Capítulo 2

—Vendrás conmigo entonces —él murmuró dándose por vencido— Soy Dante —dijo segundos después, presentándose. —Te acostumbrarás a mí Kendal, te conservaré —él parecía más aliviado con lo que estaba diciendo. 

Después se acercó al chico, lo cargó y llevó hasta su auto nuevamente, mientras él aún estaba inmóvil temblando y sin comprender que acababa de pasar. Temblaba quizá de frío, quizá de miedo, o ambos.

Seguía sollozando bajito y tratando de recobrar la normalidad de su respiración.

Lo dejó en los asientos de atrás como si se tratara de un objeto, y volvió a la casa para cerrar las puertas y dejar todo en orden. 

Antes de subir y cerrar las puertas de atrás, advirtió severamente al chico: 

—Si haces algo estúpido, o te comportas mal, voy a hacerte daño y esta vez asesinarte —él dijo señalándolo con su dedo índice. 

Kendal intentó desatarse, fallando una y otra vez, así que sólo se dio por vencido y se quedó inmóvil nuevamente, la falta de alimento desde hace horas hacía finalmente efecto. Estaba débil y tan angustiado, que respirar era su mayor aspiración. 

El miedo que sentía no ayudaba en nada y no podía pensar con claridad. No podía ocurrírsele que solo gastaba energías en querer desatarse. Dante subió al auto, lo encendió y se marchó de inmediato. 

Mientras conducía, lucía nervioso, demasiado para ser un experto en aquel tipo de cosas. ¿Seguía siquiera considerándose un experto? Pero sus niveles de nerviosismo llegaron a un nivel mínimo, cuando observó que después de varios minutos, Kendal optó por quedarse totalmente quieto y en silencio. 

Lo oyó moquear apenas, y suspirar agotado con la mirada en el suelo del auto. No forcejeó más. Se rindió.

Estaba siendo un buen chico, y eso era agradable para Dante.

Sintió sus manos al volante tiesas, ya que hacía mucho frío afuera y su auto apenas tenía calefacción. Quizá beber café sería útil para entrar en calor y estar más alerta. Observó a Kendal y trató de pensar que era lo que haría con él. 

Le daba paz mental, el hecho de no haberlo matado. Aunque su mente se lo haya exigido antes. 

No debía dejarlo escapar nunca, tampoco debía asesinarlo, no podía... entonces se preguntaba, ¿qué debía hacer? ¿Cómo retendría a alguien para siempre?

No podía matarlo. No ahora. 

Algo le gritó que no podía simplemente hacerle daño.

Causaba menos problemas que las víctimas anteriores, y eso lo convertía en un chico sumiso y más lindo para su gusto. Llantos, intento de escapar desesperados, patadas, gritos, forcejeos, de esa forma podía definir a sus víctimas anteriores, pero al parecer Kendal era un chico bastante pacífico, sólo se dio por vencido, lo desataría quizá, esperando que no enloquezca al hacerlo. 

—Supongo que tienes hambre —Dante murmuró, y soltó un suspiro, para después acomodar su cabello y limpiar de su frente algunas gotas de sudor frío. Estaba menos nervioso. 

Kendal había dejado de llorar repentinamente y eso lo alivió en alguna manera. 

—Espero no ser malo contigo, si tú eres un chico bueno y obedeces. Llegaremos a un acuerdo, supongo —él dijo por último y tomó todo de forma casual, como si aquello no se tratara de la privación de libertad de una persona.

Kendal alzó un poco la vista y quiso gritarle a Dante que moría por comer algo, si quería empezar bien, debía alimentarlo. No podía y sólo espero, rezando en su mente que él, le diera algo de comer y que no lo dañara, aunque en aquel preciso momento pensaba más en la comida. Pensando sólo en el hambre que tenía.

Fue como si el miedo haya desaparecido y un alivio inexplicable lo inundara. No tenía sentido. 

Estaba atado, no podía siquiera gritar por ayuda y estaba totalmente indefenso en el auto de un desconocido que le apuntó con un arma a la cabeza y que ahora se lo quedará como a un objeto, ¿Por qué carajos se sentía en paz? ¿Por qué encontró así de fácil la resignación?

Dante condujo subiendo la velocidad de su auto cada vez que podía y estuvo conduciendo en silencio por más de media hora, observando por el espejo retrovisor a su rehén y pensando en todos los detalles. 

El lugar en dónde dejaría a Kendal, lo que haría para que los vecinos de su casa actual no notaran al chico, como controlaría la situación entera... incluso pensó, que quizá debía comprar algún abrigo calientito para él, ya que su rostro lucía tan lindo que Dante no podría dejarlo sufrir frío, y hasta quizá, comprar más cinta adhesiva, por si Kendal decidía hacer escándalo. 

Ahora, más bien tenía que preguntarle si tenía hambre.

Disminuyó la velocidad de su auto observando una cafetería a unos cuantos metros y decidió que compraría algo ahí. Para él y para Kendal, claro. 

Aparcó y suspiró.

"¿Qué haces de tu vida pedazo de pendejo?" se preguntó a sí mismo. 

Acomodó su cabello, se giró y observó a Kendal para luego decir:

—Quédate quieto volveré en un momento, espero que te guste el café —Dante dijo por último, para después salir de su auto.

A decir verdad, Dante no estaba siendo prudente.

Solo fueron cinco minutos y algunos segundos. Kendal intentó desatarse en aquel tiempo sintiendo que las pocas fuerzas para hacer aquello se agotaban. Trató de hacer algo para que alguna persona que pasaba por ahí o se encontrara fuera de la cafetería lo viera y lo ayudara. Intentó hacerse notar atrapado en aquel auto, pero nadie prestaba atención. 

Kendal no podía gritar por la cinta adherida a su boca y al notar los vidrios polarizados, se dio por vencido. 

Dante volvió corriendo hasta el auto, con sudor en el rostro y agitado. 

Se murió de los nervios cuando analizó su imprudencia. 

Dejó las cosas en el asiento de copiloto y condujo durante diez minutos más. Aparcó luego a la orilla de la carretera, bajó del auto y finalmente abrió la puerta trasera. Tiró del cuerpo de Kendal e hizo que se sentara. 

Se acercó a él oyéndolo gimotear y siendo cuidadoso retiró la cinta adhesiva de su boca. Segundos después, Kendal tragó saliva y habló en tono pacífico para no irritar a Dante. 

—¿Por qué me traes conti...

Dante inmediatamente le cubrió la boca con su mano y murmuró amenazante: —No quiero preguntas. Cállate o usaré la cinta de nuevo, ¿comprendes?

Kendal asintió intimidado y bajó la mirada un poco. Había tenido suerte. Ese loco de ojos verdes pudo haberle volado los sesos de un disparo.

—Bien —Dante retiró su mano de los labios del chico. 

Cogió un vaso pequeño que contenía café con leche y un paquete pequeño que contenía galletas.

Dante sacó una navaja suiza de su bolsillo, la abrió sacando la hoja afilada pequeña, y la apuntó hacia Kendal para luego decir:

—Te desataré para que comas algo, pero ten por seguro que si haces algo estúpido, no dudaré en apuñalarte—amenazó y tras poner al chico de espaldas y darle un empujón, el castaño quedó boca abajo. 

Dante cogió sus manos atadas y rompió la cinta adhesiva que las unía, para después de un tirón levantarlo y dejarlo de frente a él. 

—Toma —él susurro entregándole a Kendal su vaso con café. Él lo tomó casi tirándolo. Sus temblorosas manos seguían adormecidas al haber estado atadas anteriormente. Se sentía en una rara pesadilla, en la que particularmente, a pesar del horror de las cosas... ya no sentía miedo.

—Bébelo rápido, ¿quieres? —Dante murmuró sin despegar sus ojos de él— Come esto —dijo después, dándole el pequeño paquete con galletas.

Kendal las tomó y sintiéndose totalmente intimidado por Dante, decidió comerlas. Pensó que si no obedecía incluso aquello, él se enfadaría y le haría daño. 

No se sentía asustado al punto de querer desaparecer u orinarse encima, lo estaba, pero empezaba a convencerse más, de que él no lo mataría. De lo contrario, no estaría dándole de comer ahora. 

Kendal bebió rápidamente su café, por el hambre que tenía, quemándose un poco la lengua y comió la mitad de las galletas. 

— ¿Satisfecho?—Dante preguntó al notar el vaso vacío. 

Kendal asintió levemente y alzó la mirada para mirarlo por fin a los ojos. Dante inmediatamente evadió el contacto visual. 

—Deja de mirarme —murmuró Dante y golpeó el rostro de Kendal dándole una leve bofetada para que bajará el rostro—, solo haces que sienta aún más lástima por ti —él admitió arrojando la basura por la puerta del auto. 

Cogió la cinta adhesiva nuevamente y dijo demanDante: —Las manos al frente.

—No es necesario, no haré nada que…

—Dije las manos al frente y cierra la boca—él dijo aquello con el mismo tono de voz. Sin darle oportunidad de hablar al chico. 

Kendal soltó un suspiro resignado y obedeció. No estaba en posición de protestar. Dante las ató y tras cerrar la puerta con llave, volvió a su asiento.

—Di algo, y te golpearé. Te quiero en absoluto silencio, ¿de acuerdo? —él lo amenazó. Kendal no dijo más nada y se mantuvo cabizbajo.

[...]

Dante aparcó el auto, había llegado de una vez a casa, y ahora, con un problema más grande que el que yacía en su cabeza. 

Observó las casas de sus vecinos y notó que estas tenían las luces apagadas, probablemente ya dormían. 

Bajó del auto e inmediatamente lo rodeó para ir por Kendal y llevarlo adentro. Era medianoche a ese punto.

—Vendrás conmigo adentro —tiró del cuerpo del chico.

—Déjame ir, te lo ruego —Kendal murmuró suplicando con la mirada, temiendo que Dante lo golpeara.

—Habla una vez más y haré sangrar tu nariz —Dante amenazó y lo hizo caminar tras cortar la cinta que unía sus pies. Kendal tropezó algunas veces al sentir las piernas adormecidas, y todas aquellas veces, Dante lo levantó bruscamente. Entraron a la casa. Una casa mediana de dos plantas. A decir verdad, era lo suficientemente decente y bonita, como para saber que Dante era de clase media.

Afuera, la soledad reinaba. Ni un solo vecino andaba por allí. Nadie. Ni siquiera un gato callejero.

Al entrar, el chico sintió la calidez de la casa y un aroma a ropa limpia, nada comparado con el frío que hacía afuera o con lo que llegó a imaginar. Observó unas escaleras, a las cuales Dante lo dirigía en aquel momento.

Y se sintió extrañamente aliviado. Ya que él creyó que lo encerraría en un sótano oscuro. Todas las luces de la casa de Dante se encontraban encendidas, y Kendal pudo notar cualquier detalle.

Subió las escaleras y llegó junto a Dante a una habitación, una bonita, grande y limpia. La que nunca tendría Kendal en casa. Antes de entrar Dante sacó la navaja de su bolsillo de nuevo, y en un movimiento brusco cortó la cinta adhesiva que unía las manos del chico. Lo tomó del brazo y entró junto a él a la habitación.

Tuvo la suficiente confianza, para saber que el chico no se le escaparía así por así. Ver su resignación y lo poco que intentaba luchar, lo consoló respecto a lo que hacía.

Cerró la puerta soltando a Kendal unos segundos, le puso llave, para después girarse y mirarlo.

Kendal bajó la mirada, y justo en aquel momento no sabía cómo sentirse. No estaba mal, no era correcto, pero podía ser peor. No sabía que ocurría, y no podía comprender por qué ese hombre había decidido raptarlo específicamente a él.

"Puede ser peor, Kendal. Podría ser peor..."—pensó, mirando discretamente la habitación entera.

Después de todo, si estuviese en casa, su padre alcohólico le habría dado una paliza, no habría que comer y dormiría en una cama incómoda con una sábana vieja llena de agujeros. Oliendo y sintiéndose como porquería.

—Apestas—Dante murmuró mirándolo. 

Kendal alzó la mirada, y esta ver Dante no la evadió.

—Hueles mal, y no es un insulto. Sólo quítate la ropa, tomarás una ducha —Dante continuó, con el entrecejo fruncido y cruzado de brazos, bajando inconscientemente su mirada a los labios de Kendal— No dormirás así en mi cama. Si no quieres dormir en el suelo, te limpiarás primero.

—¿Qué? —Kendal preguntó en un susurro.

—¡Qué te quites la m*****a ropa! —Dante elevó la voz exaltado, y evadió su azulada mirada disgustado. Kendal entreabrió sus labios anonadado, realmente no esperaba aquello.

—Déjame ir ahora —él intentó convencerlo con tristeza en sus ojos—, juro que no diré nada, sólo déjame volver a casa, por favor, no me hagas daño —se encogió sobre sí mismo y lo miró, con los ojitos cristalizados.

—Claro que no, no fui a Seúl para nada, tú te quedas. ¿O acaso creíste que te traería y luego te daría dinero para el tren de vuelta? —le sonrió y se carcajeó.

—Tu intención era matarme, pero ya no lo harás. ¿Por qué debo estar aquí? Solo déjame ir.

—¡No te interesan mis intenciones! —él gritó, perdiendo el control y dio dos pasos al frente, haciendo que Kendal diera uno hacia atrás al sentirse intimidado.

—¡Quítate la m*****a ropa! ¡Apestas! —exclamó en un tono menos agresivo.

—No... —Kendal le elevó la voz. La voz no le tembló ni un poco, pero estaba asustado.

—La quitas tú, o lo haré yo.

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