El pasado nos condena
El pasado nos condena
Por: Debbie Gibs
Capítulo 1

Relator omnisciente

"Quiero guardar tus sueños en de mi corazón"...empezaba el libro que leía Maia. "Desde que te fuiste no puedo ya vivir", suspiraba profundamente sin percatarse de que aún el aula estaba llena. Unas carcajadas estrepitosas se oyeron y vió por todas partes las miradas burlonas. Ella estaba más allá de todo eso. Había logrado construir un muro entre el mundo exterior y ella. "Que digan y piensen lo que quieran", se dijo a sí misma.

Pronto se dió por finalizada la aburrida clase, el timbre anunciaba el recreo y el profesor procedió a retirarse sin siquiera girar a mirar. Maia se quedó como siempre, pues no acostumbraba a salir porque no tenía con quien hablar, en todos los años en los que estudiaba allí evitó acercarse a nadie. Sacó una golosina que había guardado en la mochila. Estaba afanada rebuscando entre las decenas de lápices que tenía allí pues debía presentar un trabajo en los siguientes días. De repente, una gran mano le tapó la boca. Sintió un aliento en su nuca. 

—SSShhh... —le susurró alguien de atrás. 

Ella quedó paralizada, en silencio. Quiso voltear para ver quien era y un movimiento brusco le hizo saber que no permitiría que viera su rostro. Sintió miedo...¿Qué quería? ¿Robarle? No tenía nada de valor, solo el celular. Le ofreció que revisara la mochila. La persona detrás de ella la tiró a un costado con un movimiento brusco y despectivo, no esperaba que le diera nada materiasl. Lo que había ido a buscar no estaba en esa sucia mochila. De repente empezó a tocarla y por la forma y tamaño de sus manos, se dió cuenta que era un hombre. La mano empezó revisando sus pechos primeramente, se detuvo en sus pequeños pezones, los cuales empezaron a notarse incluso con toda la ropa puesta. Él jadeaba detrás haciendo chocar su ardiente aliento en su cuello. Luego las manos bajaron por encima del uniforme, acarició sus muslos y fue subiendo lentamente hasta tocarla allí donde jamás a sus diecinueve años nadie la había tocado. Estaba caliente por encima de la falda gris, él tenía curiosidad por saber como sería por debajo. Le pasó la mano por la ropa interior y se apretó a sus nalgas para que ella sintiera su erección. Maia quedó de una pieza, se sorprendió de la dureza detrás suyo.

Este pervertido ya estaba así antes de encarala pero miles de preguntas acudían a su atormentada cabeza...¿por qué la eligió a ella? No era sexy, no usaba maquillaje ni ropa apretada, es más, su falda era cinco centímetros más abajo que la reglamentaria del instituto privado al que asistía. No acudía allí porque pudieran costearla como todos los demás, sino porque se había ganado una beca por su excelente desempeño académico. Por eso era el bicho raro para todos, era pobre, rara y tímida, tenía todo lo que odiaban los estudiantes del instituto. Los muchachones que iban eran de las mejores familias de Valle Largo. Las chicas eran todas sexys, se vestían bien y usaban los mejores maquillajes y peinados. ¿Por qué este personaje que la sobaba por todos lados la buscó a ella? Podría estar con quien quisiera. Tenía entendido que ninguna de las que iba allí era virgen, todas tenían su historial. Trató de pensar rápido quien podría ser este que empezó a subirle la falda por detrás. No había establecido ni siquiera contacto visual con alguno de ellos.

Al principio intentó resistirse pero supo que no podría hacer nada para evitar lo que vendría. Había leído en alguno de los cientos de libros que devoraba a diario que era mejor no resistirse y "relajarse"...aunque no sabía bien a que se refería esto. Nunca había pasado por una situación como esta, su único novio del primer año fue un muchacho como ella, sin grandes aspiraciones a ser el matador del grupo y se dejaron cuando él se mudó a otra ciudad. Había soñado muchas veces con lo especial que sería su primera vez y quien sería el afortunado en llevársela. "Ojala fuera Josh", se dijo. 

Era el tipo más hermoso que hubiera conocido en su vida. Era alto, todo músculo, el rostro con el mentón cuadrado que le recordaba a las estatuas romanas antiguas. Se pavoneaba por los pasillos como si solo él existiera y un harén de chicas babeándose por detrás. Una sola vez se cruzaron de cerca y ella quedó impactada con su mirada de ojos negros y largas pestañas. Él hizo una mueca hacia el costado que ella interpretó como sonrisa...más bien era de desprecio por esa cosita tan insignificante con anteojos y las faldas por los tobillos.

Josh se dio vuelta a mirarla para después reírse de ella en las reuniones con sus amigos. Eso era lo que demostraba, nadie podía descubrir que se le quedaba mirando incluso cuando ella doblaba al final del pasillo. Cada día se admiraba más de su cobardía, él era el rey, ¿por qué no podía imponerse ante los demás y hacer lo que realmente quería? Si alguien lo descubría, estaría perdido. Tenía que seguir disimulando...

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