Dos caminos que se juntan, no puede ser por casualidad!

¿Cómo rayos es que intento evitarla y vuelve a cruzarse en mi camino, y por qué tiene que ser cerca de mi casa? ¿Qué tiene ella que hacer aquí en mi pueblo natal? No lo entiendo, ¿y por qué está entrando a ese lugar? ¿Acaso no sabe que ese bar está lleno de los chicos “malos”, o al menos los que juegan a ser malos? Bueno, no me importa, ni si quiera tengo que quedarme aquí parado.

Prometo que estaba yéndome cuando un hombre se acercó a mí y me dijo que llevaba mucha prisa, y me pidió que le entregara algo a la chica que acababa de entrar a aquel sitio. Le pregunté a qué chica se refería, pero mientras este amigable señor sacaba un libro negro de su maletín me lo entregó y me dijo:

—Ya sabes a qué chica me refiero.

Al observar aquel y viejo desgastado libro que tenía en mis manos me di cuenta que era el mismo libro que aquella chica sostenía en sus manos la primera vez que la vi y también el que Joan tenía sobre su escritorio. No podía creerlo, finalmente estaba sosteniendo el libro, pero, ¿quién era ese extraño y por qué tenía el libro de aquella chica, y, sobre todo, por qué me había pedido a mí que le entregara el libro a ella? ¿Cómo sabía que nos conocíamos? Mientras me cuestionaba acerca de esto la vi salir corriendo de aquel lugar. No puede ser, ¿y ahora qué tiene esta chica?

La seguí desde mi auto, parecía como si estuviera buscando a alguien, miró en todas direcciones y se acercó a muchas personas, pero parecía que no podía encontrar lo que buscaba y después de un tiempo pareció rendirse. Por su forma de caminar, parecía estar agotada. Creo que debió estar muy inmersa en sus pensamientos, ya que no se percató que dos hombres ebrios iban en dirección a ella, se pararon frente a ella y parecían decirle algo, finalmente ella reaccionó e intentó esquivarlos, pero estos le bloquearon el paso. «¿Por qué no solo los empuja?», pensé, solo son dos borrachos y mientras pensaba en abandonar la escena, vi que uno de ellos sostenía un puñal. «¿Es una broma?» pensé, cómo puede estar pasando esto y justo ahora frente a mis ojos, no puedo salvarle la vida por siempre, ¿acaso no hay nadie en la calle que pueda auxiliarla? Pero ante mi sorpresa, las personas que pasaban junto a ellos parecían no notar la presencia de aquellas tres personas. Aceleré el auto y toqué la bocina un par de veces.

—¡Sube al auto! —le dije. Esta se quedó por un momento inmóvil—, sube al auto al menos que quieras que te hagan daño —le dije.

Entonces subió al auto y me puse en marcha. Conduje por un buen tiempo en silencio. Creo que fue el silencio más incómodo para mí y quizás también debió serlo para ella. Acabé con el silencio al preguntarle donde debía dejarla.

—En mi departamento —fue su respuesta.

—¿Y eso dónde queda? —le pregunté.

—No lo sé —respondió.

—¿Dónde vives? Si no me dices dónde, ¿cómo podré dejarte ahí?

—No lo sé —gritó esta vez mientras posaba sus manos sobre su cabeza—. No puedo recodarlo —comenzó a decir—, no puedo recordar dónde vivo.

Al ver que parecía decir la verdad, le pedí que se tranquilizara.

—Llamaré a Joan y le pediré que venga a buscarte.

Mientras le decía esto, vi a sus ojos fijarse en el libro negro y degastado, extendió su mano y lo tomó, incrédula lo vio y después de abrirlo y hojearlo dirigió su mirada hacia mí.

—¿Qué hace este libro aquí? —preguntó en tono seco—, ¿cómo es que tienes este libro? ¿Dime por qué lo tienes tú y de dónde lo has sacado?

—Tranquilízate un poco y termina de escuchar lo que voy a decirte antes que te hagas una idea equivocada; como verás yo vivo muy cerca del lugar donde te encontrabas y mientras me dirigía hacia casa de mis padres, te vi entrar a un bar y mientras estaba ahí estacionado un hombre se acercó a mí y me entregó este libro y me pidió que te lo diera, no dijo nada más y solo desapareció, y cuando pensé en dárselo a Joan para que te lo entregara, vi a los dos borrachos que se metían en tu camino, y hubiera pasado de largo, pero vi que uno sostenía un puñal y las personas parecían no notar la presencia de ustedes ahí.

Ella suspiró profundo y se dejó caer en el asiento.

—De todas las personas tenías que ser tú, aun si lloro, aun si lanzo rabietas nada podrá hacerle cambiar de opinión.

—¿A qué te refieres? —le pregunté.

—¿Acaso todavía no lo entiendes? —me dijo.

—¿Entender qué? —repliqué.

Volvió a suspirar profundo y me dijo:

—Necesito que llames a Joan y le preguntes por la dirección de mi casa, no le digas que estoy aquí contigo, solo dile que tienes algo que quieres devolverme.

—Está bien —respondí y tomé mi celular y llamé a Joan.

Estacioné frente a su apartamento y me pidió que la siguiera. Entramos a su apartamento y me pidió que la siguiera a su habitación.

—¿Estás segura? —le pregunté.

—¿Y por qué no habría de estarlo? —dijo mientras me clavaba su mirada.

—Lo digo porque puede ser incómodo que un extraño como yo entre así como si nada a tu apartamento y luego a tu habitación.

—Deja de hablar y sígueme —dijo.

Jaló una cuerda que colgaba del techo de su habitación y una escalera se extendió, subimos por ella y entramos al ático, me asombró ver todas aquellas cosas pegadas sobre la pared.

—¿Qué? ¿Te asombra lo que ves? No es para tanto, solo soy una apasionada estudiante de criminología.

—No hubiera siquiera imaginado que te gustaba la investigación, creí que siempre eras una chica despistada.

Me vio fijamente y luego preguntó:

—¿Lo dices porque olvidé la dirección de mi casa, o porque crees que no pude recordar que eras el chico que me acosaba en Viena?

—¿A qué te refieres? —le dije.

Ella rio.

—Cuando te vi en el hospital supe que eras el chico que se había sentado junto a mí en el autobús, pero no dije nada porque ese día me habías salvado la vida, me salvaste de las manos de un poderoso líder de trata de personas.

—Ya que lo mencionas, ¿por qué estabas en compañía de alguien como él? —le pregunté.

—¿Acaso no lo ves? Amo investigar y en ese momento tampoco era como que me importase vivir, quería hacer algo arriesgado, había perdido las emociones, no podía sentir felicidad y tampoco miedo, así que hice todo eso para poder sentir que vivía por un propósito y no solo por existir.

—Y vaya que fue emocionante —dije entre dientes.

—Podría ser —respondió ella—, pero al volver a casa me sentí igual de vacía y por eso es que voy por la vida metiéndome en problemas. Pero ya ni eso me genera emociones, y pues lo de olvidar la dirección es normal, el Doctor dijo que podría olvidar cosas, pero nunca me imaginé que podría incluso olvidar la dirección de mi casa, no se lo digas a Joan o terminara hablando con mis padres y estos harán que me internen en un hospital. Bueno, déjame mostrarte la razón por la cual estas aquí.

Colocó el libro negro en mis manos y se dirigió a una mesa de donde sacó aquel libro que le había visto hojear en Viena, solo que estaba cubierto de polvo.

—Nunca imaginé volver a abrir este libro, pero supongo que Él ganó y tal y como aquí lo dice no podré esconderme de Él y tú tampoco podrás hacerlo.

—Pero si este libro no es el tuyo, entonces, ¿de quién es? —pregunté. 

—Quien me dio este libro me dijo que había sido escogida para llevar a cabo una misión y dijo que cuando el tiempo llegara, me encontraría con más personas a las cuales se les había designado la misma misión.

Le pregunté cómo podría reconocerlos, pero su respuesta fue que simplemente lo sabría, y ahora creo saber a lo que se refería.

—No entiendo qué es lo que estás hablando y tampoco entiendo por qué ese extraño me pidió que te diera este libro.

—¿Acaso no lo puedes ver? es el libro, todos los que hemos sido elegidos poseeremos el libro, después de todo es en el libro donde encontraremos las respuestas que buscamos, al menos eso fue lo que esa persona me dijo.

—¿Qué persona? —pregunté.

—No lo sé —respondió ella—, la última vez que le vi fue en mis sueños y fue un día antes que te sentaras a mi lado en Viena.

—¿Y según tú cuál es la misión para la cual “fuimos elegidos”?

—No tengo ni la menor idea —replicó ella—, desde que recibí el libro lo guardé porque creí que alguien estaba gastándome una broma.

—Entonces, ¿cómo es que me has dicho todo eso? En serio no logro comprender la locura de la que hablas —le dije.

—Tampoco yo lo comprendo —dijo ella—. No había mostrado interés, cuando te conocí en Viena a pesar del sueño que tuve, mi mente estaba más concentrada en atrapar aquel hombre, que perdí el control de la situación y casi la vida. Y cuando apareciste en el hospital, olvidé lo del autobús y me centré en que, gracias a ti, ese hombre no se pudo salir con la suya.

Me levanté del mueble y bajé las gradas mientras me sentía como un completo tonto.

—¿Por qué te estás marchando? —me dijo ella mientras trataba de alcanzarme.

—¿Te parezco una broma? —le dije mientras continuaba caminando.

—¿Una broma? —replicó ella.

—Sí una broma —le dije—, seguramente contrataste a alguien para que me entregara este viejo libro, querías venganza por todas esas cosas duras que te dije.

—¿En serio crees que eres tan importante, en serio crees que perdería mi tiempo con un canalla como tú?

Me giré y me dirigí hacia ella.

—Si soy un canalla, dime, ¿por qué me has traído hacia tu apartamento?

—¿Por qué? ¿Crees que quería invitarte porque sí?, sácate esa tonta idea de la cabeza. ¿Sabes qué?, vete y llévate tu libro y haz con él lo que quieras. Estoy cansada de tener que tratar contigo, te crees el importante e intentas minimizarme, piensas que estoy loca porque tengo que pelear cada maldito día que pasa por vivir. Vete, no quiero estar cerca de alguien como tú.

Subí al auto y me marché, estaba furioso conmigo mismo, había caído en la trampa de esa loca.

—Es una loca —me decía a mí mismo, en eso mi celular comenzó a timbrar, era mi abuela quien llamaba, al responder ella me pidió que fuera a su casa ese fin de semana, pero me hizo la petición más descabellada que jamás pudiera haber escuchado, quería que llevara a esa chica conmigo.

—No puedo hacer lo que me pides —respondí.

—Claro que puedes y lo harás, y ambos asegúrense de traer su libro.

—Espera —le dije a mi abuela—, ¿cómo es que sabes que yo también tengo un libro? —le dije.

—Hablaremos sobre eso cuando estén aquí —dijo ella y luego colgó.

Giré el auto y regresé a casa de esa chica, no sabía a lo que ella estaba jugando, pero no iba a permitirle que metiera a mi abuela en su tonta venganza.

—Valery abre la puerta —le decía mientras continuaba tocando la puerta.

—¿Y ahora qué quieres? —dijo mientras abría.

Entré a su apartamento y cerré la puerta tras de mí.

—Escucha —le dije mientras le apuntaba con mi dedo—. No sé cómo has conseguido comunicarte con mi abuela, pero no voy a tolerar que la uses para llevar a cabo tu tonta venganza.

—No entiendo las locuras que estás diciendo, pero no me siento bien así que voy a pedirte que te vayas —decía esto mientras sostenía su cabeza con ambas manos.

—No pretendas hacerte la inocente —le dije mientras la miraba caer sobre sus rodillas, bajó una mano y me pidió que le alcanzara el frasco de pastillas que estaba en la mesa. Vi su rostro y estaba casi igual de blanco que un papel, me apresuré y tomé el frasco y un poco de agua y se lo di.

Después de tomarlo, la ayudé a sentarse sobre el mueble. Mientras la observaba me sentía confundido, estaba molesto con ella, pero por alguna extraña razón sentía que ella decía la verdad. Por alguna razón, giré mi cabeza y vi que en el apartamento de en frente una extraña mujer observaba a Valery fijamente, su mirada era fría y malvada, cuando esta se percató de mí, retrocedió hasta ocultarse detrás de una cortina, pero seguía sin apartar su vista de Valery.

—¿Te has dado cuenta que hay una mujer del otro lado observándote? —pregunté.

—Sí —alcanzo a responder mientras se llevaba las manos a la cabeza—, cierra la ventana —exclamó.

Fui y cerré la ventana.

—Qué gente más extraña vive por aquí —le dije.

—Creo que ya me he acostumbrado —dijo mientras se ponía en pie.

—¿Por qué ya no estás sosteniendo tu cabeza? —le pregunté.

—¿Será porque el dolor ya se ha ido? —respondió.

—No me digas que solo estabas fingiendo.

—¿Te pareció que lo fingía? ¿Te parece que quiero tomar medicamentos porque sí? Joan estará aquí pronto, creo que debes irte al menos que quieras ser tú quien responda a todas sus preguntas.

—¿Segura que no has sido tú la que has llamado a mi abuela?

—Escucha no conozco a tu abuela y tampoco estoy interesada en llamarla, y ahora vete que ya he tenido suficiente de ti por este día.

Durante la noche meditaba en mi cama en todo aquello que había sucedido preguntándome si realmente Valery decía la verdad, y si ese era el caso, quién era el hombre que me había entregado ese libro y qué era lo que esperaba de mí o de ella. Tantas cosas se cruzaron por mi cabeza, pero todas ellas muy alejadas de la realidad.                                         

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