¡Si es de Tauro, no quiero!

         La velocidad en la que conduzco el carro es ilegal para esas calles, pero siento mi cabello volar y el aire pegarme en la cara más todo el alcohol que he consumido se siente excitante. Mi tía me había enseñado a conducir y siempre había amado la velocidad, pero está sensación sobrepasa cualquier imaginación que haya tenido al respecto. Él sube el volumen de la música.

—¿Dónde vamos?—pregunto divertida.

—Dónde quieras—me contesta, su cabello también se desparrama con el viento y su camisa está a la mitad desabrochada.

—¿Qué hace un hombre como tú en las noches?

—No es levantar chicas en bares, te lo aseguro—bromea. Mi rostro cambia de repente, quiero ser tan única como pueda—Vamos al río—me dice. Doblo en U de forma brusca y conduzco en dirección al rio.

—¿A todas le das las llaves de tu coche?—pregunto con recelo.

—No, como habrás notado ni siquiera yo lo conduzco—dice divertido como si mi preocupación por saber esas cosas le causará risa—Cassie, diré algo, aunque posible no me creas.

—Por ser hombre posiblemente no—le digo. Él larga una carcajada—A ver, dime tu signo y veré si puedo creerte.

Él comienza a reírse—Vale, tengo mucho que perder, soy de Leo.

—Mmm, tu palabra es cuestionable—bromeo. Que iba a saber yo de astrología.

—Lo diré de todas formas, la verdad es que no he estado con una mujer en un tiempo. Comienzo a reírme sin dejar de mirar hacia adelante—Sabía que no me ibas a creer.

—No puedo, lo siento, lo que cuelga bajo tus pantalones me lo prohíbe—digo intentando parar de reír.

—¿Qué puedo hacer para demostrártelo?

—¿Qué no has estado con una mujer en mucho tiempo?—pregunto divertida. Estoy disfrutando realmente de esta noche y de la compañía.

—Que puedes creer en mí. Me detengo a mirarlo un instante y tiene el rostro serio.

—Podrías empezar por dejar de hablar—me río, pero él parece serio—Bien, solo no hables de lo que no has hecho en mucho tiempo.

Rodea los ojos—Bueno, pero las mujeres mienten también.

—Nadie dice que no—añado riendo.

            Llegamos al rio; cuando piso la arena fría de la playa entiendo, ¿qué estoy haciendo ahí? ¿El efecto del alcohol está disminuyendo y de pronto mi interior sale a flote? ¿y si no es bueno? ¿por qué me trajo al rio? Me alejo unos centímetros y él se voltea. Me mira con una sonrisita ¿cómo alguien que sonríe así me puede hacer daño? Me extiende la mano.

—No voy a hacerte nada—me dice entendiendo mi cara de miedo.

—Me permites tu celular.

—Claro. Saca su celular del bolsillo y me lo entrega desbloqueado, agendo el número de Lydia y le mando un mensaje con la ubicación, nombre completo y numero de documento que me acuerdo perfecto—Puedes sacarme una foto si quieres y enviársela.

—Lo haré—digo desafiante. Y se la tomo. Se acerca y arrebatándome el celular, lo pone en cámara frontal.

—Una juntos para que no haya dudas—bromea y pasa su brazo alrededor de mi hombro. Y toma la foto. Se la envía a Lydia que ya está en línea leyendo los mensajes—Respondió—dice—Okay, yo me voy con su amigo a su departamento, los señores amigos que me siguen a todos lados ya anotaron la patente jaja. Buenas noches—lee.

—Bueno, ahora sí puedo ir—digo extendiendo mi mano y la toma llevándome hasta la orilla del mar donde nos dejamos caer en el suelo a mirar el cielo.

—¿Tiene guardias?—me pregunta por las palabras de Lydia en el mensaje—¿Son sobreprotectores sus padres?

Asiento—Sí, ella es una princesa—le explico—Vino de Francia a los seis años, desde entonces hace una vida de ciudadana normal, pero a medida que más crece más restricciones tiene, por eso ahora sale con esos señores—aclaro.

—Wow—se sorprendí—Una princesa, hubiese creído que la princesa era tú. Me río—¿Qué hay con el muchacho de esta noche?—me pregunta mirándome con un toque de atención y curiosidad

—Fue hace un tiempo, yo era muy ingenua por creer que un chico como él se iba a figar en alguien como yo—le cuento poniendo mi cabello detrás de la oreja.

—¿Un chico como él?—me pregunta. La verdad es que Dylan no se compara con Frank, pero si tiene una similitud, ambos son ricos y muy apuestos…¿Qué hace conmigo esta noche?

—Bueno, apuesto, rico…—me río—Pero es muy flojo—me río.

—¿Te enamoraste?

Asiento—Lo amé— en fin, lo arruinó.

—¿Qué sucedió?

—Bueno, lo que le pasa a toda pareja, se aburre—miento—No, en realidad, creo que consiguió lo que quería, sexo, y después comenzó a actuar raro, como nervioso, preocupado y cuando le pregunté a sus amigos me dijo que él estaba de novio con Zoé, una compañera—agacho mi cabeza y suspiro—Me había mentido todo el tiempo. Yo me volví loca por él, y él me rompió el corazón.

Lo que había sentido cuando tomó mi mano sigue en mi cabeza.

Su rostro esta serio, tiene otra vez esa mirada maliciosa—No puedo creer que…

—Éramos niños—lo interrumpo—No creo que ahora sea así.

—Las personas no cambian—dice en un tono de advertencia.

—A veces pienso que hay algo más detrás de eso, pero la verdad nunca quise escucharlo, estaba muy dolida y hoy ya no sirve de nada—apoyo mi cabeza en su hombro—¿Y tú? ¿Por qué estás soltero?

—No encontré la indicada. Levanto la cabeza y lo miro.

—Lo siento mucho.

—¿Por qué? No dije que me rindiera aún—mira al mar como si quisiera decir muchas más cosas—¿Ahora me crees que no estuve con una mujer en un tiempo? Sonrío moviendo la cabeza de un lado para el otro negando—¿Y tus argumentos son porque soy hombre y ya?

—Y de Leo, y hay que ver tu ascendente—hago un mohín con la boca divertida.

—No lo recuerdo—me dice con una sonrisa culpable—Una vez la empleada de servicio me hizo la carta natal—se lo piensa un rato—¿Se dice así?

Me hundo de brazos—No lo sé, no sé nada de astrología—confieso.

—¡En serio!—largo una carcajada—Yo no quería que descubras que tengo ascendente en tauro.

—¿Sí te acuerdas tu ascendente?—me río. Dylan es de Tauro, algo me dice que nada bueno sale de un taurino.

—La verdad es que de nosotros dos, yo sí sé de astrología—me confiesa seguro de sí mismo.

—¿Entonces lo de la empleada de servicio es mentira?

—Ah no—niega con la cabeza—Si tengo empleada de servicio.

Me sonrío—¿Y ella estaría ahora si vamos a tu casa?—pregunto y muerdo mi labio mirando la forma en la que sostiene esa sonrisa divertida en su cara.                                                                                                   

—Posiblemente, pero podemos ir a mi hotel.

—¿Hotel?—me muestro confundida.

—No soy de aquí.

Cierro los ojos por un instante y me lamento—Algo malo tienes que tener, además de tu ascendente.

—Ya no puedes molestarme con eso—me dice victorioso—Dime tu signo.

Niego—Eso lo podrás averiguar cuando vuelvas a la cuidad.

—¿Si te llevo conmigo?

Largue una carcajada—Soy un presupuesto, yo realmente gasto demasiado—miento.

—Y a mí me gusta gastar. Se pone de pie y extiende la mano, la acepto para ponerme de pie—Señorita, Cassie, se casaría conmigo—sonríe amplio aguantando una risa.

—Por supuesto—le sigo el juego—Si pone todas sus propiedades a mi nombre.

            Llegamos a su hotel, subimos a su habitación, nos vamos riendo de sus particulares gustos por los signos zodiacales y de los intentos fallecidos por adivinar el mío. Cuando entramos a su habitación mi celular comienza a vibrar, ya tiene varias llamadas perdidas, todos son de Dylan. Aun lo tengo agendado “Dylan y un corazón”.

—¿Qué sucede?—me pregunta. Dejo mi celular en la mesa de noche con la pantalla iluminada con la llamada entrante de Dylan y lo miro.

—Realmente no sé qué le pasa está noche, lo siento—me disculpo.

—Está celoso.

—No lo creo—le digo largando una risita—¿Por qué lo estaría? Terminamos hace un año ya.

—Yo sé por qué—me dice él y se acerca para acariciar mi mejilla—Por qué eres hermosa, divertida y sexy—pone su mano en mi cuello de manera seductora, solo tiene que jalarme y me estará besando en cuestión de segundos—Y no espero nada esta noche, solo conocerte—me aclara para que no piense mal.

—¿A no?

—No, Cassie—me dice lento y con una pequeña sonrisita—Yo no te traje para acostarme contigo, te traje porque me gustas.

Un impulso casi reprimido sale desde lo más recóndito de mi ser, quizás son sus palabras o su mano en mi cuello, la manera en la que mueve la boca o su camisa casi desprendida—A mí también me gustas, Frank—le confieso. Coloco mi mano en su mejilla y lo beso. No me aguanté. Él deja caer su mano en mi trasero correspondiéndome él beso. Siento un estallido en mi pecho y un hormigueo en todo mi cuerpo, sentir su mano justo ahí me eriza la piel.

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