Capítulo 2

Llevo media hora esperando a que Marcela abra la puerta.

La llamé, como siempre, pero no me respondió. Seguro volvió a quedarse dormida, su hijo más pequeño a veces no la deja dormir por las noches.

Y es que, como era de no imaginarse jamás, volvió a ser madre. Sí, tiene tres hijos. Pablito tiene tan sólo ocho meses de vida, por alguna razón, no siguió con el padre de este. Aunque el tipo si estaba enamorado, aún la busca. Lo compadezco, porque yo también pasé por eso, hasta que me enteré de que salía con otro.

Saco mi teléfono otra vez para llamarla, pero justo recibo un llamado de Soledad, su madre.

-Armando, querido. Te estoy esperando con la niña para que pases por ella. Está desesperada, ¿no vendrás? – maldigo en mi interior y me voy corriendo al auto -.

-Señora Soledad, buenos días. No sabía que debía ir por mi hija a su casa.

- ¿Marcela no te dijo? Ay, esta niña. Anda toda revolucionada con un novio nuevo y ya está haciendo lo de siempre – me dice, mientras yo enciendo el auto -. Ya creíamos que no venías.

-En menos de diez minutos estoy allá – pongo el teléfono en altavoz, para no perder tiempo -.

-No corras, no hay prisa.

-No quiero perder ni un minuto más, usted sabe que yo no puedo retrasarme en dejar a Sol.

-No te preocupes – suspira -, Marcela se fue a la playa y me dijo que podías quedarte con Sol todo el fin de semana.

-Bien, entonces nos vemos.

Le corto y salgo hecho una furia. Otra vez me la hizo.

Siempre que sale con alguien nuevo, deja a mi hija con su abuela. Lo peor es que todos los nietos terminan con la señora Soledad, mientras ella se divierte.

Pero eso ahora me da lo mismo, porque tendré un fin de semana junto a mi hija y eso es lo que importa. Y sin querer, ya estoy planeando cosas por hacer con ella, porque mi único panorama era quedarme viendo la tele luego de dejarla con su madre el día de hoy, y para mañana sólo quedarme en pijama en casa.

Cuando llego, me bajo rápido al ver a mi niña sentada en la puerta de entrada, junto a su abuela. Al verme, corre a mis brazos, yo me arrodillo para que pueda hacerlo sin problemas. Sí, mi niña me tiene a sus pies.

- ¡Papi! – se aferra a mi cuello y se me desaparece todo el enojo con su madre -.

-Mi princesa – beso su frente -. ¿Cómo estás?

-Enojada. Seguro que mamá no te dijo que estaba aquí – miro a la señora Soledad, parece desconcertada. El acuerdo es no decirle ese tipo de cosas, porque no las necesita -.

- ¿Por qué lo dices, mi niña?

-Porque tú nunca te tardas, a menos que ella no te avise – se cruza de brazos y hace morritos con la boca -.

-Eso no importa – le digo tocando su nariz -, tendremos todo el fin de semana para nosotros.

- ¡¿En serio?! – grita y empieza a saltar, voltea a mirar a su abuela -. ¿De verdad, Lela?

-Sí, cariño – le dice Soledad -.

- ¡Yupi! – y se va a la casa, seguro que por sus cosas -.

- ¿Conoce al tipo que está con Marcela ahora? – le pregunto, mirando que Sol no venga aún -.

-No me lo ha presentado todavía, según ella son sólo amigos.

-Espero que esta vez no se equivoque – le digo ya sin amargura, hace mucho que la superé -.

-Querido, tú nunca fuiste una equivocación en su vida.

-No fue lo que ella me dijo – Sol se acerca corriendo desde la casa -. Pero eso no importa ahora, tengo a mi princesa.

Abrazo a mi pequeña, luego le tomo la mano y la llevo hasta el auto. Le abro la puerta y sube en la parte trasera, donde está instalada su silla. Le pongo el cinturón y dejo su mochila en el maletero, la señora Soledad se queda esperando.

-Le di un ultimátum - me dice cuando me acerco para despedirme -. Si esta vez se embaraza, no cuidaré más a los niños. Ya no estoy para esos trotes, cuidar bebés pequeños ya no es lo mío.

-Y está bien, ese es trabajo de los padres, no de los abuelos. Aunque agradezco lo que hizo por mí cuando estudiaba, gracias a eso puedo darle todo lo que mi hija necesita.

-Y no me arrepiento. Eres un hombre responsable, mientras que ella se convirtió en la adolescente que nunca fue. Tú te dedicaste a estudiar y trabajar para tu hija, por tu parte lo hice, lo hago y lo haré con todo el gusto del mundo.

Me da un abrazo y le devuelvo una sonrisa. Me subo rápido al auto, porque mi niña ya está desesperada por tener el fin de semana conmigo y yo también.

Ya en el auto, me giro y le pregunto:

- ¿Dónde quieres ir princesa?

- ¡A la playa! – levanta los brazos y luego se queda estática -. Mejor no, vamos a comprar helados. Chocolate para mí y pistacho para ti.

- ¿Desayunaste?

-Mmm… no, porque te estaba esperando.

-Entonces vamos a tomar un rico desayuno y por la tarde vamos por esos helados.

-Pero papi…

-Sol Stuardo, desayuno primero.

-Está bien – me dice cruzando los brazos y dejando de mirarme -. Tú ganas.

-Vamos entonces, donde el tío Felipe.

- ¡Sí! Me encantan sus desayunos, por eso siempre su restaurante está lleno.

- ¿Por qué no quisiste ir a la playa? – le pregunto, mirándola por el retrovisor -.

-Porque no quiero encontrarme a mamá, estoy enojada con ella.

Me propongo hablar con ella luego sobre eso, no me gusta que albergue esos sentimientos a su madre, es una niña y prefiero que viva feliz, sin rencores.

Y nos vamos al local que Felipe tiene en el centro de la ciudad. Era el negocio familiar que había heredado de su madre.

Felipe era una de las personas que más admiro. Él jamás conoció a su padre y la relación con su madre nunca fue buena. Mientras ella se preocupaba de sacar adelante su negocio, Felipe era criado por una vecina.

Vivió en carne propia las relaciones fallidas de su madre, las que muchas veces le significaron mudarse a casa de su vecina o su abuela. A pesar de la situación económica de su madre, a él siempre se le veía con ropa usada, zapatos rotos e, incluso, usando los cuadernos que le habían sobrado del año anterior, esos a los que no se le ocupan tantas hojas.

Cuando entramos a la enseñanza media se reveló.

Comenzó a trabajar con el marido de su vecina los fines de semana. Él dice que, de cierta manera, él fue su padre. Le enseñó a recolectar huiro, algas y a bucear. Todo lo que él sacara del mar y recolectara de la orilla de la playa le pertenecía. Y ganaba bien, el hombre se preocupaba de conseguir buenos precios y le daba su parte.

Cuando no se podía ir a trabajar, por la veda o la marea, se dedicaba a coser redes de los cultivos marinos que están cerca de la ciudad.

Dejó se usar ropa vieja, comenzó a ahorrar y comprar lo que necesitaba. Con el dinero que reunió durante esos cuatro años se pagó los primeros tres años de carrera de Gastronomía. El último, lo pagó trabajando de mesero en un restaurante durante los tres anteriores.

Justo al terminar, su madre enfermó gravemente de cáncer. Nada se pudo hacer. Para entonces tenía un hijo de diez años, ella le dijo que buscaría al padre de su hermano y se lo entregaría, pero él se negó. Todos sabían que el tipo era un borracho y no quería para su hermano lo mismo que para él.

Hizo que legalmente le dejaran la custodia de su hermano, que hoy tiene 15 años y lo ayuda cuando no tiene deberes del colegio. Se adoran y se cuidan mutuamente.

Al llegar al restaurante de Felipe, Sol aplaude porque ya está atendiendo. Al ayudarle a bajar del auto, sale corriendo, gritando “tío Felipe”.

-Solecito querido – le dice mi amigo mientras la abraza -. Cuánto tiempo sin verte, cariño.

- ¡Sí! Pero ya vine, no me olvido de ti – mientras lo abraza otra vez -.

-Que bueno, porque yo tampoco – se va tras la barra de atención y saca una bolsa de regalo -. Aquí está la prueba. Toma.

Sol mira la bolsa con los ojos llenos de emoción, me mira y yo asiento. Nunca toma un regalo sin permiso, aunque no lo necesita.

-Pero tío, no es mi cumpleaños y falta para navidad.

-Pero mañana es el día del niño – le guiña un ojo-.

- ¿Es verdad papi? – me mira feliz -.

-Sí, mi princesa – comienza a saltar y me mira las manos -. Mi regalo está en casa, esperando.

Se apresura a abrirlo, cuando saca el contenido se queda boquiabierta unos segundos y luego empieza a saltar de felicidad. Felipe le ha regalado un rompecabezas de 250 piezas, con la imagen de una casa en el campo rodeada de flores de muchos colores.

Sí, esas son las cosas que le gustan a mi hija de seis años. Yo todavía tengo problemas con los de 100.

-Gracias tío – le da un abrazo -.

-Por nada, mi chica de ojos azules.

-Papi, ¿puedo armarlo ahora? – me mira con ilusión y moviendo sus piececitos -.

-Claro, princesita – le dice Felipe, le señala una mesa -, allá nadie te molestará. Ya te llevo tu desayuno preferido.

Sol se va a la mesa que Felipe le indicó y se pone a ordenar las piezas. Nos quedamos mirando sus manitos, mientras hablamos de la noche anterior y Felipe le prepara su desayuno.

A Felipe le fue bien con la amiga de Valeria, que resultó llamarse Briana. Se dedicaron a bailar y quedaron en salir nuevamente, pero la próxima sería los dos solos. De Matías no se sabía nada.

-Matías siempre ha sido de una noche. Prefiere no involucrarse sentimentalmente – le digo a Felipe -. Pero algún día sentará cabeza.

-Puede ser, pero me interesa más cómo te fue a ti. Tú eres el monje en este trío amistoso.

-Bueno, creo que tal vez me gané una buena amiga y una posible trabajadora.

Ante la cara de mi amigo, le cuento todo lo que hablamos luego de que se fueran. Cuando ya está lista la comida para Sol, nos vamos con ella. Felipe le deja encargada la barra a uno de los chicos.

Cambiamos el tema a uno más apto para Sol y tratamos de ayudarle con el rompecabezas, pero es imposible. Cada vez que confundimos los colores, se molesta y nos reta. Lo mejor es dejarla que lo haga a su manera. Ya tiene todos los montoncitos de piezas apartados y unos pocos están unidos.

Nos quedamos un rato más. Pero cuando veo que comienza a llegar más gente, decido que es hora de irnos. Felipe le regala unas bolsas pequeñas para que guarde todo por separado y un pocillo cuadrado donde poner lo que consiguió armar. Mi niña es muy buena en esto.

Nos despedimos y salimos del local. Subimos al auto y la llevo a dar un paseo por el parque. Mientras ella se divierte con otros niños, me llama un número que desconozco.

-Hola, soy Valeria.

-Hola, mi teléfono no lo reconoció.

-Sí, es que este es mi número personal. El que te di lo uso sólo para trabajo. Prefiero no mezclar contactos.

- ¿Alguna mala experiencia? – me causa curiosidad tanto cuidado en eso -.

-Claro que sí, ya te contaré – se ríe -. Te llamaba para preguntarte si podríamos salir hoy en la noche, me agradó tu compañía y me gustaría seguir hablando.

-Me encantaría, pero me enteré de que tengo el fin de semana para estar con mi hija.

-Ya veo… - aquí seguro no la vuelvo a ver. A las mujeres que conocí les gusta la exclusividad -. ¿Sería apresurado si la conociera?

-La verdad, no lo sé. Es la primera vez que le presentara a una amiga.

-Puedes decirle que soy una compañera de trabajo que necesita ayuda con algo.

-Prefiero decirle la verdad – pienso un poco y se me ocurre algo -. Deja preguntarle, se supone que es nuestro fin de semana y mañana es el día del niño. No quiero alterarla, no ha tenido una buena semana.

- Claro, tú me avisas. Sin miedo, no hay apuro.

-Gracias por comprender.

-De nada – hace silencio -. Ahora tengo más ganas que antes de quedar contigo. Espero tu llamado.

Y me corta.

No entiendo cómo puede ser que tenga tantas ganas de salir conmigo. Ni siquiera sé cómo me tendrá paciencia, a mí, un hombre adulto que debe preguntar a su hija si quiere conocer a una amiga que recién conozco.

La dejo jugar un rato más, se le ve feliz con otros niños. Cada cierto rato me llama y me saluda desde lo alto del juego. Verla así me tranquiliza, ruego cada día que las acciones de su madre no la traumen o la hagan querer ser como ella. Me moriría de dolor si cometiera nuestros mismos errores.

Le hago señas con la mano para que se acerque, le digo que es hora de irnos y me da la mano. Nos vamos a la casa y preparo un almuerzo rápido, pero que a ella le gusta.

Mientras comemos, le pregunto qué quiere hacer por la tarde:

-No sé.

- ¿Quieres ir a la playa?

-No – se pone seria -.

- ¿Qué pasa, princesa? A ti te gusta ir a la playa.

-No quiero encontrarme con ella – “ella” da vueltas en mi cabeza y luego caigo en cuenta, Marcela está ahí -.

- ¿Estás enojada con mami todavía? – al estar con Felipe, olvidé hablar con ella sobre eso -.

-Sí – deja el tenedor en el plato y me mira -. En lugar de tener tantos novios, debería estar contigo. Todavía no entiendo que mis padres estén separados y los de mi amigo Joaquín no.

-Solecito, ya hemos hablado de eso.

-No importa. Veamos películas aquí, las de Barbie.

-Por favor, cualquiera menos esas.

-Mmm… bueno – dice de mala gana -. Que sea Bob Esponja.

Y así, luego de lavar los platos y limpiar la cocina, nos acomodamos en el sofá para ver las películas que mi pequeña quería. Hasta que nos dormimos, porque hoy no hay restricción de horario.

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