Capítulo 3

Una noche muy caliente

El enorme cuerpo del Don se pone caliente por cada gemido que deja salir Kara. Él da suaves embestidas esperando el momento para darle lo que le pide la loba. Kara se remueve en búsqueda de su propia liberación.

—Cachorrita, estás tan caliente —murmura.

Da una embestida profunda mientras aprieta su mandíbula y se contiene lo más que puede. Decide aumentar sus embestidas y sale casi por completo del interior de la loba, que aruña su espalda cada vez que entra en ella. Llena cada rincón de su concha.

—Oh, joder —gruñe cuando siente la contracción que ejerce la loba a su alrededor.

Sin duda alguna, el Don se siente tan complacido que no quiere acabar todavía.

Mueve en círculos sus caderas y la embiste con fuerza.

Kara suelta un gemido.

El sudor comienza a deslizarse por sus cuerpos y el calor que sienten es sofocante.

Jadeos, gruñidos y gemidos inundan la pequeña habitación.

—Alfa…

Él gruñe con disgusto.

—Cachorrita, no me llames alfa. Mejor dime Don —pide.

Kara asiente.

—No puedo más —jadea, se remueve y siente un cosquilleo en su vientre.

Su respiración es agitada por el orgasmo que se acerca.

—Anda, cachorrita, córrete.

Es como una orden para su cuerpo.

Cierra sus ojos y deja salir un fuerte gemido que provoca que el miembro del Don salte dentro de su concha listo para su liberación. Él gruñe porque no se siente listo para correrse, pero su cuerpo se lo exige, por lo que la embiste con más rapidez. Antes de liberarse, sale de la loba y le deja un vacío en su interior. Se separa de su cuerpo. No necesita tocarse para llegar, pues el rostro sonrojado y el cuerpo mojado por el sudor de la cahorra es suficiente estimulo, así que se corre sobre el vientre de Kara, llenándolo con su espeso esperma caliente. Un ronco gemido sale de sus labios y suspira por lo bien que se sintió al poseer el pequeño cuerpo. Baja de la cama para acercarse a la puerta y se marcha. Deja a una agotada Kara en la cama. La loba no tiene la suficiente fuerza para salir del colchón y para lavarse, de modo que solo se cubre con las colchas, las cuales mancha con la esencia del Don, y cae profundamente dormida.

Por otro lado, el Don toma una ducha para sacar el sudor y el olor a sexo que emana su cuerpo. Si no fuera por el insistente ardor en su espalda, pensaría que solo tuvo un sueño mojado. Él tiene años sin ser complacido en toda su plenitud. Por más que intentó penetrar a otras mujeres, nunca salía complacido porque sus amantes terminaban llorando y quejándose por las dimensiones de su aparato reproductor. Para él es una sorpresa que alguien tan pequeño como Kara haya logrado aguantar cada centímetro de su miembro.

Suspira y deja caer su cabeza contra la pared de cristal de su ducha.

Cuando se siente limpio, sale del baño y seca su cuerpo desnudo con una toalla, camina hasta su closet y toma un traje azul marino que se ajusta a su enorme cuerpo. Al estar vestido, sale de la habitación con destino a su oficina para ver cómo va el cargamento de armas que le traen desde la India.

—Don, todo viene en perfecto estado. Mañana a las 10:00 p.m. llega el cargamento —le informa su mano derecha.

Asiente.

—Perfecto. Quiero que te encargues personalmente de eso.

Su escolta asiente.

—¿Qué hacemos con la chica que mandó Alexandro? —curiosea.

Pensó que Don la mandaría a alguno de los prostíbulos que tiene en Venecia.

—Procura que nadie se acerque a ella —ordena con seriedad—. Se quedará aquí hasta que yo lo decida.

—Como diga, Don.

Su mano derecha no entiende por qué decidió dejar a la chica, ya que ella no entra en la categoría de mujeres que suele tomar.

—Dile a Minerva que le lleve ropa y comida. Además, dile que se encargue de ella para que tenga buena estadía en la mansión.

Eso lo toma por sorpresa, pero solo asiente sin cuestionar las órdenes de su jefe.

Después de esa conversación, parten al club favorito del Don para jugar póker y compartir con algunos de sus socios de la mafia italiana.

(…)

Kara despierta a eso de las 7:00 a.m. cuando la señora Minerva toca su puerta.

La joven loba se cubre con las colchas; en ellas huele la esencia del Don. Eso solo provoca que la pequeña chica se sonroje.

—Adelante. —Su voz sale un poco ronca.

Minerva ingresa con un carrito para poder cargar el desayuno y otras cosas que trajo para Kara. La curiosidad en Kara es palpable al ver a la elegante señora. Si no fuera porque lleva un carrito del que proviene un delicioso olor, ella pensaría que Minerva es la madre del Don.

—Buenos días, señorita —saluda Minerva con una sonrisa—. El Don me pidió que me encargue de sus necesidades. Aquí le traje el desayuno y una nueva prenda de ropa junto a unos articulo personales de higiene. Espero que le guste la ropa que elegí —suelta amable y tan educada como siempre.

—Muchas gracias… —Deja la pregunta de su nombre en el aire.

Eso provoca que Minerva ría por olvidar presentarse.

—Soy Minerva, la ama de llaves del Don.

—Gracias por todo, señora Minerva.

Ella niega.

—Nada de señora, dime Minerva o Mine —pide.

Kara asiente.

—Usted dígame Kara.

Minerva asiente.

—¿Necesita algo más?

—Supongo que con lo que trajo ahí es suficiente.

Asiente y se despide.

Con incomodidad en el centro de sus piernas, baja de la cama para tomar el desayuno, el cual, por cierto, es mucho para ella, pero come lo necesario y deja el resto cuando está satisfecha. Toma la ropa; es un pequeño conjunto de verano que consiste en un pantalón corto y una blusa corta que deja a la vista su ombligo. También le dejaron un juego de ropa interior blanca de una marca costosa.

Camina al baño, lleva los artículos de higiene personal y deja la ropa a un lado de la cama. Entra a la ducha y abre el grifo del agua caliente para aliviar el dolor que tiene en su entrepierna. Jadea cuando el jabón le provoca un picor. Sin duda alguna, las dimensiones del gran Don lograron desgarrar algunos lugares, pero no tanto como para que duela a la hora de tener otro encuentro sexual. Además, su parte lobuna en un par de horas regenerará esas zonas que se han cortado por la penetración del Don.

La parte omega de Kara se encuentra molesta porque el alfa, como le reconoce esta faceta, no quiso dejar sus cachorros dentro de ella. Se siente utilizada y no quiere tener otro acercamiento con el alfa. Kara tampoco está muy orgullosa de haberse acostado con un desconocido, pero tampoco es el momento de quejarse por algo que hizo muy gustosa.

Termina de lavar su cuerpo, sale del baño envuelta en una toalla, toma la ropa interior y se la coloca, después siguen las demás prendas. Suspira y miras las colchas de la cama. Las agarra y las quita. Busca en la habitación un juego nuevo. Cuando lo encuentra, se encarga de arreglar el colchón. Observa las colchas sucias; no tiene idea de qué puede hacer con ellas. Las toma para salir con ellas de la recámara, que por orden del Don no lleva seguro.

Cuando está en el pasillo decide seguir el olor de Minerva. Camina por él hasta llegar a unas escaleras que la llevan a una enorme sala decorada de forma muy lujosa con alargados sofás. Tiene una mesita de cristal en el centro y una lámpara que lleva cristales que parecen diamantes. Kara está maravillada por la lujosa sala. Sigue su camino hacia Minerva, que se halla en la cocina.

Se sorprende al ver a Kara con las colchas en sus manos.

—Kara, ¿qué haces? —inquiere confundida.

—Busco el lavadero para lavar estas colchas. ¿Serías tan amable de decirme dónde está?

Minerva hace una cara de horror al oír su solicitud.

—Ay, Dios, no. El Don se entera y las chicas de limpieza están muerta. ¡Bella!

Unos pasos se acercan.

—¿Sí, señora? —Una joven de la edad de Kara llega sofocada a la cocina.

—Toma las colchas de la señorita y lávalas. Dios, niña, debes estar pendiente de todo eso —la regaña.

Bella se disculpa y le pide las colchas a Kara. Al principio se niega, pero luego, resignada, las entrega.

—Gracias.

—No hay por qué darlas —le dice Bella antes salir de la cocina con las colchas sucias.

Kara se despide de Minerva para hacer un recorrido sin permiso por la casa.

Atraviesa la sala y entra a otro pasillo. Respira; logra oler al Don muy cerca de donde está. Camina hasta llegar a una puerta entreabierta. Echa una mirada y se encuentra con el Don sentado junto a otros hombres. El idioma que hablan es extraño para ella, ya que nunca oyó a alguien hablar italiano.

La joven está tan concentrada viendo lo que ocurre dentro del despacho que no se da cuenta de que alguien está muy cerca de la puerta. Es un sujeto regordete. Él abre la puerta y la deja expuesta. Su corazón se acelera cuando las miradas de los cincos sujetos, incluido el Don, se fijan en ella. La de este último es seria y las de los demás es curiosa. El Don se disculpa con sus socios y se levanta. A grandes zancadas ya está al lado de Kara y la sujeta del brazo con brusquedad para alejarla de la vista de esos hombres.

—¿Qué mierda te crees para andar husmeando en mi casa? —gruñe furioso.

Kara se asusta y enseguida agacha su cabeza en sumisión.

—Yo… Lo siento, no quería ser inoportuna —susurra con miedo.

—Vete a la habitación. Después me cobraré tu interrupción —resuella con bastante rabia en su voz.

Suelta su brazo con la misma brusquedad de antes y le da una dura mirada antes de volver con sus socios. Deja a la pobre loba trémula por el miedo.

Kara vuelve a su dormitorio, donde la desesperación y angustia llenan su cuerpo.

Tiene mucho miedo de lo que ese hombre puede hacerle.

Su cuerpo emite pequeños temblores y se acurruca en su cama para esperar lo peor.

(…)

El tiempo transcurre lento en todas esas horas.

Kara no ha dejado de temblar mientras su cerebro le manda diferentes métodos de tortura. Sus oídos desarrollados logran captar unos pesados pasos que se acercan a su habitación. La puerta se abre y la imponente figura del Don hace acto de presencia. Su mirada es seria y a la vez tenebrosa. Una de las cosas que odia el Don es que la gente se meta en asuntos que no deben. Su cuerpo vibró de ira al ver cómo sus socios contemplaron a la loba.

—Te quiero frente a mí desnuda. Ahora —ordena sereno con sus puños apretados.

Kara siente la ira que él emana. Sin dudar, hace lo que pide para que su castigo no sea peor.

—Kara… —es la primera vez que el Don dice su nombre, el cual no salió del modo que ella esperaba. Su nombre en la boca del Don se escuchó de una manera tenebrosa— ¿sabes cuál es el castigo que les doy a las personas que husmean en mis asuntos? —Agarra su cabello con una sola mano y aprieta su agarre.

Ese apretón genera un ardor en su cuero cabelludo.

—No. —Su voz sale en un pequeño hilo cargado de miedo.

Él suspira al saber que lo que hará con la pequeña chica será muy malo, pero se lo merece por husmear.

—Si fueras cualquier persona, te sacaría los ojos —suelta. Kara tiembla con más fuerza—, pero como eres un agujero digno de mi polla, me siento satisfecho y no me he aburrido de él, te daré cinco azotes con mi cinturón. —Acaricia su espalda de arriba abajo—. Arrodíllate en el sofá.

El cuerpo tembloroso de Kara se acerca al sofá y se arrodilla.

El Don saca su cinturón y contempla el cuerpo tembloroso de la pequeña chica que hace lo que pide sin refutar. Se acerca a paso lento y envuelve un poco el cinturón en su mano para que no sea tan largo y solo sea una medida pequeña. Aunque quiere castigarla, tampoco va a utilizar tanta fuerza como para romper la piel de su espalda con un azote, Aplicará la fuerza suficiente para que el azote deje un pequeño picor, nada más.

El primer azote llega sin que Kara lo espere. Su espalda se curva ante el impacto y de sus labios escapa un gemido lastimero. La loba sabe que el Don no ha utilizado su fuerza en toda su capacidad, de lo contrario, ya estuviera llorando a mares por el dolor.

—¿Sabes por qué te castigo, Kara? —La voz del Don sale lenta y serena.

Ella asiente.

Él le da otro golpe muy cerca de sus nalgas. Con rapidez queda la marca del cinturón.

El cuerpo del Don se siente caliente con cada segundo que pasa. Muy dentro de él se instala el sentimiento de hacer algo malo, pero, aun así, deja salir un tercer azote. La loba arquea su espalda. Su parte omega se siente humillada por lo que sucede. El cuarto y quinto azote llegan uno tras otro. Se oye el ruido del cinturón cuando cae al suelo. Detrás de ella se escucha la respiración irregular del Don. Las mejillas de la loba están empapadas.

El Don se desnuda, libera su potente erección y se coloca detrás de la loba.

Ella se aleja de su toque.

—No quiero —susurra.

Él frunce su ceño.

Agarra el pelo de Kara y sujeta su cadera para que se quede quieta. Eso es suficiente para dominar el pequeño cuerpo.

—¿No lo entiendes? —No escucha alguna respuesta por parte de la loba—. Aquí tú no decides y no tienes voluntad para negarte ante lo que pido. Si te quiero coger, lo hago. Te tomo como quiera y donde quiera —ladra.

Acerca su meimbro a la entrada de Kara para fundirse en ella, aunque la loba no quiere.

—Por favor, no —suplica, pero el Don no se detiene y la empala por completo.

Jadea y aprieta su agarre en su cabello. La domina y la toma sin importar sus quejas.

Da estocadas fuertes e impacta sus caderas contra el culo de la loba. Sus testículos chocan cuando se funde del todo en su interior. En ningún momento se detiene.

Kara solloza porque es tomada en contra de su voluntad otra vez.

—Cállate —gruñe cansado de sus sollozos—. Tu cuerpo es mío, tu voluntad es mía y todo de ti me pertenece hasta que me canse de joderte. Si pasa no querrás saber a dónde irás después. —Su amenaza tensa el cuerpo de Kara en su totalidad. Aprieta su concha y logra que el Don se acerque a su orgasmo—. Si no lo entiendes, me encargaré de que lo entiendas. —Sale por completo y vuelve a entrar hasta el fondo.

Jadea. Sus testículos tiemblan ante el orgasmo que se aproxima. Empuja sus caderas varias veces y luego sale. Deja salir un ronco gemido cuando su esperma caliente mancha las nalgas de Kara. Asimismo, se deja caer en el sofá. Respira hondo para controlar su respiración y afloja su agarre en el cabello de la loba, que llora con desconsuelo por lo que le hizo.

—No soporto tus lloriqueos. Más te vale que para la próxima seas tan susceptible como la primera vez —masculla.

 Sale de la habitación y deja a la loba con una enorme tristeza.

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