Prólogo

Dolores de cabeza, solo eso han sido durante años. No recuerdo la última vez que estuve un día sin que me dolía la cabeza sin que tuviera que tomar algún tipo de analgésico para poder dormir para poder descansar.

Por momentos, si lo pensaba, pensaba que podía tener algo en la cabeza y que debía de revisarme, pero siempre ocurría algo. Siempre salía algo a relucir Que me impedía visitar un médico.

Aunque la verdad es que yo odio los médicos.

No puedo ocultar la realidad.

—¿Estás seguro? —No puedo evitar preguntarle con voz ronca.

—Hemos pasado por esto tres veces Timotheo. Lo lamento mucho, pero tienes cáncer.

Mi mandíbula se aprieta y logro bastante bien que no se me note el nerviosismo, la rabia y la impotencia que ahora mismo domina mi cuerpo.

Puede ser un diagnóstico erróneo. Sé que puede serlo, pero le he mandado los estudios a diferentes doctores y aún así el diagnóstico sigue siendo el mismo, cáncer en el cerebro.

Ninguno de los médicos que he consultado me han dado otra razón por la cual estoy sufriendo de esta migraña insoportable todos los días, ni por qué de repente he comenzado a perder el equilibrio.

—Lamento en verdad esto, Timotheo.

—Le acero que no mas que yo. — Siento un sudor frio en la nuca y me levanto de la silla con manos temblorosas que luego entro en los bolsillos de mis pantalones para que Redford Michael no lo note.

Me imagino que lo has visto toda clase de reacciones, tanto los diagnósticos de cáncer, me imagino que has visto toda clase de reacciones cuando le arruinado la vida con una fatal noticia a personas que tenían tantos planes para su futuro, a personas que deseaban conseguir muchas cosas en su vida, gente como yo, gente común y corriente que lo único que deseaban era tener una familia, hijos, y viajar por el mundo conociendo todos los lugares que sueño desde pequeño.

Personas común y corriente como yo.

Para muchos mi apellido es sinónimo de dinero, de buena familia.

Para mi es solo un apellido mas.

Así, me educaron mis padres, así me llevaron hasta donde estoy pensando que yo era igual que los demás, disfrutar de mi vida, y  pasar por ella queriendo a las personas y ayudándolas lo mejor posible.

Sin embargo, comienzo a creer que nada de lo que me planteé lo voy a conseguir, que nada de lo que soñé lo voy a poder lograr.

Pienso de inmediato en mis padres, esos que me han dado todo en esta vida para que yo sea feliz. Eso es que añoran que me case y tenga una familia, lo mismo que yo sueño… soñaba hasta este momento.

Hasta que de repente mis sueños se vieron destruidos hasta que entiendo que nada de esto será posible, pues con un diagnóstico de cáncer sería bastante egoísta unirme a alguien sabiendo que voy a abandonarle y yo no soy así. Lo que menos tengo es ser egoísta, no me da el corazón para lastimar a las personas.

¿Cómo voy a decirle a mis padres?

¿Cómo voy a decirle a mis padres que su único hijo va a morir pronto?

Mi familia goza de buena salud, no solemos enfermarnos, no solemos ir al hospital. La única vez que lo hicimos fue cuando mi padre en un accidente de tránsito le chocaron y terminó en estado grave, saliendo por el parabrisas del vehículo.

Con milagro que esté con vida así también una luz se enciende mi interior y me hace pensar que a lo mejor yo pueda tener un milagro.

Pero al girarme al doctor Me doy cuenta de que no es más que eso, una simple luz.

—¿Puedes sentarte?

Hasta ahora me doy cuenta que he estado caminando en el consultorio médico de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha, moviéndome sin parar, y estoy en un extremo del lugar, justo al lado de una maceta.

Una llena de vida.

Una que no tiene cáncer. Aunque es probable que lo tenga por dentro y aún ningún doctor se lo haya confirmado,  ningún médico le haya dañado su vida con este diagnóstico.

Veintiséis años y lo que siempre he querido es casarme y tener un hijo.

Procrear una familia junto a una mujer que yo ame.

El rostro de ella aparece de inmediato. En mi cabeza cierro los ojos y aprieto éstos con fuerza, intentando borrar su imagen de mi mente. No es el momento para pensar en ellas, no es el momento para sufrir por una infeliz que lo único que hizo fue hacerme daño y aprovecharse de que yo la amaba con todo mi corazón.

—Si quieres que sea yo quien hable con Layla y Carl, puedo hacerlo. —El médico es el doctor familiar, ha estado en nuestra familia desde hace más de quince años. Es que normalmente hace los chequeos constantes en las personas, en mi familia ayuda.

Trabajando en un hospital que nuestra familia patrocina cada año con excelentes donaciones.

¿Pero no, no quiero que sea él quien hablé con mis padres, soy yo quien debo de hacerlo, soy yo quien debe darle la noticia de que voy a morir?

Pronto.

Tan pronto que hace que quiera llorar tan pronto que me corta la respiración, tan pronto que hace que me quiera tirar en una esquina del consultorio, con la cabeza metida entre las rodillas y llorar hasta que ya no me queda más vida hasta que ya el caos se termine conmigo.

—Le agradezco mucho Redford, pero soy yo quien debe de hablar con mis padres.

—Esta es una situación difícil, no tienes por qué atravesar tu solo. —Me dice, levantándose y extendiendo una mano hacia mí. —Sabes muy bien que te conozco desde hace años, cuando eras apenas una adolescente desgarbado, con tanto cabello que cubría los ojos. Jamás me imaginé que iba a darte a ti este diagnóstico.

Tomo su mano y la estrecho entre la mía con suavidad.

—¿Entonces, estás seguro que son 3 meses? 3 meses. Todo lo que tengo es todo lo que puedo conseguir.

—Es todo lo que puedes conseguir si sigues al pie de la letra las pastillas. Tienes que tomarte los medicamentos y tienes que considerar…

—Quimio. —Completo, intuyendo que eso es a lo que va a referirse.

—Tienes que considerar que a lo mejor 3 meses será demasiado y que tal vez…

—¿Me está diciendo que puedo morir antes de los 3 meses?

—Necesito que entiendas que esto no tiene una fecha de caducidad, esto no tiene una fecha exacta, tiene un tiempo aproximado según el daño que ha causado en tu cerebro y cómo se está esparciendo. Pero no puedo darte un día exacto del mes en el que vas a…—Él se detiene y traga en seco.

Es difícil decir la palabra.

Es difícil que sería alguien que va a morir. Que tienes la certeza absoluta de que lo va a hacer.

Que si bien no tiene una cosa segura y su vida ahora la tiene, va a morir en poco tiempo.

—Mientras más rápido usted lo diga más fácil lo vamos a ir asimilando.—Su mano aún está estrechada con la mía y por alguna razón me anclo a el para no desmayarme, para no perder la fuerza y dejar que el vaivén de mi cerebro me venza.

Es fácil dejarse llevar por la depresión, por el dolor, por la impotencia. Es fácil dejarse llevar por los sentimientos de destrucción, por la debilidad.

Es bastante fácil ceder ante esos pensamientos suicidas, esos que llegan de repente y te hacen creer que todo estará mejor si terminas con tu vida.

Lo difícil es luchar contra estos pensamientos, contra estas emociones, contra esta depresión. Lo difícil es querer seguir vivo. Lo difícil es querer estar con los demás sin importar cuánto pierdes en el camino. Lo difícil es querer mantenerte con vida cuando todo se te viene abajo.

—Timotheo…

—Dígalo sin miedo, doctor.

—Sé que has estado viendo a otros doctores antes que regresar a mí. Sé que intentaste conseguir otro diagnóstico y la verdad, te aplaudo el no rendirte. Me siento feliz con que no te limites a solo el diagnóstico mío, pero lamentablemente es lo que hay. No te imaginas cuanto lamento ser yo el que tenga que decírtelo.

—Tres meses.

—Podemos intentar llegar a más tiempo, pero no puedo asegurarte nada. Lo único que puedo pedirte es que te tomes con regularidad los medicamentos que voy a recetarte y en cualquier situación no importa si son las tres  de la mañana, si son las diez  de la noche, si te sientes mal, llámame. No debes de conducir vehículos, no debes de navegar, no debes de estar solo en ningún lugar, pues no se sabe en qué momento…

—¿En qué momento voy a morir?

—En qué momento vas a perder la motricidad de tu cuerpo. En qué momento tu cerebro va a terminar por rendirse y a perder el equilibrio, y si estás conduciendo eso sería catastrófico.

No puedo evitar soltar una carcajada al escucharlo.

Me está dando un sermón sobre cómo mantenerme con vida, mientras esté conduciendo y haciendo mi vida con regularidad.

Pero De igual forma voy a morir.

Irónico.

El hombre está bastante confundido como para también hacerlo mis chistes Sangrones, así que intento morderme la lengua y no decirle nada.

—Gracias, Redford. — Le digo y después de recibir las indicaciones para los medicamentos, salgo de la oficina con todo guardado en el bolsillo de mi chaqueta.

Nadie va a saber lo que tengo.

No hasta que hable con mi familia.

Ernest.

Mi primo, mi hermano, mi compañero y mejor amigo. El debe de enterarse primero.

Lo decido allí mismo mientras me monto en el carro.

Le diré a el y luego a mis padres.

Como si hubiese sido por arte de magia, mi teléfono suena en ese momento.

Veo la pantalla y está el nombre de Ernest allí.

—¿Qué sucede? —Le preguntó, colocando el manos libres y tomando la Avenida.

—Necesito verte ahora. ¿Dónde estás?

Así siempre eran las cosas con nosotros. Sabíamos que podíamos contar el uno con el otro, éramos hermanos de sangre, éramos hijos de 2 hermanos y nos habíamos criado como si hubiésemos nacido del mismo vientre, como si hubiésemos ido al mismo tiempo. Aunque Ernest había estado viviendo una vida bastante desenfrenada. Y por los maltratos que su padre le había propinado, confiaba muy poco en los demás. Jamás lo había visto involucrarse con alguien más de lo necesario. No confiaba en ninguna mujer para dejar que esta se acercara a él y me dolía. Me dolía saber que mi primo, en caso de faltar, se quedaría solo porque él no le daba la oportunidad de quererlo.

—Ya nos vemos ahora. —Le digo de inmediato.

—Te escucho extraño, ¿te sucede algo ¿está todo bien? ¿Todo bien con tía Layla?

—Nos veremos en el restaurante y te cuento todo.

Dejó la llamada y me concentro en conducir Precisamente lo que el doctor me había dicho que no hiciera.

¿Pero, cómo dejar de hacer las cosas que hago con regularidad? ¿como cambiar drásticamente mi proceso diario de vida? ¿como dejar de manejar las cosas a mi manera?

A un árbol no se le dice simplemente que debe tirar hojas y éste va a dejar de hacerlo.

A un niño que todos los días se levanta y prende el televisor para ver sus muñequitos, no se le dice que deje de hacerlo y él lo va a comprender de inmediato.

Las cosas cuando se hacen costumbre son más difíciles de dejarlas.

Y yo soy muy autosuficiente, me he valido por mí mismo para muchas cosas, aunque siempre he contado con el apoyo de mis padres y con el apoyo de Ernest. Aún así, soy independiente.

Al llegar al lugar, nos abrazamos con cariño. El va vestido con pantalones y camisa bastante elegante, costosos mucho más de lo que yo jamás me voy a permitir a mí mismo gastar. Para mí, gastar en prendas de marca no tiene ningún sentido.

Son puras banalidades del ser humano.

Invertir en cosas tan solo para que los demás vean que tienes el poder de comprarlas.

Pero Ernest,  nació en un matrimonio que vive de las apariencias.

Mientras mi madre me horneaba galletas, sí, pero para jugos naturales, la madre de Ernesto le pedía a la ama de llaves que fuera del supermercado a comprar las galletas de cajas.

Mientras mi madre me recordaba a ella misma en casa con tijera la madre de Ernest contrataba un peluquero para que fuera directamente a la casa, hacer el servicio a domicilio.

Eran cosas que nos hacían parecer la luna y el sol, agua y aceite.

Y aún así logramos compenetrarnos tanto que ahora si él sufría, yo lo hacía, si él lloraba, yo también las vi a estábamos allí el uno para el otro y presumo que él está aquí porque necesito hablar con alguien.

Nos hemos vuelto del todo del otro. Confidente, mejor amigo y hermano.

—¿Qué sucede?

—Tú también tienes algo que decirme, así que suéltalo, ya tú primero. —Me dice mirándome a los ojos. Sus ojos son de un color almendrado diferentes a los míos, que son de un tono verde esmeralda. Tengo los ojos del mismo color de mi madre.

No puedo decirle ahora lo que está sucediendo, cuando él tiene problemas que necesita resolver, no cuando él necesita alguien en quien apoyarse.

Noto cómo se retuerce las manos y cómo agarra el reloj que tiene puesto en su muñeca izquierda. Mira la hora y luego me mira a mí. Vuelve a mirar la hora y luego me observa a mí un círculo vicioso de nerviosismo. Así que esto me da a entender que la situación es seria, Ernest, normalmente no es nervioso, es relajado a más no poder, incluso más de lo necesario. Tanto que parece un desvergonzado que no le importa lo que los demás piensen de él.

—Mis padres quieren casarme. —Una botella de vino aparece de inmediato en las manos de un camarero o la escucha y nos ofrece para probar, Ernest da el visto bueno, y el hombre se retira después de servirnos el vino tinto.

—¿De qué diablos estás hablando? —Inquiero Frunciendo el ceño, esto no me lo esperaba. Ernest tiene 25 años, ¿cómo diablos van a pensar en casarlo?

—Lo que escuchaste, Me reunieron esta mañana para decírmelo. Los dos ahí parados, mirándome como que me estaban dando un boleto para irme a Miami de vacaciones, como si esto era lo que yo había, estado soñando toda mi m*****a vida.

Lo escucho, pero no me lo creo, veo en sus ojos almendrados el terror, pero también la impotencia. Veo la furia, veo el deseo de destruir todo a su paso. Él es como un tornado, él no le importa destrozar a las personas que están a su alrededor con tal de hacer valer su posición con tal de que entiendan porque él hace las cosas al único que se escucha con regularidad es a mí, y después de haberse dado un buen cabezazo contra la pared.

Ernest es un alma libre.

Libre en lo que cabe considerando el yugo que tiene su padre en la familia.

—¿Te dijeron al menos por qué tomaron esta decisión? —Le pregunto.

—No, el muy idiota no tiene los huevos de decirme qué m****a ha hecho con la empresa. —me dice dándole un sorbo a subir un trago bastante largo y luego mirándome. —Mi madre solo se ha quedado allí viéndonos. Nada ha cambiado, ella solo escucha lo que él dice y hace mientras su corazón se rompe por dentro.

—¿Has pensado que a lo mejor ella ya no siente lo que tu padre hace? —Lo cual sería bastante entendible después de mi tía haberse pasado toda la vida, aguantando los maltratos y cuernos que su esposo le ha pegado.

—Estudiaste finanzas, Tim, no psicología. Limítate a tomarte el jodido vino. —Dice con gruñido, mientras él hace lo mismo. Ernest hacer lo mismo cada vez que salimos tiene la tendencia a emborracharse cada vez que los problemas quieren superarlo.

Y esta vez el problema es bastante grande.

—Dejaré pasar tu humor porque es una cagada lo que estás viviendo. —Le digo, golpeándolo en el hombro, suavemente.

—No sé qué voy a hacer. —Me confiesa y lo veo como el niño de 10 años que llorando me decía que su padre le había pegado con un palo de escoba.

El sufrimiento al que ha sido sometido muchos niños también lo han hecho, pero él es el que me duele, me duele más que nadie. Y me siento orgulloso del hombre en el que él se ha convertido.

—No te cases, Ernest. Tienes veinticinco años. —Le digo sintiendo que no puedo hacer nada más que esto. Pedirle que no se case, pedirle que no lo haga.

Casarse con una mujer que no ama es destruir su vida es condenarla a la miseria. Presiento que eso mismo hizo su padre. Y mira cómo su madre ha sufrido todos estos años.

Me sonríe triste.

—Tengo miedo. —Me dice reconociendo su temor, y esto me estruja el corazón.—Tengo miedo de que, si no acepto, esta vez los golpes sean para mi madre.

No sería la primera vez que su padre, por Ernest, llevarle la contraria, termina golpeándole.

—¿Crees que tu padre va a perder el control otra vez? —Le preguntó, intentando ocultar mi rostro lleno de ira detrás de la Copa, y le doy un sorbo al líquido. Mientras veo como éste va desapareciendo poco a poco estoy tomando más de lo que debería, considerando que voy ingerir un montón de pastillas en un rato.

—No sé qué esperar de él. —murmura —Eso es lo que más me molesta, que es como una p**a bomba detonada, en cualquier momento, si choca con alguien, va a explotar y a arrastrar a la perdición a quien esté cerca.

Nos quedamos en silencio, terminamos la botella de vino y Me levanto y le entregó la tarjeta. A la camarera para que se cobre la cuenta después de habernos bebido la botella completa.

—¿Por qué pagaste? —Pregunta el molesto mientras se sacude la camisa y se acomoda la ropa, cuestión que esta no tenga ni una pizca de arrugas en la tela.

Solo tengo un pensamiento ahora mismo, salvar a mi primo. Salvar a mi hermano. Dejar que él sea feliz.

Dejar que él tenga la felicidad que yo por el cáncer no lograré tener. Y esto solo lo puede hacer si no se casa con una mujer que no ama.

—Porque tú eres el desgraciado que va a contraer matrimonio a los veinticinco años, cuando tiene toda una vida para disfrutar por delante. —Le digo intentando sonreír, aunque sé que el gesto no me llega a los ojos, pero Ernest está tan liado en sus pensamientos que no se da cuenta. Al menos eso espero.

—Idiota. —Farfulla.

—Vamos a disfrutar esta noche y mañana, vamos a idear un plan para que no te cases. —No estoy dispuesto a dejarle solo.

Al diablo las pastillas.

Al diablo el diagnostico que he recibido hoy.

No voy a dejarle solo.

Y tampoco a terminar de arruinarlo contándole mi situación actual.

Ya habrá tiempo para eso.

Ahor ame importa mas quitar ese dolor de sus ojos.

—No puedo dejar que le haga daño a mamá esta vez. —dice.

—No se lo va a hacer, pensaremos en algo. —le digo con mano temblorosa y dándole unas palmadas en la espalda —Ya verás que lo resolveremos. —Le prometo.

Él sabe que nunca le he mentido y no voy a comenzar ahora.

El no decirlo, el diagnóstico no es una mentira como tal, solo estoy retrasando algo que es inevitable, pero que en este momento no es necesario que sea de su conocimiento.

—No puedo creer que me convencieras de venir a Canadá por un jodido trago. —Me dice sonriendo y sacudiendo la cabeza con asombro.

Una simple llamada fue mas que suficiente.

—Vas a olvidar este matrimonio al menos por una noche. —le asevero con seguridad.

—No hay manera de olvidar una situación así, Tim. — si tan solo supiera que yo intento olvidar mi propia situación esta noche, estoy seguro de que ya estaríamos ebrios tirados sobre algun sofa.

—Lo harás. No hay nada que una rubia de ojos azules no pueda lograr. — le digo sonriéndole mientras nos quitamos los cinturones de seguridad y se termina la copa de vino que nos han servido en el jet.

Parte de lo bueno de venir de una familia acaudalada es que las comodidades no faltan. Él tiene a su disposición un jet privado, cuatro carros en mi garaje: un Mercedes, un Aston Martin, un Porsche y mi favorito: una Ford Runner.

En el instante en que le dije que necesitábamos el jet, fue más que rápido en conseguirlo.

—Eres mi asesor financiero, no deberías recomendar que me acueste con cualquier desconocida. —Dice, y la felicidad hace que le brillan los ojos.

Acostarse con mujeres desconocidas de su especialidad.

—No será una desconocida, vas a pedirle su nombre. ¡La educación ante todo! — le grito mientras bajamos del jet.

—No sé qué diablos haría sin ti. — me dice  pasando un brazo por mis hombros.

—Esperemos que cuando ya no esté, tu padre deje de meterte en desastres como este. — digo con voz ronca soltando una carcajada para disimular lo que me ha causado su comentario.

—Entonces esperemos que él muera pronto.

Quizá no antes que yo, pienso.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo