aguileña y con la punta hacia abajo como la de una bruja, de complexión delgada, su piel que no era blanca sino de un gris casi enfermizo, sus manos largas y huesudas, su cuerpo delgado y desgarbado cubierto por un eterno vestido negro de mangas largas y cuello alto que se abotonada al frente, sus botines negros perfectamente lustrados y su mirada pesada que la seguía a cada paso en cualquiera de sus movimientos.

Cuando entraron a su habitación y Layla cerró la puerta a sus espaldas poniendo una barrera física entre ellas sintió verdadero alivio conteniendo un suspiro de agradecimiento, pero el gusto le duro poco, Robert sin previo aviso la sujeto por el brazo lanzándola sobre la cama, Layla lo miro con terror en la mirada reconociendo esa expresión depredadora en su rostro, y se recordó porque estaba ahí, y los sacrificios que debía hacer para lograrlo, pero lo cierto era que lo último que deseaba era estar con él en la cama. Él le dio la vuelta dejando la boca arriba subiendo su vestido de un movimiento. 

—Por favor, más despacio — suplico ella encogida del terror y él la miró con desprecio.

—Eres mi esposa, y estás obligada a cumplir todos mis deseos. Ya has descuidado tus deberes demasiado tiempo. Cállate y obedece — ordeno él sujetando sus pantaletas de encaje blanco y tirando de ella fuerte hacia un lado hasta que estás se desgarraron dejándola expuesta y con una dolorosa quemadura por fricción por dónde se había desgarrado. Sin importarle aquello y sin querer perder más tiempo Robert se desabrochó el cinturón abriéndose los pantalones introduciéndose en ella de una manera tan brusca que Layla no pudo evitar gritar.

Él la sujeto por el cuello ignorándola, pero a ella cada momento les resultaba doloroso, cada punto de contacto repulsivo y las lágrimas que se le escaparon de los ojos, esas lágrimas de dolor y frustración que a él le provocaron una sonrisa en su maldito rostro, presionando con más fuerza, introduciéndose más profundo ella, seca, apretaba los dientes para aguantar la invasión, y cuando él la giro de nuevo obligándola apoyarse sobre rodillas y manos él la nalgueo, el golpe fue tan fuerte y sorpresivo que Layla soltó una exclamación sintiendo que la piel le picaba aún unos segundos después del impacto, después vino un golpe y luego otro, pero cuando él la sujeto por el cabello con su mano con tal fuerza y agresividad que lo obligo erguirse sobre sus rodillas haciendo uso de la otra súbitamente subiéndole el vestido y el sostén casi hasta el cuello, el sonido del cierre rompiéndose y el dolor punzante cuando él apretó bruscamente su pecho pellizcando su pezón, y amasando sus senos despiadadamente disfrutando de sus nuevos juguetes sin el más mínimo interés en que ella disfrutará procurando únicamente su propio placer.

Layla apretó los dientes evitando quejarse, pero las lágrimas de surcaban las mejillas arruinándole él maquillaje, Robert siempre había sido así, siempre un amante desconsiderado, se reía de su dolor y le insultaba llamando la frígida y aburrida, comentando que si ella no disfrutaba era porque no quería diciéndole que era la amante más insípida que había tenido.

Él día que se había celebrado su compromiso él la había apartado llevándola a una habitación y forzándola a tener relaciones sexuales con él en ese mismo momento y en ese mismo lugar a pesar de saber que mucha gente los estaba esperando por más que ella se había negado, y había evitado hace ruido alguno a toda costa por miedo a que los descubrieran y la culparan por ello, pero en su noche de bodas él había sido aún más inclemente, la había golpeado, atado y fustigado con su cinturón, ella había gritado y suplicado pidiendo ayuda a cualquier tipo de persona que se dignara a venir en su auxilio, o cualquier tipo de clemencia por parte de su marido, él se había burlado de ella y por supuesto nadie había acudido en su ayuda, después de eso él se había vuelto aún más insensible y más violento e impasible con ella, y cuando quedó embarazada se volvió cínico comenzando a llevar a sus amantes a la mansión, invitándoles a su cama, cama que ambos compartía.

En ese momento Robert la empujó sin dejar de sujetarla por el cabello aplastando su rostro contra el colchón tirando de uno de sus pechos.

—Por fin mi aburrida esposa tiene donde se le puede agarrar — se regodeo apretando sus senos con más fuerza, ella enterró los dedos en el colchón mordiendo las sábanas para evitar gritar. Layla se sentía frustrada y humillada —¿Nada que decir? — cuestiono él, y soltó una carcajada —Por fin te ves como la ramera que siempre has sido — se burló de ella nalgueándola de nuevo, y ella pensó Marcus, en todo lo que le había dicho, todo lo que le había enseñado negándose responder —Respóndeme cuando te hablo—le ordenó el golpeándola con su cinturón y ella grito, más lágrimas corrieron por su rostro —Respóndeme cuando te hablo he dicho — repitió él golpeándola nuevamente, esta vez con la hebilla, y ella vio más que sentir la sangre que mancho el colchón, un nuevo grito se le escapó.

—Sí señor — respondió ella con voz trémula comenzando al temblar, el río de nuevo pasándole la mano que aún sujetaba el cinturón por la espina dorsal, el cinturón rozando su ahora nueva herida para luego enderezándola de un jalón por el cabello que mantenía sujeto enredado en su mano.

—Recuerda a quién le pertenece Layla, obedece y se buena esposa o me veré obligado golpearte de nuevo, y ni sueños que olvidaré tan fácilmente la humillación por la que me has hecho pasar — le advirtió al oído el sudor le corría a ella desde el cuello hasta el ombligo pasando entre sus pechos. 

—Me comportaré, lo prometo —le aseguro ella, y él la soltó empujándola sobre la cama y levantándose de esta al tiempo que se acomodaba la ropa y salía de la habitación para fumar un cigarro en el jardín como acostumbraba cuando terminaba de tener sexo supo ella. Layla se encogió en la cama tirando de su vestido hacia abajo, en ese momento el ama de llaves entro y la miro despectivamente. 

—Veo que tendremos que cambiar nuevamente las sábanas blancas por unas más oscuras. Que desperdicio de tan magnifica ropa de cama —anuncios a lo cual Layla tuvo que incorporarse en la cama bajando de ella para ponerse de pie dejándola libre, y la mujer básicamente arrancó las sábanas viendo el maquillaje deshecho de la joven y suspirando parsimoniosamente —Pero qué mujer tan dramática, si se comportará como una buena esposa no tendría que pasar por esto —la reprendió la mujer y Layla se limitó a mirar el suelo, lo mismo le había dicho la mañana siguiente a la noche de bodas, ella también parecido recordarlo pues le dijo —Por lo menos ya no hace tanto escándalo como antes —Layla se mordió la lengua para no contestarle, pero está la miro tan despectivamente que no pudo aguantar más.

—A mí también me da gusto volver a verla después de tantos años Gabriela —reprocho muy molesta encaminándose al baño.

—Si se hubiera comportado como corresponde nada de esto hubiera pasado — la reprendió la sirvienta y sin poder escuchar más a esa mujer ponzoñosa entro en el cuarto de baño cerrando la puerta a sus espaldas y desplomándose contra las puertas abrazando sus piernas lloro en silencio con sollozos que le estremecieron todo el cuerpo.

No estaba lista para todo eso, era una tonta por creer que podría soportarlo y usar la situación en su favor para destruir a Robert y su imperio, y Marcus era igualmente un necio por creer que una chica como ella podría hacerlo posible, necesitaría de un milagro para lograrlo, pero, aunque fuera un necio Marcus había puesto su fe y sus esperanzas en ella, así que debía lograrlo, lo haría, aunque tuviera que abandonarse a sí mismo en el camino, o a lo que quedaba de ella… 

—Voy a salir de aquí, nadie volver a encerrarme, nunca nadie volverá a lastimarme porque no puede romper lo que ella está roto, ya no soy más Layla Goldsmith, ahora soy el arma definitiva de los Volkán y como su arma daré muere a sus enemigos y no descansaré hasta haber destruido a los Rosental y dejar su imperio en ruinas — recito ella en una voz tan baja que resultó inaudible, con una determinación tan fuerte que le lleno las venas levantándose del suelo y caminando hacia el lavabo abrió el cajón y lo logro ver las toallitas desmaquillantes una marca que ella no usaba de un paquete abierto semi nuevo, que por supuesto no le pertenecía ya que si así fuera se hubieran deshecho de él hace 3 años, el muy desgraciado de su esposo había seguido llevando a sus amantes, no solo a su casa, sino a su habitación.

Furiosa apretó el paquete para luego relajarse de a poco e ir aflojando el agarre que tenía sobre el hasta lograr soltarlo sobre la superficie de mármol pulido, “Si quieres que esto funcione deberás renunciar a tu sentido de la ética y la moral”, le había dicho Pamela mientras la entrenaba, debía lograr, lo tenía que lograr se ordenó tomando una toallita y retirando el maquillaje arruinado hasta que se quitó todo el rastro de las lágrimas ennegrecidas por el rímel hasta que no quedo una gota alguna de maquillaje sobre su rostro, acto seguido se quitó el vestido rosa manchado de sangre y con el cierre destrozado y algunas costuras rotas tirándolo al cesto de b****a, su esposo era un bruto sin duda alguna, ella abrió la llave del jacuzzi que tenía en su baño y dejo que comenzara a llenarse al tiempo que terminaba de desvestirse y quitarse los broches del cabello terminando de deshacer el peinado medio desecho, sus cabellos tan opacos y el estado de su cuerpo tan lamentable le resultaron casi dolorosos de observar, cada una de sus costillas se le marcaba a través de la piel.

Debía comer, le había dicho Marcus, pero la comida simplemente no le entraba en el cuerpo y cuando lograba comerla su estómago no lograba retenerla por mucho tiempo.

Resignada se dio la vuelta cerrando la llave del jacuzzi ya llena encendiendo el hidromasaje dejando caer de forma descuidada algunos aceites, sales y burbujas en su interior y se metió en el agua caliente. Ella respingo cuando el agua entro en contacto con la quemadura de ficción en su cadera y nuevamente cuando toco la piel abierta de la espalda, algún día le haría lo mismo a él, lo vería gritar y llorar y lo mandaría al diablo, así que con ese pensamiento en mente hundiéndose hasta el cuello permitiéndose relajarse en ese precioso tiempo en ese baño que permanecía con la luz apagada. 

Cuando la puerta se abrió de golpe y vio a su madre entrar al baño Layla se sobresaltó saliendo de la tina de un salto para alcanzar una toalla y cubrirse el cuerpo desnudo.

— ¿Qué haces aquí, mamá? — Exclamó alerta, alterada por la evidente y descarada invasión a su privacidad más elemental observando a la elegante mujer que se movía con garbo. 

—¿Pues qué más? Vine a recibir a mi hija— declaro molesta encendiendo la luz del baño deslumbrándola durante los segundos que le tomo adaptarse al cambio de iluminación —¿Y tú qué eres? ¿Un murciélago? Prende la luz niña — la regañó irritada la mujer frente a ella y Layla suspiro, por supuesto esa era su madre, la mujer la miro con expresión horrorizada —Te ves espantosa ¿Es que en ese lugar no te daban de comer? Por lo que cobraban podrían haber hecho al menos eso. Ser delgada es importante, pero tú estás flaca como un esqueleto y te queda fatal — anuncio la mujer haciendo gala de la absoluta falta de empatía que siempre había demostrado ante la menor de sus hijos. Sin desear seguir escuchándola Layla la rodeo saliendo del baño a lo que la mujer vio su espalda —¿Y ahora qué hiciste? — Le reprocho la mujer viendo las marcas en su espalda —Acabas de llegar y ya estás arruinando todo de nuevo, ¿Es que no aprendiste nada en todos estos tres años? — aquellas palabras molestaran a Layla como nada que aquella mujer hubiera dicho en toda su vida, por lo cual miro a la mujer con desprecio ,¡Tres años!, tres años en los que nadie se había molestado en ir a visitarla incluyéndola.

—No me fui castigada al rincón madre, no fui a un lugar al que se vaya para aprender una lección cuando uno es malo — aclaro corrigiéndola molesta contrariando la mujer tal vez por primera vez en su vida, sorprendiendo a la mujer por completo. 

—Pues por el berrinche que hiciste pareciera que sí — La amonestó molesta queriendo recobrar el control de la situación. 

—No fue un berrinche, perdí a mi primer hijo y caí en una depresión tan severa que estuve internada en un hospital psiquiátrico por tres años, ¡Tres años! — reclamo Layla a la mujer, ella la miro despectiva. 

—Debiste reaccionar de una forma más madura, mujeres pierden hijos y no ves a los hospitales abarrotados por ellas —

—Era una niña— replico.

            —Eres una mujer casada. Debiste ser más madura — insistió su madre cínica. 

—Que me obligaras a casarme a los 18, no hace que instantáneamente fuera suficientemente madura los 19 para afrontar sola una perdida tan grande — reclamo Layla entre dientes.

—Evidentemente — comento burlona sacando a la chica de sus casillas.

—Vete — ordeno con rotundidad y la mujer pareció sorprenderse parpadeando y abriendo los ojos completamente incrédula ante lo que estaba sucediendo. 

—¿Cómo te atreves? —

—Vete, fuera de mi casa — repitió Layla, la mujer tomo su bolsa del tocador de su habitación.

—Es una fortuna que tu esposo se haya ido y no esté aquí para a ver esto —

—¿Se fue? ¿Cómo que se fue? — cuestiono desconcertada Layla y su madre alzo una ceja.

—Sí, una semana por negocios, ¿No te aviso? — inquirió su madre y Layla le sonrío sin una pizca de gracia. 

—Pues no, para variar no me comentó nada — la mujer bufó.

—Pues deberías utilizar esa semana para recuperarte. Con el aspecto que tienes lo harás huir despavorido — sentenció la mujer saliendo de la habitación antes de irse de la mansión.

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