La llamada homicida
La llamada homicida
Por: Andrónico
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Durante bien entrada la tarde de un día caluroso de 2004, en las oficinas del cuerpo de investigaciones de la policía estatal, se recibió una llamada telefónica de un caballero quien indicaba que había encontrado muerta a su cuñada en el baño:

—¡Aló!, ¡Aló! ¡Con la policía por favor! —Su voz se escuchaba angustiada y agitada.

—¿Sí? ¿Dígame?

—¡Mi cuñada, la encontré muerta en el baño, está ensangrentada!

—¡De acuerdo! —dijo el interlocutor—. ¡Deme la dirección y en un momento iremos para allá!

Minutos más tarde de haberse producido la llamada, se presenta al lugar del crimen el detective de la policía Wilfredo Ramos, hombre de aspecto robusto alto de piel blanca con anteojos, bigote grueso, de 55 años a punto de jubilarse y con un gran olfato para identificar criminales. Se encontraba con su asistente, el también detective Leo Castro.

Lo primero que le llamó la atención fue la casa: era grande, suntuosa, pero al mismo tiempo, lúgubre. Tenía un jardín amplio con un sendero de calas que le daban un fragancia a todo aquello. Se notaba una soledad en torno a ella. Al llegar, habían varias persona en el lugar entre curiosos, familiares y vecinos de la víctima observando, conversando. Al acercare al baño de la casa, en donde se encontraba la fallecida, notó que existían muchos hechos confusos.

Además de la cantidad de personas que estaban dentro y fuera de casa, esta se encontraba en orden. Al dirigirse al baño observó el cuerpo de una dama. Se encontraba en posición fetal, con un albornoz que al parecer se puso después de ducharse y tenía un orificio de bala en el pecho probablemente efectuado por revolver calibre 38. La mujer estaba descalza y con el pelo parcialmente mojado. Existía una atmosfera de confusión.

Personas presentes en el suceso, entre ellos vecinos y familiares, especulaban acerca de quién pudo haber cometido el crimen. Algunos de ellos se referían a la posibilidad de un atraco, otros a un posible suicidio. Esta última hipótesis se mantenía en algunos de sus amigos, ya que la víctima estaba atravesando un cuadro depresivo. Según ellos, Amanda, como se llamaba la infortunada  mujer, experimentaba un sentimiento de tristeza, pérdida de interés por las actividades diarias y un persistente sentimiento de culpa.

En lo que respecta a los vecinos, estos afirmaban no haber visto o escuchado nada ya que sus casas estaban muy alejadas. Por otra parte, la madre de Amanda, atribuía su muerte a un asesinato ejecutado por su propio esposo, pues en días anteriores, su hija la había telefoneado diciéndole que se sentía muy mal con la relación que llevaba ella y  su esposo, sin dar más detalles.

El inspector de la policía decidió colocar un cerco alrededor del suceso para evitar una posible contaminación del hecho, situación que fue duramente criticada por su esposo, Javier González, quien había llegado minutos después de que fuera llamado por su propio hermano, Darío, quien fue el primero en encontrarla.

—¡No, no, no pueden hacer eso, llegar y atropellar así a las personas! ¡Es una falta de respeto! ¡Se trata de mi esposa quien está allí y no me dejan verla!

El inspector, viéndole con un aire de comprensión y al mismo tiempo con autoridad, le dijo:

—¡Lo siento! —dijo haciendo un gesto con la mano derecha en señal de “alto no pase”—. Debe mantenerse alejado mientras recolectamos pistas que nos permitan entender lo que aquí sucedió. 

Amanda de 29 años, mayor de tres hermanas, era una mujer muy bella e inteligente, alta, bien parecida y delgada. Poseía los más hermosos ojos oscuros nunca antes vistos, de facciones encantadoras, los más hermosos cabellos castaños largos. Era una mujer muy segura de sí, aunque muy emocional, lo que la hacía voluble a veces. Como artista, le gustaba pintar en acuarela, casi siempre hacía cuadros que lograba exhibir en las galería de arte de la ciudad y una que otra exposición en restaurantes de gustos exquisitos. Venía de una familia adinerada. Su padre, empresario, dueño de la inmobiliaria NUVICA C.A., no escatimó ningún esfuerzo en dedicarse a que sus hijas tuvieran una buena educación. Sus hermanas decidieron estudiar carreras muy disímiles a las de Amanda y éstas, a las actividades de su propio padre. Lisa, la menor, decidió estudiar medicina y Clara, la del medio, ser química. Amanda tenía una vida sin complicaciones, se había enamorado muy pocas veces con resultados dolorosos, sin embargo, veía en la pintura una válvula de presión ante esas vicisitudes.

De cómo Amanda Martínez se estableció con Javier González en matrimonio, parece una ser una historia del siglo XVII, es decir, no era un matrimonio autónomo sino consensuado entre familias. Un picture – bride “prometida de foto” como lo llaman en inglés. Con el propósito de mantener un monopolio en el ramo de las empresas inmobiliaria, se organizó un enlace matrimonial con otra familia abocada al ramo de la construcción, de poder económico también. Sin embargo, a diferencia de los matrimonios forzados, en este caso, los novios fueron consultados por sus tutores, es decir, sus padres.

Javier, joven empresario, dueño y heredero junto a su padre de la constructora OBRALITEC C.A., era alto, de ojos azules y con una sonrisa cautivadora. Usaba siempre el cabello corto, se dejaba un candado que se le dibujaba en un rosto joven y atractivo. Tenía un cuerpo que había cultivado a base de los deportes que practicaba, entre ellos, el futbol. Poseía además, una personalidad egocéntrica, ya que era bastante ambicioso con expectativas en ocasiones desmesuradas. Poseía una carencia de empatía hacia los sentimientos de los demás, y sin medir las consecuencias de lo que decía o hacía, se convertía en un hombre frívolo.

Era un prácticamente un príncipe, le gustaba la buena vida en especial las fiestas y cocteles, donde además de hacer negocios, lograba ligar a veces con una o varias chicas. Era muy apetecido por las mujeres, situación esta que fue generadora de conflictos entre él y su esposa Amanda. Después de apenas dos años de matrimonio, Javier comenzó a serle infiel. Para él, su matrimonio era otro más de sus negocios, ya que su suegro era dueño de una de las mayores y más grandes  inmobiliarias del país y su relación con Amanda le permitía obtener ventajas en la venta y alquiler de apartamentos.

Sin embargo, para la joven Amanda, ya enamorada y a pesar de haber sido un matrimonio consensuado, se le presentaba como un sueño hecho realidad el estar casada con un hombre que además de ser rico y de bien parecido, poseía las cualidades necesarias para mantener una familia económicamente estable. Pero el tiempo le demostró lo contrario, cada vez las discusiones eran más acaloradas y los celos más persistentes.

No todo el tiempo fue así. Al inicio de la relación, a pesar de ser un matrimonio arreglado, ambos disfrutaban de su compañía. El día en que sus padres, los González y los Martínez, decidieron casarlos, le peguntaron a los dos jóvenes por separado si deseaban hacerlo. Amanda que ya sentía algo muy especial por  aquel joven atractivo, dijo:

—Por supuesto ya van pasando los años, necesito de un compañero y si se trata de Javier ¡mucho mejor!

Para Javier fue algo ya propuesto por él mismo a su padre, el empresario Dr. Rafael González:

—Padre, la familia Martínez posee un monopolio inmobiliario. Debemos asociarnos con ellos y qué mejor en hacerlo que casándome con una de sus hijas. ¿Qué te parece?

—¿Has pensado en lo que acabas de decir? Estoy en este negocio desde que era muy joven, me ha costado sangre, sudor y lágrimas, y tú algún día serás el heredero de esta empresa constructora, ¿no te parece arriesgado?

—Por supuesto que no, papá. Al fin y al cabo, Amanda sería el boleto de entrada a esos grandes negocios que maneja su padre, además, yo ya la conozco ¡ella está loca por mí!

—¿Ya te has acostado con ella? —balbuceó el padre con ojos semicerrados y con una sonrisa pícara dibujada en los labios.

—No, padre, todavía no. —Soltó una risa bastante cínica.

—¡Muy bien hijo! —dijo su padre, acariciándose la barbilla izquierda—. Solo habría que posponérselo a Andrés Martínez, ¡él es muy ambicioso!

—¡Bien papá! Solo ábrele el apetito.

Andrés Martínez, padre de Amanda, era uno de los empresarios más opulentos del país. Su capital se había creado con mucho trabajo y también con astucia, siempre poniendo un pie adelante que los demás. Éste vendía y compraba acciones inmobiliarias, llegando a capitalizar una gran variedad de bienes e inmuebles. Con el tiempo se convertiría en el dueño y señor de empresas aseguradoras y bancarias.

Días antes del suceso, Javier y Amanda tuvieron un altercado debido a que ella ya estaba cansada de su papel como esposa en su relación. Se sentía como un objeto, utilizada, ya prácticamente no había comunicación, su esposo salía a cada rato, venía ebrio, pero lo que más le inquietó, fue sentirse abandonada.

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