Capítulo 3

GRIS

Siento que estoy dentro de una nueva pesadilla cuando me dejo caer sobre la silla frente a su escritorio, él suelta un suspiro cargado de impaciencia pero toma asiento y sube sus piernas en una de las esquinas del fino mueble.

—El divorcio —susurro.

—Sí, debí haberlo hecho hace años, pero estaba en dos giras importantes y tenía conciertos en puerta, contratos y muchas cosas más —dice.

—¿Por eso me llamaste? —levanto la mirada.

—Sí, ¿por qué más sería? —enarca una ceja con incredulidad.

—Tememos un hijo, hace meses que no me ingresas pensión y…

—Ah, eso —me mira fijamente—. Le pedí a Milo que dejará de hacerlo, no pienso seguir manteniéndote hasta que le haga una prueba de ADN a ese niño, si te ayudé antes fue porque me diste lástima —se inclina hacia mi—. No has cambiado, mírate, te ves…

Sus ojos recorren mi cuerpo y me siento incómoda, en especial porque sigo sin poder olvidar lo que me pasó aquella noche.

—En fin —resopla al no encontrar las palabras exactas—. Como sea, luego de la prueba haré lo que se debe, te daré dinero suficiente hasta que cumpla la mayoría de edad, si es mío, claro.

«Está bien, no importo yo, solo Oliver»

—¿No piensas pasar tiempo con él? —la pregunta me quema la garganta—. ¿No quieres conocerlo?

Saco de mi bolso rápidamente las fotos que traje e ignoro su mirada cargada de rabia.

—Mira, es él, se llama Oliver, siempre ve tus conciertos, dice que es tu fan número uno, le hablo mucho de ti, de cuando nos conocimos y…

El teléfono suena y responde sin mirar siquiera las fotos.

—Enseguida —responde.

Cuelga y me mira.

—No me andaré con las ramas, escucha, casarnos fue un error, éramos muy jóvenes, pertenecemos a mundos diferentes, como bien sabes, estoy saliendo con Ashley Green, es modelo y me quiero casar con ella, pero para hacerlo debo divorciarme antes —me explica y la sonrisa en mi rostro se desvanece—. Ella es la mujer con la que quiero envejecer y pasar el resto de mis días, es con ella con quien quiero formar una familia, viajar, ponerle el mundo a sus pies. Quiero todo con ella, hijos…

El teléfono vuelve a sonar y él lo ignora.

—No me mires así, lo nuestro fue un error, jamás debimos firmar esos estúpidos papeles… —sus ojos se clavan en el anillo que él me dio y que seguía atesorando—. ¿Aún guardas esa reliquia? Es horrendo, solo una chuchería que encontré y te di.

Sus palabras me hieren, pero no lo demuestro.

—Dios, mira esas ojeras… te ves desaliñada y… bueno —cambia el tema de conversación—. Firma esto y ya no nos volveremos a ver.

—¿Y qué hay de Oliver? Escucha, él está enfermo, tiene…

—¡Mi amor!

La puerta se abre y entra una pelinegra de ojos verdes, es tan hermosa que casi puedo entender porqué se quiere casar con ella, a su lado yo soy nada. Veo que la mirada hostil e irritada de Hans cambia con fugacidad, sus ojos brillan y se pone de pie para recibirla.

—Ashley —la besa y aparto la mirada.

Las fotos que descansan bajo mi mano las dejo ahí mismo.

—¿Estás ocupado? —pregunta y me pongo de pie tomando la carpeta.

—No es nada, ella es…

Alzo la mirada.

—Soy Griselda Watson —me presento estirando la mano hacia ella.

Los ojos verdes de la novia de Dylan se anclan en el anillo y abre los ojos como platos.

—Oh por Dios —toma mi mano arrugando la nariz, me jala y observa mejor el anillo que para mí sigue significando mucho—. Qué horroroso anillo. No es como el mío, mira.

Me enseña su hermosa mano, su piel es brillosa y bien cuidada, no como las mías, que están llenas de cayos y cortadas. Un enorme anillo dorado con un precioso diamante adorna su dedo.

—Hans me lo dio, es mi anillo de compromiso —me explica con voz chillona y sonriente—. Nos vamos a casar en unos meses.

Siento un espasmo en mi estómago que se asemeja a una patada.

—Ashley, espera afuera, te llevaré de compras ¿quieres? —Hans rodea su cintura y le da un beso en los labios—. No tardo.

—Vale, está bien —la pelinegra hace un gesto aniñado, gira hacia mi y me mira mal—. Un placer.

Diciendo esto sale despampanante, dando un ligero portazo.

—Firma los documentos, no hagas las cosas más difíciles…

—¿Y Oliver? Escucha, él…

—¡Ya te dije que sí es mi hijo me haré responsable, le daré dinero, pero no me pidas que participe en su vida! —exclama—. ¡Como puedes darte cuenta, estoy tratando de hacer una vida!

—No entiendes, Oliver está enfermo, él…

—¡Ah, claro! —bufa—. El cuento de los hijos enfermos para sacar dinero, no creí que fueras de esas mujeres, Griselda.

—No, es que…

—¡Fuera! Llévate eso y fírmalo, Milo se encargará de hacer la prueba de ADN.

Gira sobre sus talones y vuelve a su asiento, es imposible hablar con él. Por lo que tomo mis cosas y le miro una última vez, al chico que una vez amé, y que todavía quiero.

—Me alegra que estés bien —susurro.

No me presta atención. Le miro y trago grueso. Salgo de la oficina con el corazón roto y el alma hecha pedazos, mi móvil suena y sin mirar la pantalla respondo. Las manos me tiemblan mientras bajo del ascensor.

—¿Bueno?

—Gris —la voz de Prim me pone nerviosa al instante—. Es Oliver.

—¿Qué le pasa a mi hijo? —el miedo se me atasca en la garganta.

—Lo traje al hospital, él… volvió a vomitar sangre.

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