Capítulo 2

Se levantó temprano para su entrenamiento confidencial con el príncipe Jing. Era una práctica exclusiva y confidencial entre ella y él; solo el maestro Lee y Ulises estaban enterados, claro, este ultimo no debía saberlo.

Él la entrenaba una vez a la semana en un dojo oculto a las alturas de una montaña. Para ella ese entrenamiento era todo un reto, ya que, pasaría dos horas a solas con su amor platónico sin mencionar todos los roces que por obligación debían tener.  Leela vestía un pantalón lycra negro con una blusa blanca, holgada y larga hasta la cadera; su cabello estaba recogido en un moño que dejaba salir algunos flecos que caían sobre su rostro y llevaba unos zapatos negros de tela cómodos.

Entró con recelo al lugar y encontró al príncipe sentado sobre sus rodillas en medio del dojo, tuvo que respirar al ver su pecho descubierto mostrando sus magníficos pectorales. Como guerrera, estaba acostumbrada a ver el torso descubierto de los hombres, pero ver al príncipe así removía todo su interior.

Prefirió enfocar su atención en la acogedora cabaña para evitar ser descubierta mientras se lo comía con los ojos. El dojo era de madera fina y fuerte, ubicado en la cima de una montaña, donde se podían apreciar las nubes gracias a la altura; la paz y hermosura describían aquel lugar, pese a su rara decoración y carencia de muebles, pues allí solo se apreciaban unas cortinas blancas en las amplias y abiertas ventanas que danzaban con la brisa. Él abrió los ojos y en un rápido movimiento le lanzó una daga saltando de su lugar, giró en el aire hasta caer de pies con serenidad. Ella atrapó el arma con una mano sin mover un músculo extra. Él sonrió, pues, le encantaba apreciar su habilidad.

 —Hoy aprenderemos a coquetear —informó con una naturalidad que la descontrolaba. ¿Cómo podía soltar esas palabras con tanta serenidad cuando a ella le alteraba todo su ser?

 —¿A ... coquetear ...? —tartamudeó.

 —Claro. ¿Por qué me miras así? Serás espía, ¿recuerdas? Para algo ha de servir tu hermoso rostro. —Se acercó y tocó su mentón—. Porque, chica ruda, eres la guerrera más hermosa que tenemos. —Su mirada penetrante la estremeció.

 —Bueno, exagera. —Sus ojos grises brillaron—. Ha visto mejores —escupió con malicia. Él soltó su mentón avergonzado, pues era obvio que ella lo había escuchado.

 —Leela, tú...

 —Príncipe, no distraiga su coqueteo, al final seré yo quien lo enseñe —lo interrumpió. No quería hablar de lo humillante que fue escuchar aquello.

 —Tienes razón. —Sonrió—. Anulaste mi jugada. Creo que sabes muy bien del tema.

 —Príncipe, toda mujer es una experta en el área, podemos dejar esa parte y concentrarnos en la pelea.

 —¡Te gusta pelear!

 —No, me gusta aprender. —Ella corrigió y se acercó sutilmente, pasó la yema de su dedo sobre su mejilla. Pudo admirar ese rostro varonil de cerca y guardar una imagen intacta para sus fantasías. De repente sacó la daga que él le había dado y lo atacó; Jing detuvo el ataque doblando su muñeca, ella giró y liberó su mano dejando patadas en el aire que él esquivó con facilidad. Ambos giraron por encima del suelo como si estuvieran danzando una baile sensual y peligroso a la vez.

La batalla empezó, ambos lanzaban golpes estando aún en el aire, esquivando los ataques del otro. Él la tomó por la muñeca y la giró por encima de su cabeza, ella dio vueltas quedando sus pies arriba y la cabeza abajo, aún en la inexistente gravedad. Posó sus manos sobre los hombros de él como soporte mientras sus piernas estaban erguidas hacia arriba, las bajó enredando la cintura del príncipe con ellas. Entonces sus brazos estaban rodeando el cuello de él, dejando sus rostros tan cerca que sus respiraciones se hicieron una y sus ojos no dejaban de conectarse. Ella acercó su cara, pues al parecer, se estaba dejando llevar por el éxtasis del momento.

 —Príncipe, ¿alguna vez ha besado? —preguntó con una sonrisa coqueta.

 —¿Qué hombre a mi edad no ha besado, preciosa? —respondió con picardía.

 —¿Cómo sabrán sus labios? —Ella musitó acariciándolos con su dedo.

 —¿Por qué no lo averiguas por ti misma? —Dejó salir una sonrisita.

 —Lo siento, prefiero unos labios que no corten los míos —negó girando hacia abajo. Sus piernas seguían entrelazadas a su cintura, pero llevó su torso por debajo del príncipe, ubicándose en su espalda, ahora sus piernas lo abrazaban desde atrás y su cuello estaba atrapado con el brazo de ella, con el que le quedó libre posó la punta de la daga en el lado derecho del cuello de él.

 —¿Me tienes en tus manos? —El príncipe preguntó con ironía y sonriendo a medias. Sus brazos se deshicieron de su agarre con una rapidez increíble, ella nunca había visto a alguien reaccionar tan rápido. Le propinó un golpe en el estómago que la dejó sin aliento por unos segundos, su puño fuerte iba dirigido hacia su rostro, pero ella lo atrapó con sus dos brazos. De una pirueta subió sus dos piernas al aire para golpearle el rostro, mientras sostenía el brazo de él, Jing se echó cayendo de espalda y ella quedó encima de su torso. Él agarró ambas muñecas una con cada mano y la acercó más a él—. ¿No deseas probarlos aún? —volvió ofrecer. Ella sonrió maliciosa.

 —Quiero mantener mis bellos labios intactos, así que paso.

Jing escupió una diminuta navaja de la boca que se clavó en la pared de madera.

—¿Su oferta sigue en pie? —Ella sonrió con picardía. Él negó.

 —Perdiste tu oportunidad, preciosa. —Sonrió. La agarró por la cintura y la tiró contra la pared, dio un salto y cayó de pies—. Aún tienes mucho que practicar antes de que seas una espía oficial —comentó con seriedad.

 Era increíble lo rápido que cambiaba de personalidad. Ahora se mostraba frío e indiferente, como si la conexión anterior no hubiera existido, como si de verdad fuera un simple entrenamiento. Bueno... era un simple entrenamiento. ¿Por qué tenía que crearse cosas en la cabeza para terminar tan vacía? Así eran sus prácticas con él, llenas de tensión, sensualismo y flirteo, para que después, todo terminara como siempre; distante, frío e indiferente.

***

 —Leela... Leela... ¡Leeelaaaa!

 —¡¿Qué?! —gruñó cuando Ulises la sacó de su ensoñación.

 —Oye, estás en otro lugar. —Su amigo tronó los dedos—. Despierta, chica ruda.

  —Ulises... —Hizo una pausa—. ¿Cómo haces para desenamorarte? —Suspiró.

  —¿Hablas de tu obsesión con el príncipe?

  —No es obsesión. —Lo miró mal—. Realmente me gusta. —Ulises suspiró.

  — Debes olvidarte de eso —advirtió—. Él es un príncipe. 

 —¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué tenemos que estar divididos entre reales y no reales? Todos somos personas que sentimos y sufrimos, vamos al baño y depositamos lo mismo; tenemos las mismas partes del cuerpo, ¿por qué tiene que ser imposible? —su amigo bufó ante su lógica.

 —Con el príncipe es diferente —contestó—. No basta ser de sangre real.

 —¿Ah no? 

 —¡¿Que no lees?! 

 —Deja de regañarme, Angelito.

 —Y Tú deja de llamarme así.

 —Tú me dices chica ruda. 

 —Todos te llaman así y te gusta. Soy un hombre, no me gusta ese nombre —ella rio.

 —Lo siento, Angelito —El rizado se cruzó de brazos.

 —Volviendo al tema —prosiguió rendido—. ¿Recuerdas la boda del príncipe coronado? —Ella asintió—. Pues fue con una chica de otro reino porque ella era su esposa elegida, su complemento. —Leela agrandó los ojos.

 —¿Por qué nunca me enteré de eso?

 —Porque siempre estás en tu mundo suspira príncipe.

 —¿Entonces, dices que los príncipes no se casan sino con esa persona elegida? —Él asintió—. Y, ¿cómo lo saben?

 —El príncipe tiene dos gargantillas en una. Cuando esa persona se convierte en su complemento y amor genuino, la gargantilla se divide. El príncipe la pone sobre el cuello de ella y si ambas brillan, ella es la elegida. Siempre que estén cerca el uno del otro, las gargantillas emanarán un brillo sutil que casi no se nota; pero, si duran mucho tiempo sin verse o sucede una separación y se juntan de nuevo, las gargantillas dejarán salir un brillo intenso para recordarles su relación.

 —Me gustaría ponerme esa gargantilla. —Suspiró.

 —No eres sangre real —refutó—. Solo alguien con sangre real puede ser complemento del príncipe.

Ella bajó la mirada.

 —¡Y vuelven las separaciones de clases sociales! 

 —Es mejor que te olvides del príncipe. Además, eres una guerrera, no serías una esposa ideal.

Leela asintió con tristeza en sus ojos. Hubiese deseado nacer bajo otras circunstancias o que el mundo fuese diferente.

***

La alarma la despertó como todos los días. Se incorporó sobre la cama exaltada y emanando sudor frío, su corazón dolía con un vacío intenso y dos lágrimas recorrieron su rostro. Ese dolor otra vez al despertar, como si algo o alguien le faltara.

Se levantó lentamente de la cama para prepararse para el trabajo. Como editora de periodismo, tenía que llegar a tiempo para lidiar con todas las tareas que se le acumulaba, cosa que últimamente no estaba haciendo. Apenas desayunó, le dio de comer al gato que encontró hambriento en la calle y que aún no le había encontrado dueño.

 —¡Adiós, Angelito! —No supo por qué lo llamó así, pero se sentía bien el nombre. Tomó sus llaves y emprendió la marcha a su labor.

Al mediodía decidió dejar su trabajo para almorzar fuera de la oficina.

 —¡Hasta que por fin saliste de tu encierro! —Su amiga bromeó —. He tenido que almorzar sola todos estos días.

 —Es que tenía demasiado trabajo acumulado y me he sentido fuera de lugar, ¿será el estrés? —Nora comentó ida y su amiga la miró suspicaz mientras degustaban su comida. Estaban en un restaurante que les quedaba cerca de la compañía.

 —¿Otra vez soñando con el nunca jamás? —se burló.

 —Es un sueño tan real que cuando despierto lloro. ¿Crees que debo ir a un psicólogo?

 —Lo que necesitas es un hombre que te quite todo el estrés acumulado por falta de sexo. —Nora se sonrojó.

 —Tú y tus cosas. —Meneó la cabeza con una sonrisa.

 —Piénsalo; sueñas con un príncipe que está buenísimo y con batallas —soltó una sonrisa maliciosa—. Necesitas un hombre para dar la batalla más placentera que hayas peleado. —Ambas rieron.

 —Mi mente no está puesta en un hombre ahora. Yo... necesito algunas respuestas, no sabría explicarlo —titubeó al dejar salir sus palabras, pues sabía que no tendrían sentido—. ¿Alguna vez has sentido como si pertenecieras a otro lugar y tuvieras otra vida?

 —¡Claro que sí! —La rubia asintió—. Debería ser millonaria, vivir en Hollywood y estar casada con Brad Pitt. —Ambas estallaron en carcajadas.

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